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Diez posibles razones para la tristeza del pensamiento latinoamericano o la idea de América Latina

abril 30, 2017Deja un comentarioAristarquíaBy Víctor Barrera Enderle

CABEZA Y MANO XIV/ GUAYASAMÍN

Tomo como pretexto dos célebres títulos de sendos ensayos de George Steiner y, con ánimo de experimentación, les aplico la siguiente fórmula: a sus reflexiones y quejas respecto a la caída del pensamiento occidental moderno e ilustrado en la era neoliberal y globalizada y, ante la norteamericanización del mundo, yo añado una dosis mayor de melancolía para el ámbito latinoamericano: la de un protagonismo que estuvo cerca, pero jamás llegó a concretarse del todo. No para ahí el procedimiento de adecuación. A la tristeza inherente a la imposibilidad de concretar lo pensado que menciona Steiner, le sumo la inclinación a lo utópico de nuestro pensamiento y el posterior choque con una realidad adversa. ¿Alguna vez nuestros proyectos de nación (incluidos en ellos, por supuesto, las reformas educativas y las experimentaciones artísticas y estéticas) pudieron colocar las virtudes del humanismo moderno en el centro de los asuntos públicos? Sí y no. He aquí la primera razón para el descontento. En muchas ocasiones el esfuerzo no pasó del nivel del discurso, del escrito (en un universo donde la escritura ocupaba, al mismo tiempo, el centro y el margen); en otras, se conquistaron transformaciones profundas, aunque siempre insuficientes.

 

Para comenzar me gustaría plantear y poner sobre la mesa, casi de manera literal, algunos lineamientos de base, y con ello dar cuenta de la segunda razón. Me refiero a los antecedentes de eso que podríamos llamar “pensamiento político latinoamericano” (y que también podríamos denominar “ensayo latinoamericano”). Toda literatura es política, tengamos eso en cuenta a la hora de comenzar el ejercicio. Para hacer lo anterior, sería menester establecer un modelo tentativo de periodización que nos sirva para colocar los linderos y las particularidades de eso que llamamos el mundo contemporáneo.

 

Me parece, entonces, que arrancaríamos afirmando lo siguiente: el pensamiento latinoamericano nació siendo político y coyuntural: sirva esto como razón tercera de desavenencia. Su primera circunstancia fue la condición colonial: estar, por un lado, vinculado a una tradición (jurídica, epistémica y estética) potenciada por la Contrarreforma; y, por otro, surgido de una situación completamente inusual, producto de la hibridación y el mestizaje. Como muestra de este momento primigenio podemos citar las obras del Inca Garcilaso de la Vega y de Sor Juana Inés de la Cruz (imposible no traer a cuento también la Crónica de buen gobierno, de Guamán Poma de Ayala). Estamos ante un grupo de autores y obras sumamente heterogéneo y que aún espera una revisión crítica a fondo.

 

Un segundo momento (y a la vez cuarta razón), para seguir con este esbozo de periodización, correspondería al periodo de emancipación política, y estaría a horcajadas entre los siglos  XVIII y  XIX, es decir, entre la Ilustración y el liberalismo (tanto político como literario). Temas principales: las formas de representación; la necesidad de quitarse de encima el tutelaje peninsular; y la urgencia de elaborar las identidades nacionales. Este segmento se encontraría marcado por la inclinación hacia la diferencia. Las obras de Bolívar, Bello, Olmedo, Fernández de Lizardi, Heredia, Quintana Roo y Echeverría, entre otros, tendrían por objeto lograr la consolidación de las independencias en el ámbito de la cultura, construir el sentido de la ciudadanía y acceder a los beneficios de la Ilustración. Ingresar al orbe de esa modernidad, aunque sólo fuera de manera discursiva y selectiva.

 

La siguiente etapa cubre la quinta razón y se relaciona con la formación de los estados nacionales. Va aproximadamente de 1830 (cundo murió Bolívar y con él el sueño de la unión continental) hasta 1870, cuando América Latina ingresó, de manera dependiente, al sistema, capitalista mundial y surgieron o se consolidaron gobiernos positivistas. Nombres como los de Domingo Faustino Sarmiento, el mismo Andrés Bello, Ignacio Manuel Altamirano, Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez, Bartolomé Mitre, Alberdi, ocuparían la palestra de los pensadores. La preocupación no fue sólo estética y política, sino incluso gramatical: ¿cómo nos íbamos a comunicar? ¿Cuál sería el código para el intercambio de ideas y la transmisión de leyes y estatutos?

 

Con la implantación del positivismo (razón sexta) se definieron las prioridades de los proyectos de nación: imponer el progreso en detrimento de las demandas sociales; consagrar el bien de unos pocos e imponérselos violentamente al resto. Este momento significó para el pensamiento latinoamericano el ansia de asimilación, de volverse moderno a fuerza de reproducir fórmulas exógenas, para, al mismo tiempo, poder plantear sus propias preocupaciones, aspirando con ello a conquistar su autonomía con respecto a funciones pragmáticas y coyunturales. El Modernismo fue el movimiento que mejor definió ese periodo (aunque no fue el único: el positivismo a la latinoamericana; el naturalismo rampante; diversas formas de realismo y aún de romanticismo, etc.). La asimilación, sin embargo, no era abstracta ni estaba aislada. Existieron pensadores que replantearon, con nuevos bríos, la condición colonial (o neocolonial), como José Martí, y, a su manera, Darío y Rodó.

 

El siglo XX podría dividirse en dos grandes periodos (sumemos aquí dos razones más para la tristeza del pensamiento latinoamericano, y nos da, hasta ahora,  ocho); el primero iría de la década del diez hasta los años setenta, y estaría signado por los proyectos de nación de corte masivo y popular (aquí podríamos mencionar, al paso, la revolución mexicana y sus múltiples procesos de institucionalización; las reformas educativas de Córdoba; el aprismo peruano; el gobierno de Getúlio Vargas en Brasil; el peronismo argentino; la revolución cubana; y el gobierno de Salvador Allende en Chile). El pensamiento latinoamericano desplegaba en esta etapa un amplio repertorio de preocupaciones y propuestas. El espectro ideológico era amplio, iba del socialismo utópico y el comunismo, hasta el capitalismo “con sentido social”. Repasemos la lista de sus protagonistas: el Ateneo de la Juventud, con Reyes, Vasconcelos y Henríquez Ureña a la cabeza, José Carlos Mariátegui, Ezequiel Martínez Estrada, Germán Arciniegas, Samuel Ramos, Octavio Paz, Roberto Fernández Retamar. A la par, un grupo extraordinario de escritoras cuestionaban ese canon de representatividad y le añadían la indagación ontológica desde la perspectiva de género: Gabriela Mistral, Teresa de la Parra, Victoria Ocampo, Alfonsina Storni, Camila Henríquez Ureña, y Rosario Castellanos.

 

El segundo período arrancaría con la implantación (en muchos lugares de manera violenta, y ahí están, como prueba fehaciente, la ristra de gobiernos y dictaduras militares que poblaron el cono sur) del neoliberalismo. Con muchas variantes y matices, como la globalización que se instaló con fuerza a partir de los años noventa, en ese momento nos encontramos todavía. Y con eso quiero cerrar este breve bosquejo de periodización historiográfica. ¿Cuáles han sido las transformaciones del pensamiento latinoamericano en los últimos cincuenta o sesenta años? Hay varias respuestas posibles para darnos una idea. Voy a ensayar algunas. Primeramente, el cuestionamiento por la identidad nacional (que había sido central desde los días de Sarmiento) terminó con la publicación de El laberinto de la soledad al mediar el siglo. La Guerra Fría nos colocó en la penosa categoría de países subdesarrollados (el famoso e incómodo epíteto de “tercer mundo” surgió en esa coyuntura y nos otorgó la novena razón para fundamentar nuestra tristeza): las preocupaciones, por tanto, fueron cambiando, se dio prioridad a los problemas sociales y al enfoque sociológico (se buscaba resolver problemas precisos y seguir adelante).  Se puso el acento en la diferencia, sobre todo a partir de los años setenta y ochenta. El feminismo, las minorías, la hibridación, la heterogeneidad, el abigarramiento, etc.

 

Es evidente que el papel y la función del intelectual han cambiado drásticamente en los últimos años (décima razón), entre otras cosas por las causas recién mencionadas. ¿Dónde estamos ahora? ¿Cuál es o debería ser la función del pensamiento latinoamericano? ¿Cuáles son los trabajos y los retos? ¿Es posible forjarnos hoy una idea de América Latina? O, mejor dicho: ¿es factible la constitución de una idea de América Latina? George Steiner ponderaba, en su defensa de la cultura europea ante el embate del estilo de vida norteamericano, algunas razones: la sociabilidad intelectual (la cultura del café, por ejemplo), el paisaje caminable, la memoria histórica y la herencia de Atenas y Jerusalén. América Latina sólo ha accedido en parte a ese legado humanístico, diría más:  aquí más bien ha sido una promesa por cumplir. Conocemos, y muy bien, el lado oscuro de esa tradición: el colonialismo. El ángel de la historia ha batido aquí sus alas.

 

Las demandas actuales nos exigen la reinvención, no nos queda más recurso que echar mano de nuestra propia tradición, aunque esta sea de carácter triste.

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Sobre el autor

Víctor Barrera Enderle

Ensayista y crítico literario. En 2005 obtuvo el Certamen Nacional de Ensayo "Alfonso Reyes", y en 2013, el Premio de Ensayo "Ezequiel Martínez Estrada". Su último libro es "Nadie me dijo que habría días como éstos".

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