Se lo voy a contar una sola vez y de corrido pa sacarme la espinita y sentirme un poco liberada de esta angustia que no me ha dejado dormir bien por semanas. Si decidí hacer esta cita y lo pedí a usted aquí en la clínica fue más que nada porque ya llevaba tres días completos sin conciliar el sueño, con apenas unas horas cuando de plano me agarra la sorpresa. Y porque me lo recomendó una amiga que vino con usted hace tres meses y dice que es muy bueno.
A ver si es cierto…
No se crea.
Todo empezó un día que yo regresaba a mi casa, en el camión de la ruta 209, porque yo vivo para allá para Escobedo. No sé si ya le dije, pero trabajo de telefonista y mi jale está en el centro. La verdad no me quejo de la paga, pero el trabajo es muy molesto. Nadie quiere contestar encuestas, mucho menos por teléfono. Ese día me acuerdo que venía de mal humor, porque me había peleado con mi pinche supervisor, perdón por la palabra, y además estaba muy cansada. De puro milagro encontré un lugar donde sentarme en el méndigo camión, porque casi siempre voy parada. Después de algunas cuadras, cerré los ojos y me dormí, que al cabo del centro a mi casa le cuelga como una hora. Y fue esa vez que tuve el primer sueño.
Estaba en medio de una calle, en una colonia que no es a donde vivo, ni se parece a ninguna colonia o barrio en que yo haya puesto el pie nunca. No le voy a decir que vivo con lujos, pero este barrio de mi sueño se veía de al tiro muy jodido. Los techos de las casas eran de lámina y muchas partes estaban oxidadas, a veces hasta con hoyos hechos como por la herrumbre, haga de cuenta. También había paredes de cartón y de madera, y puertas improvisadas con carrocerías viejas. En contraste con lo que veía, yo estaba muy bien vestido. Ah, porque yo era hombre, en el sueño, se me olvidó decirle. Si yo fuera hombre nunca me verá usted de traje, si ni me gusta andar de blusa abotonada, y me chocan los vestidos, por eso no voy a las bodas, oiga, pero ahí me ve en mi sueño como un bato bien trajeado, parecía yo que iba como para un baile muy elegante, fíjese qué curioso, en esas calles llenas de casitas amontonadas muy pobres.
Comencé a caminar lentamente y con mucho miedo, porque no había nadien en las calles y no se oían ruidos en las casas. Lo primero que noté es que no había niños. Usted sabe, lo primero que uno escucha cuando llega a estas colonias es o niños jugando en la calle o perros ladrando. No se oía nada. Pero tampoco era que las casas estuviesen abandonadas. Uno veía el humo salir de las ventanas, con olor a comida sencilla, un arrocito con comino, un olor a pollo hervido, usted sabe. También se oían cosas como radios o teles encendidas, pero muy bajito.
Mis pasos resonaban en la calle, porque tengo esta maña de ir arrastrando las suelas que hasta en mis sueños aparece, oiga. Me acuerdo muy bien de que no había animales, ¿se imagina? Una colonia sin perros, gatos, palomas ni ratas. Una colonia donde la vida transcurre a puertas cerradas. Una cosa rarísima. Y ahí andaba yo arrastrando los pies en el polvo, porque eso sí, colonia pobre con chingos de polvo como siempre, sin saber pa onde mero iba, con el traje que ya me estaba dando calor, porque estaba la noche bochornosa. Ni un grillo, oiga, ni un cucaracho, qué cosas. Y en eso que topo. O sea, iba yo en una calle larga, caminando con todas estas casitas amontonadas con la puerta cerrada y de repente topo con que la calle está cerrada. Frente a mí entonces hay una casa, la verdad más grande que las otras, con una puerta enorme, de madera y jodida, pero un puertón. Yo volteaba pa los lados como pa ver si podía seguir caminando, pero ya no se miraba nada, así que esperé y luego comencé a oír voces adentro de la casa, como de mucha gente.
Y entonces, que me abren. El hombre detrás de la puerta estaba enorme, medía como tres metros o cuatro. Aquí es donde yo tengo miedo, porque aunque sé que en el sueño soy hombre, pues sigo siendo una mujer. No sé cómo explicarle esta parte. Yo sé que él me ve como a un hombrecillo, pero yo sé que soy Martha, y entonces no me queda claro si él sabe que soy hombre de a mentiras, o si soy yo mera, o qué. Me mira hacia abajo como diciendo, qué hueva que llegues a esta hora, y me invita a pasar con los ojos.
Total, que entro, yo bien fino, como a un corredor donde hay solamente una lámpara sobre una mesita y al fondo unas escaleras que van para abajo. Como si supiera de qué se trata, yo bajo las escaleras y entonces resulta que estoy en una súper mansión. Quién diría, la casona jodida con puerta de madera sin pintar resulta ser una mansión de lujo a desnivel, por dentro. Todo en ella es lujo. Las mesas redondas con mármol, los candeleros, una mesa larguísima con manteles de encaje, vajillas de plata con todo un buffet de botanas muy nice pa los invitados. Todos trajeados. Y todos hombres. Aquí es una fiesta de puro bato con lana. Huele mucho a cigarro y hace frío, como que tienen el clima puesto.
Lo chistoso es que siento que nadie me ve. Estoy pequeñita, o sea, pequeñito, entre puros batos bien altos que pasan a mi lado como si no existiera, y yo siento esta ansia en el pecho, sobre todo porque creo que me pueden pisar, que me pueden patear o aplastar. Y oigo murmullos pero no alcanzo a escuchar lo que dicen y me desespero. Así estoy un buen rato cuando veo que alguien sale por una puerta que está abierta y donde puedo ver que hay escaleras. Así que como puedo le corro hasta allá tratando de que no me pisen y comienzo a bajar. Ahí me siento tranquila porque no hay nadie, pero bajar las escaleras es todo un show, porque tengo que dar como cinco pasos y luego pegar un brinco al escalón de abajo. Y así me voy y entonces me doy cuenta de que el traje me estorba. Siento el pecho apretado y como que me empieza a dar calor el pantalón. O sea de que me pesa ser mujer en traje de hombre.
Total, que llego a un salón más tranquilo, más iluminado, con musiquita y muchas bebidas. Aquí hay puras mujeres con vestidos blancos, bebiendo y bailando juntas. Mucha risa y mucha plática a todo volumen, ya sabe, el viejerío. Y todas son de mi tamaño. Entonces, una me ve y luego luego se da cuenta que soy vieja, por el tamaño yo creo, se acerca a mí y me abraza y me dice, bienvenida, con una sonrisota. Bien guapetona, la verdad, con su cabello negro recogido en una cebolla y la piel blanca blanca. Tiene la boca pintada de rojo y unos aretotes de plata bien bonitos. Es grandota, de mi tamaño, y me dice, ¿Vienes de allá arriba?, y yo, pos sí, por el traje, y me dice ¿quieres cambiarte? tenemos vestidos blancos de todas las tallas, y le digo, no gracias no se moleste, así estoy bien. Entonces nomás me desfajo la camisa y me quito el cinturón y la corbata y me pongo a platicar con ella. Se llama Liliana. Luego luego nos ponemos a pistear, vino tinto, eso sí, no hay cheve. Estamos hablando, y no pos que soy casada, le digo, y que mis huercos y todo eso, y yo la veo y pienso, no mames, con perdón de la palabra, pero está bien chula.
O sea de que huele riquísimo, trae una fragancia bien cara, digo yo entre mí.
No sé qué me pasa. Mire cómo me pongo, vea mi brazo. Vea.
Quiero que sepa que nunca me había pasado algo así. Ahí mirándola tan cerquita me doy cuenta de algo, doctor. Me gusta Liliana. Me gusta verla y escucharla. Me gusta ver cómo me mira, y cómo huele.
¿Pero qué estoy diciendo?
¿En qué iba?
Ah, sí. Perdón.
Todas las demás están a nuestro alrededor pero nadie nos mira, cada quién está en su pedo. Unas juegan al bingo y a las cartas, otras platican y otras bailan. Y nosotras dos ahí en un silloncito como éste, haga de cuenta, pero blanco, bien juntitas, hable y hable. Y, qué pena con usted, pero ahí en el sueño me dan un chingo de ganas de besarla. Y ella que da señales, veá, me mira la boca y me sonríe, y se acerca a mi oído como pa decirme algo y se aleja y se rasca discretamente atrás de la oreja con un dedo y se pone roja, y yo la pesco, doctor. La pesco de la cebolla y le meto la lengua en la boca y ella como que puja y me quiere pegar en el pecho, como en las películas de Pedro Infante, pero entonces cede y hace la cabeza pa atrás y me agarra el cuello y luego los cachetes y nos besamos un rato. Yo con el corazón a mil, con un chingo de calor, doctor, y siento que la amo y que me quiero casar con ella.
Y ahí acaba el sueño. Me despierto babeando con el cristal bien empañado y el camión hasta la madre. Faltan dos cuadras pa que me baje, y me voy en chinga a mi casa. El sueño parecía tan real, que mientras caminaba buscaba una calle del sueño. Todavía iba oliendo el pelo de Liliana, y tenía mucho miedo. Me olí las manos y el aliento para ver si no apestaba a cigarro o a vino. Traía en la panza como una bola fría que subía y se me atoraba en la garganta.
Ese día le hice de cenar a mi marido con las manos sudando unas tortas de jamón con queso y me sentía muy rara. Nunca antes me había pasado eso, no tengo a quien confiarle algo así. Me sentía culpable, como un delincuente. Ahí me ve rece y rece, con miedo. No soy, digamos, ya sabe, ¿verdad, Doctor? ¿Entonces qué chingaos me pasó con Liliana? Total, que yo intento hacer mi vida como siempre. Pero no acaba ahí.
Todos los viernes regresa Liliana. Aparece en mis sueños de muchas formas, y sé que se asoma en otros días, pero los viernes son de ley. Siempre con el cabello negro y la piel blanca, los labios rojos y ese perfume que huele a flor de naranja, cajita de madera y sábanas limpias. A veces, ni siquiera tiene nada que ver con el sueño propiamente. Por ejemplo, una vez soñé que estaba en un baño lavándome las manos, y atrás había un cuadro con una foto de esta actriz gringa, la rubia del vestido blanco, y cuando me volteo pa secarme las manos, es el mismo cuadro pero con la cara de Liliana. El pelo negro y largo.
Mire, con Liliana yo me la paso a toda madre, con perdón de la palabra. Platicamos muy padre, paseamos, nos besamos. A veces, el sueño empieza donde terminó el otro, y continúa. Un día hasta viajamos juntas, y el sueño iba desde que comprábamos el boleto hasta que llegábamos al hotel y todo iba muy bien. El problema es que de pronto pasó algo que ya no me deja en paz. Desde esa vez, apenas aparece Liliana y corro, le huyo, no puedo. Por eso vine con usted, doctor, porque no descanso.
En ese sueño que le digo, nos íbamos las dos de viaje a un pueblo de estos que le dicen mágicos, aquí mismo en México, no vaya a creer, ni ella ni yo tenemos tanta lana. Total, que ya en el hotel, después de un día de caminar mucho y subir cerros, nos desvestimos y ella comenzó a besarme. Siempre nos besábamos en los sueños, pero no llegábamos a más. El problema fue que aquí me pidió que nos bañáramos juntas, y pues yo de buena onda le dije que sí. Ya me las olía, si no estoy mensa, pero ni modo de hacerle el feo, si además está tan chula. En el baño la cosa se puso muy fuerte, mucho, muy fuerte, doctor, no se imagina. Yo no pude, doctor. No pude. Una cosa son unos besitos aquí y allá, pero ya todo el paquete completo da mucho miedo. Yo no sé ni cómo entrarle. Mire cómo me pongo, si hasta me duele la cabeza de acordarme. Y como que ella esperaba que yo entrara al quite, que yo manejara la situación, usted sabe, pero yo me veía muy mensa, muy tiesa, no le sé. Y que se encabrona y se envuelve en la toalla. Allá voy atrás de ella, y sentadas en la cama, ella llore y llore. Ya no me quieres, me dijo, y yo, no seas pendeja, yo te quiero un chingo. ¿Entonces? , me dice y me mira con esos ojos divinos todos inundados, y yo la abrazo y le digo que no sé. Así, doctor. No sé. Qué idiota, ¿verdad?
Total, que ahí desperté llore y llore. Y entonces, a partir de entonces, Liliana aparece en los sueños y yo le corro. Le huyo o me escondo. Hay veces donde ella no me ve. La miro buscándome mientras yo me escondo entre los estantes de una tienda, o debajo de una cama donde veo sus tobillos y la escucho llamarme, o atrás de un árbol en un parque, la veo sentada en la banca mirando pa todas partes. La veo que me busca, doctor, con cara de desesperación. La he visto llorar. Y yo no puedo. A veces lloro, porque una parte de mí quiere ir con ella, pero la otra es más fuerte.
O sea, ¿qué le voy a decir? No puedo. La quiero, quiero estar con ella, pero no puedo responderle. Yo sé bien lo que quiere, yo también soy vieja. No puedo darle lo que busca. Y para qué nos hacemos pendejas. Y así me despierto mejor, pa ya no verla. Pero tengo miedo de que deje de buscarme, doctor. Me escondo muy bien, pero me encanta verla. Me gusta ver cómo me busca entre la gente. Sé que suena muy mal, pero no quiero dejar de verla. Y así, entre que no quiero dormir, y que me duermo pa verla, o me despierto luego luego pa que no me vea, pos no descanso y mi vida es una mierda.
Por eso vine con usted, porque me lo recomendaron. Me dijo mi amiga que es bueno con los sueños.
He venido a que me diga qué hacer con Liliana.