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Twin peaks o del misterio como forma narrativa

agosto 20, 2017Deja un comentarioTelevisiónBy Alejandro Martínez Salinas

Foto: Wikimedia Commons

De las diásporas fílmicas que se enroscan, crecen y se difuminan por la periferia fílmica, la de David Lynch siempre merece especial atención. 

 

David Lynch siempre podrá parecer sorprendente. Ya sea por la fuerza estilística de su obra o por el osado afán de crear trabajos crípticos y sumamente complejos. 

 

Cuando al parecer ya hemos encontrado una forma de describir su obra, Lynch cambia de registro y se tiene que volver a empezar de cero. Su más reciente trabajo Twin Peaks tercera temporada (Francia, EUA, 2017) se instala en un momento de su creación, que a mi parecer, es su periodo más fértil y, si se me permite el adjetivo, más revolucionario. 

 

Y no es para menos, pues las dos primeras temporadas rompieron los esquemas de lo que era televisivo hasta ese momento. Eso mismo es lo que esta creando en tan solo un par de episodios, mientras unos se adormilan con Game of thrones y su fácil manejo del morbo, Lynch rompe el  molde y crea un episodio (una serie) que rompe con los moldes de lo que es la televisión en tiempos de streaming. La belleza de la propuesta de Lynch no solo está en su manera de ver el cine como una forma de apropiarse del misterio. El cine y sus posibilidades nos proponen una forma de ver la realidad a través de los sueños, de lo inconsciente. Eso mismo es lo que podemos encontrar en ese episodio ocho, tan paradigmático que ha roto con la forma de ver y hacer televisión. 

 

El regreso a Eraserhead 

 

Twin Peaks  es una serie  tan personal, que sólo se le puede comparar con Eraserhead (EUA, 1977). 

 

Eraserhead es el manifiesto de David Lynch. Todo lo que este cineasta proponga en sus tres momentos fílmicos está ahí. Desde la oscuridad que lleva a lo mórbido; la iluminación que, lejos de ser un alivio, es una invitación a lo otro, a aquello que esta más allá; los personajes propios de una alucinación y sin una delimitación psicológica; la falta de una trama propiamente dicha, sino más bien un conjunto de sketches propios de una pesadilla industrial. 

 

Si categorizamos la obra de Lynch se puede dividir en tres momentos: uno plástico y de búsqueda —The alphabet, (EUA, 1968), The grandmother (EUA, 1970), Eraserhead—, otro de conceptualización de su universo fílmico —de Terciopelo azul (EUA, 1986) a Salvaje de corazón (EUA, 1990)— y otro ya maduro donde rompe con todos los esquemas antes prefigurados en su obra y crea una obra singular, llena de potencial y nuevamente de búsqueda —de Por el lado oscuro (Francia, EUA, 1997) a la fecha. 

 

Twin Peaks se instala en esta tercera etapa, donde Lynch más que continuar con el éxito de sus trabajos ya consagrados, se propone una búsqueda permanente en el lenguaje cinematográfico. 

 

Su trabajo actual se ha dispersado en una gran cantidad de cortometrajes donde el principal eje de esos trabajos es encontrar nuevas formas en el lenguaje. Obra dispersa y que no busca ni el gusto del público o de la crítica. 

 

Cortometrajes como The darkened room (2002), Rabbits (2002), Dumland (2002), han dado pie a que Lynch se interese por las posibilidades expresivas del video y es ahí donde se instala Twin Peaks. 

 

En largometrajes como Por el lado oscuro del camino y Mulholland drive (Francia, EUA, 2001) Lynch encontró todas las posibilidades de su narrativa barroca y surrealista, que igualmente usa hasta el hartazgo en Twin Peaks, pero lo interesante de este filme, no está en su narrativa o en su posible interpretación, sino en las posibilidades de su estilística. Una estilística donde el video tiene un primer punto de importancia, ya que para Lynch el video le da formas expresivas de trabajo inmediatas, en las que incluso no tiene que mediar un guion y que dan pie a lo que Ayala Blanco llama el “delirio visionario (…) que retoma los hallazgos del artista plástico Lynch de sus primeros cortos y al precoz poeta surrealista postbuñueliano de Cabeza borradora para circular de nuevo Por el lado oscuro del camino, cual si fuese la última vez, pero la primera plenamente desinhibida”. 

 

Inland empire no es su trabajo más logrado, pero si es su trabajo más interesante. Es un filme de búsqueda expresiva, un trabajo que prefigura otros trabajos por venir, un filme hipnótico de una narrativa que es imposible de abarcar y encontrarle un sentido. 

 

Twin Peaks es la obra de un Lynch desinhibido que busca en el video nuevas formas de expresión que le permitan crear nuevos laberintos de infinitas interpretaciones. En este último trabajo de Lynch no hay interpretación posible, sólo las infinitas posibilidades que puede dar una trama donde las tramas se pierden en las subtramas y viceversa. No hay subtrama posible, no hay posibilidad de una interpretación única. Lynch, en está versión de su obra más popular, propone una forma de entender la narrativa que rompe con todo aquello que desde Los sopranos la televisión cinematográfica ha construido: una forma de regodearse en las formas, en el relato. A Lynch no le importa que sepas hacía donde va la historia (bastan los 20 minutos silentes del episodio 8), le importan las posibilidades de la estilística, le importa el misterio de las formas narrativas. 

 

 

 

*Imagen de portada: Pixabay.com

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Sobre el autor

Alejandro Martínez Salinas

Practicante de la crítica bonsái de cine. Maestro de clases sobre los misterios de la pantalla cinematográfica. Pensador fiel de la filosofía de menos es más. Curador del pensamiento cinematográfico en dosis mensuales para cineclubes.

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