
Foto: almadia.com.mx
La “verdad” siempre anda en camino de ser algo distinto.
Guillermo Fadanelli
Las razones para leer un libro son muy diversas, y pueden ser tan válidas como contrastantes.
Leer para instruirse o hacerlo como simple entretenimiento.
La lectura es tan generosa que apapacha por igual a los espíritus aventureros y a las mentes más cuadradas.
Alimento para la imaginación sublime o para enfrentar horribles pesadillas.
Leer para entrar o salir de la realidad.
Muchas veces los escritores de oficio se especializan en hacerse visibles en alguna de estas posibilidades del lenguaje.
Lo curioso de Fadanelli es que asume todos estos formatos y divaga.
Andar sin rumbo fijo puede sugerirnos estar desorientados, pero andar sin rumbo fijo intencionalmente nos lleva a lugares tan comunes como descomunales, donde precisamente conviven el idealista con el tipo mañoso y marrullero; el personaje que escribe los quince o diez y seis “ensayos” que conforman este libro, es literalmente tramposo, lo cual nos abre a caminos inimaginables para disfrutar la literatura.
Entrecomillé la palabra “ensayo” intencionalmente, y lo hice porque no sólo refiere a lo propio de una reflexión sobre un tema dado, sino porque en el fondo, el trabajo de este escritor nacido en la Ciudad de México (1963), es estar ejerciendo el ensayo en su sentido más experimental de poner algo a prueba.
Está claro que lo que Fadanelli pone a prueba es al lector mismo, y la habilidad y paciencia de éste en seguirle en sus andanzas.
¿Temas? Es lo de menos, cuando se divaga se pasa de un tema a otro sin el menor reparo, pero habrá que dejar al menos aquí algunas referencias obvias, como por ejemplo las mujeres, el olvido, el arte de la brevedad, los jóvenes, la amistad, la soltería, incluso temas muy personales como sus libros perdidos.
De hecho, si hay un denominador común en toda esta lectura, es la lectura misma. Me atrevería a decir que no hay una sola página que no tenga una referencia clara a un autor determinado.
Hacer alarde de todo lo que se ha leído puede parecer una pedantería, y quizá lo sea, pero igual ese montón de referencias y citas resulta útil para ese lector curioso que me acompaña.
Al iniciar este apunte hablaba de cómo el lenguaje puede quedar al servicio de la inteligencia, como del simple entretenimiento. Fadanelli logra, en este volumen, lo mejor de esos dos mundos, y me explico dando detalle de algunas de estas dádivas: El libro me salvó de un trance tan aburridísimo como predecible (léase la sala de espera de un aeropuerto).
Además, me hizo reír.
Incluso me hizo reír de mí mismo, lo cual implica ya un grado de dificultad y de sabiduría invaluable.
El libro es, en algunos momentos, también experiencias de vida… y en consecuencia una cátedra de superación personal, cuando en realidad no hay nada que superar sino seguir leyendo.
Por otra parte, una lectura atenta permite encontrar dentro del cuerpo del texto, pinceladas aforísticas muy ingeniosas. Incluso subrayé algunas frases que me servirán para la presentación del libro de un colega.
Y por si esto fuera poco, encontré en estas páginas la complicidad con ciertas ideas, o mejor aún, de ciertas manías. Por ejemplo, aquello de creer, incluso convivir con ese “otro yo” que nos agobia; en el idioma alemán se le conoce como Doppelgänger… y Fadanelli toma conciencia de todo esto no sin amargura:
¿Cuál de todas nuestras personalidades nos representa? Un mequetrefe que vive dentro de mí destruye lo que otro hombre paciente —que también habita dentro de mí— se esfuerza tratando de conservar.
(Pero) A ojo de los demás somos un ser único que responde a un nombre y por tanto se hace responsable de sus acciones.
… los coherentes encarnan en soldados que en su intento de sobrevivir han aniquilado al resto de sus personalidades. Por supuesto aquel que sobrevive es el más odioso.
Ya lo dije, Guillermo Fadanelli es a todas luces un escritor tramposo, lo cual se agradece. Divagar y tener al final de cuentas un buen libro también se aplaude. Y cuando digo divagar, me refiero tanto al vago literario que se pierde en sus lecturas, como al escritor que se dispersa en sus propósitos.
La persona que busque ordenar sus ideas y ser coherente, por favor, no lea este libro.
El idealista y el perro, de Guillermo Fadanelli. Almadía 2013.
*Imagen de portada: YouTube