El crimen del reportero Javier Valdez el pasado 15 de mayo aviva la discusión sobre una asignatura que, por lo menos para los periodistas, nunca pierde vigencia porque concierne a su propia vida: la libertad de expresión.
El asesinato del cofundador del semanario sinaloense Ríodoce, comunicador querido y respetado, ensombrece y representa una escalada de la violencia contra periodistas en México. Lamentablemente esto pareciera preocupar sólo a periodistas. Lo que para muchos tiene poca relevancia es, por el contrario, vital para la salud de la ciudadanía y para la democracia.
Si en décadas anteriores el acoso era sólo por parte del Estado, en años recientes se han sumado grupos criminales que se han vuelto una grave amenaza contra la prensa, muchas veces con ayuda de elementos de seguridad pública o por órdenes de funcionarios. Esa componenda fatal ha dado resultados: la cifra de periodistas asesinados desde el 2000 rebasa el centenar, buena parte corresponsales, así como reporteros y directivos de medios pequeños. Por ello, México es considerado por órganos internacionales como el país más peligroso para ejercer periodismo.
A la amenaza criminal se une la dependencia oficial. Muchos medios en México viven de la publicidad gubernamental, escasamente regulada, y no de su venta y anuncios. Así, criminales y gobierno mantienen a raya a la libertad de expresión, lo que ha dado como consecuencia la desaparición de medios o, peor aún, su sumisión.
Uno esperaría que ante el ataque a un medio valiente y a sus periodistas la sociedad manifestara su preocupación, exigiera justicia. ¿Por qué no se ha emprendido una protesta como la que se dio en Francia tras el ataque al semanario Charlie Hebdo para dar con los asesinos? ¿Por qué desde rincones lejanos se replicó el hashtag #JeSuisCharlie y acá los crímenes de Javier y de tantos periodistas, aunque generan efímera indignación en redes, reúnen en su mayoría sólo a reporteros, solidarios activistas y familiares de víctimas?
Lo de París fue una masacre cometida por fanáticos. Acá es una guerra sostenida por años contra medios por parte de gobiernos corruptos y organizaciones salvajes. ¿Dónde están los estudiantes, artistas, maestros? ¿Qué tienen que decir de esto los académicos, los intelectuales, la gente de a pie, los empresarios?
Quizá a muchos no les sorprenda la ausencia de una reacción civil organizada por los periodistas asesinados dado que sucede lo mismo con tantas víctimas inocentes que permanecen sin justicia. No extraña la impunidad, porque se ha naturalizado. De todos los crímenes de reporteros, los resueltos no rebasan los dedos de una mano. Con frecuencia, además, hay intentos de deshonra pública con versiones absurdas. En todo esto abona una apatía en apariencia inquebrantable, un ánimo de derrota anticipada que los corruptos en el poder animan sistemáticamente.
Por otra parte, es cierto: acaso este silencio, este desinterés, responda a un pase de factura: para muchos quizá no todos los medios han cumplido, pero no se puede generalizar. La generalización, y eso lo saben los familiares de víctimas, es sin duda el primer error ante una crisis social como la que se vive actualmente.
Todo esto puede cambiar por la presión que ejerza una sociedad comprometida. No basta con indignarse en silencio. Aunque pálido, si hubo un posicionamiento de la Presidencia hacia el crimen de Javier fue porque la indignación de medios nacionales e internacionales fue mayúscula. Hay desplegados al respecto. ¿Qué pasaría si la sociedad en general se sumara y también exigiera paz y justicia?
No tener medios libres es carecer de termómetros, brújulas. Perder a Javier, a Miroslava o a Regina es, entre otras cosas, perder vigilantes, cronistas. Cada disparo contra un reportero es una fisura a la democracia, sea como ésta sea. Una sociedad sin información no puede regularse ni cultivar un rigor crítico para pensar en emprender cambios. Una vía para la libre expresión es el respaldo de una sociedad convencida de que sus medios de comunicación son necesarios, de que sin ellos sus historias no trascienden, las exigencias tampoco. Suscribirse a ellos, replicar lo que se denuncia en discusiones e iniciativas y expresar apoyo ante las amenazas, haría la diferencia.
Con medios fuertes, representativos, la sociedad puede avanzar y exigir justicia para sanar sus heridas. La impunidad, entonces, se reduciría. Las amenazas a la libertad de expresión no sólo son retos para los medios. Son de todos. #BastaYa