
La mitad de la historia / IN-THE-GENTE
I.
Madrecita pero ¿qué han hecho contigo? Te llenaron de rayas, cuadrados, límites, divisiones, fierros. Luego talaron tus árboles, cortaron tus flores, secaron tus ríos, mataron raíces. Te dijeron “es amor” mientras te convenciste de ser recipiente de semillas sementales, sin siquiera entenderlo o cuestionarlo. Tus paisajes fueron volviéndose grises, puntiagudos y rectos, perdiendo verdor, fluidez, camino. Creyéndose superiores, apartaron a los animales en jaulas de exhibición, muerte e hipocresía, objetos de consumo masivo. Te construyeron una prisión y la llamaron “casa”. Y había que estar contenta y orgullosa ahí dentro, sin chistar o preguntar ¿por qué? y el silencio nos costó la vida y el llanto no pudo con tanta sangre. Cajitas de concreto, superficies lisas, regulaciones espaciales, cada vez más edificios, cada vez más tecnología y encierro, huyendo de ti, buscando dominarte… madrecita, ¿por qué has cuidado de todos aún sin libertad? Se llevaron tu latido y tu aliento, te cortaron las piernas y el vuelo, te chuparon las tetas llenándote de accesorios y días festivos para simular el daño. Importaron más la basura, la saturación, el exceso, el hambre y el lujo (siempre de la mano), la pobreza, los rascacielos, las «buenas costumbres». La ciudad, la producción y el dinero es más valioso que el respirar de tus suelos, que la vida de tus aguas, montañas y galopes, que el resplander de bosques, cantos, selvas, ojos, aleteos. Y tu ser fue reducido a un cuerpo y tu cuerpo a tus tetas, culos y ovarios, ya marchitos de explotación y violencia, hechos ya pedazos. Y las voces del poder pregonaron “es lógico, es natural, racional, conveniente, es mandato divino, decisión popular, consenso histórico”. Y a pesar de eso no han conseguido que te rindas, no se acallan tus gemidos, no han podido con tu fuerza: tu amor no cesa de luchar. Tu ser no es limpiar, ni cocinar, ni zurcir calcetas, ni ser custodio de la casa o emociones familiares; tu vida no es verte bonita, presentable, pulcra, obsesiva, histérica, dependiente, fiel, disponible: absolutamente entregada y olvidada de ti… Tu amor no es la capacidad de dar a luz ni de sostener la vida que de tu vientre salga. Tu amor no es sacrificio, es la chispa de resistencia a la jaula: ese inmenso flujo que persiste a pesar de los látigos en tu espalda y las cadenas en tus tobillos. Algo hermoso emerge de ti (no es tu leche ni tus órdenes ni tu soledad). No celebramos tus yugos, festejamos y agradecemos que decidas estar de pie: el verde aún pinta algunos suelos, las flores no desisten de salir, los mares aún reflejan los astros, las plazas todavía se llenan de los gritos de quienes son desaparecidos de tu corazón, las bocas se llenan de risas de tu suprema alegría, los pechos se colman de abrazos sinceros, los ojos de un cálido resplandor matutino.
II.
Existen diferentes imperativos sociales estipulados que condicionan las acciones y formas de ser de los sujetos etiquetados como “mujer”, identidad construida según otros factores circundantes como la cultura, clase socioeconómica, lugar ocupado en la comunidad, “raza”, etc., no obstante suelen observarse dos imperativos centrales que sostienen la identidad femenina en términos generales:
- Lucir hermosa: según estándares de belleza impulsados desde la publicidad y la pornografía, se presenta un tipo de modelo corporal-estético reducido y limitado frente a la diversidad de cuerpos existentes, obligando a miles de mujeres a sentirse incompletas o insuficientes y a partir de esto generar una obsesión con la apariencia de su cuerpo respecto a lo mucho o poco que coincide con el ideal de belleza impuesto para lograr aprobación general que las dote de sentido frente al mundo social, como si su ser-persona dependiera totalmente de cómo luce; de aquí se derivan fenómenos como trastornos alimenticios, baja autoestima, rechazo del propio cuerpo, su goce y la entrega de su tiempo, dinero y estabilidad emocional a cumplir tales estándares mediante cirugías, dietas, ejercicio, maquillaje, etc. Este imperativo posiciona el cuerpo como mercancía, debido a que funciona como un lugar para la proyección de deseos asimismo preconstruidos dentro de la configuración machista de la masculinidad. No dudemos que la hipersexualización del cuerpo femenino, así como su cosificación, se relacione directamente con la práctica de la violación, el acoso y el abuso en general, en donde se transgrede todo respeto a la vida de las personas mujeres donde impera la consumación de un deseo, es así que la ética del respeto mutuo y la práctica de los derechos humanos se pierden frente a un abuso de poder dominante de una persona sobre otra: la reducción de una persona a su cuerpo, de su cuerpo a un OBJETO. La mujer como un objeto destinado a ser desechado, usado, piropeado, observado y calificado como si fuese propiedad ajena. Desde esta perspectiva puede ser asesinado, golpeado o maltratado a conveniencia del sujeto o institución que la objetiviza, pues cuando una persona carece de su estatuto como tal, se encuentra completamente vulnerable frente al mundo.
- Ser madre/esposa o ser maternal: es decir, actuar de manera dócil, dependiente, sumisa, dedicada a la formación y cuidado de la niñez, contención emocional, alimentación familiar, la entrega de su ser a cubrir las necesidades de esposo e hijoas, administradora, cocinera, responsable absoluta de la limpieza, entre muchas otras tareas, iniciando con la dependencia de sentirse mujer/plena a partir de ser madre. Todo esto conjuntado e integrado a las dinámicas violentas que vivimos, nos lleva a la anulación de la mujer como persona debido a su servidumbre y abnegación hacia los otros en condiciones de desigualdad como si esto fuese innato.
Según lo que comenta Cristina Palomar Verea, “la maternidad no es un “hecho natural”, sino una construcción cultural multideterminada, definida y organizada por normas que se desprenden de las necesidades de un grupo social específico y de una época definida de su historia. Se trata de un fenómeno compuesto por discursos y prácticas sociales que conforman un imaginario complejo y poderoso que es, a la vez, fuente y efecto del género. Este imaginario tiene actualmente, como piezas centrales, dos elementos que lo sostienen y a los que parecen atribuírsele, generalmente, un valor de esencia: el instinto materno y el amor maternal”[1].
Ciertamente, la maternidad pertenece a un imaginario: la construcción de la maternidad tiene una funcionalidad dentro de las relaciones de poder dominantes de nuestras sociedades, las cuales han mutado a través del tiempo y los espacios, manteniendo y modificando distintos elementos a partir de una estructura constante. Actualmente, resulta sumamente preocupante la manera en que el discurso visual, oral y escrito de los medios de comunicación masiva sostiene la idea de que la madre es en tanto abnegada, entregada por sobre su integridad a la familia y el hogar, como una esclava no remunerada más que mediante la aprobación o reprobación colectiva. Misma situación en caso de la Madre Tierra: biodiversidad, seres vivos y ecosistemas vueltos mercancía, recursos explotables para la producción y consumo humano (producción no distribuida horizontalmente, cuyos resultados derivan en desigualdad y condiciones indignas de vida para la mayoría). La Tierra como un lugar habitado desde una carencia absoluta de cuidado, lo que, a grandes rasgos, nos encamina a ciclos y procesos de autodestrucción. La red de sistemas patriarcales acumula, despoja y explota en aras de la comodidad, el ego y la sed de dominación de ciertos grupos separados simbólica y materialmente del resto de los seres, imposibilitando el entendimiento y la vivencia de una comunidad en la que todxs somxs unx, pues biológica y atómicamente todos los organismos existentes estamos ligados.
Así como la ausencia del respeto y reconocimiento de la vida de la mujer (como cualquier otra identidad que ocupe la “minoría” no en cantidad sino en valoración, es decir, aquello que deviene menor) persiste el no respeto a la vida en sus mínimas y máximas expresiones. La obligación tácita y explícita implementada en las personas a ocupar una función dominante y/o dominada en sus relaciones interpersonales y con el entorno nos lleva a la vivencia sistemática de la violencia y justifica asimismo la destrucción de la vida.
Esta relación entre la violencia hacia la mujer y hacia la Madre Tierra es abordada con precisión en Madre Tierra o muerte (2015) de Claudia von Werlhof, en donde se pregunta lo siguiente: “¿por qué en medio de la democracia y de todo eso se están golpeando a las mujeres y se está dando esa destrucción psíquica, física y también humana? Y encontramos que eso tiene sus razones, de que las mujeres se maltraten, que no se pague por su trabajo en la casa. Así que se vio que toda las promesas de la democracia, de la política, etc., era falsa también. Y así se desarrollaba la crítica al sistema, como un sistema mundial que incluye al socialismo también y que tiene diferentes formas políticas pero que siempre llega a lo mismo, no sólo la explotación de los obreros, sino también de las mujeres, del campo y de toda la naturaleza y que tiende a la desaparición del mundo.”[2] Indagando sobre cómo coinciden diversos niveles de destrucción a nivel macro y micropolítico, Werlhof llega a un replantamiento sobre el concepto de patriarcado, en donde no sólo se entiende éste como el sistema cuya base es la dominación masculina sobre la femenina, sino cuyo núcleo es la dominación como una práctica generalizada, más allá del género y llegando a las relaciones económicas antes y después del capitalismo.
Debido a que las críticas a estos imperativos y sistemas sociales son justamente hacia dinámicas colectivas interiorizadas en todas las instituciones que conocemos, un posible y urgente plan de acción es en el campo de la formación de subjetividad, es decir, todo ámbito educativo e informativo, sea oficial o no. Hablamos de instituciones escolares, gubernamentales, familiares, religiosas, comunitarias, incluyendo contenidos visuales y todo espacio de conocimiento simbólico. Hay muchos caminos, dentro de los cuales es inevitable la confrontación, pero si buscamos estrategias de movimiento también son necesarios procesos de rehabilitación de quienes ya estamos viviendo el patriarcado. Todo esto encaminado a volvernos conscientes como colectividades de la gravedad e importancia de tales cuestiones para comenzar una activación real de algo que, sencillamente, pueda volverse otra cosa. Asumir la decisión de respondernos: ¿continuamos así o creamos alternativas? Toda la vida está en riesgo.
[1] Palomar Verea Cristina. Maternidad: Historia y Cultura. México: Revista de Estudios de Género. La ventana, 2005. p. 36
[2] von Werlhof, Claudia. ¡Madre Tierra o Muerte! Re!exiones para una Teoría Crítica del Patriarcado. México: Cooperativa El Rebozo, 2015. p. 12