Se debe señalar la importancia de
los perseguidores de cualquier nacimiento
Silvio Rodríguez
Estar dispuestos a sacrificar lo que somos, por aquello en lo que podemos convertirnos. Eso es lo importante
Charles Du Bois
Yo también he sido desgarrado por las espinas de ese desierto,
y he dejado cada día algo de mis despojos
Los Mártires, Libro X
Partir de una premisa: todo lo vivido es un aprendizaje, indistintamente de las tragedias, glorias, huracanes o valles de calma que atravesamos.
El equilibrio no es estático, una postura tampoco lo es.
Hay pulsiones de vida que funcionan como pulsiones de muerte: implican el derrumbe de un mundo que no encaja, que espina, que adolece, que se vuelve insoportable.
No obstante, allá vienen “los dignos, los conscientes, los visionarios, los revolucionarios”, quienes gustan de imaginar(ser) héroes y mártires que montan en altares y pedestales.
He llegado a pensar que tales fantasmas mesiánicos son construidos porque observamos todo derrumbarse, pero el gesto sólo adula al vacío.
Ya se sabe que no hay botón de suprimir ni cambio instantáneo de chip, que la toma de poder de un espacio violento (como el Estado) no deja de ser impositiva, sesgada y civilizatoria.
Hay fuerza, coraje, sensibilidad, chispas intrínsecas de quienes tratan de construir algo ante la desolación. A veces sin motivo aparente, sin explicación o conexión mutua, sin origen, brotan aquí y allá.
La vida hace un llamado hacia nosotros para hacerse de existencia, para recordarnos la unidad escindida. La adversidad nos lleva a la crisis y la crisis al renacimiento. Hemos sentido la guerra silbando por todo el camino, hemos sentido la sangre temblar.
Luego de los procesos revolucionarios del último siglo, ciertas comunidades arribamos a un entendimiento micropolítico buscando aliviarnos de la asfixia: una mirada que observe las vinculaciones, dinámicas y modos-de-ser inmediatos para activar su transformación aquí y ahora. De otro modo, ¿qué estamos esperando para accionar de cualquier otra forma?
La micropolítica no debería entenderse como un asunto cómodo e individual, nada más lejano: hacer un ejercicio de autocrítica implica detenerse a observar lo que constituye tu persona, tu comportamiento, tus palabras, tus acciones para ponerlas en tela de juicio y desde la construcción de una ética, decidir qué resulta violento y qué debe permanecer. Esto implica un nivel de introspección y reflexión de mucho compromiso, tanto de despojo como de aprendizaje.
A veces las personas ya se creen “conscientes y despiertas” y no cesan de dirigir sus energías a convencer a los demás de ingresar a su iluminación liberadora, sin permitirse interactuar (es decir escuchar y ser intervenidx por otrxs) porque “ya están en la Santísima Vanguardia” y no necesitan más “lecciones revolucionarias”. No obstante entrar al terreno de cuestionamiento político implica permitir todo tipo de cuestionamiento interno.
De este modo, romper la cotidianidad funciona no sólo para manifestarnos frente a lo Insoportable sino para cambiar nuestros andares e incluso para sanarnos. Para esto se requieren fortalezas, humildad, disponibilidad para el derrumbe de certidumbres y muchísima imaginación.
El ejercicio micropolítico tendría que ser tan serio y comprometido como lo ha sido la lucha armada en determinados momentos de la historia. La lucha armada materializa los enemigos de la Vida, personalizando las estructuras de poder al señalar: estos son sus títeres. Sin embargo, la historia de la militancia, la tortura vivida, los conflictos internos, la cercanía a las armas, la desaparición y el hueco en los corazones nos han dejado una lección: es muy riesgoso perder la vida, no sólo porque una vida humana es arrebatada, sino porque la misma “lucha” palidece al cerrarse una potencia de transformación activa cuando somos desvanecidos.
Por ello es importante sobrevivir sin que esto implique arriesgar nuestra ética, he ahí la dificultad. No obstante sabemos de sobra que aún personas lejos del terreno de la lucha armada son asesinadas debido a su defensa por la vida, la libertad y la justicia, dígase Bety Cariño, Berta Cáceres, Marisela Escobedo y Nepomuceno Moreno Ñuñez por mencionar algunos casos de años recientes. Tenemos muertos y muertas atravesadas, compañeras que no regresan.
Según lo que afirma Félix Guattari: “La cuestión micropolítica —esto es, la cuestión de una analítica de las formaciones del deseo en el campo social— habla sobre el modo en cómo el nivel de las diferencias sociales más amplias (que he llamado «molar»), se cruza con aquello que he llamado «molecular». Entre estos dos niveles no hay una oposición distintiva, que dependa de un principio lógico de contradicción. Parece difícil, pero es preciso cambiar de lógica. En la física cuántica, por ejemplo, fue necesario que en un momento dado los físicos admitiesen que la materia es corpuscular y ondulatoria al mismo tiempo. De la misma forma, las luchas sociales son, al mismo tiempo, molares y moleculares.”1, es decir, que las luchas sociales ocurren tanto en aquellos terrenos amplios y colectivos (molar) como en las relaciones interpersonales, inmediatas (molecular).
Esta nueva perspectiva respecto a la ética y los paradigmas sociales en relación con los sistemas de dominación, surge como alternativa frente a los movimientos del siglo XX: la Revolución cubana, los numerosos movimientos magisteriales, obreros, campesinos estudiantiles y guerrilleros en Nuestra América. No se trata de cerrar ni anular las posibilidades ya vividas, sino ampliar y profundizar en los modos de resistencia desde todos los sitios posibles. Según lo que escribe Raúl Zibechi “las resistencias más profundas asumen formas comunitarias. Dicho de otro modo, para resistir y seguir siendo, los pueblos crean comunidades. Podemos decir que la comunidad es la forma política que asumen los pueblos cuando resisten la acumulación por despojo/cuarta guerra mundial. En este sentido, la comunidad no preexiste, sino que es producto de la lucha”.2 Es decir, la comunidad es un resultado de la misma resistencia porque rompe la verticalidad dominante, implica no sólo salirse del autoritarismo como concepto sino como referente y realidad.
La acción micropolítica muerde, rasga, perfora y escinde la columna de violencia, volcada en múltiples sistemas. Pero también teje, hace fluir, une los pedazos arrancados, permite vivir. Su proceso es lento, dislocado, disperso y desorganizado. Sus caminos suelen ser silenciosos, imperceptibles, sus efectos parecieran poco notables pero el peso de un cambio en vinculación y pensamiento transforma el accionar de muchas personas, de muchos espacios. No hay comité único ni calendarios, simplemente ocurre, sus orígenes y continuidades son misteriosas, difíciles de definir.
Es aquello que se modifica al interior de las personas cuando miran que algo no anda bien, es el germen de la protesta social, la búsqueda de la congruencia diaria en el primer plano de nuestra vida: nosotros mismos frente al presente. Nosotros como sujeto mismo. Mientras identifiquemos las violencias que nos dividen cotidianamente y hallemos puentes para hacer comunidad, estaremos rasgando la dominación porque estamos fortaleciendo aquello inexistente, aquello apenas conocido, es una lucha en el sentido simbólico pero asimismo práctico puesto que modifica los esquemas de acción. Nosotros también conspiramos, nos organizamos, deshacemos sucios esquemas de violencia, comprobamos que no existe control absoluto.
Pero aún así de cuando en cuando nos asaltan preguntas: ¿es la propuesta micropolítica un autoengaño o compromiso meditado? ¿Podemos pasar de la teoría crítica a la práctica crítica?
Apostar a la micropolítica es creer que cada acción tiene peso dentro del flujo de múltiples y diversos movimientos contra la violencia (dígase injusticia, desigualdad, opresión, asimetría, represión) porque la violencia germina y deja frutos; se da tanto dentro y fuera de las instituciones, en el lenguaje, en los gestos, en las condiciones de vida. Trabajar a lo micro ante lo abrumador de lo macro es una alternativa para deshacer al menos algunas fibras, sembrar otros alientos.
Es creer también en los procesos paulatinos y meticulosos, en las semillas arrojadas, las ideas ya planteadas, en la memoria que se ensancha, la constancia, las pequeñas pero efectivas revoluciones, en todo ámbito formativo, educativo, de rehabilitación y terapia. El ojo micropolítico permite homologar las luchas: una injusticia abre la conciencia de otra como fractales. Incluso, la micropolítica propicia que el entendimiento de la macro llegue, se desarrolle, por ejemplo si una persona tiene una vivencia de opresión podría en algún punto entender cómo funciona la opresión a un pueblo entero. Una de las principales características de los sistemas de pensamiento dominantes es la desarticulación de comunidades de cuidado y respeto a sí mismas. No sólo el cuidado de uno o una misma como núcleo de la relación con todo lo demás, sino el entendimiento de una pertenencia a una comunidad real y no a la ficción impuesta del Estado-Nación en donde la colectividad se ve disgregada según los prejuicios sociales de la discriminación, racismo, clasismo, especismo, machismo y desigualdad en general.
La mirada y acción inquieta-crítica-inusual hacia la realidad no brota espontáneamente: algo deviene en nosotros al interior que nos hace sentirnos distintos y hace defender esa diferencia como posibilidad de vida. Somos jóvenes desorientados, cansados pero no perdidos, queremos vivir. Nuestro paso por la memoria intenta hacer ruido y lanzar flechas, poner puntos de luz, abrir las grietas, reírnos de las derrotas, llovernos las victorias. Hacer posible la vida ahí donde es sistemáticamente aniquilada.
Nuestro campo político no es abstracto, es éste, nuestra realidad misma inmediata, ésta es la verdadera prueba de reajuste/reacomodo/justicia de poderes. Es decir: para rozar siquiera esas utopías discursivas y suspiradas hay que hacer ejercicio de autobservación y autointervención que nos permita enlazarnos con las demás personas desde otras miradas y dinámicas.
Estamos de este lado, aquí donde hay pocos, donde te miran raro, donde fantaseas demasiado. Sí, no hay que sufrir por ello, no hay que darles ningún momento de nuestra felicidad. Somos monstruos, somos diferencia, buscamos incansablemente la libertad, en eso consiste ejercerla, en desafiar todas las ficciones posibles que nos frenan a encontrarla, con fuerza en el corazón, con alas extendidas, con el cuerpo atravesado.