redaccion@revistalevadura.mx
FacebookTwitterYouTube
LevaduraLevadura
Levadura
Revista de crítica cultural
  • Inicio
    • Editorial
    • Directorio
    • Colaboraciones
  • Cultura
    • Ensayo
    • Artículos
    • Entrevistas
    • Cine
    • Música
    • Teatro y Artes Vivas
    • Arte
    • Televisión
  • Política
  • Creaciones
    • Narrativa
    • Poesía
    • Dramaturgia
    • Reseñas
    • Del lector
  • Columnas
  • Levadura Tv
  • Suplementos
    • Derechos Humanos
    • Memoria
    • Ecología
    • Feminismos
    • Mariposario
    • Fotogalerías
    • Colectivos
Menu back  

Las entrañas de la cebra

diciembre 20, 2017Deja un comentarioNarrativaBy Adolfo Vergara Trujillo

Lo topé sólo una vez: era un tipo bajito y moreno, fuerte como un jabalí. Su cara parecía una piña seca de ojitos marrones y mechones pardos que le escurrían por la frente. Vestía mezclilla ya vieja y sus botas de casco lo revelaban fiel al punk. 

Le decían el Varo. 

El Varo llegó a la fiesta de la mano de una rubia alta en minifalda que presumía unos muslos capaces de romperle el cuello a un toro, que de inmediato resplandeció; la miré de arriba abajo y, bueno, sí: toda ella era un pedazo de carne firme. 

Aunque había mucha gente en la reunión y no todos se conocían, al Varo le ofrecieron un trago de vodka apenas entrando y le sirvieron otro mientras saludaba a los mugrosos recargados en la puerta de la cocina. Pareció ponerse de acuerdo con algunos de ellos y no tardó mucho en salir con envases de cerveza en las manos, mientras a la grandota le hacía la seña de que volvería enseguida. 

La rubia quedó sola, pero no por mucho: una chica se acercó a saludarla, platicaron un poco y pronto un tipo se les unió; y luego se les sumó otro y otro más. ‘You Can Leave Your Hat On’ sonó en las bocinas y la novia del Varo se contoneó por reflejo; y se movía bien: le miré los muslos contrayéndose con fuerza y en verdad lucían sólidos. Terminó la canción y todos los hombres le suplicamos en coro que bailara la siguiente. Divertida, la chica le dio un sorbo al trago de alguien y siguió con el juego. Al fin uno de los tipos se animó a tomarla de la cintura, otro se le arrimó por detrás y ella aceptó. 

Los cocodrilos comenzaron a retorcerse con las entrañas de la cebra. 

El chico de la casa me tocó el hombro a medio espectáculo: 

—¿Me prestas unos discos? 

Ya no la vi, pero la rubia comenzaba a bailar su tercera canción consecutiva cuando salí al coche. Bajé las escaleras sin mucha prisa y en la puerta del edificio me topé de frente con el Varo: venía de regreso con sus amigos y dos docenas de Victorias. 

Me sonreí. 

Caminé media cuadra, llegué al auto y subí del lado del copiloto. Bajé un poco la ventanilla y encendí un cigarro. Y apenas comenzaba a escoger los discos que arriesgaría en la fiesta, cuando escuché un recargón en la cajuela. Miré por el retrovisor y reconocí al Varo: tenía sujeta a su chica por la garganta. 

—¿Para eso te saco, cabrona? —gritó y amagó con un golpe. 

La rubia, que apenas si jalaba aire, se cubrió el rostro por reflejo, pero las manazas de plomo que cargaba el Varo hubieran podido atravesar la guardia en bloque de Joe Frazier: le dio dos o tres golpes, en corto, con el puño. 

—¡Te encanta andar de puta! 

De alguna forma la chica se soltó e intentó escapar, pero el Varo la detuvo justo en mi puerta y la golpeó en la cara, de lleno, con la mano abierta: su rostro se estrelló contra mi ventana y calló de rodillas delante de él. 

—Ahora me la voy a sacar y me la vas a mamar con toda esa baba llena de mocos, ¿entendiste? —dijo y comenzó a desbraguetarse. 

La chica lloraba, hincada, mirando al piso. 

—¿Entendiste? —repitió el Varo, ya con la verga de fuera. 

La chica comenzó con lo suyo. 

Y allí estaba yo, agazapado en mi auto, mientras sometían a un bombón de rodillas sangrantes y al chico de la fiesta se le habían acabado los discos. 

Por hacer tiempo le jalé al cigarro y la bocanada de humo me delató. 

El Varo me miró a través de la ventana y me reconoció. 

—¡Trágatelos! —le gritó a la chica y cerró los ojos. 

Carajo. 

Aquello tardó sólo un momento: el Varo se abrochó el cinturón y levantó a la chica de un tirón. 

—Camina, putita, que la fiesta sigue… 

El dragón abrió la puerta del coche y vio la música sobre mis piernas. 

—¿Te ayudo con los discos? 

—Nel. 

—¿Qué cargas? 

—Glam, punk, algo de brit… 

—¿Traes a Los Stone Roses? 

—Desde luego… 

—¿Te sientes Ian Brown con esa melena? 

—Bueno, tú te sientes Denis Hooper con esas manos. 

—¡Camina! —gritó y empujó a su chica. 

Nunca supe de qué manera sacó a la rubia de la fiesta, pero la música estaba detenida y los pocos murmullos se apagaron en cuanto entramos al departamento. 

Nadie dijo nada. 

Los cocodrilos se sumergieron hasta el fondo de la fiesta. 

Le entregué mi carpeta de discos al chico de la casa y hasta que sonó ‘Rebel Rebel’ aquello pareció resucitar. 

Alguien le destapó una caguama al Varo y el asunto de su chica pareció olvidado: aquella rubia hermosa, de piernas gruesas y ojos hinchados, sumisa, aceptó medio vaso de cerveza entre sus dedos y no volví a escuchar su voz en toda la noche. 

La fiesta transcurrió más o menos sin incidentes, pero luego de un rato, ya con ojos de briago, el Varo se me acercó con un frasco en la mano: su chica lo seguía como si la jalara de una correa. 

Me ofreció un trago de ginebra barata y lo acepté. 

—‘Personality Crisis’ —dijo el Varo, moviendo de un lado a otro los mechones que apenas lo dejaban mirar. 

—Es buena canción —respondí. 

—¿Tienes algún problema con la forma en que trato a mi chica? —preguntó y señaló a la rubia con el mentón. 

—Ninguno. 

—¿Crees que estuvo mal? 

—Creo que se lo merecía —dije. 

—¿Quieres un toque? 

Fuimos a la cocina y sus amigos ya corrían la yerba: discutían sobre Marx y citaban a Kierkegaard en danés y afirmaban nuestra condición de mortales y negaban a Dios y reivindicaban Chiapas, mientras encendían Delicados que también corrían. 

Aquello comenzaba a debrayar.

 

Cerca del final me presentaron a una anoréxica que estudiaba Psicología. Y quise salir de allí en paz, con la flaca y mis discos, pero antes el Varo me taloneó cien pesos y de alguna manera logró que le prestara mi disco de Los Stone Roses. 

Un par de semanas después, saliendo del Metro Hidalgo, me encontré al chico de la fiesta y le pregunté por el Varo: los cien pesos estaban perdidos, pero quería recuperar el disco. 

Así me enteré de que el Varo había muerto afuera de una vinatería. Le bajaron la botella de Añejo: cuatro puñaladas en canal y mucha piedra en el organismo. Dicen que hubiera podido llegar a Xoco, pero los chicos del ERUM ya no lo quisieron recoger. 

Anochecía y hacía frío. 

Caminé sobre Guerrero, hasta Puente de Alvarado, y entré al Mirador. Me recargué en la barra, a solas, y ordené un whisky. 

Aquel disco era una primera edición de Los Stone Roses: nunca pude conseguirlo de nuevo. 

***

 

El cuento “Las entrañas de la cebra” de Adolfo Vergara Trujillo forma parte del libro de cuentos Doble, derecho, en old fashion, Ed. Librosampleados, CDMX, 2016. 

Foto por JR Korpa on Unsplash *Imagen de portada: George Eastman Museum 

(Visited 1 times, 1 visits today)
Adolfo Vergara TrujillocuentoLibrosampleadosMéxiconarrativa
Compartir este artículo:
FacebookTwitterGoogle+
Sobre el autor

Adolfo Vergara Trujillo

(Ciudad de México, 1975) ha publicado Freak y otros tormentos (Editorial Ficticia, México, 2002) y Doble, derecho, en old fashion (Librosampleados, México, 2016). Su estilo apegado al realismo sucio, violencia y erotismo lo han hecho ser incluido en diferentes antologías y publicaciones periódicas entre las que destacan la revista Quo, Tierra Adentro y la Jornada Semanal.

POST RELACIONADOS
Tacurú
noviembre 19, 2020
La planta
septiembre 19, 2020
Olivia
agosto 19, 2020
Fioruchi
agosto 19, 2020
Limbo
julio 19, 2020
La vida nueva (la suma de las noches)
junio 19, 2020
Leave Comentario

Cancelar respuesta

Your email address will not be published. Required fields are marked *

You may use these HTML tags and attributes: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>

clear formSubmit

Buscador
Entre números
  • LEVADURA se va
    enero 11, 2021
  • ¡Se va a caer/ se va a caer/ arriba el feminismo que va a vencer/ que va a vencer!
    diciembre 30, 2020
  • Maradona, en el alma del pueblo su eterna despedida
    noviembre 25, 2020
  • El “Apruebo” chileno desde los algoritmos de las redes sociales
    octubre 26, 2020
Entrevistas
  • Entrevista a Guillermo Fadanelli
    mayo 19, 2020
  • Ópera prima de David Zonana
    mayo 19, 2020
  • Narrativargenta: Los modos de leer como posicionamientos. Que dure la desmesura
    marzo 19, 2020
ARCHIVOS LEVADURA
Comentarios recientes
  • Makawi Staines Díaz en Por una rendija de la pared de tablas
  • «El emisario: una cartografía de lectura» de Coral Aguirre, en la Revista Levadura, septiembre 2017 | Alejandro Vázquez Ortiz en El emisario o la lección de los animales de Alejandro Vázquez Ortiz. Cartografía de una lectura
  • Iscomos en El cuerpo de Santa en la novela de Gamboa
  • Mike en Etapas del hip hop en Monterrey
  • Gustavo Miguel Rodríguez en Abelardo y Eloísa 

Subscríbete a nuestra lista de correo

Revista Cultural Independiente
redaccion@revistalevadura.mx
© 2017. Revista Levadura.
Todos los derechos reservados.
Quiénes somos
EDITORIAL
DIRECTORIO
COLABORACIONES
Síguenos

Find us on:

FacebookTwitterGoogle+YouTube

 Dream-Theme — truly premium WordPress themes
Footer

Levadura