El padre, la madre, la carne, pero sobre todo el ritmo en los versos marcan los primeros dos poemas de los tres que se presentan aquí, de Fabián Rivera, poeta originario de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. En el tercer y último poema, la casa, que es también la carne, se desploma, cae, y así se enlaza este concepto con los motivos del padre y la madre: tríada perfecta de figuras elementales. Esta muestra poética se desprende del libro En aras del silencio, publicado en 2011. La lectura en voz alta corre a cargo del poeta colombiano Jorge Valbuena.
Carolina Olguín
(apunte)
La blanca puerta uno a uno cada uno de los goznes que el óxido celebran:
la blanca puerta, la rota puerta,
el aire muerto al final de la escalera,
vértebra que vibra como alcohol regado por la espalda,
madre que cura con rezos de paciencia el vientre a su pequeño:
hilo rojo, seda roja, espíritu, soplo con espíritu,
hoja de la albahaca rama de la albahaca
bosque de la albahaca
palmas de cera que aseguran el tierno eructo duradero.
La blanca puerta, la rota puerta, mi padre frente al sol es una lata
sin órgano o entraña, en la pared la grasa oscura que se unta de cansancio
tras un día:
mi padre cuenta vidrio roto
cada cual de sus astillas,
me va dejando un rostro,
me van dejando un rostro sin reflejo cada cual de sus arterias.
*
Serpiente
Hierve el amor entre la ropa
y de la carne nada excluye.
Sofocado inquieta a quien posee
su límite primero,
a quien muy a su pesar castiga,
al no tener mayor remedio
que censura.
Sediento,
se repliega una o dos o tres
o cuatro o cinco o seis o siete veces
y retorna
y este ciclo de batallas
dura —cuando menos—
tres segundos
y quien trata de calmar su llama
emplea ese rigor en vano al asfixiarla;
y quien trata de calmar su llama
emplea su vigor contra el latido
que acrecenta su clamor izquierdo
al llegar hasta la cima
y poseerlo todo
sin tener a cambio nada,
único el reflejo de la solitud
simplificada en sangre blanca.
*
Pienso en mi pasado
como los hombres piensan
en sus fronteras iniciales
(casa)
Por la mañana derribaron esta casa.
Éramos vecinos del vacío.
Nada, ni un solo ruido,
pronunció al caer
su estoica arquitectura.
Aquella imagen ilumina mis altares
y reconozco, desde entonces,
que atesorar nuestro pasado ya no sirve:
la lujuria del concreto no perdona.
*Imagen de portada: www.carruajedepajaros.com.mx.
Hermoso !!!!