En este texto que suena a diatriba, acusación pero también a manifiesto, su autor Gabriel Cosoy, argentino él, activista del teatro y de la vida, desmenuza —casi pudiera decirse con crueldad más que con sarcasmo— la imposibilidad que tenemos los pueblos y las sociedades de hablar en libertad. Pero, sobre todo, habla del presente horroroso en el que estamos inmersos, y no se ahorra para pensar a México. México ante todo y sobre todo se perfila en sus cuestionamientos, aunque esos cuestionamientos refieran todo el espectro de América Latina. Aquí en esta parte del mundo, en este continente, nos parecemos tanto que toda descripción política, social, cultural, económica, presupone el país en que vivimos, el pedacito de tierra que habitamos. Y nos revelamos, se revela Cosoy, nos revelamos cada uno de nosotros frente a nuestra profesión, se activan los muchachos y las chicas, se revelan migrantes y mujeres golpeadas, nos revelamos en una larga, enorme, inmensa fila de colectivos, asociaciones, casas, hogares, grupos…sin embargo, suena un disparo que resuena en todo el país. Es el periodista ese, murmura la gente, el que denunciaba…y cae la periodista, y cae la madre de la militante, pum pum pum cae el muchacho que hacía la pintada, cae…esta es la región que habitamos. El perfil que nos diseña Cosoy es atroz y verdadero. ¿Dejaremos de hablar por eso? ¿Dejaremos de denunciar, de protestar, de ser humanos?
Coral Aguirre
¿Hablar de la libertad de expresión?
¿Para decir qué?
¿Que forma parte de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre?
¿Y a quién le importa?
¿A los periodistas, a los dirigentes, a las personas asesinadas, masacradas?
¿De qué hablar?
¿De tantos muertos, de la violencia?
¿De los poderosos necesariamente cómplices?
¿De los narcos, los policías, del ejército?
¿De las múltiples maneras de matar, rematar, degollar, destazar?
¿Decir que cada cien crímenes, noventa y ocho quedan impunes en México?
¿Asegurar estos dichos porque los publica The New York Times?
(Ellos sí gozan de la libertad de expresión).
¿Quiénes gozan de la libertad de expresión?
¿Cargar las tintas contra el capitalismo, el imperialismo, las grandes cadenas de medios de comunicación, los oligopolios, los monopolios que deciden qué recorte, qué partecita deformada de una realidad que nunca se entiende les conviene mostrarte?
¿De los “medios alternativos”?
¿De las redes sociales, donde nos convencen que cualquier estúpida opinión que se nos cruza por la cabeza merece ser publicada en nuestro website?
¿Decir que unos cuerpos mutilados colgando de un puente son “un mensaje”?
¿Mensaje que puede ser analizado por la semiótica o la semiología?
¿Qué comunica?
Emisor, medio, receptor.
¿El color o la cantidad de sangre derramada es el medio?
Un telegrama hecho de tripas ametralladas o peor aún: Un tuit o una publicación en Instagram o en Facebook formateada por huesos, carnes y cabellos chamuscados, sólo cenizas.
¿Hay que hablar?
Sí.
Aunque la muerte nos tape los ojos y las orejas
Aunque nos pudran el cerebro con mentiras y amenazas
Hay que hablar.
Pongamos palabras donde otros ponen balas o muros, negocios o mensajes.
Palabras bruscas, palabras secas, duras, resistentes.
Hay que hablar aunque no se pueda, aunque no podamos emitir sonido.
Ahora y siempre.