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Prometeo, mito y rebelión

noviembre 20, 2016Deja un comentarioEnsayoBy Ursus Sartoris

el505801Si Grecia es la cuna de la civilización occidental, Prometeo es su héroe cultural. Pues según la tradición mitológica, literaria, artística, filosófica y cultural de la antigua Grecia la figura de Prometeo aparece como gran ser benevolente, el benefactor de la humanidad quien enseña a los hombres cómo hacer fuego y cómo desafiar a los dioses. Ejemplo clásico de héroe civilizador o cultural, en la mitología griega Prometeo es quién roba el fuego de los dioses para llevarlo a los hombres y otorgarles la capacidad del arte, la ciencia y el conocimiento. Pero quien haya leído el Prometeo encadenado de Esquilo, sabrá que una de las principales enseñanzas de este relato es que cuando se recibe el fuego sagrado de las artes siempre florece en cada uno de nosotros un destino de rebelión, el heroico destino de quien camina sobre tierra lleno de conciencia bajo un cielo sin dios.

 

Como en el encendido del fuego, la toma de conciencia nace de la fricción entre el instinto y el pensamiento de rebelión. La conciencia de liberación nace de la rebelión misma. Como ha señalado Albert Camus en su libro El hombre rebelde, el sentimiento insurrecto nace en el ser humano cuando observa que las cosas que padece la humanidad han durado demasiado y decide oponerse al orden que le oprime. Que a su vez puede prolongarse hasta una rebelión metafísica en la que el ser humano se alza contra la situación que lo oprime y, más aún, descubre todo un sinfín de arbitrariedades y desafía a la creación misma. Sin embargo, a pesar de ser una toma de conciencia, el sentimiento o derecho de rebelión no nace en la historia moderna de las ideas, sino que emerge en nuestra cultura de modelos o arquetipos antiguos.

 

“Las primeras teogonías –anota Camus– nos muestran a Prometeo encadenado a una columna en los confines del mundo, mártir eterno excluido para siempre de un perdón que se niega a solicitar”. Más allá de su sentido trágico, con esta imagen los antiguos griegos nos enseñan su modelo de insurrección. Su rebelde no lucha contra el cosmos y sus medidas, sino contra Zeus, quien después de su padre Cronos ha impuesto un nuevo orden para dioses, titanes y hombres. Pero ¿qué objeto tiene traer al presente un mito tan estudiado por las artes, la filosofía y la psicología como el de Prometeo? Es muy probable que la admiración que Prometeo ha despertado de una generación a otra se deba a la enorme riqueza simbólica que uno encuentra cuando se identifica con él.

 

¿De qué no es símbolo Prometeo? – se pregunta Carlos García Gual en su libro Prometeo, mito y tragedia [1]. Es símbolo del genio creador, de la insurrección contra el capricho de los dioses, del titanismo exaltado de los artistas, del entusiasmo del genio creador que asciende al asalto de los cielos, de la ampliación del ‘yo’ a las dimensiones del universo, de la elevación del homopoeta al rango de un pequeño dios creador (Huidobro)… También es símbolo de lo humano y, más aún, de la cultura humana; símbolo de la libertad frente al poder y de la filantropía hacia a los más oprimidos, etcétera. En síntesis, Prometeo ha sido para Occidente un emblema de toda insurrección y resistencia cultural contra el poder despótico que somete al hombre.

 

Sin duda el carácter heroico de Prometeo se deba a la configuración que Esquilo le dio en su tragedia. Sin embargo, la primera versión del mito la encontramos en Hesiodo, quien tanto en la Teogonia como en los Trabajos y los días, nos muestra un relato donde Prometeo no es propiamente un héroe sino un taimado Titán que es atado con fuertes cadenas a un peñasco donde un águila devora su hígado, como parte de la justicia de Zeus ante la osadía de primero engañar con arte doloso al padre de los dioses, al repartirle solo los huesos y la grasa en el sacrificio de Mecona, para después, ante la negativa del dios del rayo de entregarles a los hombres el fuego que brotaba en los fresnos, Prometeo hurta el fuego celeste para otorgarlo a los hombres. Pero al final lo que Zeus quiere mostrarle a Prometeo y a los hombres es la justicia divina bajo su imperio.

 

En la Teogonía de Hesíodo más bien se lee que el héroe es Heracles quien se llena de gloria y libera a Prometeo de sus cuitas. Y aunque en la cultura griega el héroe es aquel que realiza un hazaña y se sacrifica por el común de los mortales encaminándose hacia la gloria, también hay que señalar que según las eras de los hombres establecidas por el poeta boecio, el tiempo de los héroes va del periodo tebano al periodo de los héroes troyanos. De ahí que la experiencia de los héroes es la trama de un camino hacia la gloria que gracias a la memoria del pueblo los vuelve inmortales. En el caso de Prometeo el Titán es un ser que se encuentra en medio de los dioses y los hombres. Para Hesíodo Prometeo es un transgresor del sacrificio entre los dioses y los hombres. El sacrificio en Mecona es una ocasión festiva para la comunidad. Sin embargo, el astuto Prometeo convierte lo sagrado en una artimaña para beneficiar a los hombres. Por semejante falta, desde entonces en la tierra los hombres tendrán que ofrecer a los inmortales un fuego donde quemarán “los blancos huesos perfumados en los altares.” Según Walter Burkert, “el animal escogido y preferido en la antigua Grecia como el más noble es la res y especialmente el toro”. “La piel del animal, sus órganos internos y especialmente su corazón, son las partes más preciadas y por ellos son las primeras ofrendas para los dioses en el altar de fuego. En este sentido, el relato de Hesíodo en rigor no establece el carácter heroico de Prometeo. En todo caso, el primer arte que indirectamente Prometeo enseña a los hombres es sin duda el arte sagrado de encender el fuego para preparar la ofrenda en sacrificio. Para sobrevivir los hombres tienen que ofrecer a los dioses la mejor parte de su ofrenda. Y curiosamente el mito narrado por Hesíodo la ofrenda en sacrificio es una falta de Prometeo que repercutirá en el destino de la humanidad.

 

Y aunque es probable que el mito de Prometeo provenga de una antigua tradición oral, antes de pasar de la versión teogónica de Hesiodo, lo que me interesa abordar es la imagen poética de Prometeo como el prototipo y gran dador del fuego sagrado de las artes, que libera al hombre de la ignorancia y, por ende, como el primer gran educador, según Esquilo y Protágoras, de la humanidad. En otras palabras, ver cómo este arquetipo se ha alojado en nuestra cultura, configurándola como una “cultura prometeica”. Pero vayamos directamente al relato de Prometeo para contar con mejores elementos de reflexión. A partir de las tres principales versiones que han llegado hasta nuestros días, que son las que aparecen en la Teogonía de Hesíodo, en el Prometeo encadenado de Esquilo y en el Protágoras, diálogo de Platón sobre este gran sofista, podemos contar el mito de Prometeo de la siguiente manera:

 

En aquellos primeros tiempos, cuando los dioses del Olimpo se habían establecido como los únicos soberanos sobre los cielos, el océano, la tierra y el Hades, Prometeo (el previsor), hijo de Jápeto y de Temis, formó con arcilla la figura de un ser humano. Enamorada Atenea de la obra esculpida por Prometeo, le ofreció dotar a su estatua con uno de los dones divinos que él escogiera. Al trasladarse ambos al Olimpo, Prometeo pudo ver que el fuego era motor y principio de vida, y solicitó una centella para poder infundirle vida a su figura de barro. La obtuvo, así como otros dones que la diosa generosamente le entregó, tales como la astucia de la zorra, la fuerza del león y el orgullo del pavorreal. Sin embargo, envanecido de su obra –del hombre- intentó engañar astutamente a Zeus ofreciéndole una res rellena de huesos y grasa como muestra de agradecimiento, pero guardó la carne de este animal entre las vísceras para alimentar a su obra. Al percatarse Zeus de tal artificio, como castigo a semejante ofensa priva a la tierra de todo el fuego que antes daba con su rayo en la copa de los fresnos; pero Prometeo sube furtivamente al Olimpo a robar un destello del fuego sagrado para encender de nuevo la vida del planeta. Tal audacia irritó más a Zeus, que ordena a Hefestos envíe a la tierra a la bella Pandora, quien llevaba en sus manos una caja que contenía todos los males que afligen al hombre. Prometeo, avisado por Atenea, permaneció insensible a la belleza de la enviada de Zeus y no abrió para nada la abominable caja. Pero su hermano Epimeteo (el que no prevee las cosas), la abrió, derramando sobre la posteridad todos los males que ella encerraba, quedando en el interior únicamente la esperanza. En tanto, Zeus ordena a Hefestos que junto con la Fuerza y la Violencia aten a Prometeo en las cumbres del Cáucaso. También manda a un buitre –o águila- a devorar incesantemente las entrañas del héroe, que cada día se regeneran para que el suplicio y el castigo sean eternos. Sin embargo, debido a su carácter previsor, Prometeo pudo augurar que un hijo del mismo Zeus, más poderoso que su padre, lo destronaría. Por fin, Prometeo es liberado por Heracles, y más tarde el Centauro Quirón le cede su inmortalidad, ya que deseaba morir, al no soportar una herida que lo laceraba permanentemente.

 

Habiendo configurado esta visión de Prometeo, donde se rescatan casi todos los elementos que se conocen acerca del él, veremos que el mito nos habla tanto de la creación del hombre a partir de una figura de barro a la que se le infunde vida con el soplo del fuego divino, como del sacrificio que oficia el titán en la repartición de la ofrenda a los dioses y al desafío que se somete por conquistar el derecho del ser humano al fuego, aunque esté de por medio la desobediencia al Dios supremo.

 

Mircea Eliade ha señalado que los postulados de Hesíodo se encaminan en narrar mitos ignorados y apenas esbozados en los poemas homéricos, ya que no sólo se contenta con registrar mitos teológicos o religiosos, sino que además trata de sistematizar la tradición oral de mitos muy arcaicos y, al hacerlo así, introduce ya un principio racional en estas creaciones del pensamiento mítico. Si bien en sus dos poemas Hesíodo hace de Prometeo una figura central, donde el nuevo orden de Zeus que se impone mediante la fuerza y la justicia de un destino inexorable, en cambio, la resemantización que llevó a cabo Esquilo en su Prometeo Encadenado, no sólo revaloró al titán como héroe cultural, sino que dio pie para considerar- como anota David García Pérez- una serie de temas no tratados hasta entonces: el progreso, la rebeldía y la libertad entre otros.

 

La tragedia de Prometeo Encadenado no es sino un largo grito de dolor que suena como una acusación. ¿Cómo podemos creer que Esquilo haya proclamado bien alto, por todas partes la justicia natural de Themis y no la del divino Zeus? Como dice Jacquelline de Romilly, Esquilo no muestra una manera de contenerse en un optimismo simplista, sino que busca, en el desorden aparente del mundo, la revuelta a un caos original que reinstaure un orden más justo. La arrogancia de Prometeo frente a Zeus es un grito de rebelión contra un orden nuevo e injusto, que se impone mediante la fuerza y la violencia. Quizás ese grito de Esquilo va dirigido a un rey nuevo, un nuevo tirano cuya desmesura es similar a la del joven Jerges y donde el poeta trágico llama a los atenienses a rebelarse y a resistir el dolor que les infringe la injusticia de los tiempos, sugiriendo que aún entre los dioses, la justicia divina es fruto del tiempo, pero sobre todo, de la comprensión de aquello que el Titán ha enseñado a los hombres: 1) El perder el miedo a la muerte; 2) El saber hacer con el fuego de las artes un nuevo destino y, 3) La voluntad de mantener una ciega esperanza en el porvenir.

 

Antes de fijar una posición definitiva sobre los motivos o las circunstancias que envolvieron a Prometeo para desafiar el mandato de Zeus, entregando el fuego sagrado de las artes a los hombres, diremos que este hecho significa un mito fundacional de nuestra cultura, pues más allá de ser un acto heroico, representa la primera hazaña trascendental que libera a los hombres de su condición salvaje. Aunque la versión de Esquilo es la que se ha encargado de exagerar el carácter rebelde de Prometeo, poniéndolo en franca contradicción con el poder despótico y violento del dios oficial, la versión de Protágoras, que narra Platón en su diálogo del mismo nombre, se inclina más por ver al titán en una forma menos enigmática, menos trágica, pero sí más lógica y acaso más política, quizás con el fin de orientar la historia en un sentido más utilitario, o tal vez para justificar sus ideas acerca del origen de la cultura y la civilización griegas.

 

Sin entrar en una agobiante discusión mitográfica para saber a cuál versión debemos atenernos, o cuál de ellas ha tenido más peso en nuestra cultura, lo cierto es que en todas las versiones se resaltan tres principales elementos: uno, que Prometeo roba el fuego sagrado de las artes para animar la vida del hombre; dos, que dicho acto es un desafío y una clara desobediencia a la ley divina y, tres, que Prometeo es un héroe cultural porque se sacrifica en favor de la humanidad, sin importarle la pena que habrá de sufrir.

 

La idea de Prometeo de entregar el fuego sagrado a los hombres es uno de los puntos que ha merecido mayor atención, pues es un hecho que representa la entrega desinteresada del don más grande que el hombre pudiera poseer y que quizá lo acercaría más a los dioses. De ahí que Píndaro pueda afirmar en su sexta Oda Nemeas:

Una es de los mortales y los númenes

la estirpe original;

una la madre de ambos; más sepáranos

fortuna desigual.

Polvo es el hombre: inmovil en su asiento

de bronce, permanece el firmamento.

Aunque disímiles, una chispa nos queda de la divinidad[2].

 

Acaso, como opina André Gide en su Prometeo mal encadenado, la intención del héroe era darles a los hombres una conciencia de ser, un fuego que los iluminara, una llama y todas las artes que tienen una llama por alimento. Sólo inflamando su espíritu, el hombre podría tener esperanza en su progreso y en la evolución de su propia naturaleza[3].

 

La rebelión de Prometeo es entonces un desafío a los dioses que monopolizan tanto la sabiduría como el poder de transformación y transmutación de la materia; es una sublevación del propio espíritu titánico que intenta ir más allá de la inteligencia divina. Prometeo roba el fuego sagrado de las artes porque considera que también la especie humana tiene derecho a participar de la creación de las grandes obras del mundo. Su desobediencia o transgresión a las leyes divinas es, desde su punto de vista, una desobediencia justa y constructiva. Para él, la obra de la creación es algo inacabado. Por eso el hombre busca siempre la superación de sí mismo. Según Gaston Bachelard, las imágenes poéticas de Prometeo designan siempre una acción psíquica que eleva la naturaleza del hombre. De hecho, parecería que en todo esfuerzo cultural uno se siente el Prometeo de sí mismo[4]. En un destino común se aspira a que toda la humanidad pueda acceder a lo mejor de lo mejor, dijéramos platónicamente, a lo bueno, lo bello y lo verdadero.

 

En este sentido, muchos de los grandes pensadores de nuestra cultura han visto en la figura de Prometeo el ideal del artista rebelde que deja su condición privilegiada y se levanta en contra del poder opresor, sacrificándose en favor del género humano. A partir de esta imagen filantrópica podemos inferir una poética y una filosofía de lo humano; es decir, el principio del humanismo que ya prefiguraba el pensamiento de Protágoras. Evidentemente, la actitud prometeica de nuestra cultura es ya un hito en Occidente; en diversos momentos históricos, el humanismo se ha planteado como el eje fundamental que debe orientarla. Desde los griegos y los romanos, pasando por el Renacimiento, donde se convirtió en el fundamento del arte y la filosofía, el humanismo fortificó intensamente el espíritu de transformación del hombre. En el Romanticismo, tanto Goethe como Shelley, vieron en Prometeo el símbolo de la rebeldía humana frente al orden y al poder despótico; la revolución del espíritu contra las normas y las costumbres que asfixian la existencia; la autoafirmación del hombre contra un dios que lo ha desamparado, y, también, el titánico afán del progreso, tantas veces representado en el portador de una antorcha.

 

Karl Kerényi ha señalado que la figura de Prometeo desde Esquilo hasta Goethe siempre ha aparecido como un ser mitológico, un ser divino cuyo amor, martirio y humillaciones que recibe lo acercan a la humanidad. En ese sentido es un dios redentor, un titán que como Jesuscristo sufre por amor a la humanidad. Sin embargo, la paradoja a la que nos enfrenta el Prometeo de Goethe es la que nos exhorta a liberarnos de toda teología. En su poema dramático que aparecerá al comienzo de su acto tercero de su tragedia, el dramaturgo alemán nos muestra a un Prometeo trabajando en su taller en la obra de la humanidad, la cual está llena del ímpetu de habitar la tierra donde ya no moran más los dioses.

 

Cubre tu cielo, Zeus,

con un velo de nubes,

y juega, tal muchacho

que descabeza cardos,

con encinas y montañas;

pero mi tierra

deja en paz

y mi cabaña,

que tú no has hecho,

y mi hogar,

por cuyo fuego

me envidias.

 

¡No conozco nada más miserable bajo el sol

que vosotros, dioses!

Pobremente sustentáis con sacrificios

y aliento de oraciones

vuestra majestad,

y moriríais

si pordioseros y niños

no enloqueciesen de esperanza.

 

¡Y, cuando era niño,

no sabía por qué volvía

al sol la mirada extraviada!

¡Como si en lo alto alguien hubiera

que oyese mi lamento,

o un corazón que, como el mío,

se apiadase del oprimido!

 

¿Quién me ayudó

contra la furia de los titanes?

¿Quién me salvó de la muerte

y de la esclavitud?

¿Acaso no lo hiciste tú todo,

sagrado y ardiente corazón?

¿Y te consumiste, joven y bueno,

engañado, esperando algo

del que duerme allá arriba?

¿Qué te venere? ¿Para qué?

¿Has mitigado el dolor del ofendido?

¿Has enjugado el llanto del sumido en la angustia?

¿Acaso no me hicieron hombre

el tiempo omnipotente

y el eterno destino,

mis señores y los tuyos?

¿Creíste tal vez

que odiar debía la vida

y huir al desierto

porque no todos los sueños maduraron?

 

Aquí estoy y me afianzo;

formo hombres

según mi idea;

un linaje semejante a mí,

que sufra, llore,

goce y se alegre,

¡y que no te respete,

como yo!

 

El Prometeo de Goethe se acerca más a una rebelión metafísica, donde el héroe cultural hace de su creación un universo apartado de los dioses. Al poder de los dioses Goethe opone el poder del espíritu de los hombres que se ha encendido con el fuego prometeico. No obstante que la tragedia de Goethe fue una obra inconclusa, los trazos del primero, segundo y tercer acto nos plantea preguntas esenciales sobre el destino que puede tener la humanidad si toma las riendas de sus obras en la Creación. La conciencia de los elementos de la naturaleza en la encina, las montañas y el sol que hace Goethe recuerdan la invocación de Esquilo al comienzo de Prometeo Encadenado, donde el divino Éter, la madre Tierra y las oceanides son testigos irrefutables del titán y de los hombres a la injusticia según el orden del tiempo.

 

Si bien es cierto que el fuego es un elemento que juega un papel central en la mitología de casi todas las culturas y que ha sido un emblema sagrado de la sabiduría, en un aspecto más sutil, el fuego del conocimiento no siempre libera al hombre de sus cadenas, a veces también lo esclaviza. En el caso del mito de Prometeo, el fuego sagrado de las artes tiene una doble función: Quien activa el fuego del arte (techné), trabaja para aumentar el conocimiento interno o el conocimiento externo, para dominar la propia naturaleza humana o para tratar de dominar y regular las fuerzas de la naturaleza.

 

Desafortunadamente, nuestra cultura se ha inclinado más por el conocimiento externo, levantando con su prejuicio utilitario el espejismo del progreso material. Bajo esta consigna, se creyó que el conocimiento, y en particular el conocimiento de las leyes de la naturaleza, nos daría la llave para dominarla y explotarla. Esta idea, inmensamente popular en el siglo pasado y en este siglo XX, fue compartida lo mismo por Adam Smith que por Karl Marx, por Henry Ford que por Lenin. Octavio Paz dijo alguna vez que “la creencia en el progreso se funda, justamente, en la idea de la dominación de la naturaleza por la ciencia y la técnica. Creencia no enteramente equivocada a juzgar por sus frutos, a un tiempo admirables y abominables. Sin embargo, los hombres se olvidaron algo esencial: dominar su propia naturaleza humana. ¿Cómo se atreve el ser humano a dominar la Naturaleza si no se atreve a dominarse a sí mismo? ” [5]

 

La crisis de nuestras sociedades modernas se debe justamente a que no hemos podido resolver esta simple cuestión. Pero sobre todo, se debe al desvarío y a la arrogancia de una elite obtusa que desde el poder ha manipulado los logros más importantes de la ciencia o del arte, para sus propios fines. Poco antes de morir José Saramago decía en una entrevista que de nada sirve mandar señales al espacio o haber llegado a la Luna, mientras no seamos capaces de llegar a nuestros semejantes.

 

Según David García, Prometeo resulta una figura enraizada profundamente en la tradición mitológica de Occidente, porque sigue siendo el signo que nos acoraza ante la imposibilidad de ser y conocer lo divino, cualquiera que sea su definición, pero que también nos permite seguir la búsqueda de la libertad y de la justicia incendiando nuevos fuegos que amparen y hagan perseverar nuestro espíritu en la decadencia que no cesa. Este desciframiento se encuentra en la posibilidad libertaria de encender el fuego como única esperanza ante los oídos sordos y los ojos ciegos de los dioses.

 

Tanto los imperios como los mismos Estados modernos han manejado los fuegos fatuos del progreso, como una cortina de humo que asfixia al espíritu, un discurso ideológico encargado de dominar a las masas en una forma concreta, para guiarlas según los intereses que mejor convienen al poder. Pero como decía Novalis, “hasta ahora el espíritu no se ha movido sino aquí o allá. ¿Cuándo se moverá en el todo? ¿Cuándo comenzará la humanidad, como masa, a reflexionar sobre sí misma”[6]. La cultura ya no es la forma mediante la cual se cultiva el espíritu, la cultura se modela y se precisa de acuerdo con ciertos patrones establecidos, ciertas “políticas culturales” que plasman únicamente el sentido de lo útil y necesario como lo realmente válido. El sistema de mercado exige productos de consumo y no bagatelas para el espíritu. El proceso de enajenación cultural tiene dos polos, por un lado se encuentra el polo de la masa, el cual aparentemente progresa bajo el culto que se le rinde tanto al dinero como al mito del futuro (la vana esperanza) y, por otro lado, está el despliegue imperial del poder que cabalga en la ideología del miedo. Sí, el miedo que, como ha dicho Jünger, es uno de los síntomas más patológicos de nuestro tiempo[7]. En la lejanía de la alteridad apenas si alcanzamos a percibir ya no al ser humano, sino al individuo que se consume sin valores y agota toda las formas de la naturaleza, siempre indiferente ante los otros; pero también lo contemplamos en la desesperación y en el vacío, en medio de los laberintos del tedio, buscando inútilmente un “dios venidero”.

 

En todo caso, habría que entrar de nuevo en nosotros mismos, encararnos y sacar desde las entrañas el fuego de la conciencia; habría que desentrañar de esta vida tan terrena la reflexión original del espíritu. El fin de las utopías y el de las vanguardias artísticas no significó el fin de la cultura sino más bien el fin de la visión histórica de la cultura. La institucionalización tan exagerada del arte ha subsumido a muchos artistas en la lógica superficial del sistema de mercado, donde la obra de arte ha dejado de ser un bien estético para convertirse en un objeto de consumo, una mercancía. Al parecer todavía no hemos entendido la moraleja del mito de Prometeo, de la que hablábamos al comienzo, ni hemos comprendido que el fuego sagrado de las artes ha sido una conquista del espíritu sobre la materia, pues es lo que anima la conciencia y, sobre todo, la enseña a reconocer cuál es su verdadera naturaleza. Este era uno de los principales propósitos del arte. El arte en sí mismo podría no ser sólo un fin, sino un medio para encender la flama interna de los hombres. Lejos de asistir a la desaparición del arte, como anunciaban los dadaístas a principios del siglo XX, lo que ahora sucede es más bien el extravío del espíritu. Las resurrecciones de los mitos son terribles porque despiertan al dios o al titán que llevamos dentro. Si hoy los filósofos siguen creyendo que los mitos son sólo cuentos para niños; o si los políticos, los empresarios y, en general, toda la masa enajenada de televidentes los ignoran, los poetas los han cantado siempre. Esquilo lo hizo en su momento:

 

¡Sí, ya no son sólo mitos sino realidades: la tierra

se agita convulsa, y en lo profundo de sus entrañas

mugiente se desata el rayo!

 


 

[1] García Gual, Carlos, Prometeo: mito y tragedia, Madrid, libros Hiperión, 1979, pág. 193.

[2] Píndaro, Odas, México, SEP, Cien del mundo, 1984, pág.192.

[3] Gide, André, Prometeo mal encadenado, Barcelona, Editorial Fontamara, 1974, pág. 79.

[4] Bachelard, Gaston, Fragmentos de una poética del fuego, Buenos Aires, Editorial Paidós, 1988, pág.129.

[5] Entrevista hecha por Juan Cruz a Octavio Paz, titulada: Respuestas nuevas a preguntas viejas; publicada en el volumen número 9 de las Obras completas de Octavio Paz que editó el Fondo de Cultura Económica.

[6] Novalis, Fragmentos, México, Nueva cultura, 1942, pág. 14.

[7] Jünger, Ernst, La Emboscadura, Barcelona, Tusquets editores, 1986, pag. 120.

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Sobre el autor

Ursus Sartoris

Ciudad de México, 1971. Poeta, ensayista y editor. Autor del poemario Islote de garzas y del libro La trama de los héroes. Ha impartido cursos sobre teatro griego y mitología comparada tanto en la UNAM como en la universidad de las artes de Morelos. Dirigió la revista Erande.

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