La nube es memoria de las aguas evaporadas
y los vientos que le dieron forma.
Néstor Braunstein
Nacemos biológicamente cuando nuestra madre nos da a luz, pero nacemos como individuos cuando escogemos, consciente o inconscientemente, los recuerdos que nos fundamentan. O como dice Néstor Braunstein: “Nadie se priva de corregir sus recuerdos con ayuda de la fantasía, casi nadie deja de transmutar poéticamente la experiencia, mezclando el mármol de una tumba con el féretro de otra.” Y es que nos creemos nuestras ilusiones en orden de impulsarnos y atravesar esta vida llena de incertidumbres y claroscuros. En este trance biológico lleno de nada estamos sostenidos por las tierras movedizas de los muchos que somos en una misma vida.
Blade Runner 2049 (2017) de Denis Villeneuve, parece una calca de nuestros mecanismos de sustentación psicológicos más básicos y de esta portentosa mitógrafa, la memoria. Aquel que no la haya visto tendrá que dejar de leer en este punto y volver cuando su memoria esté llena de las imágenes de esta película.
En las inmensidades de un universo tan grande siempre estamos buscando olvidar nuestra pequeñez con aquello que nos dé acción y nos haga estar en movimiento. Pero, a sabiendas que somos uno más de una especie de millones que luchan por sobrevivir, ¿cómo combatir el castigo de estar marcado por patrones ya definidos y comportamientos que no tienen mucha variación? En el filme, el personaje de K, interpretado por Ryan Gosling, es un replicante o androide en un futuro donde los humanos han podido hacer que las máquinas se parezcan a ellos. Envases vacíos que son llenados con recuerdos en función de las necesidades de los amos para hacer las tareas que nadie quiere hacer. K replica todo lo posible a los humanos, tiene un departamento, una mujer virtual y se gana la vida cazando a los de su misma especie que se han emancipado. En el mundo cinematográfico de los Blade Runners, creado originalmente por Ridley Scott con la película del mismo nombre en el año 1982, y ahora recreado por Villenueve, la sociedad es por completo distópica, encausada por las apariencias y la superficialidad, en donde nada es lo que parece ser y todo está creado para satisfacer las necesidades más básicas y materiales. Es así como a K, uno de muchos creados en serie, sólo le queda obedecer y seguir las reglas predestinadas para él. Pero es ahí donde, “la memoria siempre está lista para rescatar del naufragio al yo, héroe y protagonista de una novela autobiográfica tan ficticia como él mismo”, nos dice Braunstein. K encuentra una fecha que le es conocida en una de sus tareas de eliminación de replicantes, una fecha unida a un recuerdo de infancia. El problema es que esa tarea no es como cualquier otra, parece ser que ha ocurrido un milagro y un androide ha podido procrear con un humano. ¿Quién será ese niño que ahora debe ser un adulto?, ¿cómo será?, ¿dónde estará?, sobra decir que es harto especial.
Es en este punto donde K empieza a dudar, primero del destino cerrado de su propia especie, luego pasa a tener esperanza de ser tan único como un humano podría ser, y al final se posesiona de él la fe de ser el mismísimo elegido, ese primer replicante nacido y no construido. K se obsesiona, y de ser el más cumplido de su trabajo, el más fiel servidor, se desvía del objetivo impuesto para saber si ese recuerdo es implantado o verdadero. Para eso va con la hacedora de recuerdos, una mujer que se encarga de crear los recuerdos para los replicantes; en esta analogía no hay más que aplaudir el símbolo de esta mujer-memoria, sastre remendón que se encarga de llenar esos envases huecos que son los replicantes al ser construidos y darles vida vía una personalidad formada de recuerdos elaborados artificialmente. ¿Y al final qué somos los humanos sino esos envases que la memoria modela e inventa? Vivimos, como diría Braunstein, “a la búsqueda del acta de nacimiento, del testigo ocular, de la fotografía, de la película en súper ocho, del documento de archivo, del video que corrobore la autenticidad de su producto. ¿Cuál? El impostor que habla diciendo yo”. Los replicantes de Blade Runner no son más que otra manera de nombrarnos a nosotros mismos, una analogía de nuestros propios modelos y necesidades. Ella, la hacedora de recuerdos, le confirma a K que ese recuerdo que quiere corroborar efectivamente fue vivido por alguien y no es un invento. Cabe mencionar que la mujer que hace los recuerdos está encapsulada en una burbuja porque no tolera el medio ambiente, es otra analogía de la propia memoria humana, atrapada en el ayer y sin poder salir al presente, sólo esperando que el mañana sea el recuerdo del hoy.
K se atreve a lo impensado, deja las órdenes dadas por su jefa humana y se embarca en una odisea que parece más grande que él e imposible de solucionar. Odisea que le llevará a comprobar que el recuerdo es real, a vencer los obstáculos más complejos, pero sobre todo, a estar fuera del sistema, a ser un paria que busca un milagro que hará cambiar el mundo en el que vive, ¿les suena familiar? El viaje le lleva a la búsqueda del padre, ese humano que se apareó con una androide y dio a luz a un híbrido. La búsqueda del padre, ese otro gran viaje que tiene como único propósito contarnos a nosotros mismos lo que somos, o más bien, lo que queremos ser. K lo encuentra y logra tener cara a cara al mismísimo Rick Deckard, quien fue el personaje principal de la película de 1982 y es de nuevo personificado por Harrison Ford. El padre como mito, el padre como memoria, el padre como hacedor de lo que somos le cuenta a K la historia, su historia. El encuentro entre K y Rick Deckard se ve interrumpido violentamente y K es encontrado mal herido por un grupo de replicantes rebeldes.
Aquí viene lo más interesante del guion, después de tanto luchar, de “sangrar”, de salirse del orden establecido, de arriesgarse, de perder a su pareja virtual, de sufrir como pocos, K se entera que no es el elegido, a K le implantaron el recuerdo y él lo tomó como propio, K se creyó algo que no es, K es un replicante más sin nada especial, sin nada particular, igual que todos los demás. De nuevo Braunstein encaja a la perfección: “la memoria, no es más que un archipiélago de islotes con pretensiones continentales, nos hace a la convicción de que somos singulares e idénticos a lo largo del tiempo”. Al final todo lo que hizo K está basado en un recuerdo, en la memoria que empuja siempre basada en lo especial que soy “yo” sobre los otros, pero está memoria inventora nos hace el favor completo y lo recubre todo con móviles generosos y anticipos proféticos.
Esto que le pasa a K es natural, es lo que nos pasa todos los seres humanos, tenemos cierta memoria de algo, lo tomamos, lo ficcionamos, nos lo contamos a nosotros mismos, a los demás, lo creemos, salimos al mundo usándolo como base y luchamos, sangramos, sufrimos por ese mito, pero realmente no es nuestro, lo pudimos tomar de cualquier otro lado, de un padre, de una madre, de un hermano, de un tío, de un vecino, de una imagen fugaz mientras se iba en coche, de una historia leída o contada por un mi-abuelo.
A todos no han dicho quienes somos, desde el Registro Civil se nos configura de tal manera. Por lo tanto sería más exacto decir: creo ser, pues el mensaje del otro me hace ser la cosa que soy. Nadie inventa sus propios significantes; ellos son siempre los que el Otro le otorga y es a partir de ellos que “uno” llega a ser.
Cabe la gran pregunta, ¿lo que hizo K cambió algo a pesar de no ser el elegido?, ¿logró algo?, lo que creyó no es real ¿pero lo que hizo sí? La respuesta claramente es afirmativa. Su invento fue basado en un recuerdo que no era de él, pero hizo que moviera cosas, que en la realidad sucedieran eventos importantes y que él mismo se convirtiera en una pieza clave para que ese sueño que creyó sólo de él fuera de muchos. Esto es lo más interesante de estar vivos y basarnos en recuerdos, tal vez nunca fueron nuestros, tal vez no fueron reales, pero nos mueven y hacen que pasen cosas en la realidad.
Blade Runner 2049 podrá tener algunas escenas que se alargan de más, podrá tener un tono muy existencialista para el que buscaba la misma trama detectivesca de la primera, pero plasma al ser humano como ese envase que se llena de lo que puede para sobrevivir y tener la ilusión de que se es único e irrepetible.
*Imagen de portada e interior: IMDb