Estaba viajando por Birmania. La guía me había aconsejado que fuera a ver un templo y al regresar decidí pasear a orillas de un río a la sombra de algunos árboles. Cada tanto‚ en el camino encontraba una mujer de la zona que vendía bolsas y chales a los pocos turistas que por allí circulaban. Una de ellas tenía seis dedos en cada mano. La mayoría de las tiendas de madera construidas cerca del templo para vender estatuas de Buda‚ inciensos‚ abanicos‚ vasijas de laca‚ sandalias‚ frutas y flores habían sido abandonadas y cubiertas por sábanas de plástico. Era la estación más calurosa y sofocante‚ no buena para los visitantes‚ cuando las mujeres se cubren‚ con más capas que de costumbre‚ de un extraño polvo claro que ayuda a controlar la transpiración. Pocos días antes ya me habían bañado completamente con baldes de agua lanzados en cada esquina‚ durante las fiestas de Año Nuevo en abril. Todos —niños‚ jóvenes‚ viejos‚ mujeres‚ hombres— habían bailado‚ cantado‚ tocado diferentes instrumentos‚ vendido bebidas‚ comido‚ pedaleado‚ conducido‚ bajo una continua lluvia de agua de cascadas‚ de tubos‚ mangueras y recipientes de todo tipo. Las calles habían sido transformadas en ríos y las plazas en lagos que escondían a la mirada la basura y las ratas que seguramente también habían participado alegremente de la fiesta.
Llegué en una barca a una isla en el medio del gran lago Inle para ver el templo. Estaba volviendo ya y evaluaba mis fuerzas‚ sabiendo que el pueblo en expansión estaba aún lejano‚ más allá de la cascada‚ donde algunos jóvenes se bañaban y otros lavaban la ropa. En el sendero de tierra que seguía‚ entreví un niño pequeño que jugaba a la orilla del río. Estaba solo. Habrá tenido dos o tres años. Parecía satisfecho y feliz‚ inmerso en su actividad con unos bastoncitos que tal vez eran una pequeña barca con pasajeros o tal vez una caña de pescar y un botín de peces carpa o una olla para cocinar y un recipiente con comida para vender en el mercado. El agua del río era profunda y corría límpida. El niño estaba tan absorto en su juego que no notó que lo miraba. Era autónomo y seguro. Pensé: esto en Europa ya no es posible.
Poco antes había leído acerca de una madre arrestada en Nueva York por haber dejado a su niño solo jugando en un parque. En Occidente no vigilar se ha vuelto un delito. Cuánto han cambiado las costumbres desde los tiempos de mi infancia‚ cuando mis hermanos y yo nos quedábamos con frecuencia en casa solos durante la tarde. Incluso en las escuelas danesas‚ año tras año‚ se protege cada vez más a los niños del compromiso‚ el cansancio‚ la transpiración‚ el riesgo. Las maestras preocupadas contienen progresivamente su curiosidad‚ que se descarga solo con los juegos electrónicos. Los niños deben interrumpir cualquier esfuerzo físico para beber agua‚ tomar la merienda‚ descansar. Cuarenta minutos de atención es el máximo que se les puede pedir. Cuando enseñaba teatro en las escuelas primarias de Dinamarca‚ noté que los niños más pequeños del jardín de infantes todavía tenían un poco de energía‚ pero en la medida en que crecían estaba obligada a estimularlos como si hubieran nacido ya cansados. En las sociedades llamadas “de avanzada” y progresistas‚ no se cultiva más en la infancia la libertad de ponerse a prueba y descubrir a través del error‚ sobre todo si éste comporta algún riesgo.
Durante mi paseo en Birmania‚ no vi ningún adulto en la zona del niño. Si caía al agua probablemente habría nadado tranquilamente‚ como hizo mi hermano cuando aprendió a nadar antes de caminar. Lo que me llamó la atención del niño era su belleza. Era bello por satisfecho‚ independiente, concentrado. El río era su campo de juego‚ no una amenaza. Los adultos que caminaban por el sendero no eran enemigos potenciales‚ sino simplemente paseantes‚ gente del pueblo o personas de afuera. Para él‚ el mundo era un universo a ser explorado y el futuro una mina de oportunidades. Pensé: también la protección sofocante es una forma de violencia y la causa de esta violencia es el amor.
Hace algunos años vi una película egipcia en donde el hijo‚ quien había crecido dentro de una relación afectiva con su madre viuda‚ al final la mata. El joven se había vuelto islamista en sus tiempos de estudiante y no soportaba la idea de que la madre hubiera ido sola a encontrarse con un profesor suyo. En el pequeño cine de París‚ al final del film me quedé llorando largo rato. En un instante se había vuelto evidente para mí que más de la mitad de las mujeres en el mundo viven tragedias semejantes y que yo era totalmente impotente frente a esta realidad. Hoy se suma en mí la tristeza de saber que en algunos países las conquistas adquiridas están retrocediendo.
Otras mujeres con las cuales colaboro en teatro se encuentran en la misma situación de desaliento. A ellas les digo: la única forma de luchar es hacer bien nuestro trabajo. O sea dedicarnos con compromiso y cuidado de los detalles a aquello que sabemos hacer: el teatro. Nuestra competencia y nuestro conocimiento tácito —el cuerpo y los sentidos que piensan como un todo con la mente— tienen la obligación de intervenir y explicitar un modo diferente de percibir la realidad. Como mujeres que trabajamos en teatro hemos aprendido a accionar simultáneamente en diferentes direcciones y es nuestra responsabilidad usar esta capacidad para dar voz a nuestro disenso y a nuestra rebelión. Tenemos que crear un espacio de poesía‚ autonomía‚ empatía‚ subjetividad‚ solidaridad y belleza. Las pequeñas acciones que se reflejan en nuestro entorno nos regalan la esperanza de influir sobre la realidad social y contribuir a la apertura de horizontes posibles de humanidad vulnerable. La relación con los espectadores llena de sentido lo que hacemos. Es una esperanza sin ilusión‚ pero que nos da la fuerza para seguir adelante mientras alrededor nuestro el mundo parece enloquecer cada día más.
Como directora‚ una de mis pequeñas acciones que surgen de este tipo de inquietudes me ha hecho comprometerme con la creación del espectáculo Anónimas, con la actriz mejicana/colombiana Amaranta Osorio y la guitarrista española Teresa García. Algunos de los puntos de partida para la creación de la obra fueron los innumerables feminicidios en la frontera entre México y los Estados Unidos. La primera improvisación tenía como tema las voces silenciadas de las mujeres jóvenes desaparecidas en el desierto. Ahora‚ en el espectáculo terminado‚ el sonido del largo vestido blanco y sucio de Amaranta que se arrastra en el piso —diseñado como tablero de ajedrez— mientras camina lentamente acompañada por los susurros de la guitarra‚ me hace pensar en el mensaje llevado por el viento. Es una brisa suave que se mueve entre las dunas y piedras y transporta voces de mujeres que quisieran hablar para revelar horrores y responsabilidades. Sin embargo domina el silencio. Amaranta camina y va posando pequeñas figuras femeninas; algunas de ellas son Vírgenes María de diferentes colores. Cuenta historias de mujeres‚ en pocas frases‚ para señalar algunos destinos. Incluso el de una joven rica que creció dentro de una familia que la viciaba‚ donde se sentía segura‚ hasta aquel día. El texto no revela lo que sucedió exactamente. Las crónicas de muchas mujeres violentadas o maltratadas están al orden del día. No hace falta mucha imaginación para comprender.
Feminicidio es un término de uso relativamente reciente; significa asesinato de mujeres en cuanto mujeres. Este tipo de asesinato no es inédito por cierto‚ pero para mí es nueva la sensación de un ataque generalizado a las mujeres en tanto parte del mundo. Antes las mujeres eran anónimas en la historia porque no tenían ni voz ni rostro‚ porque no eran reconocidas‚ porque eran relegadas a un mundo de niños‚ casa‚ conventos‚ cocina y adorno. Tengo la impresión de que ahora son también anónimas porque se volvieron cifras‚ números‚ estadísticas. Quisiera contribuir a través del espectáculo a dar nombre y rostro a mujeres simples e ignoradas y desconocidas‚ como lo son incluso las madres y las abuelas de cada una de nosotras. Caminamos sobre las espaldas de nuestras antepasadas‚ incluso de esas mujeres sufragistas y feministas que han luchado por los derechos que hoy deberían estar garantizados. En la imagen final del espectáculo la hermana más chica‚ una muñeca‚ se asoma por sobre la espalda de la hermana mayor‚ mientras una tercera hermana concluye el concierto frente a una minúscula platea de fotografías de las jóvenes silenciadas de la historia.
En Anónimas la actriz, Amaranta Osorio, dice en un momento: “Las mujeres han creado un desequilibrio; algunos hombres responden con violencia y nosotras‚ ¿cómo respondemos?”. La venganza femenina es un tema presente en muchos de los últimos encuentros del Magdalena Project‚ una red internacional de mujeres en el teatro en la cual participo activamente desde 1986‚ y ha sido afrontado incluso por Jill Greenhalgh, la fundadora de la red‚ en su proyecto performático Vigia – The Acts. Por ejemplo‚ durante el Festival Transit 7‚ realizado en Dinamarca‚ en el 2012‚ se mostró un video sobre “Femen”‚ el movimiento de protesta de algunas mujeres que muchas veces se manifiestan con acciones públicas y el pecho descubierto‚ comenzado en Ucrania y después desplazado a París. Era el mismo período en que habían sido arrestadas las Pussy Riots por hacer música y blasfemar encapuchadas en una catedral de Moscú. En el video se ve cómo la rabia se manifiesta con violencia y coraje‚ pero también con una modalidad que me golpeó por su agresividad y vehemencia: cuando estas mujeres hacen caer con una sierra eléctrica el gran crucifijo en el centro de Kiev‚ o se preparan físicamente para afrontar a la policía o se encuentran con centenares de manifestantes contra el aborto‚ o se desnudan frente a políticos conocidos‚ muestran una convicción y una irreverencia profunda y al mismo tiempo desconcertante‚ al menos para mí.
El Festival Transit 7, que tenía como tema “Riesgo, crisis e invención”, estaba dedicado a Erica Ferrazza, una actriz del grupo italiano MetaArte asesinada por el marido. Quería subrayar el hecho de que nuestro ambiente artístico y de grupos de teatro no está inmune a este tipo de problemas. Desde la apertura nos hemos confrontado con la violencia‚ no solo en relación a las mujeres‚ sino también con la forma en que las mujeres reaccionan a los abusos. Correr un riesgo —o salir del equilibrio y de una posición cómoda— para entrar en crisis —o no saber cómo seguir adelante y estar en un callejón sin salida— requiere una invención —o idear una prospectiva. ¿Cómo seguir adelante sin olvidar la rabia y sin caer en la trampa de una forma de pensar y de valores que no nos pertenecen? Las discusiones fueron animadas y sobre todo las jóvenes se mostraron impacientes hacia las soluciones más pacíficas‚ filosóficas y tolerantes de las primeras generaciones del feminismo y de las que teníamos una experiencia teatral más consolidada. ¿Cómo tenemos que responder? Esta es la pregunta que hago que se formulen los espectadores de Anónimas después de haber contado la fábula de Barba Azul y de las mujeres que tiene bajo llave después de haberlas matado. Para mí permanece aún sin respuesta.
Las luchas feministas‚ de las primeras manifestaciones de las sufragistas hasta las últimas demostraciones en defensa del divorcio y del aborto libre‚ los movimientos contra las esposas niñas‚ la conquista del voto‚ la obtención de igualdad de oportunidades y salario‚ la autonomía que las mujeres consiguen día tras día‚ tienen consecuencias sociales que van más allá de las reivindicaciones y de las palabras que están a la orden del día. En general‚ frente a la autodeterminación de las mujeres‚ los hombres se encuentran en una situación de pérdida de su tradicional rol de padre/padrone‚ de persona que protege‚ provee a la familia‚ construye un reparo y trae dinero a casa. El sentido de nuestra identidad —tanto para mujeres como hombres— está en continua evolución. Incluso en teatro aumenta el número de directoras mujeres‚ aceptando la responsabilidad de hablar en primera persona. En esta era de cambio‚ las mujeres poseen la fuerza de convicción de quien se asoma a lo nuevo‚ de quien descubre las propias fuerzas y un lenguaje propio‚ de quien está abriendo camino a la posibilidad de otros valores‚ de quien piensa con optimismo en evoluciones positivas‚ de quien defiende la vida. He notado esto en el teatro‚ incluso con el transcurso de los años‚ en mi grupo —el Odin Teatret— y en el Magdalena Project: las mujeres cultivan con más empeño‚ convicción y continuidad sus motivaciones y responsabilidades laborales. En cambio‚ muchos hombres permanecen con una sensación de privación y decadencia. Algunos de ellos se debaten en la crisis del propio rol social en busca de alternativas‚ otros se dejan tomar por la frustración hasta recurrir a la violencia‚ algunos encuentran la aserción de la propia fuerza en la proliferación de la guerra‚ otros buscan seguridad en la ideología y en la religión‚ como‚ lamentablemente‚ hacen también muchas mujeres que están a su servicio. La crisis de los valores del pasado y de la prioridad absoluta del comercio‚ la incapacidad de las fuerzas políticas para construir visiones creíbles‚ la corrupción y la confusión que reina en los procesos democráticos dominados por los sistemas de comunicación‚ empujan hacia certezas exasperadas y extremas. Todos tienen necesidad de creer en algo. Yo trato de creer cada día en las perspectivas abiertas de mi trabajo con el teatro.
Como mujeres‚ hemos justamente creado un desequilibrio para romper la regla existente de dominación patriarcal‚ pero no es evidente cómo restablecer una nueva armonía en la cual todos podamos encontrar una autonomía propia‚ un rol propio y en consecuencia una belleza propia. Tal vez el teatro —en donde oposición y conflicto son fuentes de creatividad e indispensables al drama; donde cuerpo‚ imágenes y sentidos son necesarios para la complejidad de la percepción y de la interpretación— es un terreno en el cual podemos inventar y experimentar otras visiones. Se dice que las guerras sirven a los gobiernos para reforzar un sentido de identidad nacional y resolver desequilibrios internos. En la crisis general de hoy me parece que se ha declarado una guerra a las mujeres‚ haciéndolas volverse el enemigo. En el espectáculo con Amaranta y Teresa recordamos también las amenazas‚ las cartas‚ las tumbas‚ las denuncias‚ las llamadas por teléfono y las balas anónimas. En este ámbito‚ las mujeres anónimas no son solo cifras y antepasadas‚ sino‚ adversarios a combatir, seres pasionales‚ sensuales e irracionales‚ capaces de comunicarse con las fuerzas de la naturaleza‚ que no respetan el poder y las órdenes establecidas y que deshonran a la tribu: personas que hay que eliminar y quemar en la hoguera como en la Edad Media. O bien se vuelven objetos para ser usados como carne de masacre en una guerra ajena.
Sabía que en el espectáculo Anónimas no podía presentar directamente violencia y horror. No servía que confrontara el tema de la brutalidad de manera realista‚ porque el teatro no tiene la misma fuerza de impacto si se lo compara con la brutalidad de la historia. Quería que el espectáculo pudiera conmover y tocar a algunas personas entre los espectadores a través de la poesía de las imágenes‚ la belleza de las tres mujeres en escena y la suavidad de la guitarra clásica. Una solución fue la de presentar un perfil diferente del anonimato a través de las biografías de las madres y de las abuelas de las actrices‚ mujeres reconocidas como importantes solo en el ámbito de las relaciones personales. Cada una de sus historias verdaderas tiene algo increíble: mujeres que sobreviven a la guerra‚ emigran‚ abandonan hijos no queridos y maridos atribuidos‚ trabajan‚ hacen vestidos‚ cantan y cuentan historias‚ cocinan almuerzos deliciosos, y se sienten poseedoras de un ejército cuando reúnen en torno a sí a la familia. Otra solución fue basarme en la fuerza velada de las mujeres en escena. De su sonrisa‚ de su dulzura e inocencia‚ de los susurros a través de los cuales se comunicaban entre ellas‚ los espectadores deberían percibirlas como peligrosas‚ decididas y valientes. Defienden su diferencia femenina‚ la fuerza de su vulnerabilidad‚ la centralidad del ser humano frente a informaciones generales e impersonales. Son las almas de las mujeres silenciadas que reaparecen por una noche‚ lo que dura el espectáculo. Aparecen por debajo de la sábana‚ como si fueran viejos muebles o cadáveres abandonados en la calle. El cuarto que habitan‚ diseñado como tablero de ajedrez‚ es el terreno en el cual la reina determina la victoria del juego. O bien es una cocina de sueños. Se han encerrado en la habitación por elección‚ para ejercitarse y afrontar el mundo que está afuera con la exactitud‚ fragilidad y el amparo de las notas de una guitarra. Se separan‚ espían desde las ventanas y puertas‚ caminan por los bordes‚ hablan y vuelven al espacio seguro para reconocerse y ser entre ellas‚ para prepararse para el momento justo de unirse a otras.
La fuerza escondida o velada de la presencia en escena de las actrices depende de su capacidad de ser sin querer expresar. No pueden aspirar a gustar a los espectadores. Si juegan y bromean‚ deben lograr hacerlo de verdad sin volverse infantiles. Se amigan y sonríen‚ deben hacerlo como panteras que esperan la presa. Si hablan‚ deben usar las propias voces naturales incluso haciéndose escuchar. Si cantan‚ deben hacerlo por un motivo no teatral incluso siendo afinadas. Es una tarea difícil. Mientras observo el espectáculo‚ preguntándome cómo ayudar a las actrices a concretar esta presencia esencial‚ comprendo que el ritmo y la capacidad de modular el pasar del tiempo poniendo en relación textos‚ gestos‚ objetos y música en una danza que fluye como si fuera espontánea‚ deciden sobre la atención del espectador. El ritmo‚ en el cual cada acción tiene una precisión dictada por la necesidad y por el cuidado del detalle‚ construye la atmósfera que me transporta e induce a creer en el artificio que veo.
Algunas experiencias guiaron mi relación entre el teatro y ciertos temas que vuelven a evocar dolores y violencias siguiendo una verdad escénica de presencia simple‚ rechazando la actuación exagerada y queriendo presentar lo bello y la maravilla incluso en medio del horror. La belleza puede ser un arma‚ como lo son la delicadeza‚ lo pequeño‚ lo insignificante. Es una elección política: para rechazar el poder que impone desde lo alto una jerarquía vertical‚ y conquistar autoridad a través de la acción y la posibilidad de compartir una estructura horizontal‚ podemos solo basarnos en lo personal‚ en aquello que cada una de nosotras sabe por experiencia directa. No tendremos nunca los recursos de quien detenta el poder. Elegimos la marginalidad para construir nuestro camino. Allí‚ en la periferia‚ encontramos nuestro centro y estamos de parte de quien sufre injusticia. En esta posición de riesgo y desequilibrio‚ tengo que recordar siempre lo que me fue transmitido.
Durante una gira en Sarajevo en el 2008, me invitaron a hacer una visita a la ciudad con otros convidados del festival internacional de teatro. Nos guiaba el general que comandó la defensa de la ciudad bajo el asedio durante la guerra en Yugoslavia‚ ahora ya dividida en Bosnia‚ Croacia y Serbia. Visitamos un túnel que servía para relacionarse con el exterior y recibir refuerzos; la colocación desde donde el ejército enemigo bombardeaba la ciudad; las calles con los hoteles quemados en donde residían los periodistas extranjeros; los teatros en donde se presentaban musicales; un memorial y el cementerio. En un lugar determinado‚ al frente de una casa con jardín‚ el general paró el minibus. Nos pidió que bajáramos porque quería mostrarnos algo importante. Llamó a la puerta de la casa y abrazó calurosamente a la mujer que se asomó al umbral. Le pidió que nos contara su historia. Con tranquilidad y sin emociones particulares‚ la mujer contó cómo dos de sus hijos fueron asesinados durante un bombardeo‚ de qué forma había tenido que recoger los pedazos de sus cuerpos dispersos entre los árboles de fruta del jardín para llevarlos al hospital y demostrar que estaban muertos. Yo miraba los árboles que nos indicaba y pensaba en esa guerra que había seguido a través de diarios y televisión‚ sintiéndola cercana y lejana al mismo tiempo. Después el general pidió a la mujer que nos contara lo que era de verdad importante: después de la guerra había tenido otro hijo y ahora el niño iba a la escuela ortodoxa a pesar de ser musulmán. El general quería dejarnos con una imagen de esperanza. He pensado muchas veces en esta mujer para mencionarla como ejemplo. Me ayudaba a explicar a los actores que querían “expresar” dolor‚ cómo debían sin embargo‚ entregarse al montaje. El conjunto de imágenes contrastantes y contiguas pueden evocar en los espectadores el misterio de emociones y sentimientos incluso apartados y olvidados.
En el 2002‚ en el Festival Voix de Femmes organizado por Brigitte Kaquet en Bélgica‚ vi cómo el dolor expresado reiteradamente puede convertirse en un cliché del oficio‚ una bandera llevada como slogan de un partido. La causa no era la deformación egocéntrica de un actor‚ por el contrario‚ tenía un fin noble. El festival estaba dedicado a culturas en resistencia. Más allá de las cantantes de Medio Oriente‚ África y América Latina habían sido invitadas las madres‚ hermanas‚ hijas de personas y niñas desaparecidas a causa de guerras‚ dictaduras‚ persecuciones y actos de pedofilia. Las mujeres‚ de diferente proveniencia y edad se reunían cada día. Pasábamos horas y horas juntas presentándonos‚ discutiendo‚ narrando‚ comiendo y preparando las intervenciones de la noche durante los conciertos. Las cantantes y las familiares intercambiaban el rol: las que cantaban comenzaron a llorar‚ y las que lloraban comenzaron a cantar. Era un encuentro íntimo‚ protegido‚ circunscripto. A veces sucedía que nos interrumpía un periodista o que llegaba una persona de afuera‚ yo permanecía estupefacta al ver cómo una de las Madres de Plaza de Mayo allí presente —la que tenía colgados de su cuello siete fotografías de sus hijos y nueras “desaparecidos” durante la última dictadura militar en Argentina— cambiaba de expresión. Era impresionante la velocidad profesional con la que manipulaba la manifestación del dolor y las lágrimas‚ haciéndolas aparecer en un instante. La costumbre de protestar por la injusticia que ella y miles de madres y abuelas sufrieron‚ la había privado de la expresión personal de su propio dolor para asumir la tarea de exteriorizar el luto que políticamente se esperaba de ella. En las reuniones cerradas se dedicaba como las otras a describir todas las estratagemas humanas que somos capaces de inventar para continuar no importa cuán insoportable sea el sufrimiento por la muerte y la injusticia. Sonreía solidaria cuando hablábamos de los grupos de mujeres que visitaban las ciudades de Rwanda después de las masacres para enseñar a las mujeres a llorar juntas. Pero apenas tenía que demostrar públicamente su experiencia‚ se bloqueaba en una máscara de extremo sufrimiento anónimo. Mirándola me preguntaba —sin tener el derecho de formular la pregunta— cómo era una expresión verdadera. Era como si‚ con la ausencia de los hijos y nueras‚ esa madre había perdido también el derecho de ser.
Durante el Festival de Mujeres en escena, organizado por Patricia Ariza y la Corporación de Teatro en Bogotá en el 2014, vi el espectáculo Antígonas: Tribunal de Mujeres, dirigido por Carlos Satizábal. Era el testimonio de mujeres ancianas y jóvenes que habían perdido hijos‚ marido y compañeras de escuela. Una de ellas presentaba un caso de lo que en Colombia llaman “falsos positivos”: jóvenes emigrados de zonas pobres‚ asesinados por los soldados y vestidos luego como guerrilleros para hacerlos pasar por enemigos del Estado. Cada muerto significaba promociones y recompensas. Una de las madres en escena contaba cómo había reconocido a su propio hijo‚ quien padecía una discapacidad mental‚ en una fotografía de un artículo del diario que lo presentaba como un dirigente guerrillero. Una mujer más joven cantaba una canción compuesta para su amiga‚ mientras sobre ella se proyectaba el video que narraba cómo la joven estudiante había sido raptada por la policía y nunca la habían vuelto a encontrar. En el espectáculo estas mujeres presentaban con dedicación‚ serenidad e intensidad a sus familiares a través de objetos‚ vestidos y fotografías. No eran profesionales del teatro pero su historia verdadera tocaba a los espectadores‚ sin metáfora pero con poesía. En el espectáculo‚ las mujeres eran acompañadas por dos actrices que solo podían tener el único rol de estar al servicio del testimonio. Al lado de quien ha vivido la experiencia‚ cualquier expresión de dolor de las actrices era excesivo. La profesionalidad debía solo ayudar y acompañar. Como actrices tenían que “desaparecer” frente a la narración como si fueran chamanas o un médium que favorecía la comunicación sin aparecer en primera persona. Era un ejemplo de su modo de sentir y participar en la rabia y el dolor‚ sin querer expresar.
Trabajando en la creación de Anónimas a menudo me preguntaba si estaba yendo en la dirección justa. Las actrices intentaban buscar seguridad sintiendo profundamente la pesadez del tema afrontado. Al inicio no teníamos un texto ni una historia sobre la cual apoyarnos. Como siempre, me entregaba solo a mi necesidad de ver acciones en escena. No quiero encontrarme frente a representaciones‚ interpretaciones‚ símbolos‚ sino a algo que me hable como una experiencia real. Durante horas y horas insisto en la repetición de simples secuencias para resolver dificultades técnicas y el montaje detalle tras detalle de la improvisación y de las músicas propuestas por las actrices. Parece que olvido el tema mientras estudio cómo poner y sacar un vestido‚ cómo levantar una muñeca y apoyarla‚ cómo fijar la entonación de una palabra‚ cómo coordinar los impulsos de los gestos y de la música. Minuto tras minuto‚ mes tras mes‚ el espectáculo emerge de este minucioso trabajo y comienza a contar su historia. Como directora trato de captar las señales que el espectáculo mismo me da‚ dejando que la intuición guíe mis decisiones. Sigo en vez de prever.
Es una forma de proceder que aprendí como actriz: en escena siento una energía que me atraviesa‚ de la tierra bajo mis pies al espacio que me rodea‚ para alcanzar a los espectadores. Es una vida teatral densa de historias‚ sensaciones‚ impulsos‚ significados‚ tensiones que cada espectador recibe y transforma. En escena me siento artesana‚ no artista. Mi arte es un oficio al servicio de algo que va más allá de mí‚ como lo era para las actrices del espectáculo colombiano. Incluso aceptando la responsabilidad de hablar en primera persona‚ aspiro solo a ser portadora de una pequeña acción que adquiera sentido en la mente de algún espectador.
En el Festival Magdalena sin Fronteras del 2014, Roxana Pineda nos pidió a quienes conducíamos un seminario que tomáramos como tema la historia de Obba. En la tradición religiosa yoruba de origen africana‚ Obba es la mujer de Xangó, el dios de la ley y del trueno. Obba se sacrifica por el marido al punto de cortarse las orejas para darle de comer cuando se había acabado la comida. Cuando Xangó descubre la mutilación de Obba‚ escapa y la abandona. Sin orejas‚ no es más bella como antes. La historia fue desarrollada de formas diferentes en los seminarios‚ en busca de la centralidad de la mujer. ¿A pesar del sacrificio? ¿O a causa del sacrificio? La elección de dedicarse al amado —o a la familia— y de renunciar al propio bien en función de los otros‚ ¿debe ser obligatoriamente dictada por una privación estúpida? ¿O puede ser la consecuencia de una elección autónoma basada en una prioridad de valores diferentes a la habitual? ¿Cuándo la generosidad se transforma en sacrificio con connotaciones de sufrimiento religioso? ¿Y cuándo es una cualidad humana que podemos proponer como alternativa al materialismo en el cual hemos crecido en Occidente? La generosidad es la cualidad que aprecio por sobre todas las cosas en un actor cuando aprendió a modelar las propias energías para olvidarse de sí mismo y dedicarse a lo que el espectáculo dice al espectador.
El problema aparece cuando la mujer que realiza su propio ideal sacrificándose está lista para aceptar un golpe detrás de otro con la esperanza de que al final logrará redimir‚ salvar‚ cambiar al hombre que está a su lado. He conocido algunas mujeres independientes‚ fuertes‚ responsables‚ con carreras asentadas‚ intelectualmente capaces‚ cuidadas‚ que han aceptado durante años la violencia de su compañero. Esconden cada vez los moretones sobre sus cuerpos y las heridas psicológicas con la convicción de que no se repetirá‚ que serán capaces de lograr un cambio a través del amor. Algunas se dan cuenta de su condición en el momento de arriesgar la vida‚ otras no se salvan. En Dinamarca existen en cada ciudad centros de ayuda para mujeres víctimas de violencia. Se llaman Krisecenter (centro de crisis). Tienen direcciones secretas para evitar que los maridos‚ padres‚ hermanos encuentren a las mujeres que se refugian allí con sus hijos.
Durante el Festival Transit 7 en Dinamarca, Patricia Ariza —directora y actriz del grupo colombiano La Candelaria, con mucha experiencia de trabajo en situaciones marginales y violentas— creó un espectáculo con el Krisecenter de Holstebro y algunas participantes del festival que venían de todo el mundo. Patricia montó una “pasarela”‚ con la estructura de un desfile de moda‚ en donde algunas mujeres se presentaban con escenas de pocos minutos cada una. El espectáculo finalizaba con un baile colectivo para poder descargar las fuertes emociones compartidas un momento atrás. Al inicio las participantes internacionales del festival no creían que podía existir este tipo de problema en la feliz‚ rica y civil Dinamarca. Pensaban que la violencia contra las mujeres y los feminicidios se daban solo en el “tercer” mundo. Tuvieron que cambiar de idea.
Incluso en Dinamarca la cultura del sacrificio trae consigo la violencia. Los comportamientos basados en la rivalidad y poder‚ su fuerza física y prevaricación son el escenario en el cual se cumplen los delitos. La tendencia de las mujeres de anteponer al trabajo las relaciones familiares y el amor‚ su disponibilidad para seguir al propio hombre y las imposiciones de su carrera como si no tuvieran identidad propia‚ la soledad en aquellas que no encuentran un compañero verdadero‚ es vista como debilidad. Entre ser débil y volverse víctima de violencia el paso es corto. Pero en este escenario‚ ¿cómo defender el altruismo de las mujeres‚ sin por esto ser una persona que pierde‚ como consecuencia‚ autoestima y autoridad? ¿Cómo contrastar la tendencia que ve incluso a las mujeres conquistar un rol volviéndose‚ una sobre tres‚ matonas en las escuelas‚ o robándole a un hombre y dándole somníferos para quemarlo en un automóvil mientras llora‚ o kamikazes que se unen al Estado Islámico asesinando inocentes en nombre de una ley que les prohíbe estudiar‚ viajar solas‚ ganar dinero y dirigir?
En el espectáculo Anónimas, en un cierto momento Amaranta sustituye las estatuillas de figura femenina por piedras. Al inicio una a una; después las piedras se deslizan de su mano para cubrir el suelo: las mujeres‚ con sus destinos individuales‚ se vuelven cifras y estadísticas‚ piedras sin vida‚ pesos para ser llevados‚ con las bocas tapadas. Las piedras serán barridas durante el canto de protesta que recuerda los nombres de conocidas poetas‚ científicas‚ músicas‚ santas y guerreras del pasado junto al nombre de las actrices‚ de sus madres y abuelas. Las pequeñas Vírgenes reaparecen en el espectáculo durante una danza. Amaranta las dispone sobre un tablero de ajedrez de cuadrados blancos y rojos como piezas prontas a jugar‚ en formación de un ejército en maniobra‚ y al final las reúne en un grupo compacto. La unión hace la fuerza: dejemos a Cristo el rol de víctima y escojamos otras imágenes con las cuales identificarnos. Las pequeñas Vírgenes en Anónimas no quieren ser una referencia religiosa‚ sino sugerir la belleza‚ la resistencia‚ la generosidad y la sacralidad femenina. Al final del espectáculo permanecen al lado de las fotografías de las mujeres silenciadas en la minúscula platea que escucha el último fragmento del concierto de guitarra de Teresa. Una de las figuras puestas con las otras en el grupo es una Virgen que Teresa compró al morir su abuela‚ otra es una Virgen de Guadalupe. En México la Guadalupe es venerada porque recoge en sí los dioses antiguos‚ las festividades para el Sol y la Luna‚ junto a los ritos del catolicismo. Es una efigie inclusiva‚ tanto que es usada incluso en las bandas de jóvenes y organizaciones del narcotráfico.
La imagen se llena del significado que una le proyecta. No es fácil elegir una que nos represente en nuestra diversidad. Al mismo tiempo es importante individuar ejemplos de mujeres que luchan por su propia autonomía. En la historia del Magdalena Project fue siempre fundamental dar ejemplos de “maestras” para crear referencias femeninas y dejar testimonio de sus actividades. Tengo la esperanza de que un día el conjunto de sus voces formará un coro capaz de romper el silencio. Pero no me ilusiono‚ el camino todavía es largo.
Últimamente he leído dos libros que me han hecho llorar de nuevo: uno sobre las niñas chinas adoptadas y el otro sobre el comercio del café. En el primer libro los capítulos se sucedían implacables con historias sobre cómo los campesinos ahogaban en el agua sucia a las niñas recién nacidas; cómo los padres abandonaban a las hijas en las estaciones mientras viajaban lejos de su pueblo en espera de tener finalmente un heredero hombre; cómo una mujer deja a su niña adoptada en el orfanato para que su propio jefe no pierda el trabajo y luego no la encuentra más; cómo una madre intenta cometer suicidio después de haber visto una niña de ciudad agasajada el día de su cumpleaños‚ cómo una estudiante aborta a escondidas sin tener noción de sus derechos. Todo esto no sucede en la Edad Media‚ son historias recientes: incluso en el así llamado comunismo las hijas no podían heredar el campo y eran servidas en último lugar. La política del hijo único exacerbó al máximo estas tragedias. En el otro libro la hija del comerciante‚ capaz de hacer cuentas pero considerada incapaz de dirigir el negocio‚ se vuelve una sufragista que participa en las manifestaciones por el derecho al voto. Es arrestada y muere en prisión con el pulmón agujereado después de haberla alimentado a la fuerza durante una huelga de hambre.
Los temas de actualidad invaden nuestra vida cotidiana‚ también como personas que hacemos teatro y tenemos que elegir los temas que vamos a tratar. ¿Cuántas mujeres sufren encerradas en casa‚ sin el permiso de salir por miedo a encontrar al violador de turno? ¿Qué consecuencias tienen las guerras en los comportamientos de las mujeres? Las noticias de ataques terroristas‚ de conflictos armados‚ de destrucción‚ de asesinatos‚ de crisis económicas‚ llenan de horror nuestra conciencia del futuro. Tenemos que asumir necesariamente una posición y participar en las luchas que reordenan estos desequilibrios.
En parte‚ en nuestro pequeño mundo del teatro‚ hemos ya realizado alguna cosa. En el Festival Magdalena, organizado en Gales por Jill Greenhalgh en 1994, festejamos diez años de actividad. Durante los primeros encuentros de la red‚ muchas mujeres lloraban y se lamentaban por la falta de oportunidades‚ de influencia‚ de perspectivas. En 1994 danzaban y cantaban‚ mientras los hombres que las acompañaban estaban conmovidos. Siempre estuve orgullosa de que el Magdalena Project haya logrado crear un espacio bastante protegido y seguro que permite incluso a los hombres mostrar su vulnerabilidad con las lágrimas. Después escuché que las guerrilleras del movimiento FARC —en La Habana en el 2015‚ para discutir los términos de paz con el gobierno colombiano— explicaron que el desafío más difícil para ellas en esos días fue sacarse el uniforme y volver a su ropa habitual.
Y sin embargo nunca habían dejado de dedicarse a su cuerpo y a su belleza. ¿Qué significa sacarse los vestidos de guerra? ¿Y para qué paz queremos combatir? No se trata de venganza o perdón‚ sino de justicia‚ me dice la directora Patricia Ariza, una de las sobrevivientes del exterminio de los dirigentes de la Unión Patriótica en Colombia. Mirando Anónimas y la armonía de los rostros de las dos mujeres en escena‚ me pregunto qué significa la belleza en la guerra. La belleza‚ como la violencia‚ asume aspectos contrastantes y es comprendida de forma diferente según cada país y período histórico.
En los seminarios llamados “El eco del silencio” guío a los participantes en diversos ejercicios vocales. A veces exijo el máximo esfuerzo con saltos y corridas para encontrar el apoyo de sus voces en el cuerpo‚ otras veces dejo que se acuesten en el piso respirando con calma para llenar lentamente el aire con un sonido relajado. Cuando cantan alto‚ les pido que piensen en la tierra; cuando cantan bajo, que un ángel los estira por detrás de la nuca. Les recuerdo que la voz vive cuando tiene un porqué‚ cuando tiene a alguien o algo a quien dirigirse. Para calentar la voz siguen la mano que sube y baja en forma de elipsis dejando que los tonos hagan el mismo recorrido que la mano o el contrario. Repito hasta el infinito: no hay reglas o métodos‚ cada uno debe encontrar lo que le es útil en ese determinado momento‚ depende de la hora del día‚ del cuerpo de cada persona‚ de la actividad apenas realizada o por realizarse. El equilibrio entre esfuerzo y relajación cambia continuamente. En el mundo del entrenamiento de un actor‚ no hay algo justo o errado. Las leyes o los principios están allí para ser transgredidos. Es necesario tomar una posición de movimiento continuo.
Durante un encuentro en el Festival Magdalena a Solas, organizado por Amaranta Osorio en Madrid en el 2013, conté acerca del niño que había visto en Burma. Quería traer un ejemplo de belleza‚ pero sobre todo despertar nuestra responsabilidad como mujeres de teatro para recrear y proteger la libertad de estar en una posición de riesgo‚ donde todo cambia‚ se mueve‚ se transforma‚ sin perder aquello por lo que hemos luchado —hombres y mujeres— el derecho al estudio‚ al trabajo‚ a la seguridad social. Pensaba cómo crecen las futuras generaciones en Occidente y cómo me asusta su falta de perspectiva e ideales. Allí‚ en la reunión‚ todas sentadas en círculo‚ compartí otras historias.
En Inglaterra‚ un grupo de teatro había preparado un espectáculo para niños. Los niños tenían que entrar por un camino con forma de laberinto a lo largo del cual sucedían diferentes escenas. Por las reglas que protegen contra la pedofilia‚ los actores del espectáculo no tenían el derecho de permanecer solos con los niños en el laberinto que habían creado‚ privando a los niños de la experiencia de conquistar el miedo a lo desconocido y vivir una aventura. Los niños de nuestra civilización occidental crecen pensando que todos los adultos son potenciales criminales y que cada ostentación de afecto físico es sospechosa. Y a pesar de las reglas‚ la pedofilia no ha sido erradicada.
¿Qué pasó con la libertad de jugar en la calle con la bicicleta? ¿De jugar a la pelota en la plaza? ¿De hacer amistad con alguno que pasa? Recuerdo que también mis padres me decían que no hablara con desconocidos‚ sin embargo crecí teniendo fe en los seres humanos que me rodeaban. Ninguna ley me impedía afrontar el misterio y el peligro como algo fascinante.
En la universidad de Aberystwyth en Gales se instituyó una oficina para ayudar a los estudiantes que quieren cometer suicidio. Los profesores siguen cursos especiales para saber intervenir de forma adecuada con una asistencia psicológica. A pesar de estas precauciones‚ lamentablemente muchos jóvenes consiguen llevar a cabo su intento. Después de haber vivido una juventud protegida en todos los aspectos‚ se encuentran sin preparación para afrontar las dificultades de la vida que los espera fuera del entorno familiar y de la protección de las escuelas primarias.
Cómo podemos crear un mundo en el cual haya esperanza en el futuro‚ una sensación de oportunidad y descubrimiento‚ incluso si no son fáciles de conquistar; un mundo lleno de desafíos para aprender y desarrollarse como vi que hacía ese niño a la orilla del río. La belleza de la autonomía‚ del propio sentido‚ es un camino que reconozco aún posible. La inseguridad‚ la frustración‚ los conflictos irresolubles y el sacrificio inútil de un mundo basado en valores comerciales nos invaden ya desde los primeros años de nuestra infancia. Los viejos valores de la familia patriarcal han sido justamente rechazados‚ pero en su lugar qué valores construimos‚ ahora que han fracasado las comunidades y colectividades hippy, y la política y la rebelión por una sociedad más justa. ¿Qué dirección tenemos que seguir en busca de una alternativa?
Durante el mismo encuentro del Festival Magdalena a Solas en Madrid‚ Itziar Pascual, una estudiosa española‚ respondió a mis preocupaciones con esta historia que había escuchado durante un viaje a África:
En la jungla se desató un incendio. Todos los animales reunidos no sabían qué hacer. Las llamas estaban destruyendo la selva. Un colibrí voló hacia el río para recoger una gota de agua en su pico y volvió a volcarla sobre el fuego. Los animales se rieron del esfuerzo inútil del colibrí: “¿Por qué vuelas tan lejos hasta el río?‚ no lograrás nunca apagar el fuego.” El colibrí continuó volando ida y vuelta del río al fuego‚ del fuego al río‚ para recoger gotas de agua con su pico. Los animales rieron una vez más. El colibrí les dijo: “Hago lo que puedo y debo hacer. Trato de apagar el fuego.”
Recuerdo que la historia terminaba aquí. A escondidas me preguntaba si no era posible que todos los animales juntos fueran a recoger agua para apagar el incendio‚ pero la tentación de la ilusión desapareció en un instante mientras me sentía inútil como el colibrí frente a la crueldad de la historia y del mundo que enloquece siempre más. Después‚ releyendo mis apuntes‚ descubrí que la historia continúa‚ dando el rol principal a los pequeños como el niño en la orilla del río:
A la vista del colibrí el elefantito‚ que hasta ese momento había permanecido al reparo entre las patas de la madre‚ sumerge su trompa en el río y‚ después de haber aspirado cuanta agua le era posible‚ la desparrama sobre un arbusto que estaba a punto de ser devorado por el fuego. También una joven pelícano‚ deja a sus padres en el centro del río‚ se llena su gran pico de agua y‚ volando la deja caer como una cascada sobre un árbol amenazado por las llamas. Contagiados por esos ejemplos‚ todos las crías de animales se ofrecieron juntos para apagar el incendio que ya había alcanzado la orilla del río. Olvidando viejos rencores y divisiones milenarias‚ las crías del león y del antílope‚ de la mona y del leopardo‚ del águila de cuello blanco y de la liebre lucharon codo a codo para parar el fuego. Ante esta visión los adultos dejaron de reírse y‚ llenos de vergüenza‚ comenzaron a ayudar a sus hijos. Con la llegada de las fuerzas frescas‚ bien organizadas por el rey león‚ cuando las sombras de la tarde cayeron sobre la sabana‚ el incendio podía decirse ya estaba domado. Sucios‚ cansados pero a salvo‚ todos los animales se juntaron para festejar la victoria sobre el fuego.
Ayer han ahorcado a una mujer que había asesinado a un hombre que trataba de violarla. Hoy un padre asesinó a su hija a piedrazos. Mañana la guerra continuará. Ayer‚ hoy y mañana una espectadora reconocerá su historia en el espectáculo Anónimas y agradecerá a las actrices el haberla contado. El espectáculo no es otra cosa que una gota de agua del incansable colibrí‚ una de las pequeñas acciones necesarias de nuestro quehacer teatral para mantener en vida la esperanza de apagar el fuego.
(Traducción del italiano: Ana Woolf)
*Imagen de portada e interiores: Cortesía de Amaranta Osorio.