No deja de ser sorprendente que la marejada digital que se llevó por delante a los discos compactos, los videoclubs, los periódicos, y que ahora amenaza a la industria televisiva como la entendemos, no ha podido hacer desaparecer al libro.
Los códices aguantan. Desde el siglo IV d.C., más o menos. Y se sostuvieron ante la imprenta y ahora en la era digital siguen vendiéndose con relativa salud en comparación con su rival digital, el libro electrónico.
Hay que diferenciar dos cosas para explicar eso. Una cosa es el acceso a la lectura; y otra, la lectura misma. Esta perogrullada explica por qué lo digital transformó de raíz muchas industrias, pero al libro no. Nos permite reconocer que el costo de la lectura es uno y el costo del acceso a ella es otro. Sólo sumándolos podemos darnos una idea de lo costoso que es leer.
Ni siquiera hace falta recurrir a la piratería para encontrar muchos acervos digitales descatalogados de un valor increíble. Ediciones incunables de Quevedo o traducciones del siglo XIX de los líricos griegos, con sólo escribir en la línea de captura de un buscador. El acceso es gratuito.
Sin embargo, el costo de lectura está en el tiempo dedicado a leer. Y eso, no hay nada que pueda suplirlo o abaratarlo. Por eso, por más que el libro electrónico solucione el acceso, eliminando costo de envío, envío inmediato, eliminando intermediarios en el proceso de compra, el costo de la lectura es casi el mismo. El códice sigue teniendo las mismas características que el libro electrónico en muchos casos. Características que son vistas como una desventaja desde el punto de vista del marketing: que son tardados para leer.
Si un lector común consume entre 12 o 20 libros al año, el acceso es lo de menos. Y por ello, como escritor y como editor, cuando uno ve a un lector debe considerarlo como un hallazgo increíble. Debe atesorarlo. El costo del libro ni siquiera representa una cuarta parte de la inversión final que esa persona depositará en tu trabajo.
Y el problema de la escasez de público lector o interesado en el libro es claro. Cada vez hay menos lectores. Aunque cabe preguntarse si, aunado a toda la producción de distracciones e imperio de la comunicación y la pantalla, también los esfuerzos de las instituciones, los gremios y los escritores están bien dirigidos. Si el enfoque en las campañas de lecturas y eventos culturales son adecuados. Si hemos renunciado a los lectores para producir consumidores. Si creemos que vender un libro es lo mismo que leerlo.
Como escritor siempre me ha asombrado mucho cuando me encuentro a un lector. Me sorprende que alguien deje de hacer lo que estaba haciendo y sobrepuesto a las distracciones y al trabajo, se haya tomado el tiempo para leer uno de los libros que he escrito o editado.
Es necesario que todos los profesionales involucrados en esto lo recordemos. Hay que tener siempre en mente que lo mejor que se puede hacer con un lector es regalarle la sensación de que no ha perdido el tiempo.