Un día de primavera en 2012 fui a comer con Julia Varley, actriz del Odin Teatret, directora, escritora y organizadora. Ella estaba en Madrid presentando el espectáculo La vida crónica, dirigido por Eugenio Barba. Llevaba años admirando el trabajo del Odin pero fue a partir del 2010 cuando empecé a tener una relación más cercana con el grupo porque los invité a tres ediciones del festival “7 caminos teatrales” en México y al “Festival de las Artes de San José” en Costa Rica. Entonces, tuve la suerte de contar con su apoyo. Por otra parte, gracias a Julia, me vinculé al Magdalena Project (Red Internacional de Mujeres del Teatro Contemporáneo).
El día que vi a Julia, yo no podía estar más triste, mi hijo de un año había tenido serios problemas de salud. Los meses pasados en el hospital me habían dejado agotada y sin fuerzas para nada, cada día era como escalar una montaña muy alta. A mi tristeza, se le sumaba la indignación que sentía al ver tantos casos de violencia de género. Según la ONU, una de cada tres mujeres en el mundo ha sufrido un abuso. En Ciudad Juárez habían asesinado a Susana Chávez, la valiente periodista que se atrevió a hablar de los feminicidios y que acuñó la frase: “Ni una muerta más”. La tristeza, la rabia y la impotencia me invadían ¿Qué podía hacer contra eso? ¿Cómo parar esa violencia? ¿Valía la pena hablar de ello?
Hablando de todo eso con Julia, cuando llegó el postre, le dije:
—Algún día, me encantaría trabajar contigo.
—Empezamos mañana a las nueve de la mañana. Encuentra una sala —dijo ella.
Nunca me imaginé que diría que sí, no estaba preparada para eso. Estaba convencida de que nunca podría trabajar con ella, pero como me dijo que sí, yo hice lo que podía hacer, encontrar una sala y ponerme a trabajar. Al día siguiente, gracias al apoyo de Rosario Ruiz Rodgers, trabajamos en la Sala Curtidores de Teatro y ahí empezó a formarse Anónimas. Trabajamos tres mañanas y produjimos mucho material. En esos días de trabajo, me di cuenta de que una no tiene que sentirse inspirada para trabajar, ni siquiera debe sentirse bien. Sea como sea el estado en el que te encuentres, si trabajas, algo saldrá. Puede que no sea perfecto y seguro que no será lo que esperas, pero el trabajo siempre te devuelve algo.
Nuestra dinámica era la siguiente: Julia me daba una frase y yo improvisaba. Algunas de esas frases se convirtieron en títulos de las escenas. La mayoría de las veces mis improvisaciones estaban hechas de movimientos raros y de silencio. Lo que hacía no procedía de mi mente, venía de mi cuerpo. Poco a poco mi cuerpo silenciado durante años empezó a hablar sin palabras. El silencio hizo que la música fuese necesaria, y la guitarrista clásica, Teresa García Herranz, entró al proyecto.
La sensación de que mi cuerpo escribiese o que algo más escribiese, me puso muy nerviosa. Para calmar a mi parte lógica escribí varios textos bien construidos; para algo había estudiado dramaturgia en la RESAD. De esos textos, sólo se quedaron algunos fragmentos o frases. El último que escribí se llamaba “Anónimas”, estaba dedicado a mis abuelas y tenía cincuenta páginas. Cuando Julia lo leyó, me dijo: “Me gusta el título y las abuelas”. Recuerdo que lloré mucho al tirarlo a la basura y pensé en abandonar el proyecto, pero decidí quedarme y confiar.
Cuando Julia estaba lejos, me mandaba emails con información o títulos de improvisaciones y nosotras trabajábamos. Algunas veces, algún amigo venía a ver el trabajo. Poco a poco, artistas maravillosos, se fueron sumando al proyecto. Paula Isiegas, se convirtió en la ayudante de dirección, más tarde se sumó la escenógrafa y vestuarista Gema Rabasco, el sonidista Arne Bock y el iluminador Miguel Ángel Camacho.
El montaje de Anónimas parecía imposible porque no contábamos con subvenciones y el equipo vivía en diferentes países (España, Dinamarca, Francia, Bélgica y Holanda). Durante un año y medio, nos reunimos cada dos o tres meses para trabajar durante una semana. Algunas veces ensayábamos en el Odin Teatret en Holstebro-Dinamarca y otras en España, en Madrid en el Nuevo Teatro Fronterizo gracias al apoyo de Sanchis Sinisterra o en Residui Teatro. Una vez pasamos las fiestas de fin de año ensayando porque eran las únicas fechas en las que podíamos coincidir. Los últimos ensayos los hicimos en Sevilla en el TNT gracias a Ricardo Iniesta.
Pero volvamos al proceso, ese periodo negro en el que además de no entender lo que hacía, debía ser muy precisa en mis movimientos y seguir el ritmo de la música. Yo quería ir rápido pero para poder hacerlo, tuve que ir lento. Julia, con paciencia infinita, me pedía poner atención, ir paso a paso. Tuve que repetir durante horas los mismos movimientos, por ejemplo: poner una virgen de porcelana en el centro de un cuadrado. Para mí, que soy bastante torpe, fue un suplicio y rompí tantas vírgenes que dejé de contarlas. Sin embargo, ahora coloco 16 vírgenes al ritmo de la música, mientras bailo. Los movimientos imposibles pueden llegar a ser posibles si una está dispuesta a trabajar en ellos el tiempo suficiente.
Julia siempre me pidió hacer lo que no sabía hacer. Me pedía cosas que me parecían imposibles, pero que al ser tan difíciles requerían de toda mi atención. Y fue así como poniendo toda la atención en lo que hacía, mi tristeza fue desapareciendo.
Como autora, el proceso también fue muy difícil porque veía mis textos mutilados y no me permitían contar la historia como yo quería. Sin embargo, sucedió algo muy extraño, las historias se revelaron y se contaron solas.
Muchas veces me he preguntado cómo conseguimos hacer un proyecto así y creo que lo hicimos porque todos queríamos aportar nuestra pequeña gota de agua al incendio de la violencia hacia las mujeres, y sobre todo, queríamos rendir homenaje a nuestras madres y abuelas, mujeres anónimas para la gran historia pero fundamentales para nosotras.
Para mí Anónimas fue un aprendizaje de vida y lo sigue siendo; muchos días tengo que repetirme: tranquila, ve paso a paso, deja que la historia se revele, si trabajas lo conseguirás y sobre todo “pon atención”. Pese a que llevamos dos años representándola, a veces cuando alguien nos critica, me invaden las dudas: ¿será una buena obra?, ¿lo estaré haciendo bien? ¿alguien podrá entender algo de este texto?, ¿le interesará a alguien?… Y cuando las dudas llegan, recuerdo a las decenas de personas que han venido a vernos después de la función con lágrimas en los ojos y nos han dado las gracias. Personas valientes y generosas que nos han compartido sus historias de violencia y las historias de sus abuelas. Entonces me convenzo de que más allá de lo buena o mala que sea la obra, más allá de lo útil o inútil que sea una obra sobre la violencia de género, yo estoy haciendo lo que puedo.
Cuando empecé a trabajar en Anónimas, estaba muy triste y no sabía de dónde venía. Hoy, gracias a Julia, a Teresa y al proceso, sé que todas mis ancestras viven en mí y que ellas tienen nombre… Yo vengo de la fuerza de mi abuela, de la fuerza de mi madre, de la fuerza de muchas mujeres anónimas.
*Imágenes: Francesco Galli