El Centro: Doctor
Hace seis años, el 15 de julio de 2010, el terror y la desolación imperó en la frontera —en el epicentro de una de las más vergonzosas y tristes etapas de nuestra historia— un coche bomba estalló en el Centro de Ciudad Juárez.
La noticia parecía —aún entre tantos titulares anteriores de encajuelados, encobijados, decapitados, colgados, y demás— insólita. Muchos veían al terrorismo como algo lejano, como algo del Medio Oriente. Pocos lo podían creer, muchos se mantenían escépticos, helados.
El ataque, perpetrado por el grupo criminal denominado “La Línea”, y dirigido hacia agentes de la policía federal, habló de los picos de encrudecimiento y terror sembrados en el noroeste del país. El modus operandi del grupo criminal fue un plan macabro; un presunto policía fue baleado junto a un auto verde que guardaba dentro de sí explosivos; éste era la carnada y una llamada alertó a los federales para que acudieran a la trampa. Incidentalmente, a escasos metros se encontraba el consultorio del Doctor José Guillermo Ortiz Collazo, recordado por ser un médico altruista, generoso e incondicional y quien, al escuchar las detonaciones, rápidamente acudió a auxiliar al presunto policía… alguien activó la trampa a lo lejos, llevándose la vida del médico, el baleado y un paramédico. La estela de la explosión provocó daños más que materiales, psicológicos, dejó una herida imborrable del imaginario colectivo de la frontera, rompió la burbuja de lo imposible y lo lejano.
Ortiz Collazo falleció seriamente lastimado por la detonación; dos años después se instauraría la medalla “Dr. José Guillermo Ortiz Collazo” destinada a reconocer a los héroes citadinos, por parte del Comité Médico de esa frontera.
El último héroe en recibir dicha medalla fue el joven Leonel Salazar quien arriesgó, el 27 de mayo del presente año, su vida al salvar a otro joven de un incendio de un restaurante del boulevard Zaragoza. Salazar, con quemaduras en el 75 por ciento de su cuerpo, fue trasladado a un hospital privado sin tener los recursos suficientes y, por consecuencia, su cuenta fue liquidada por el gobierno del estado.
Ejército Nacional: Andrés
La mañana del 11 de septiembre del 2007, mientras todo mundo hablaba de un año más de los atentados al World Trade Center, la señora Lucina Baca Pérez caminaba con su hija Jazmín rumbo a su escuela; en aquellos ayeres las lluvias habían erosionado a la ciudad que seguía su rutina con atarantamiento.
Fueron segundos y un mal paso, cuando la banqueta donde estaba parada la niña, se cuarteó haciéndola caer en un drenaje de aguas negras cuya corriente era tan fuerte que arrastró el cuerpo de la pequeña con brutalidad; Abel Guajardo y Andrés Castro, trabajadores de la maquiladora, habían salido de su turno e iban a bordo de un autobús de personal cuando vieron cómo la tierra se tragó a la niña. Descendieron de la unidad y corrieron hacia la grieta para intentar salvar a la niña, el suelo se tambaleó más, los dos hombres se lanzaron a la corriente pero sólo uno salió.
Andrés Castro Azcárate, guardia de seguridad, fue encontrado sin vida a poco más de dos kilómetros. Tres horas después, vino el cuerpo de Jazmín.
El pésimo mantenimiento, la pésima calidad de los materiales, la antigüedad de las construcciones, todo esto se llevó la vida de dos personas: un guardia de maquiladora y una niña que estudiaba la primaria… después del incidente, el gobierno mandó a pintar una franja roja en el pavimento que indicara las principales arterias del drenaje.
Meses después, Juana Reveles, viuda de Andrés, recibió en un acto informal la cantidad de cien mil pesos de parte del otrora alcalde José Reyes Ferriz, y sería hasta unos años después, cuando una calle de la colonia Valle Fundadores fuera nombrada “Andrés Castro Azcárate”.
Vuelta de página
La Policía Federal, antes el objetivo de la Línea en ese tenebroso incidente, regresó hace pocos días a Ciudad Juárez, han blindado la zona temiendo la llegada de Rafael Caro Quintero. Este verano las altas temperaturas mancillan a la frontera, pero en unos meses llegará la temporada de lluvias y, todo aquel que ha tenido la oportunidad de vivir en el desierto lo sabe, hay que tenerle miedo a las lluvias y al frío, pero sobretodo, hay que tenerle miedo a las balas, o a la tierra que abre sus fauces, o a la negligencia del mal gobierno.