−Pues yo no salí del clóset. A mí me sacaron.
Me lo dice detrás de su capuchino decorado con un corazón sobre la espuma, y yo respondo:
−Típico.
Héctor Aguirre nació el 20 de julio de 1992. Como buen chico Cáncer, no cree del todo en las cosas del Zodiaco, pero está de acuerdo con las características que supuestamente definen a los de su signo: sensible, hogareño, protector, empático. De algún modo estos rasgos han estado presentes en su búsqueda personal, pero también en la profesional. Desde muy pequeño fue educado por sus abuelos a quienes considera sus figuras parentales, sin discusión, y lleva una relación muy cercana con sus hermanos. En suma, Héctor nunca está solo.
También, como tantos de su generación, su plan es encontrar aquello que lo apasione, dedicarse a lo que le gusta y no casarse con una sola profesión, empresa o carrera. Esa parte de su personalidad queda en evidencia cuando le pregunto sobre su formación. Héctor estudió medicina, más por seguir los ideales de su familia que los propios, pero al tiempo se salió de la Facultad. Lo mejor de ese intento fue haber conocido a su novio Felipe. Ahora estudia economía, y aunque le gusta mucho, fue su pasión quien lo encontró a él a través del activismo LGBT. Actualmente es conocido por su liderazgo en la asociación civil El clóset LGBT, la revista El clóset LGBT y por ser el creador y operador principal de la página de Facebook El clóset es para la ropa, no para las personas, la que comenzó todo.
La experiencia del clóset para Héctor fue mínima. Era, digamos, una vitrina volteada a la calle. En la escuela no tenía problemas, todos sus amigos sabían que era gay desde la prepa, y nunca tuvo dificultades para expresar públicamente el afecto con su novio. En su casa era distinto. Si bien ya había tocado el tema sin problemas con sus hermanos, Héctor fantaseaba con los mejores argumentos y las palabras precisas para explicarles a sus abuelos aquello que por costumbre había aprendido que no debe mencionarse. Pero el tiempo le ganó. Una carta de amor, escrita por su novio, fue la delatora:
“Recuerdo bien que, en un descuido, dejé la carta sobre la mesa y me subí a trabajar en la computadora. De pronto me acordé de la imprudencia, y quise bajar, pero era tanto mi cansancio que dije: ay, equis, que la lean. Que se enteren. Y, pues, se enteraron”.
Así fue como una vez más, la invasión a la privacidad del adolescente por parte de sus padres hizo de las suyas. El que busca encuentra, y los abuelos pidieron hablar con él. La que habló fue ella, con lágrimas en los ojos y en una actitud de “algo he hecho mal”. Héctor no pudo contener las lágrimas cuando vio a su abuela llorar. “Sentí que realmente había hecho algo malo si una mujer tan fuerte como mi abuela lloraba por mi culpa”. La reacción inmediata fue que Felipe, el amigo que todos querían, ya no podía aparecerse por la casa. La abuela fue contundente: habría que llevar al niño al psiquiatra no sin antes recomendarle que no le dijera ni le contara a nadie sobre el asunto. La psiquiatra fue muy amable y clara en la primera sesión: “No veo que tú tengas ningún problema, de hecho, me gustaría que en futuras sesiones vengan tus abuelos, si no tienes inconveniente”. Al salir de la sesión, su abuela le preguntó cómo le había ido y él le contó todos los detalles con una gran sonrisa. “Estaba muy contento, era mi primera experiencia con un profesional de la salud mental y me sentí muy bien”. Nunca más volvió con ella.
Todo esto sucedió en el 2009. A partir de este momento, toda la seguridad que había ganado en otras áreas de su vida se fue apagando. “Fue como meterme al clóset, a uno en el que no había estado nunca. De pronto comencé a callar, a disimular, a no querer abrirme frente a nadie en mis nuevos círculos, lo contrario de antes”. Si en casa era oficial que no se hablaba del tema, afuera las repercusiones de este silencio doméstico se colaron por todas partes. Así fue como Héctor comenzó a buscar ayuda por medio de las redes. En Facebook encontró grupos de encuentros sexuales o ligues que no satisfacían su necesidad de compartir información diversa, seguridad, autoafirmación, ni daban la posibilidad de crear redes de apoyo. Pero un grupo en inglés llamado Have a gay day fue la inspiración de lo que se convertiría en El Clóset es para la ropa no para las personas, que está próximo a llegar al millón de seguidores.
“Comencé poniendo frases e imágenes que me gustaban, de apoyo, de inclusión. La verdad no me acuerdo cómo surgió el nombre, fue una ocurrencia. Y de pronto, el número de likes fue creciendo de manera increíble”. El resultado de esta idea afectó su vida personal. De pronto el asunto se convirtió en una postura ética: “No me sentía nada cómodo estando detrás de una página que promovía los derechos para todos, la no discriminación y sobre todo la libertad para vivir fuera del clóset, mientras yo experimentaba tensión en mi casa y disimulaba con temor en mis círculos sociales, como antes no hacía”.
Su trabajo detrás de la página de Facebook terminó transformándolo en lo privado y en lo público. El crecimiento exponencial de seguidores lo llevó inevitablemente a ampliar su equipo una vez que comenzó a recibir dudas, inquietudes y testimonios delicados por medio de mensajes privados (el famoso inbox). Así fue como se unió al grupo gente de psicología, derecho, mercadotecnia, sociología…todos contemporáneos. El siguiente paso fue organizarse para crear una asociación civil que desde el año pasado organiza charlas interdisciplinarias de información para el público en general en materia de orientación e identidad sexuales y derechos humanos. Los planes son muchos, y las ganas, el optimismo y la pasión juveniles contagian a cualquiera.
El 21 de octubre del año pasado, en El Refugio Café Bar, se celebró el nacimiento del portal El clóset LGBT, que promueve material de interés en asuntos relacionados con los derechos, la visibilidad y el entretenimiento como una forma de promover el “orgullo” y combatir la permanencia en el clóset. En el lugar estuvo el reputado cronista, narrador y activista Joaquín Hurtado, quien fungió como padrino (y, sobre todo, hada madrina) del evento, compartiendo sus experiencias y dándole ánimo a las nuevas generaciones frente a los retos actuales de la diversidad sexual. En ese ánimo de armonía intergeneracional, el conocido activista local Mario Rodríguez Platas se acercó con Héctor y le propuso involucrarse en la organización de la próxima XVII Marcha de la Diversidad en Monterrey, en un pase de batuta que involucra no sólo al colectivo que encabeza Héctor sino a varios grupos distintos y de caras frescas en el activismo LGBT regiomontano.
Ese día Héctor se dio cuenta de que el resultado de una ocurrencia sanadora en Facebook ha traído un mundo de responsabilidades que lo empujan a moverse constantemente. El nerviosismo es mucho, pues la gestión de la Marcha es una chinga, como le advirtió Mario, pero las ganas y el ímpetu pueden más. Este año, como todos, se espera superar al anterior en número de asistentes, pero sobre todo será visible el tono fresco y renovador que ya asoma en los primeros anuncios e invitaciones a la Marcha por redes sociales. Será oficialmente nuestra primera Marcha millenial, pero la inclusión será su marca, me insiste Héctor: “El compromiso es unir generaciones, pero también a toda la diversidad, que incluye también a heterosexuales, a todos los tipos de familia. Y no hay que olvidarnos de las drags, las vestidas, el colectivo trans, la gente queer, que son a quienes debemos estas marchas y nuestros primeros logros”. Memoria e inclusión.
Detenemos la charla. Héctor revisa en el teléfono sus redes sociales, monitorea las páginas que administra, sonríe, caza pokemones, manda mensajes, me atiende, me responde. En este café no se pueden sostener conversaciones privadas, todo el mundo se entera porque todo se escucha. Los señores de al lado nos han mirado sin disimular, con rostros que no sé descifrar (¿curiosidad?, ¿reprobación?, ¿incredulidad?, ¿chisme?). Yo lo he notado, Héctor no. Ser gay en Monterrey no es tan difícil como hace años, pienso, mientras salimos a la calle tranquilos y nos despedimos con un abrazo jotísimo. Qué buen tiempo le tocó a Héctor el de El clóset.