Pasaba la noche en uno de los antros del centro de la ciudad de Monterrey, donde el hedonismo y las manifestaciones del placer se entrelazan entre coreografías y vestuarios transgresores que ensalzan las manifestaciones de la diversidad, en un vaivén de colores tan vivaces como los tantos arcoiris que cuelgan de las paredes del recinto.
Salimos de ahí Chava, mi novio, y yo gritando las consignas de la marcha: ¡El que no brinque es buga!, ¡Ese mirón también es maricón!, desgañitando nuestras cuerdas vocales al unísono, como queriendo convertir la serenidad de la noche en un altavoz para el mundo, y a su oscuridad en nuestra protectora.
Llegamos al departamento y caí rendido sobre la cama.
― ¿Chava, eres tú?
― Salvador, no Chava.
― Te refieres a…
― La estatua de sal, así es.
― ¡No lo puedo creer! Estoy soñando, tengo un afecto especial por tus obras; bueno, México entero lo debe tener, materializaste el amor entre iguales en tus sonetos y prosas, quedaste…
― Representado en los murales de la Secretaría de Educación Pública por Diego Rivera como anti revolucionario, retratado con homofobia por Clemente Orozco, pintado con saña por El Corcito como los cuarenta y uno. Odiado por La Diegada y sus huestes revolucionarias.
― Sí, pero bueno… mis contemporáneos…
― No, contemporáneos sólo los de mi grupo, ustedes son una deriva cultural que no encuentra referentes en su pasado, y no comprenden su presente.
― Estoy de acuerdo, pero déjame platicarte, si tan sólo supieras todo lo acontecido un año después de tu muerte, Carlos Monsiváis, Nancy Cárdenas y Luis González de Alba escribirían el Primer manifiesto en defensa de los homosexuales, que además estuvo firmado por figuras que ya para entonces eran un referente intelectual, como Juan Rulfo y José Revueltas. En 1978, saldría el primer contingente cargando sólo con su dignidad y deseos de cambio a marchar en la capital del país abanderando sueños que parecían distantes. Sin partidos políticos ni patrocinadores de por medio.
La literatura continuaría tu senda de representatividad, sin ser sosegada, y así como la generación beat en los Estados Unidos rompería los parámetros de la censura, el inolvidable libro de Luis Zapata y posteriormente los Ojos que da pánico soñar harían lo propio. Describirían de la mejor forma a ese amor que no se atreve a decir su nombre, como mejor lo expresó Wilde.
Tanto hemos avanzado, que en tu inigualable capital, la que generaciones de mexicanos recorrieron por medio de tus crónicas, la comunidad gay consiguió apoderarse de espacios de representación y derecho. Colocamos lo que Monsi describiría como “lo marginal en el centro”, en alusión a tu persona. Pero, a ver, siéntate. Estás en tu casa.
― Mmm… ¿Por qué no me platicas acerca de la tiranía de la ortodoxia sexual en tu estado?
― A eso iba. Encontrarás fascinante el caso de Nuevo León. He de mencionarte que, a diferencia de la capital, el movimiento de diversidad sexual se desarrolla a finales de los años ochenta. Éste, en contraposición a su antecesor en la Ciudad de México, aprovecha la crisis de salud que se dio en esos años por la propagación del VIH para poder abordar la importancia de construir lazos entre las primeras organizaciones y el sector salud.
La primera generación de activistas estuvo conformada por Jorge Galván, Abel Quiroga, Joaquín Hurtado, Hilda Esquivel y Joaquín Delgadillo; más adelante se integrarían Mariaurora Mota y Vicky Ponce. Y se reunían en un principio en la iglesia del Roble.
En 1992, decidieron conformar la primera organización que llevaba por nombre Movimiento Abrazo, y desde ahí dar respuesta al tema de VIH. Posteriormente, algunos de los activistas en 1994 conforman el colectivo Nancy Cárdenas, cuyo objetivo era la lucha contra los estigmas y la discriminación. Dicho colectivo editó por primera vez una revista para la comunidad LGBT, conocida como Guía Gay.
― Mira que por textos no hemos parado en este país, te lo digo con toda certeza. De hecho, nuestro poeta michoacano Francisco Manuel Sánchez de Tagle ya escribía al barón Alexander Von Humboldt en 1804 una carta que daba muestra de un romanticismo más audaz que las novelas de su siglo.
― Espera. Aquí viene la parte interesante: miembros de la Iglesia católica y católicos practicantes conformaron uno de los primeros grupos de ayuda, conocido como Integridad AC en 1992. El grupo se dedicó a ayudar a las personas católicas que lidiaban entre su orientación y sus creencias.
― El eterno principio de San Sebastián mártir, flechado y ultrajado por el poder, pero siempre fiel a la palabra de Cristo.
― ¿Hablas del santo gay?
― ¡Ay Dios mío! Estas generaciones… Hablo de la representación iconográfica y la adopción de éste como mártir de nuestra causa. Prosigue, por favor.
― En fin, después de esto, muchos de estos creyentes vieron realizado su sueño a la llegada de la primera iglesia incluyente en Monterrey, en 1998. La iglesia de la Comunidad Metropolitana les dio la capacidad de poder entender el Evangelio desde una perspectiva de inclusión. Esto es relevante porque algunas de las organizaciones saldrían del seno de esta iglesia, o bien adoptarían una interpretación bíblica distinta a la que por años ha condenado nuestra existencia con los mismos textos. Y todo esto en un contexto de supuesta laicidad, por parte de las autoridades del estado, vaya paradoja.
― Cuando el prejuicio trasciende a la actuación se convierte en la política pública de la exclusión. Continúa.
― Bueno, para no hacer la breve historia del movimiento en Monterrey más larga. Te comento que la primera marcha del orgullo fue en el año 2001. Una demostración de valentía y un paso hacia la dignidad que quedó plasmada en la historia. Nunca más tener que repetir aquello que tu amigo Xavier le comentó a Octavio Paz: “Para soportar a México he tenido que construirme este refugio artificial”.
― ¿En verdad?, ¿Acaso no venías de uno de estos refugios?
― Veníamos de festejar, un año más de orgullo, un año más de la causa que nos une.
―¿Qué los une? Porque entiendo que la multiplicidad de placeres jamás podrá ser homogenizada, me queda claro que tampoco la posición socioeconómica, ni la etnicidad. ¿Valores cívicos? Mmm… lo dudo, y las creencias religiosas menos. Pero hay algo que viví, y tú compartes conmigo. No es más que la inferioridad implícita o explícita del contexto en el que te encuentras.
― Tu existencia y comportamiento fueron un modo de reivindicación y disidencia moral, pero te recuerdo que al final de tu vida te acercaste al mismo sistema que alguna vez te plasmó como el ejemplo de aquello que el mexicano debía rechazar.
― Hace un año, los interlocutores de su movimiento se acercaron a ese mismo sistema, que efectivamente me utilizó en mi juventud para vanagloriar el machismo y en mi vejez para reconocer mi trabajo. A mí nunca me vio como a un igual. Y a ustedes después de sentarse en la misma mesa y prometerles la igualdad, les dieron la espalda. Parece que hay cosas que a la historia le gusta recordarnos.
Desperté súbitamente del letargo. Confundido, miraba la inmensidad del techo blanco de la habitación mientras sentía la respiración de Chava, que tenía su espalda pegada a mi cuerpo.
― Chava, despierta, te tengo que contar mi sueño. ¡Es toda una anécdota! No vas a creer con quién estaba platicando.
― Amor ―contestó con somnolencia―. Mejor resúmelo.
― Es tal vez una especie de fantasía.
― ¿Sexual?
― No, soñé que algún día esta sociedad que nos vio nacer, crecer y enamorarnos, nos reconocerá como iguales.