Recuerdo buscarlas seguido en el periódico. Invariablemente había una nota que describía un altercado entre ellas y la policía, o con algún cliente mañoso y desprevenido. Las recuerdo valientes y violentas, rasgos que su oficio había lustrado con sudor y sangre. Siempre dispuestas a agarrarse a madrazos con los tacones bien puestos, con las medias rotas y las bolsas de mano, cubriéndose el rostro en las fotos publicadas. A veces sólo abría el periódico en la sección local para buscar algún párrafo dedicado a estas jineteras de la noche tuxtleca. Tenían sus esquinas oficiales. Todo Tuxtla sabía que se ponían en la 5a Norte, no había duda. Ahí estaban esas mujeres altas de espaldas y voces gruesas con piernas y culos rellenos de aceite para bebé, para cocina o para carro, listas para el turno de la noche.
Las notas del periódico solían mencionar sus nombres de batalla. Me encantaba leerlos: Alejandra Guzmán, Gloria Trevi, Lucero, Thalía, Stephanie Salas. Nombres elegidos por identificación con los ídolos del momento, ya sea por su personalidad o por sus cuerpos. Yo las vi muchas veces salir del personaje a la luz del día y contestar insultos con improperios invencibles salidos de sus voces roncas a la menor provocación. Frente a la idea machista de que no está bien que las mujeres digan malas palabras, las vestidas comparten con las verduleras la fama de su extenso vocabulario indecente. “Andá a caer en la boca de un mampo”, dice con ironía la sabiduría popular chiapaneca a manera de reconocimiento. ¿Qué oculta dicho estereotipo? ¿Por qué la maldición fácil, la agresión lista y cargada en el bolso? El miedo se combate con furia porque los tacones no permiten la huida. Mi madre, que trabajó un tiempo en la procu, me lo explica: Casi siempre llegaban madreadas, me dice. Me contó también que solían esconder una cero siete entre las prendas femeninas, dato que era bien sabido por la policía que se apresuraba a confiscar la conocida navaja. Armadas con el filo de la lengua y el arma, con los puños y las patadas listas para la defensa pronta, el moretón y la sangre eran clientes habituales de sus rostros.
“Por eso luego lo(a)s matan”. Recuerdo haberlo escuchado muchas veces desde mi adolescencia y en distintos ambientes, siempre con un tono de chiste, de burla, de amenaza diluida entre las risas. Con los años descubrí que la frase, como todo chiste o burla, mostraba una realidad añosa: los homosexuales, así como las mujeres cis o trans, pueden perder la vida con saña a manos de cualquiera simplemente por serlo. El “por eso” en la sentencia es atreverse a salirse de la norma con la frente en alto y en punta-talón. “México es el segundo lugar en asesinatos por homofobia sólo seguido por Brasil” es un dato que conocí hace unos meses y también quedó claro que la estadística tiene preferencia por la población trans. El otro día platiqué con mi amigo Fran sobre el tema: “Sí pues, si cuando Don Patrocinio fue gobernador mataron a muchas, ¿te acordás?”, me dice al otro lado del teléfono y yo tengo un vago recuerdo. “Sí, verga. Éramos niños. Decile a tu mamá que te cuente”. Y antes de preguntarle a mi madre, me meto a internet a buscar notas sobre el tema, que no es más que otro asunto pendiente en la historia de injusticias de Chiapas. Ya entonces las mataban, antes de eso también, y nada pasaba.
La vida no tiene el mismo precio para todos: en la calle es ruda y el riesgo de no contarlo siempre está latente; eso abarata los precios. La marginalidad se retuerce en muchas vueltas: sexoservicio, orfandad, pobreza. Sortear el abuso y la extorsión, ya sea por policías, proxenetas o clientes obliga a tener siempre la desconfianza afilada a la mano. Además, como le sucede a muchos que sufren de soledad insoportable, la compañía de la sustancia se vuelve indispensable: tiner, pegamento, aguardiente, mariguana, piedra. El coctel de la pobreza. Este es solamente uno de los factores secundarios que explican cómo en América Latina las mujeres trans no pasan de los 35 años en promedio. El principal es la violencia impune. Por eso la importancia de la visibilidad, del activismo, de la creación de mejores oportunidades en educación, en salud, en trabajo. No todas las chicas trans son sexoservidoras, es lógico, pero ante la falta de oportunidades la práctica es frecuente. Esta población está marcada por la vulnerabilidad del margen: salvo raras excepciones suelen ser echadas de sus casas. Al ser rechazadas por sus familias, sus vecindarios, sus escuelas, aprenden a valerse por sí mismas desde muy jóvenes y no suelen terminar sus estudios porque deben trabajar para mantenerse, lejos de sus redes de apoyo.
Sus oportunidades laborales se ven reducidas, y entonces se dedican a aprender los oficios donde siempre han sido bienvenidas y nunca hacen falta los clientes: el estilismo o la prostitución. “Yo preferí cortar pelo a ser puta”, me contaba una conocida en su local de belleza hablándome de sus dos únicas opciones. La rudeza de la calle y la soledad las enseña muy temprano a hacer comunidad, a apoyarse entre ellas, a no estar solas. Es el caso de Paola, la chica asesinada de un balazo en el coche de su último cliente en la Ciudad de México. Originaria de Campeche, fueron sus amigas y compañeras de oficio las que detuvieron al agresor que luego saldría libre de cargos. Fueron ellas las que cooperaron para los servicios funerarios a los que no acudió ningún familiar de Paola. Fueron ellas las que, sin miedo alguno —”con güevos”—, llevaron el féretro con el cadáver de Paola a la misma esquina donde fue asesinada para protestar por los hechos.
Hoy vuelvo a buscar sus nombres, esta vez en los medios digitales. En lo que va de octubre, tres casos de mujeres trans asesinadas en México han logrado hacer cierto ruido en los medios. Sus nombres de batalla ahora son distintos, más cercanos: Paola, Itzel y Alessa. Las mujeres trans hoy siguen siendo bravas, son valientes, aguerridas. No es por eso que las matan, más bien, incluso así las matan. Aquí, en el país de los feminicidios y la impunidad, sólo hay algo más peligroso que ser mujer: Querer serlo con la frente en alto y a pesar de todo.