Huyo de la vida regalada, de la ambición y la hipocresía, y busco para mi propia gloria la senda más angosta y difícil. ¿Es eso de tonto y mentecato?.
Miguel de Cervantes Saavedra en El I. H. Don Quijote de la Mancha
Hace unas semanas, conversando con mi amigo Alejandro Gómez Treviño, excelente programador de cine que hoy labora como subdirector de Circuito Cineteca de la Cineteca Nacional, tratábamos acerca de un ciclo de cine que armaríamos en el marco de la feria universitaria del libro UANLeer. El contenido debía estar relacionado con la conmemoración del cuarto centenario de la muerte de Miguel de Cervantes y William Shakespeare; sobra mencionar la importancia de estos dos personajes en la literatura occidental y universal.
En el caso de Shakespeare poco problema había, ya que existen múltiples adaptaciones de sus obras dramáticas, desde puestas cinematográficas apegadas al texto en lenguaje, tiempo y espacio, hasta versiones donde el texto shakespereano fluye encriptado bajo los entresijos de una trama y ubicación alejadas del original. Grandes cineastas han recurrido al escritor inglés: Orson Welles, Akira Kurosawa, Laurence Olivier, Joseph L. Mankiewicz, Al Pacino, Paolo y Vittorio Taviani, por mencionar a algunos.
Podemos encontrar más de una docena de obras de Shakespeare adaptadas de varias formas en distintas épocas del cine. Pero no así con Cervantes. Decidimos entonces centrarnos en Shakespeare en el cine del siglo 21, con la idea de planear un ciclo especial del genio español más adelante, adaptándonos a la realidad cervantina que nos presenta el cine: una sola obra en varias adaptaciones, es decir, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. (Nota: hay una adaptación de La Gitanilla en la filmografía española de los años cuarenta, pero es una obra poco sobresaliente cinematográficamente hablando. En todo caso la televisión ha abordado más a este escritor).
Un factor que no debemos soslayar es que el cine surge en la era de la hegemonía anglosajona. Los aparatos culturales más poderosos de nuestra actualidad pertenecen a la esfera de estas sociedades, como es de esperarse, las muestras más sobresalientes de su cultura tenderán a ser mucho más abordadas y, dada su posición dominante, exportadas hacia otras latitudes. Eso no implica de manera alguna un menoscabo a la grandeza de la obra de Shakespeare, simplemente una característica que potencia su expansión global. Caso contrario ocurrió en el tiempo donde ambos escritores produjeron su obra, ya que existe evidencia de que Shakespeare leyó a Cervantes (puede revisarse el caso de “El Cardenio”, obra hasta hoy perdida, del inglés inspirada en cierto pasaje de la novela del español) quien fue traducido a los principales idiomas europeos casi al publicar su Quijote, en el contexto del poderío imperial hispano. Shakespeare fue traducido al castellano hasta casi 200 años después.
Cervantes tiene obras extraordinarias como narrador y dramaturgo, aunque no se le identifique tanto en esta última faceta. Sin embargo pareciera que la grandeza de su Quijote ha eclipsado al resto de su obra. Esta novela plantea una serie de elementos sin los cuales no podríamos entender lo que vino después literariamente, pero tampoco cinematográficamente. La ficción moderna le debe mucho a la manera en cómo está concebida esa obra, y mucho de la ficción contemporánea se expresa a través de la pantalla cinematográfica.
El académico peruano, José Carlos Cabrejo, realizó un análisis en su libro Metaficción: de Don Qujiote al cine contemporáneo en el que plantea que la consolidación de los juegos de la ficción hechos por Cervantes en su novela han influido considerablemente en diversos filmes sobresalientes en la historia del cine, aunque se centra en tres relativamente recientes: Grizzly Man (Herzog, 2005), Mulholland Drive (Lynch, 2001) y Scream (Craven, 1996).
Pero más allá de los filmes mencionados habría que analizar la idea de la metaficción, la cual es un tipo de ficción que hace referencia a otras ficciones y reflexiona sobre sí misma y su condición de elemento no existente. Cervantes teje ingeniosos juegos al respecto: toma la novela de caballería y la versiona, la parodia, la poetiza, inventa otro autor, menciona escritos que no existen, detiene la acción argumentando la pérdida de la trama en la misma trama. De alguna manera es como aquel personaje de Borges que sueña lugares, tiempos y personajes para terminar dándose cuenta de que él mismo está siendo soñado por otro (Las ruinas circulares).
En el cine, dice Siegfried Kracauer, el conocimiento de las cosas en sí mismas es substituido por el conocimiento del concepto de ellas. Es decir, la imagen cinematográfica es una metaficción de origen que puede referirse a fenómenos que existen, que han ocurrido o están ocurriendo, en el caso del documental, o bien que sólo existan por y para el filme, en el caso de la ficción. La imagen no es la existencia ni el concepto, sino que es la forma de materializar las huellas que éstos dejan en el filme.
La imagen audiovisual es una de las formas de representación paradigmáticas del mundo contemporáneo, la cual no deja de fundamentarse en el concepto de representación que parte desde el mito de Narciso: aquel que se identifica y desea lo que ve en la imagen reflejada en el agua pero jamás puede obtenerlo pues al intentarlo la imagen desaparece deformada en ondas acuáticas; el castigo es ese, la imposibilidad de obtener lo deseado (Julia Kristeva en Historias de amor). Con el tiempo aprendimos a deleitarnos con sólo mirar la imagen.
La imagen cinematográfica tiene la particularidad, en su estrecho parentesco con la fotografía, de generar una representación con un nivel de analogía con el mundo circundante que le ha dado su carácter representador por excelencia (nota: Por otro lado, esto también implica un problema al tratar de separarse de su uso narrativo-literario y acercarse a la imagen conceptual más pura, un tema complejo para otra ocasión). Pero está claro que no es más que una evocación ficticia, incluso en el documental. La realidad es un objeto imposible de acceder y el cine ha tenido algunos de sus mejores momentos precisamente representando la lucha de conquista de la evocación. Esos locos en la pantalla que buscan lo que sueñan como nosotros vamos a buscarlo también en esas imágenes que nos fascinan.
Don Quijote es como ese loco precursor de personajes entrañables del cine. Una y otra circunstancia adversa, monumental, se le presenta al escuálido hidalgo que sortea sin flaquear; como el barco que hace pasar sobre una montaña el desquiciado Fitzcarraldo (Herzog, 1982) para llevar la grandiosa ópera al corazón del Amazonas virgen; no menos titánico para el Stalker (Tarkovsky, 1979) iluminar la desgastada consciencia de esos frívolos artistas y científicos mostrándoles la esencia espiritual de La Zona.
Ficciones dentro de otras ficciones, sueños que otros sueñan sin saber, ni importar, si es el autor que sueña a su lector o éste a su autor.
El espíritu de la modernidad narrativa cervantina es un torrente que fluye por las venas de nuestras creaciones audiovisuales, se ramifica en múltiples vasos capilares, a veces diminutos pero indispensables. Es así que el arte cinematográfico se reencuentra con una de sus referencias fundacionales: la generación de mundos y de quienes los habitan, que no es más que el punto de partida de la ficción a través de una mirada personal: intelecto y espíritu para ofrecer a los demás la interpretación del espacio y el tiempo que le tocó habitar.
Por lo tanto, pensar a Cervantes en este cuarto centenario es para el arte cinematográfico un feliz reencuentro.