Los eruditos son simples esclavos literarios.
WH
No sin algo de vergüenza comparto el haber encontrado hasta ahora los ensayos de William Hazlitt (Inglaterra 1778-1830).
Bien se dice que nunca es tarde, y para este caso aplica perfectamente, ya que preveo una larga provechosa relación con este autor nacido en Maidstone, y fallecido luego en Londres a los cincuenta y dos años.
Crítico literario de alto nivel, entusiasta estudioso de la obra de Shakespeare, combativo personaje en la arena política, en suma un humanista comprometido con la palabra, pero sobre todo con el hombre y sus vicisitudes.
Encontré este libro por pura casualidad, y uno agradece esa fortuna. Son siete ensayos que abordan distintas temáticas. Me detendré brevemente en cada uno, tratando de apuntar lo que me revela y me rebela, así dicho, con ese doble matiz de descubrimiento y de exhortación a la rebeldía
Sobre la relación entre los “tragasapos” y los tiranos, el autor refiere que el poder se ejerce muchas veces por el terror, pero igualmente se hace por la dispensa de favores.
De hecho la palabrita en inglés toadeaters, lleva implícita el gesto de la humillación, el servilismo, y la adulación de los lambiscones.
Por cada tirano hay mil esclavos dispuestos.
El sacrificio de la libertad es en sí mismo lamentable, pero en la función periodística (advierte) es literalmente una desgracia.
Luego continua tratando de encontrar los orígenes de esta malsana relación:
… la causa del despotismo florece, triunfa, y se vuelve irresistible en la asquerosa mezcla, la Belle Alliance, de orgullo e ignorancia.
Sobre la razón y la imaginación es un apunte que nos orienta en la forma de acercarnos a estudiar la condición humana.
Los hombres actúan desde la pasión y sólo podemos juzgar la pasión desde la empatía.
Al final se cita al poeta Thomas Gray y un verso de su Oda a la Adversidad, mismo que amarra la cuestión de una forma no sólo contundente, sino sensible:
Sentir lo que son los demás, y saber que soy un hombre.
En Sobre la ignorancia de los eruditos, ensayo que da título al libro, atendemos a esa forma de atrofiar el sentido común a través de una especialización que de pronto no lleva a ningún lado y se justifica (santifica) a través de “sacralizar tonterías”. Hazlitt arremete no sólo con furia, sino con sarcasmo a estos tipos que asolan cualquier campo de estudio, pero a las artes muy en particular.
Paso seguido, este gran ensayista británico se asoma a ese sentimiento de inmortalidad que nos regala la juventud. Es en definitiva una aproximación nostálgica y justifica tal condición del joven como algo natural dadas las circunstancias de ese soñar despierto e iluminado. Sin embargo, la reflexión gravita en ese despertar a la terrible realidad del paso del tiempo… y la muerte en vida:
Desaparece facultad tras facultad, interés tras interés, un apego tras otro. Somos arrancados de nosotros mismos durante la vida misma…
Líneas arriba apuntaba que este gran ensayista moriría a los 52 años. Para nuestro siglo, morir a esa edad es sin duda una tragedia. Cuando terminé de leer su biografía, me enteré de que además se despidió del mundo en soledad, acosado por la pobreza, en una especie de jubilación temprana que la sociedad de su tiempo le otorgó como agradecimiento a sus servicios.
Sobre el temor a la muerte, fue muy claro en hacer evidencia de que nadie es indispensable en este mundo, ni siquiera en la misma familia. Pero no sólo eso, igual señala a esos vejetes cuya única ocupación es aferrarse a la vida cuando ya están muertos, y dice:
Si solamente deseamos continuar en escena para satisfacer nuestros testarudos humores y torturadas pasiones, sería mejor que desapareciéramos de una vez.
Un intelectual, no un erudito, William Hazlitt fue un hombre de ideas revolucionarias y afrentoso en el sentido más digno de esta palabra, combativo, gran lector y promotor de Shakespeare, del cual escribió con profundidad y con asombro. Este año se celebran los 400 años de la muerte del gran clásico de la lengua inglesa. Volverlo a leer no es una obligación sino un goce postergado. Me gustó la forma en que Hazlitt define la genialidad del escritor:
Le bastaba con imaginar una cosa para convertirse en ella, con todas las circunstancias que a ella pertenecían.
Concluyendo, volveré a Shakespeare de la mano de un gran crítico literario, además he llegado al poema de Thomas Gray: Oda a la Adversidad, que era una cita que me debía el destino.
Tengo claro que mucha de mi formación humanista estuvo en los escritores y pensadores franceses, como Montagine, pero ahora, al toparme con Hazlitt, más allá de la vergüenza de leerlo después de tantos años, me queda una sola y simple palabra: gracias.
La ignorancia de los eruditos y otros ensayos, de William Hoslitt. Ficticia editorial 2015.