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Licenciada Rebeca Garza: Lo personal es político

agosto 20, 20171 ComentarioCastillosBy Miguel Martínez Jiménez

Foto: UANL

Rebeca Garza vino a Monterrey a concluir un proceso que al fin se ha materializado en su título de licenciatura en administración, con acentuación en mercadotecnia, por la Universidad Autónoma de Nuevo León con su nombre corregido. El documento con el nombre anterior se expidió en 2001.  Hace año y medio había venido a firmar, tomarse la foto y pagar por todo el trámite una vez más, sin saber cuánto tendría que esperar. El suplicio burocrático fue agotador: Le pidieron la carta de liberación de servicio social original, por ejemplo, su cédula tuvo un proceso aparte bastante irregular, y su hermano David tuvo que esperar hasta cuatro horas para ser atendido, en un cansado proceso que parecía tener como objetivo desanimar a la interesada, que actualmente radica en Oaxaca. “Lo que pasa es que no hay un protocolo de acción. Ya había habido solicitudes antes, según me informaron, pero esas personas no concluyeron el proceso. Pues claro, no se dan cuenta de que son ellos (la universidad) los que lo obstaculizan”. Se hubiera tomado con más calma el trámite si no fuera por una auditoría de expedientes en el INE , donde labora, y la llamada en la que le avisaron que no contaba con el documento, es decir, que el nombre en su reluciente acta de nacimiento no concordaba con el título universitario. Eso fue lo que la orilló a comenzar el via crucis burocrático. Si persistió hasta el final no fue sólo por cuestiones personales: “Con este logro contribuyo a la visibilidad de las egresadas trans”, me suelta firme. Por eso no ha parado de dar entrevistas a diversos medios ni de revisar las notas periodísticas al respecto con agudeza crítica. “En Milenio mencionaron mi nombre anterior y yo no se los di. ¿Para qué? ¿Con qué intención? ¿Te fijas?” 

 

Rebeca Garza no habría salido de Monterrey si no fuera por la discriminación que enfrentó en todas sus formas a la hora de buscar trabajo como recién egresada. Con un promedio de 94 y prácticas profesionales muy competitivas para la época, acudió a Cemex, a FEMSA y hasta Soriana (en un acto desesperado, dice), en busca de oportunidades de trabajo. En aquel momento, habitaba la vida como un hombre bastante afeminado, menudito y con cejas depiladas. Sus padres se mortificaban y lo persuadían cariñosamente para que intentara hacer menos visible su amaneramiento, pues en el fondo sabían que el detallito era un problema en las entrevistas de trabajo. Siempre que mandaba un currículum le llamaban de inmediato al ver su contenido, pero nunca superaba la primera entrevista. Si bien casi siempre no pasaba de un “te llamamos después”, Rebeca recuerda una experiencia de discriminación indirecta muy regiomontana: “Fue en FEMSA. Al finalizar la entrevista el de recursos me preguntó si me gustaba el futbol. Yo le contesté que no entendía qué tenía que ver eso con un puesto de auxiliar administrativo. No, pues es que en esta empresa el futbol es importante porque nos une como empleados. Ocupamos que te guste el futbol, me dijo”. Nunca más le llamaron.  

 

Pudo entrar al INE (entonces IFE) gracias a que el proceso fue un concurso en donde ella sólo era un folio, y tras varios exámenes y filtros a distancia, la entrevista se llevó a cabo como etapa final. Aun así, no fue tan fácil. Llegó de 23 años pesando 45 kilos, pareciendo de 18 y con las cejísimas a su nuevo puesto en Puebla, donde estuvo 10 años como vocal distrital. Cuando su jefe la conoció, la vio de pies a cabeza y le soltó sin miramientos una frase que no olvida: Tú me vas a traer muchos problemas. Esas palabras, aunque la desanimaron al principio, la empujaron a esforzarse más en el trabajo, innovando y abriéndose paso con el tema de la equidad de género como parte de la promoción de valores cívicos en la organización de elecciones. Su vida transcurría en Acatlán de Osorio en Puebla, una localidad conservadora en la región mixteca cercana a Oaxaca. 

 

 

La vida antes de Rebeca  

Desde la niñez descubrió un texto de endocrinología entre los libros de su padre, que es médico. Ahí conoció la palabra transexual que usaría en la adolescencia para definirse en confianza y en corto. Cuando un amigo muy cercano le confesó “Soy gay”, Rebeca con otro nombre le dijo: “Pues yo soy transexual”. “¿Y qué es eso?” “Pues que soy una mujer en el cuerpo de un hombre”.  Años después, tras conocer la teoría de la performatividad de Butler, los estudios de género y el debate feminista, Rebeca cuestionaría ésta y otras etiquetas, pero en aquella época el entorno era distinto y sus fuentes de información muy limitadas.  

 

Durante aquellos años, el impacto de las lecturas médicas y su propia adolescencia marcaron sus días. Los cambios corporales propios de la edad le causaban terror, pánico de masculinizarse.  A los 18 años comenzó a tomar pastillas anticonceptivas que le conseguía su hermano, como si fueran tic tacs. “No sé cómo no me fregué el hígado”, dice hoy a la distancia. Si de etiquetar se trata, en aquella época no tenía más remedio que vivir una vida como hombre homosexual en el Monterrey de la década de los noventa. Recuerda, por ejemplo, cómo acudía al desaparecido antro Arcanos, al que hoy resignifica como homofóbico, transfóbico y misógino:  

 

“Sólo dejaban entrar hombres homosexuales, pero varoniles. No dejaban entrar jotitas, ni mucho menos mujeres trans o travestis, lo que llaman vestidas. Obviamente tampoco mujeres cis, lesbianas o no. Era sólo para hombres gays y varoniles, supuestamente. Y ahí veías a todos en la fila, performando la masculinidad según nuestras posibilidades, porque de plano te decían: Usted no puede entrar. Muchas escondíamos el gloss y el angel face (que era para lo que nos alcanzaba) en los chones, porque si te los encontraban no te dejaban pasar. Yo llevaba mi blusita pegadita debajo de la camisa holgada, y una vez que entraba me iba a maquillar al baño”.  

 

En la preparatoria, conoció por un amigo en común al profesor y cuentista Eliseo Carranza quien se volvió su mentor. Los tres se reunían en el café Martin’s a conversar por horas sobre literatura, filosofía y cosas del mundo gay. “Yo no quiero jotitas iletradas, nos decía. Lo recuerdo con mucho cariño porque con él aprendí muchas cosas. Además de cultivarnos, nos aconsejaba: Nunca se vayan con un extraño. Nunca tomen de una bebida abierta”. Eliseo además la bautizó como a una hija: En esas reuniones la nombraba Rebeca, por Rebecca Wells, la hija de Rita Hayworth. “ A la otra le puso Yasmine, y yo era Rebeca. Éramos sus hijas”, me dice sonriendo.  

 

 

Renacimientos  

Una vez establecida en Puebla, independizada, comenzó a “empoderarse” lentamente. Conoció un portal en internet llamado Disforia de Género en el que personas trans compartían información, experiencias y consejos. Hoy la página no existe porque fue tumbada por unos hackers rusos y su fundadora huyó a los Estados Unidos, pero en aquellos días ese espacio significó para Rebeca la certeza de que era posible habitar el mundo como mujer y su deseo devino empuje.  

 

En el 2003, el año que le tocó organizar su primer proceso electoral, unos amigos la invitaron a participar en un concurso de belleza en un pueblo vecino, en el estado de Oaxaca: Huajuapan de León. Se inscribió con mucha emoción apoyada por sus amistades y, una vez más, por su hermano. Sin saber que esa noche se convertiría en Miss Huajuapan Gay 2003, cuando se vio vestida ante el espejo sintió una paz indescriptible.  Ese sería un momento cumbre en su vida, del cual no habría retorno. Comenzó a cambiar en el trabajo, a sentirse un poco más libre. De visita en Monterrey, su madre le preguntaba con segundas intenciones si esos pantalones eran de mujer, y ella contestaba que sí. “Yo me los compro con mi dinero, ¿no? Comencé a responder, a cambiar mi discurso”. 

 

Empezó a viajar a la Ciudad de México para ir con el psicoterapeuta David Barrios, quien le brindó acompañamiento psicológico en su transición. Su plan original había sido ahorrar para las operaciones de rostro y de senos y regresar al trabajo sin explicaciones, sin decirle nada a su familia ni a sus colegas. Sin embargo, unas compañeras del trabajo y su propio terapeuta la animaron a pedir los permisos correspondientes y solicitar ser llamada como Rebeca.  Fue más allá: Exigió que hubiese un protocolo a nivel institucional para los empleados transgénero, el cual ya va en su segunda edición.  Al principio no quería visibilizarse tanto. El tema fue tomado de manera amarillista por la prensa local y Rebeca sintió no sólo humillación, sino vulnerabilidad. “En ese tiempo vivía sola. Tenía miedo. No quería ser parte de la estadística”.  

 

Se refiere a la esperanza de vida de las mujeres trans en un país que es segundo lugar en asesinatos por odio homo y transfóbico. Y para ella la estadística tiene rostro: Conoció de cerca los casos de Bárbara Ledezma  y Agnes Torres , asesinadas con saña en distintos lugares de Puebla durante el sexenio de Rafael Moreno Valle. Rebeca las conoció vivas y, en el país de la impunidad, los asesinos siguen prófugos.  

 

Le tocó educar a sus superiores en torno a conceptos básicos como identidad de género u orientación sexual, en la exigencia de su derecho a la identidad. El proceso fue menos duro que con sus padres. Le avisó a su hermano David, solamente porque necesitaba tener a un familiar cercano cerca durante la cirugía y la recuperación. Éste llegó de Monterrey con un mensaje lapidario de su madre: “Dile que, si se opera, ése será el último puño de tierra que caerá sobre mi tumba”.  La tensión cambió después de la cirugía, cuando su madre no se aguantó las ganas de llamarle por teléfono. “Lo primero que me preguntó fue ¿Cómo estás?”, me dice entre lágrimas, “y yo le respondí que era el día más feliz de mi vida”. 

Hace unos días, en plena tormenta mediática, un medio alcanzó a entrevistar a su madre. Su declaración es poderosa por su sencillez y su verdad: 

“Si no los apoya uno como padres, menos la sociedad”. 

 

Con el tiempo se corrió la voz de que había una funcionaria transgénero en el INE. Mientras se encontraba en Baja California, recibió el mensaje de un grupo de mujeres trans que denunciaban que, en los módulos de Tijuana, para la foto de la credencial les pedían quitarse el maquillaje y ocultar el pelo largo. Masculinizarlas, pues. Fue con su jefe y le propuso brindar pláticas de capacitación y sensibilidad que fue disfrazando en otros proyectos, como derechos humanos, equidad de género, diversidad funcional, inclusión en general, como parte de su puesto como vocal de capacitación electoral y educación cívica. “Todo inicia con medidas sencillas. Un ejemplo es llamar a los ciudadanos por los apellidos. Esa estrategia salió de ellas mismas. No es posible tomar medidas para quienes son oprimidos si no los escuchamos”. Así fue como conoció de cerca el poder de su influencia al hacer consciente su posición privilegiada.   

 

“Si yo sigo viva ha sido no sólo por suerte, sino también por mis privilegios. De clase, por ejemplo: Mis padres, con todo y sus resistencias, nunca dejaron de pagarme la universidad. Era una niña de familia, incluso cuando obtuve el puesto en el Instituto les pedí permiso para irme a trabajar a Puebla. El apoyo de ellos ha sido fundamental: Si no funciona, aquí tienes tu casa y aquí te vamos a estar esperando siempre, me dijeron. A otras las corren y nunca vuelven a ver a los suyos. Además, yo transicioné después de terminar la carrera profesional. Muchas mujeres trans no terminan sus estudios por la violencia sistemática a la que se enfrentan mientras estudian, hay mucho por hacer en esa área. También ha sido una ruleta rusa: Si no fui asesinada es porque siempre llevé a mi hermano de chaperón a todos lados, nunca me fui con un extraño saliendo del antro, tal como me aconsejó Eliseo. Siempre fui muy ñoña.” 

 

Rebeca sigue en formación constante. El encuentro con los feminismos la llevó a tomar el Certificado en Estudios Críticos del Género, de 17 Instituto de Estudios Críticos y el Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir, que la ha llevado a una reflexión teórica y política constante de su situación. Actualmente se encuentra felizmente casada con un hombre que conoció en sus viajes a la Ciudad de México. Su esposo la ha acompañado en todos estos procesos, y también ha adquirido consciencia política sobre el tema.  Rebeca sin duda es una privilegiada. Casada, apoyada por su familia, con estudios universitarios y con un trabajo estable, aprovechó el viaje a Monterrey para presentar su tesis de Maestría en Procesos e Instituciones Electorales. El título de su disertación: Violencias de Género y participación política electoral de las personas trans* en México desde 1990 dentro del sistema electoral mexicano.  

 

“Este no es un asunto de Rebeca, mi título rectificado no es un asunto privado. No se trata de felicitarme. Es un momento por los derechos de la población trans. Hacen falta protocolos, no puede ser un caso de excepción, mucho menos cuando el gobernador habla de zonceras. Mi intención es politizar, sin lugar a dudas”. 

 

 

*Imagen de portada: UANL 

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Sobre el autor

Miguel Martínez Jiménez

Licenciado en Psicología por la UANL y Doctor en Estudios Humanísticos por el ITESM. Profesor e investigador en el área de las humanidades médicas, interesado en los estudios críticos de la sexualidad y el género. En 2010 obtuvo el Premio Latinoamericano de Cuento Edmundo Valadés. Prefiere andar a pie, el café sin nada y el arroz sin popote, por favor.

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