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En la historia del activismo por los derechos de las personas LGBTIQ+, las lesbianas—de la mano del feminismo— han jugado un papel fundamental no sólo en la calle sino también en la academia. En México, por ejemplo, la figura de Nancy Cárdenas es imprescindible para entender la historia del movimiento en nuestro país a partir de los años setenta, y todavía es recordada por su participación crucial como fundadora del Frente de Liberación Homosexual y la valiente declaración pública (y, por lo tanto, política) de su sexualidad en los medios de comunicación de la época.
En Monterrey, la historia del activismo por los derechos de la diversidad comienza en la década de los noventa con rostros y nombres conocidos, entre los que destaca una mujer que ha dedicado los últimos veinte años de su vida a esta actividad en la ciudad: Mariaurora Mota. En días recientes la contacté para charlar sobre uno de los varios proyectos que lidera, que llamó mi atención desde que vi una manta con la frase Lesbianas maduras…, sostenida por ella y otras mujeres, en la Marcha de la diversidad de este año.
Mariaurora nació en la Ciudad de México en 1959 y es licenciada en Matemáticas por la UNAM. Se mudó a Waterloo, Canadá con quien fuera su marido, donde cursó dos maestrías en Ciencias Computacionales y Administración entre 1981 y 1987. A su regreso, llegó a esta ciudad y trabajó como docente en el Tecnológico de Monterrey. Posteriormente, volvió a a Canadá para acompañar a su entonces esposo durante un año sabático, mientras ella dividía su tiempo entre la crianza de dos hijos y las clases que tomó como oyente en la universidad. En estos cursos conoció el campo de las ciencias políticas, pero sobre todo el feminismo, la ética y la sexualidad. “Para mí, el paso de mi formación lógica racional dentro de las matemáticas a las discusiones teóricas de la Filosofía o el trabajo de autores como Foucault fue cuestión de un brinquito”. Estos encuentros no sólo le dejaron una huella profesional imborrable, sino también una marca personal, pues fue en aquel contexto académico en el que comenzó a cuestionar su propia heterosexualidad.
Así, transformada, regresó a Monterrey en 1995 y comenzó a colaborar con quienes encabezaban la causa feminista y LGBT en la ciudad de aquellos años. Cuando le pregunto su opinión sobre el famoso conservadurismo y la cerrazón con la que suele describirse al ambiente de la ciudad, me responde: “Yo no conozco a esa sociedad regiomontana de la que tanto hablan. Yo comencé a trabajar con gente interesada en las causas feministas y de la diversidad sexual desde mi llegada. Por ponerte un ejemplo, en las juntas de profesores del Tec sólo uno de cada diez maestros investigadores era de aquí”.
Mariaurora me recibe en las instalaciones de la asociación que lidera −Género, Ética y Salud Sexual, A.C.− al sur de la ciudad. Esta asociación civil fue fundada por ella en 1998, luego de haber colaborado con tres organizaciones en la ciudad: PROSSER −en la cual fue cofundadora− , Movimiento Abrazo y Colectivo Nancy Cárdenas. Ella llama a quienes han estado al frente de estas agrupaciones “sus maestros”: Norma González, Joaquín Hurtado y Abel Quiroga, respectivamente. La separación fue cordial pero también prevista, pues cada uno de estos grupos especificó y delimitó sus objetivos desde el principio. Una de las diferencias tuvo que ver con una palabra incómoda: “Yo siempre insistí con la palabra ética, y a ellos ética les sonaba a padrenuestro”, me confiesa. Su formación lógica y el encuentro con la filosofía y las humanidades durante su época de estudiante la llevaron a no quitar el dedo del renglón, hasta la fecha.
Otro faro en Monterrey
Mariaurora también jugó un papel fundamental en uno de los momentos clave en la cronología de la causa LGBT en Monterrey: la llegada de la Iglesia de la Comunidad Metropolitana, denominación cristiana nacida en California y célebre por incluir tanto a ministros como feligreses de diversas orientaciones e identidades sexuales. La necesidad espiritual ha sido un tema recurrente y a la vez marginado en la lucha por los derechos de estos colectivos, y esta comunidad religiosa le ha abierto las puertas a quienes han vivido la histórica exclusión de espacios y comunidades similares. Fue a comienzos de 1998 cuando el pastor David Pettit llegó a Monterrey con la intención de iniciar una congregación en la ciudad. Abel Quiroga le pasó el dato a Mariaurora, quien se involucró en el proyecto desde la primera entrevista con el ministro.
Mujer creyente, de familia con una fuerte tradición católica, obtuvo de este encuentro no sólo un fortalecimiento personal a través de las lecturas y conversaciones con Pettit, sino también un cauce para el activismo que ya lideraba. Mariaurora no sólo contribuyó con la búsqueda y la gestión del espacio que hoy ocupa la Casa de Luz, ICM en el centro de la ciudad, sino con aquellas actividades de orden laico que se han gestionado desde sus instalaciones (por ejemplo, la promoción de la salud sexual responsable entre los jóvenes asiduos a la congregación). “Obviamente esto tenía que darse de manera separada, así que mientras David se encargaba de los estudios bíblicos y el culto en una casa, nosotros repartíamos condones gratis en las instalaciones anexas”, me dice divertida, pues confiesa que a veces la gente no entiende que se trata de dos espacios separados.
David Pettit tiene una fascinación por la figura del faro, su carga simbólica y espiritual. En inglés, faro se dice lighthouse, que puede traducirse literalmente en castellano como casa de luz. En una conversación, David le dijo a Mariaurora que no entendía cómo Dios, sabiendo que a él le gustan los faros, lo hubiera mandado a un lugar como Monterrey, donde no hay ninguno, donde no hay mar ni barcos por guiar. Ella le contestó “Te equivocas. Monterrey tiene uno, se llama el Faro del Comercio”, me cuenta riendo. Así nació el nombre Casa de Luz, y la organización de una comunidad que no sólo satisface necesidades espirituales, sino también sociales. Mariaurora subraya el hecho de que el surgimiento de esta congregación trajo consigo la posibilidad de abrir espacios de encuentro, convivencia y comunión distintos a los bares, discos o antros para conocerse y reconocerse. “Esa historia, por cierto, también merece ser contada. Hace falta una historia de la diversidad en Monterrey a través de su vida nocturna”, me indica abriendo un paréntesis.
Lesbianas maduras
Por medio de GESS, A.C, Mariaurora ha gestionado varios proyectos en beneficio de la diversidad sexual. La casa Oasis todavía es recordada como un espacio de libertad entre los jóvenes de una generación. Actualmente, a través de LITIGA, gestiona el acompañamiento y asesoría legales en cuestiones como el matrimonio igualitario, además de promover en redes sociales el grupo cerrado Lesbianas maduras. Cuando le pregunto por este último, me explica que todo nace a raíz de una demanda ya larga de espacios seguros de encuentro y convivencia para mujeres lesbianas en la ciudad. “Tiene que ver también con la edad. No a todas las lesbianas nos atrae la idea de los bares, del factor alcohol o la vida nocturna. También está el tema de las redes sociales o virtuales para conocer gente: la edad parece ser el factor más importante en estos espacios. Conozco mujeres que llevan cinco años sin pareja porque afirman no tener oportunidad de conocer a nadie”. Así, ella ha abierto un espacio virtual cerrado en Facebook en el cual cualquiera se puede unir si cumple tres requisitos básicos: Ser lesbiana, mayor de cuarenta años y vivir en la ciudad. Una vez dentro se organizan eventos en espacios seguros, tanto públicos como privados, en los cuales interactuar. Hay temas de conversación comunes que no pueden ser abordados fácilmente en reuniones sociales con otras características: la menopausia, la sexualidad en la edad madura, el cuidado de los padres o los hijos, el clóset, etc. El tema de la confidencialidad sigue siendo importante: Muchas de ellas son enfermeras, maestras, empresarias, todavía ocultas en el clóset, por lo que no está permitido tomar fotos y videos en las reuniones.
“Hace falta conciencia de opresión. Conciencia política. Cuando una lesbiana no es consciente de su situación como sujeto oprimido considera que es normal llevar una vida oculta, tener que esconderse. Esta convivencia con distintas situaciones las empodera poco a poco. Cuando algunas nos vieron con la manta en la marcha, se acercaron y me dijeron: Entonces, no pasa gran cosa si una sale del clóset, ¿verdad? No, les digo. No pasa nada. Visibilizarse es muy importante, pero ése es problema de las lesbianas. La aceptación es problema de la sociedad: Aceptar que tu maestra es lesbiana, que tu doctora es lesbiana. Tu amiga o tu hermana”.
Cuando le pregunto sobre las necesidades específicas de las lesbianas dentro de los colectivos LGBTIQ, me dice que la salud es una asignatura pendiente. “Está muy documentado a nivel internacional que las lesbianas acuden muy poco al ginecólogo, en comparación con las heterosexuales, y el uso de anticonceptivos parece ser el factor clave. Pero está también, sin duda, la sensibilidad del personal médico. Te pongo un ejemplo clásico: ¿Es usted soltera? Sí. Ah, entonces mujer soltera es igual a mujer sin actividad sexual”. También está el asunto del cuidado de los padres. Ante el aumento de la esperanza de vida que se ha dado en los últimos años, los gays y las lesbianas resultamos ser los indicados para hacernos cargo de nuestros padres en edad avanzada. Ser gay o ser lesbiana en un mundo heteronormativo implica “no tener responsabilidades” y por lo tanto tener más flexibilidad en tiempo y recursos económicos. Y si el tema de la orientación sexual o la pareja es velado, todavía más. Ese es otro asunto que hace falta estudiar y documentar en la ciudad.
Cerramos nuestra conversación y Mariaurora Mota recalca que lo que más urge son nuevos liderazgos. La gente debe dejar de esperar que sean otras personas las que organicen eventos, actos políticos, protestas o movimientos. Todos podemos hacer algo, aunque sea convocar a una reunión en un café, organizar un besatón en redes sociales en protesta por alguna acción discriminatoria por parte de un establecimiento, etcétera. Principalmente, añade, en estos momentos es importante acompañar y apoyar a la comunidad trans, contra la ola conservadora que cada vez manifiesta voces más agresivas hacia este sector vulnerado. “La lucha, como siempre, sigue siendo en contra de la ignorancia”, concluye mientras me acompaña a la puerta.
*Imagen de portada: http://www1.uanl.mx