Siempre he pensado que dedicarle un par de horas de tu vida para navegar en redes sociales ha traspasado la línea de lo que anteriormente se consideraba como un ejercicio del ocio. He mirado en los camiones a los demás pasajeros recorriendo con el índice o el pulgar las pantallas de sus smartphones, revisando kilométricas tiras de información; la foto de sus contactos, el nuevo meme, la transmisión en vivo de cualquiera de sus amigos, la noticia del día, la causa de la semana, la canción top 10, la perpetuidad del chisme del momento. Revisar el número de likes de tal comentario y, vaya, interactuar.
Pero a eso no se reduce el ejercicio del nuevo milenio, también estar conectado implica estar informado. Y uno se puede informar, actualizar y hasta hallar nuevas formas de aprendizaje. Ya no sólo desde un celular, sino desde una computadora o una Tablet, gadgets que permiten un mayor interfaz, las posibilidades aumentan lo menos, en comodidad. Ver un programa de televisión, una película, seguir el canal de YouTube predilecto, opinar, retroalimentar. ¿Y qué decir de estar en constante seguimiento de los temas que le interesan a uno? Tan sana es la persona que gusta de las recetas de cocina y que dedica bastante tiempo en ver videos, tutoriales, como la que destina gran parte de su día a mejorar su destreza en algún videojuego. Lo mismo sería si sustituyéramos la cocina por el maquillaje, la pintura, el seguimiento a un web-comic, o a la gente que le gusta cantar, o algún tutorial de música. Los tiempos y la forma de destinar nuestro tiempo ha cambiado. Y el paso del tiempo le exige actualizarse en esta tarea a los mismos usuarios.
El nacimiento de Levadura como plataforma, a mis ojos, tiene el deber-ser comprometido a ese sumergirse a las nuevas formas y escenarios: los virtuales. Tiene la responsabilidad, desde luego, de establecer una crítica cultural, acción que creo que ha desarrollado ampliamente pero que aún está lejos de consumarla, porque la cultura, la sociedad y el devenir de la vida, aunque cíclicos, requieren acciones perpetuas, imposibles de consumar, una línea en el horizonte que debemos perseguir siempre.
Si algo aplaudo del cuerpo editorial de Levadura, conformado en su esqueleto por personas a quienes admiro y estimo, ha sido su interés inclusivo y su papel en este escenario no solamente regiomontano, sino global. Su saludo a diversas causas, su reflector para distintas cuestiones y su disposición a escuchar a la otra parte que admiro de Levadura: las redes de colaboradores y lectores; éstos últimos los más valiosos, personas que aún, a un año de existencia de este proyecto del que tengo el privilegio de haber formado parte en sus inicios, están tratando de hallarle el rumbo y aún están reflexionando los temas que este proyecto deja sobre la mesa número tras número. Esos lectores citadinos, esos navegantes de redes sociales, esos pequeños individuos, universos personales con sus inquietudes propias, que están en proceso de familiarizarse con las revistas electrónicas, con los proyectos culturales, con las praxis sociales.
Hablé antes —sobre las formas de destinar el tiempo en las plataformas, de videojuegos y videotutoriales, de redes sociales que le dan el foro a cualquier persona para decir cualquier cosa, para compartir cualquier contenido, para regalar parte de su vida— porque creo que es necesario que como lectores nos acostumbremos a consumir artículos, a revisar, opinar y promover el diálogo. Levadura está poniendo todo el material posible y toda la pluralidad de voces que los pensadores de Monterrey y sus alrededores tienen en la punta de la lengua, ahora es el trabajo de los estudiantes, los intelectuales, los colegas, los artistas, los sociólogos, los periodistas y todo el batallón de lectoras y lectores, comenzar a resonar y a cocinar los contenidos, pero sobretodo, a compartirlos, comentarlos, criticarlos.
He escrito con frecuencia y no se me ha cerrado el espacio, he leído con gusto los interesantes temas que abordan los demás colaboradores, he visto poco a poco el desgaste, ensayo y error de esta plataforma, los cambios de colores, de interfaz, y los múltiples ejes que abordan, uno para cada forma de pensamiento; el abarrotamiento de columnas, la búsqueda de nuevas visitas, la transformación en un espacio cómodo de consumir. He leído desde sus artículos más cerebrales, esos que exigen alto conocimiento del tema y se acercan más a los papers indexados, así como sus artículos y creaciones más libres, entradas que más que artículos, más que ensayos, más que opiniones, se parecen a una charla en cualquier bar, entre amigos, entre íntimos amigos, y todo me gusta.
Si algo creo, y quiero recordarle a Levadura, es su compromiso con los jóvenes, con los estudiantes y con las personas para las que originalmente nació ese proyecto; un espacio no para unos cuántos, un espacio-comunidad, donde cualquiera pueda encontrarse con una voz con la que se identifique. Es una tarea complicada, una misión que se busca alcanzar todos los días, buscar abrir las cerraduras de la ignorancia, del silencio, de los atavismos y los temores, y así, contribuir, dirigir, canalizar la búsqueda de una sociedad mejor.
La crítica cultural es necesaria, siempre será necesaria, y tú, Levadura, vas por buen camino. Enhorabuena por tu año, y ahora te recuerdo los versos de aquella canción que aprendí cuando comenzábamos:
Me gustan los estudiantes
porque son la levadura
del pan que saldrá del horno
con toda su sabrosura
para la boca del pobre
que come con amargura.
Caramba y zamba la cosa,
¡Viva la literatura!