Con el paso de los años, el cine bélico nos ha llenado las pantallas de grandes relatos épicos donde el hombre se va convirtiendo en un héroe (Salvando al soldado Ryan, como paradigma), o se nos presenta al hombre transformándose en un monstruo (Apocalipsis ahora). Cada película que recuerdo cae en alguna de estas dos categorías: la gloria o el horror.
Cuando Christopher Nolan anunció que su siguiente trabajo sería una película bélica, pensé que su filme caería en alguno de los dos paradigmas expuestos líneas arriba. Mi sorpresa fue encontrarme con un filme, que si bien peca de grandilocuente, esa misma grandilocuencia narrativa nos va llevando a una suerte de inmersión dentro de las fauces del relato.
En Dunkerque (2017) Nolan tiene como premisa llevarnos a las inmediaciones de los hechos, nos busca sumergir en la supervivencia. Cada fragmento de metraje está perfectamente construido para que uno como espectador viva en carne propia los efectos de la guerra. Desde la banda sonora de Hans Zimmer hasta su filmación en 70 milímetros están ahí para llevarlo a uno a la reflexión sobre el acto de narrar la guerra.
Desde La Ilíada hasta El día más largo (The Longest Day, Ken Annakin, 1962), hemos contado la guerra para justificarla; mostramos su horror, pero ese horror siempre está justificado por una causa más grande que el acto mismo de matar. Nolan por el contrario, nos narra actos de sobrevivencia. No le interesa justificar la guerra. No hay actos de heroísmo, no hay discursos motivacionales, no hay un enemigo visible, no hay justificaciones a la guerra, no hay madres acongojadas por los hijos o cartas a la novia al otro lado de la guerra; sólo hay seres humanos que intentan salir de la batalla. Sólo hay una narración que te va dejando una sensación de angustia, de tensión. Sólo hay un ritmo avasallador que, hilvanando cada fragmento, cada momento de un relato que nos va llevando a un crescendo que nos hace experimentar en carne propia la narración de la guerra.
Christopher Nolan a lo largo de su carrera se ha caracterizado por crear filmes con estructuras narrativas complejas que buscan dimensionar la importancia de la narrativa en el cine contemporáneo. En Dunkerque el relato fragmentado nos da esa visión total del evento bélico, evidente desde varios puntos de vista temporales. No se centra en un solo momento del relato, su narrativa busca contar todos los tiempos de lo narrado posibles. Así, su tiempo de la narración igual presenta la semana en que los soldados quedaron atrapados en la playa, los eventos del mar que tienen como duración un día de relato o la narración de los aviones que tiene como duración máxima una hora de relato (la duración del combustible). Cada uno de esos relatos, si bien suceden en diferentes tiempos, Nolan los va entrelazando con una maestría poco común en el cine contemporáneo.
Valiéndose de tres tramas que se van uniendo en tiempo y espacio narrativo, Dunkerque es el relato de una batalla ocurrida en la ciudad francesa del mismo nombre en 1940, pero lejos de acercarnos a los personajes, Nolan nos aproxima a la tensión de sobrevivencia, ya sea si su relato por un momento se centra en los soldados que esperan ser evacuados en la playa, ya sean los civiles que van por mar en apoyo a las tropas, ya sea en el muelle en espera de que el barco pueda salir sin ser bombardeado, e incluso en el aire. En cada uno de estos frentes, el director de El origen (2010) nos aproxima al acto mismo de contar la guerra. Para él, contar la guerra es que uno como espectador la viva, la padezca. He incluso me gustaría decir: la sobrevivas.
*Imagen de portada: http://www.imdb.com.