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Zweig y Lotte

mayo 25, 2017Deja un comentarioSospechosas comunesBy Coral Aguirre

Escribo en una lengua hablada únicamente por gente que no tiene el derecho de leerme. He perdido mi patria.
Stephan Zweig

El dos de febrero de 1942, en Petrópolis, ciudad del Brasil donde Gabriela Mistral cumplía una función cultural para su gobierno, Stephan Zweig junto con su esposa Charlotte Altmann, ingieren veronal luego de enterarse de la caída de Singapur a manos de los nazis. Su mensaje de despedida es desolador. Sus largos años errabundos los habían agotado. Su mundo, su cultura y aspiraciones espirituales caían estrepitosamente con cada ataque a la humanidad por parte del Tercer Reich.

Mistral se lo comunica así a Alfonso Reyes en correspondencia: Yo quería contarle cuanto antes la muerte de Stephan Zweig. Sé que Ud. lo admiraba y que lo conoció en Francia. Por su parte, Zweig me dijo lindos juicios sobre Ud., con esa sensatez tierna que era la suya y que yo no sé contar. Él decía que en usted la cultura europea se agilizaba y ponía joven…(…) Habrá estado hundiéndose como en una ciénaga muy espesa y a la vez muy lenta, hundiéndose tomado de la mano de su compañera que no se la soltó, ella a él y él a ella, ni durante el sopor fatal del veneno. Sabrá Ud. Don Alfonso, que murieron abrazados: mirándose. Le daría él valor a la muchacha o se lo devolvería ella, aún más noble.

Esa muchacha tal como la llama Gabriela era muy joven respecto de Stephan. Él había nacido en 1881, vale decir que al momento de su muerte tenía 62 años mientras ella nacida en 1908 contaba apenas con 34 años. Nacida en una pequeña ciudad al sur de Varsovia en Polonia, hija de un rabino alemán, emigra a Inglaterra con su hermano.

Por su parte Zweig, en su continuo andar de un lado para otro, de Rusia a Estados Unidos y de allí a Inglaterra, a causa de sus obras, su fama y sus colegas tan importantes como Einstein o Rilke, Rodin o Toscanini, todavía permanece en Austria por un tiempo a pesar de su condición de judío. El gran compositor Richard Strauss, quien presidía el Consejo de Música del Reich, y ante la muerte de su libretista, invita a Zweig a colaborar en la producción de la ópera La mujer silenciosa. Pero la obra es censurada y tiene que hacer esfuerzos enormes para que pueda estrenarse, luego de lo cual, tanto la obra misma como su guionista quedan definitivamente prohibidos. Stephan abandona su país.

Es en Londres donde Lotte conoce a Stephan al emplearse con él como su secretaria a partir de 1934. El escritor estaba casado desde 1920 con Friderike Burger, escritora, traductora, activista, casi de su misma edad. Imaginamos que la pasión por Lotte encendió a Zweig al punto de separarse de su mujer en 1938 y, esto no se sabe, ponerse a vivir de inmediato con su joven ayudante. Lo cierto es que se desposan en 1939 y se establecen en Bath, Inglaterra, habiendo obtenido ambos la ciudadanía inglesa. Poco más podemos saber de Lotte pero sí sospechar su inmensa admiración por un hombre de las características de su compañero. Ser su secretaria la habrá colmado de asombro y placer. Sus viajes donde los honores a su persona eran permanentes, su estadía en América del sur a causa de un ciclo de conferencias en República Dominicana, Paraguay, y específicamente en Argentina donde es entrevistado por Bernardo Verbitski, periodista y escritor de primera línea. Este último escribe un ensayo sobre quien no era célebre sólo por sus novelas sino que su pluma daba vida entrañable a los personajes históricos de sus biografías: como ejemplo baste citar su admirable María Antonieta. Un escritor imparable cuyas obras se sucedían una tras otra traduciéndose de inmediato a otros idiomas. Y donde yo misma impulsada por mi madre, lectora permanente de cada una de ellas aparecidas semanalmente en revistas de la época, leía sin tregua Diario de una desconocida, 24 horas en la vida de una mujer, La impaciencia del corazón, etcétera, etcétera. En mis tiempos juveniles Stephan Zweig era una lectura obligada, como lo fuera también Herman Hesse, de su misma generación.

En el año del cruel desenlace de la pareja, se supone que Lotte había sido blanco de una terrible enfermedad que acaso fuera letal, lo cual agrega sentido a la decisión de ambos. Thomas Mann y su hermano Heinrich, exiliados en  Estados Unidos con sus respectivas esposas viven la misma depresión, dolor e impotencia.

Desde Petrópolis, el 18 de febrero Zweig había escrito a Friderike en Nueva York: Jamás volveremos a las cosas pasadas…Sigo con mi trabajo con una cuarta parte de mis fuerzas. Salvo la relectura de algunos libros, le confiesa, ya no siente placer.

Es en ese lapso entre la carta a Friderike y la noticia de su suicidio cuando Lotte y Stephan queman papeles, ordenan sus asuntos, escriben cartas, añaden el nombre de sus dueños a los libros prestados, sellan sobres y hasta tienen tiempo de regalar a su mascota.

Sabemos que el Carnaval, del latín Carne Vale antecede a la Cuaresma y quiere decir Adiós a la carne, de manera bufonesca. En Brasil la música y el baile de samba estalla en cada calle y forma ríos de gente que se despojan de la vida cotidiana para entrar en el éxtasis provocado por el ritmo y sus danzas. En la estridencia de las escolas de samba, en ese pueblo que baila frenéticamente desdeñado por las élites que lo tildan de bárbaro, en sus tamboras y cascabeles, en sus disfraces y mojigangas, en sus burlas obscenas y sus cachivaches, está la otra cara de la Muerte, la otra cara del suicidio, de las derrotas sufridas por un pueblo donde lo espiritual era norma y principio, esa Alemania cuyos intelectuales ante la noticia del suicidio de los Zweig piensan en el mismo acto y se fascinan con él. Musil muere en abril, Thomas Mann vuelve a sus diarios que lo agobian y de los cuales quería apartarse para dejar de pensar en él y su exilio. Alma Mahler, ahora Alma Werfel, opina que si Zweig hubiera seguido al lado de su primera esposa no se hubiera suicidado; el dramaturgo Carl Zuckmayer apela a sus amigos para jurar que sobrevivirán a Hitler. Brecht exiliado también en Estados Unidos se imagina metido en un acuario a la manera de San Francisco, o como una salchicha en un invernadero. Los suicidios aumentan, las migraciones y los exilios son insoportables.

Zweig sintió hondo los contrastes de ambos continentes, el europeo y el americano, y recaló en América Latina como si intuyera que allí la vida/muerte discurre en todo momento pero de otro modo, mezclándose y doblegando por turno, una a la otra. Escribió en 1941 La tierra del futuro, donde describe con pasión al Nuevo Mundo desde la mirada de los navegantes españoles, al mismo tiempo que abunda en el carácter del país en el que ahora vive. Mientras que por los mismos años Gabriela Mistral da fe de las pláticas que mantenían Palma Guillén y ella, otros amigos, y la pareja suicida donde el gran escritor evaluaba los brotes de la resistencia francesa entusiasmándose asimismo con el heroísmo de Inglaterra.

Vuelvo al Carnaval allá en Río, cerquita de Petrópolis, con las últimas palabras de Stephan Zweig mixturadas entre el samba, las carrozas, las reinas de la noche y del día, los cuerpos sudorosos de tanto baile desamparado y furioso, la pobreza de los bordes, las favelas, la miseria, que ponen el marco a su partida.

Ahora que el mundo de mi lenguaje ha desaparecido y que mi patria espiritual, Europa, se ha destruido a sí misma, mis fuerzas están agotadas por los largos años de vagabundaje. Pienso que vale más poner fin a tiempo y con la cabeza alta, a una existencia donde el trabajo intelectual ha sido siempre la alegría más pura y la libertad individual el bien supremo en este mundo. 

Saludo a todos mis amigos. Ojalá que ellos puedan ver una vez más la aurora después de la larga noche. Por mi parte estoy demasiado impaciente, parto antes que ellos.

Lotte, por su parte, aceptó el sacrificio al parecer con entereza y beatitud, y no contamos con una sola palabra de ella. Por lo cual concluyo como comencé, con palabra de mujer, las de Gabriela Mistral: Y hay ratos en que me parece que su solución es la única dable para el que realmente siente y padece este momento del mundo. Pero todo este infierno ha de pasar y tenemos que mantenernos útiles para los años de reconstrucción y penitencia. Recuérdemelo, Don Alfonso, ¡si se me olvidara!

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Sobre el autor

Coral Aguirre

Nacida de madre violinista, danzarina, teatrera y lectora. Mi medio natural es esa cuna de notas, primeras posiciones de la danza, las lecturas de Álvaro Yunque y otros autores argentinos y clásicos. Por ella conocí a Shakespeare y Lenin antes de llegar a la primaria, de fuerte extracción socialista y de ascendencia guaraní grabó en mí a los despojados de la tierra. Lo demás viene de suyo.

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