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Pensar en los esposos Rosenberg, es pensar en un tiempo de canallas como manifiesta Lillian Hellman, dramaturga, guionista y periodista norteamericana de aquella época. ¿Cuál época? Hoy en día nombrarlos no dice nada. Sin embargo, hubo una vez un país que se volvió Imperio porque se levantó con todas las cartas en la mano. Era el final de la Segunda Guerra Mundial y la entrada de los yanquis en París, que por otra parte ya estaba abandonada por los nazis, fue más impactante que la entrada de los tanques rusos en Berlín. Y las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki más rotundas, acaso para ocultar un poco la hazaña de aquellos después del largo sitio de Stalingrado. Luego se repartieron Europa. Rusia, según Churchill inauguró la Cortina de Hierro y detrás de ella se levantó la Unión Soviética con sus países adláteres. EEUU distribuyó tácticamente sus bases militares que todavía reinan en ese continente, y partieron Alemania en dos. Un festín donde América del Norte, engarzada con Inglaterra, se llevó todas las condecoraciones. Subrayadas por supuesto, por un cine, Hollywood, que les sirvió de permanente propaganda. Primero en contra de Japón haciendo de los japoneses los monstruos más horrendos, ocasión para limpiar la derrota del asalto a Pearl Harbor. De inmediato interviniendo en la guerra de Corea del Sur y Corea del Norte, esta última comunista a quienes declaran la guerra en 1952. Luego contra Vietnam, por los mismos motivos, de donde salieron con la frente marchita en 1973, y más con Stone y Coppola entre otros haciendo de las suyas con un cine que mostró las llagas abiertas de un Imperio al límite. Para resarcirse un poco con las películas sobre el Golfo Pérsico, la guerra de Irak y…dejemos de contar. El imperio americano tiene una larga cartografía de invasiones disimuladas con el nombre de gestas a favor de la humanidad, la paz, la justicia, la democracia, etc., etc. Desde Truman, como se dice de este lado del Río Bravo, cada presidente del Imperio ha tenido su guerrita particular.
Sin embargo, al final de los ’40 y principios de los ’50 todo esto no se advertía todavía. Triunfadores, sin enemigo a la vista, ¿cómo hacer para mantenerse en la categoría de salvadores del mundo? Algo había que inventar. La escalada anticomunista comenzada por Truman y sostenida largamente por Hoover director del FBI durante 37 años, puso el mundo al revés. Los enemigos, obvio, resultaron ser los comunistas, aquellos que con un sistema diferente, representaban el Otro. El extraño, el que no puede aceptarse. Sin advertir tan siquiera que estaban jugando el papel de los nazis y perseguían comunistas judíos la mayoría de las veces con igual obsesión que sus recientes enemigos. Seguramente hay más razones, por ejemplo los sindicatos de artistas, impresores, periodistas, que generalmente se ostentaban como socialistas y donde el comunismo era su expresión natural y que no obstante no podían representar ningún peligro.
Ethel y Julius Rosenberg nacieron en Nueva York en la primera década del siglo XX, en el seno de una familia judía. Él, un ingeniero, ella, con inclinación a las artes. Ambos afiliados a la Young Communist League. Se conocen porque habitan el mismo barrio y juntos procuran un mundo sin injusticias. Se casan en 1939 al comienzo de la guerra. Al cabo de tres años ella queda embarazada, desde entonces se dedica por completo al ejercicio de su nueva condición. Julius por su parte, dejará la política en 1945. Dos años después nace su segundo hijo.
En mi artículo sobre Hellman y Hammett perfilo largamente la histeria de los actores que con tal de salvarse de las acusaciones de comunismo denunciaron a boca de jarro a cuanto colega, amigo, conocido, sin ton ni son, que el macartismo quería destruir en su carrera, sus bienes y su prestigio, para demostrar que Hollywood era un nido de apátridas. No es difícil entonces considerar que en otras áreas de la vida pública de EEUU ocurriera lo mismo.
El hermano de Ethel, David Greenglass después de la guerra es contratado por su cuñado para su negocio de maquinarias. En el Centro de Investigaciones Nucleares de Los Álamos, donde este hombre había trabajado con anterioridad, al igual que en los laboratorios de la Universidad de Berkeley, se habían advertido filtraciones de datos o secretos nucleares. Al igual que Hollywood estas áreas contaban con un fuerte sector de simpatizantes de izquierda sobre todo entre los científicos, como en la meca del cine, entre los creativos. No debiera sorprendernos que David haya sido presionado para confesar en contra de su propia familia. Lo más asombroso es que en el prontuario de los esposos Rosenberg la confesión de su familiar cuenta como el único testimonio de la culpabilidad de ambos esposos.
Lo cierto es que a partir de esta única confesión Ethel y Julius son detenidos y acusados de espionaje. El juicio que sigue resulta tan deleznable como su aprehensión. Condenados a la silla eléctrica, el mundo entero percibe la desmesura de la sentencia y los librepensadores de todas las cepas y colores realizan actos, llaman a movilizaciones, se envían correos, incluso los católicos influencian para que el mismo Pío XVII abogue por ambos esposos. En América Latina la repercusión es mucha. Margo Glantz cuenta que fue en una de estas movilizaciones que conoció a Sergio Pitol, y cita la larga fila de intelectuales que acudieron en su defensa. Lo mismo en Argentina, en donde poetas y artistas de diversas disciplinas reúnen firmas, escriben textos que los honran y mucho más. No hay intelectual que no tome partido y se conmueva por un juicio que conlleva la pena de muerte. Nunca antes en la Historia del país del Norte había sucedido una ejecución por espionaje. Desde Picasso, que los pintó, a Bob Dylan que creó una canción con sus nombres, de Einstein a Sartre y Camus, y una larga lista de creadores, científicos y artistas lanzan públicamente sus protestas. Mientras yo, a la sazón alrededor de mis 14 años escucho a mi madre gemir porque la ejecución se aproxima.
Resulta asimismo sumamente curioso que la Ley de Espionaje legislada en 1917 que avalaba la ejecución de espías en tiempos de guerra haya procedido cuando EEUU no estaba en guerra con la Unión Soviética. El asunto fue involucrar lo más posible a esta pareja, revelando los secretos nucleares y los avances en este campo, de modo que los rusos habrían podido hacer acopio de ellos al punto de equilibrar los alcances del armamento nuclear americano y ser responsables de las bajas en la guerra de Corea.
Si querían salvarse debían confesar, la misma treta a la que se obligaba a todos aquellos en relación con comunistas. La respuesta de los esposos fue una carta extremadamente afectiva por parte de Ethel al gobierno. ”Solicitamos las conmutaciones de unas sentencias que producirían la indecible tragedia de la destrucción de nuestra pequeña familia, así como habrían de sentar un precedente para el abandono, en Norteamérica, de la apreciación civilizada del valor de la vida humana”. Efectivamente los niños fueron echados de sus colegios y luego de la ejecución debieron cambiar sus apellidos. No quiero imaginar lo que sufrieron dos criaturas de 9 y 6 años criadas en un ámbito de afecto y paz como lo prueban las cartas de sus padres.
31.5.1953 Ethel querida, ¿Qué le escribe uno a su amada cuando se enfrenta a la siniestra realidad de que se ordenó quitarles la vida en dieciocho días, en el 14 aniversario de sus bodas? La proximidad de la hora más negra de nuestras penas y el grave peligro que nos amenaza exigen todo el esfuerzo de nuestra parte para evitar la histeria y el falso heroísmo… (…) Todo el amor que hay en mi es tuyo, Julie.
11.6.53 (…) Haz algo, Manny, haz el esfuerzo. Me parece imposible que nuestro aniversario de bodas se permita una crudeza tan monstruosa como nuestra ejecución. Pero, en fin, soy una persona incurable tonta que no puede comprender como los hombres pueden parecer hombres ¡y no ser más que demonios sádicos disfrazados (…) Ethel.
Todas sus cartas contienen la misma ternura y al mismo tiempo igual estupor. ¿Cómo puede pasar esto en un país civilizado y democrático? ¿Cómo acusarnos de algo que no hemos hecho? Finalmente es Ethel quien despide a los niños con un poema lleno de luz y esperanzas. El 19 de junio de 1953 son ajusticiados en la silla eléctrica con terribles consecuencias para Ethel quien debió sufrir varias descargas para morir.
Años después un alto comando de la KGB en sus memorias confiesa que los esposos Rosenberg nunca pertenecieron a las redes de espionaje de la Unión Soviética. Asimismo el cuñado delator confesó que había sido presionado para culpar a su propia familia.
Queda el estigma para una época que se parece tanto a la actual en trapacerías, falsas noticias, denuncias publicitadas, amenazas chantajistas, exposición de violencias, y convertidos en shows mediáticos el horror y el sufrimiento de los pueblos. Sartre declaró que La ejecución de los Rosenberg es un linchamiento legal que mancha de sangre a todo un país.
He aquí uno de los últimos versos que Ethel dedicó a sus hijos:
La tierra sonreirá, hijos míos, sonreirá
y el verde sobre nuestro lugar de reposo crecerá
el crimen finalizará, el mundo se regocijará en hermandad y paz.
*Imagen de portada: nydailynews.com