Integración: Todo está dicho, nada está hecho.
Los primeros pasos dados por Emmanuel Macron, al iniciar su gestión de gobierno, transparentan con evidente nitidez tanto la magnitud de los desafíos que ha decidido afrontar, como su determinación para llevarlos a cabo.
En su primera actividad como presidente de Francia, Macron se trasladó a Berlín en visita oficial a la Canciller de Alemania, quien se mostró sorprendentemente dispuesta a aceptar los desafíos que le fueron planteados, para aunar esfuerzos en función de la profundización y consolidación del proceso de integración europeo. Esta determinación fue reafirmada por Ángela Merkel después de los magros resultados obtenidos, unos días más tarde, en el diálogo en el que seis de los siete miembros del G7 intentaron, infructuosamente, que Trump mantuviera los compromisos asumidos por sus antecesores, durante más de medio siglo, en temas clave de la agenda internacional. Lo que corresponde esperar ahora es que esa disposición sea respaldada en las elecciones en las que el próximo mes de septiembre Ángela Merkel espera ser ratificada para un cuarto mandato consecutivo. Sobre las credenciales europeístas del principal rival en esas elecciones, el socialdemócrata Martin Scholz, no existen dudas.
En su primer encuentro, los jefes de Estado de Alemania y Francia fueron bastante más allá de todo cuanto se podía haber esperado. La sola mención a una “refundación de la Unión Europea” que incluya una reforma de los tratados comunitarios, si eso llegase a identificarse necesario, refleja con nitidez la magnitud de los desafíos que los países de la Unión Europea afrontan actualmente, así como la coincidencia de los mismos con los retos planteados como consecuencia tanto de la salida del Reino Unido de la Unión Europea como de la cuestionable actitud asumida por la nueva administración norteamericana.
Al anunciar que los gobiernos de París y Berlín han decidido formar un grupo de trabajo para trazar “una hoja de ruta” que les permita identificar las determinaciones que se requieren adoptar, Emmanuel Macron fue terminante: “Si con la perspectiva de esa hoja de ruta, está claro que tiene que haber cambios institucionales, nosotros estamos preparados. Para Francia no es tabú.” Por su parte Ángela Merkel, además de identificarse literalmente “encantada” con los desafíos que le fueron planteados por Macron, precisó que “el encanto sólo dura si produces resultados.” En esa dirección y aun contradiciendo a su propio Ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, la Canciller alemana precisó que, “desde el punto de vista alemán, los tratados podrían cambiarse, siempre que tenga sentido, pero antes hay que ponerse de acuerdo en qué tipo de cambios queremos”, pero fue terminante al concluir que “la inercia no es una opción”.
Las tareas a ser emprendidas serán analizadas el próximo mes de julio en una primera reunión del consejo de ministros franco-alemán. Este compromiso coincide con la fecha programada para la celebración de la reunión del G20, oportunidad en la cual será más difícil que pueda lograrse una cohesión ante Trump, similar a la que se experimentó en la última reunión del G7. La concertada reunión de los gabinetes de Francia y Alemania contará con los resultados de ambas reuniones para desarrollar su agenda. En esa oportunidad deberán evaluar, asimismo, el alcance de las determinaciones que en el ámbito socioeconómico tendrá que haber adoptado ya el nuevo gobierno francés, así como el respaldo que obtenga Emmanuel Macron en la composición de la Asamblea Nacional, tras las elecciones convocadas en junio.
Precisamente, en función de ese último propósito se inscribe la composición del gabinete de Ministros que designó Macron, apelando, por una parte, al prestigio de veteranos líderes del malogrado partido socialista, junto a los cuales trabajó en el saliente gobierno de su antecesor Hollande. Por otra parte, Macron convocó a destacados miembros del partido conservador para que, junto a su Primer Ministro Édouard Philippe, también republicano, formen parte de su gobierno. Ante esta determinación, la respuesta de Los Republicanos fue excluir a los convocados de toda relación con el partido.
La prioridad, en este primer momento, tanto para “La República en Marcha” de Emmanuel Macron, como para socialistas y republicanos, es lograr la mejor representación posible en la Asamblea Nacional. Por su parte, Macron espera que la confianza que le fue depositada por los franceses el 7 de mayo, se vea francamente reflejada en el respaldo que se otorgue a los postulantes que ha nominado para que formen parte del Poder Legislativo. Por otra parte, tanto republicanos como socialistas esperan obtener una representación que obligue a Macron a concertar alianzas institucionales para emprender las reformas que se demandan tanto a nivel nacional como europeo. A su vez, la extrema derecha al igual que la extrema izquierda coinciden en su anticipada oposición a todo cuanto se ha propuesto y significa Emmanuel Macron.
El resultado de estas elecciones podría llegar a ser determinante, por lo que deberemos mantener los ojos puestos en Francia. Tanto la derecha como la izquierda, que se alternaron en la conducción del destino de los franceses, cumplieron su ciclo, tal como parece acontecer igualmente en buena parte de Europa así como, con diferentes matices, en prácticamente todos los países de nuestra América Latina. Lo que no ha sufrido mayores modificaciones son las abismales diferencias en los niveles de desarrollo entre los países europeos y los nuestros.
Estas diferencias, en lugar de superarse, se han ido agudizando y se han hecho, además, extensivas a los miembros de todas las sociedades sin excepción, pertenezcan éstas al bloque de países desarrollados o en vías de desarrollo. Esta situación ha determinado que la Organización de Naciones Unidas se haya planteado para el 2030, la consecución de los objetivos de desarrollo sostenible, lo cual se constituye en un imperativo, prácticamente insoslayable, para la convivencia de la humanidad.
En contraposición a tales propósitos, pugnan por imponerse posiciones revisionistas, nacionalistas y xenofóbicas, en las que pretenden cobijarse sectores cada vez más significativos de los más influyentes países. Frente a estas posiciones ha surgido la respuesta del liderazgo de Emmanuel Macron. El éxito de Macron, en consecuencia, está llamado a alcanzar una repercusión trascendental para el conjunto de la sociedad y, en su defecto, el fracaso de esta opción terminará por sepultar todo lo que llegó a significar el proceso de integración y desarrollo emprendido en los últimos setenta años de paz sin precedentes en el continente europeo. Debemos actuar convencidos de que a partir de esta exitosa experiencia se reafirmó la evidencia de que la paz está ligada al desarrollo y que éste, a su vez, es el que genera las circunstancias a favor o en contra de la paz.
Los niveles de desarrollo alcanzados por Europa en estos últimos setenta años están ligados a su proceso de integración y la remota posibilidad de la consecución de los objetivos de desarrollo sostenible para el 2030, tiene como imperativo no solamente la profundización y la consolidación del proceso de integración europeo, sino también la consecuente e inequívoca incorporación de la variable integración en las políticas de desarrollo de los diferentes bloques de países.
Mantengamos los ojos puestos en Francia y dispongámonos, una vez más, a emular el camino de la integración recorrido y que le queda por recorrer a la Unión Europea. En el caso de nuestros países, aún no hemos sido capaces de traducir los innumerables enunciados y proclamaciones en resultados palpables y esencialmente perdurables.
Todo está dicho, nada está hecho, pero no podremos seguir esperando, impunemente, el momento en el que los representantes de nuestros países adopten las impostergables determinaciones que se demandan.