
Ansina/ VASO ROTO EDICIONES
Y marcharon enseguida y se encontraron con los Lotófagos. Éstos no decidieron matar a nuestros compañeros, sino que les dieron a comer loto, y el que de ellos comía el dulce fruto del loto ya no quería volver a informarnos ni regresar, sino que preferían quedarse allí con los Lotófagos, arrancando loto, y olvidándose del regreso.
La odisea
La modernidad es desmemoriada, la modernidad es profundamente alérgica a la memoria, ha comido la flor del loto.
Manuel Reyes Mate
El 26 de febrero pasado asistí a la presentación del poemario Ansina (Vaso Roto Poesía, 2015) de la escritora Myriam Moscona (México, 1955) en la librería Fray Servando Teresa de Mier del Fondo de Cultura Económica Monterrey. Movido por lo poco que sabía del proyecto en que la prestigiada autora intentó escribir poesía en ladino o judeoespañol, un experimento literario aún más osado que el de anteriores obras sazonadas con voces de dicha lengua en extinción, asistí con curiosidad por encontrar resonancias con ese pasado criptojudío sefardita de los primeros pobladores de Nuevo León, entre los que sobresale uno de los fundadores del Nuevo Reino de León, el portugués Luis Carvajal y de la Cueva (1539-1590).
Han sobrevivido no sólo tradiciones (el consumo del cabrito o las tortillas de harina, como típicos ejemplos) sino expresiones, sobre todo entre la población norestense rural y con menos estudios, de aquella lengua o variante hablada por los judíos expulsados de España a finales del siglo XV: huerco (diablillo), ansina (así es), mesmo, probe, enpresto, etcétera. El correspondiente registro comunitario del ladino se ha conservado hasta nuestros días por los últimos viejos descendientes de otra diáspora judía posterior, la generada por el Holocausto y por la persecución emprendida por los soviéticos. Sobre todo en la zona de los Balcanes, en Marruecos y en Turquía.
El afán de Moscona por recuperar la lengua hablada en casa por sus abuelos, quienes como el resto de sefarditas debieron adoptar en lo público el idioma del país al que sus ancestros emigraron, la llevó a Bulgaria apoyada por una beca de la John Simon Guggenheim Memorial Foundation para escribir un poemario en ladino. Ahí realizó una indagación digna de un diario de campo y, tal vez en su lugar, produjo su primera novela Tela de Sevoya (Lumen, 2012), que le valió el premio Xavier Villaurrutia 2012. Aquel original proyecto lírico sólo pudo cristalizarse años después en su más reciente poemario.
La presentación editorial, en que participaron la autora y el escritor regiomontano Felipe Montes, se llevó a cabo en una sala de la librería colmada de asistentes que, previa explicación de los términos más extraños a nuestro español contemporáneo —el volumen, de hecho, incluye un glosario para auxiliar en su comprensión— siguieron atentos y un poco atónitos la lectura de Moscona, después se interesaron en el origen de un proyecto literario tan inusual.
Aclaró Moscona durante el acto “Soy una falsa hablante de ladino”, porque su experiencia personal con el judeoespañol ha sido más bien como escucha. En su niñez lo percibió en boca de sus abuelos y después lo investigó para emprender la reconstrucción lírica de dicha lengua destinada a morir en el siglo XXI, según apreciación de la autora de Las visitantes (Premio Aguascalientes 1988).
En el momento del diálogo con los asistentes, tuve la oportunidad de cuestionar a Moscona sobre su peculiar labor creativa en Ansina. Tenía fresca una animada discusión ocurrida en el curso-taller que coordino por estos días en la Casa de la Cultura de Nuevo León. Hablábamos acerca del clásico ensayo de Walter Benjamin “La tarea del traductor” y discutíamos sobre la delicada labor de quienes traducen las grandes obras poéticas, creaciones estéticas granadas en el universo particular de cualquier lengua. Benjamin recupera en su ensayo una afirmación esclarecedora del poeta y filósofo alemán Rudolf Pannwitz (1881-1969) acerca de un error común en los traductores alemanes (y de cualquier latitud):
Nuestras traducciones, incluso las mejores, parten de un principio falso, quieren germanizar el hindú, el griego, el inglés; en vez de hinduizar, helenizar o anglizar el alemán (Benjamin, 345).
La de Moscona me parece una tarea en cierto sentido análoga a esa del traductor: en Ansina y en sus obras anteriores se trata de ladinizar el español, en este caso por medio de la creación lírica en una lengua recreada con ese fin. Reencantar la realidad pretendían los románticos hace más de dos siglos, un reencantamiento sería el fin más alto para quien dedica investigación y creación a una lengua moribunda que en su historia da fe de un pasado oprimido.
Se lo comenté brevemente en la sesión, pidiéndole su parecer. Contestó que mi comentario le parecía un halago y agregó un lugar común, que me dejó insatisfecho: la manida declaración de que, como creadores, los poetas no tienen una teoría sobre su hacer. Pienso que reflexionar sobre la propia creación no mata el misterio de la poesía, el desprestigio del concepto de teoría proviene de una monserga académica vieja y muy común, incluso en nuestros días, en las aulas de estudios literarios. Detrás del trabajo de Moscona hay por supuesto planes, supuestos, investigación y ejecución…
Luego de ese viernes me enteré de un par de datos reveladores sobre la acogida del libro como producto para consumo: primero, el día de la presentación editorial de Ansina la librería del FCE prácticamente no vendió ejemplares del poemario. No importando que el público presente haya tenido la oportunidad de escuchar la lectura de algunos poemas y de conocer su proceso de creación. Y, segundo, se vendieron algunos ejemplares una vez que se publicó una nota periodística sobre la ceremonia.
Paradojas del consumo.
Referencia
Benjamin, Walter. “La tarea del traductor”. Teorías de la traducción. Antología de textos. Traducción de Hans Christian Hagedorn. Edición de Dámaso López García. Cuenca: Universidad de Castilla La Mancha, 1996. 335-347.