Las primeras semanas del año han resultado vertiginosas en todos los niveles; los acontecimientos más sorpresivos van desde el ascenso del magnate Donald Trump al poder de Estados Unidos, y el plus de sus polémicas decisiones y acciones que colocan en un foco de peligro a todos los non-white inmigrants, hasta una consecuente crisis económica de los aumentos a los servicios y al petróleo en México; a su vez, hace algunas semanas ocurrió un tiroteo en el Colegio Americano del Noreste, ubicado al sur de Monterrey, en donde un adolescente disparó contra dos de sus compañeros y contra su profesora para finalmente darse un tiro en la sien.
Este párrafo anterior, en otras épocas habría resumido los actos polémicos y dolorosos de todo un año y ahora engloba sucesos, entre muchos tantos, de un par de semanas.
Saqueos, robos, incendios; todo esto también vivido en la era digital nos habla de los procesos en los que los usuarios del internet nos relacionamos con la información.
Durante la llamada “noche de los vitrales rotos”, en donde múltiples contingentes y grupos de ciudadanos protestaron contra los gasolinazos, me sorprendió cómo la gran cantidad de personas miraban con asombro y smartphone en mano cómo un grupo de jóvenes con los rostros cubiertos arrojaban petardos y con sus patinetas golpeaban vitrales con los próceres. Muchos de ellos se encontraban de pie o descansando en algún peldaño, comiendo un algodón de azúcar y mirando el acontecimiento. También me sorprendió la cantidad de gente que trasmitía en vivo el suceso, que daba comentarios y que le reportaba a otro número grande de personas siguiendo el live broadcast. Le comentaba a un amigo que me encontré durante la marcha, lo mucho que me sorprendía al fondo de la Macroplaza ver un mar de gente, y tampoco podríamos decir que había mucho qué hacer al respecto, para algunos un aplauso, para otros angustiante, el hecho de que no se entrara en pánico, el hecho de que la gente se alejara sin alarmarse, del foco del disturbio. En esa marcha había todo tipo de ciudadanos.
Recuerdo que en contingentes anteriores, un grupo de colegas con experiencia en manifestaciones nos comentaban que estuviéramos listos para documentar cualquier incidente, que si algún policía o soldado nos detenía sin razón, gritáramos nuestro nombre, nos enseñaban a hacer barreras humanas, a mantenernos unidos, nos decían que la redes sociales tenían un poder increíble para documentar y compartir información que en otras épocas pasó desapercibida y cuyas noticias quedarán ambiguas.
Vuelta de página
A las pocas horas del trágico evento del Colegio Americano del Noreste, el video ya se había filtrado en internet y ya había sido compartido por la media. El clip, grabado directamente de la cámara de seguridad nos recuerda que la tecnología es un arma de doble filo; por un lado está la búsqueda de la noticia inédita, veraz, de ser el primero en brindarla y de buena mano, de compartir, pero, por el otro lado está esa necesidad −no sé si inherente o fabricada− de satisfacer el morbo. Esta dinámica me recuerda a cuando surge alguna #Lady o algún #Lord, que en sus inicios era un hashtag-atributo para denunciar prepotencia y que hoy cae en el divertimento y la burla social, ¿por qué me lo recuerda?, porque a las pocas horas del surgimiento de alguna o alguno, también prolifera en páginas de contenido, de memes, y hasta prensa virtual, el perfil online de los involucrados.
Hace unos días se desató la alerta Amber por una estudiante de preparatoria que estaba desaparecida, al día siguiente se reportó que había vuelto en un autobús foráneo proveniente de Tamaulipas: Fue sorprendente cómo la vox populi asumía que se había escapado con el novio, soltaba frases como “por eso ya nadie les cree”, y demás. Desde luego en los comentarios de periódicos que compartían la nota, espontáneos compartían screenshots del perfil de la chica, y dentro de éste, si había alguna publicación, sin importar que fuera de hace años, los usuarios de redes sociales utilizaban el espacio para lincharla virtualmente. ¿Cree que todo lo que menciono es alarmante? Debería.
Lo que también encuentro alarmante es la manera en la que nos hemos deshumanizado, nos hemos acostumbrado a la noticia chocante y cada vez la recibimos con menor asombro. Un profesor de la Facultad me decía que cuando perdemos la capacidad de asombro y la memoria estamos perdidos.
¿Será que las dinámicas de comportamiento en las redes sociales difuminan o acaso amortiguan la indignación, el miedo y el terror?
En alguna de las imágenes de varias manifestaciones alguien sostenía un cartel que decía “No me gusta este capítulo de Black Mirror”, una serie de 2011 que hace menos de un año estrenó su tercera temporada como original de Netflix; una serie que ya ha sido aplaudida por manejar una crítica a la tecnología y a lo que ésta nos puede hacer capaces de ser. Paco Ignacio Taibo mencionaba en algún video sobre el #YoSoy132 que las utopías estaban allí no para alcanzarlas, sino para perseguirlas perpetuamente; yo pienso que las distopías están acá, para mantenernos alerta, y para jamás permitir que la ficción, por más turbia que parezca, nos alcance.
La pregunta es… ¿lo estamos consiguiendo?