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Oscar y Constance

diciembre 20, 2017Deja un comentarioSospechosas comunesBy Coral Aguirre

Hace un tiempo que insisto en proclamar que estamos en etapa de extinción. Al observar una humanidad hecha trizas, al advertir que cada vez que se va uno que cantó conmigo y con otros como yo, cantos de libertad y esperanza, siento y sentimos de forma unánime que se “están yendo los últimos”. Al leer a filósofos y estudiosos de la psique humana convencidos de que no hay recambios, o al preguntarse ellos mismos y los que quedamos de una época en donde se creyó, inocentemente o como fuere, que el ser humano estaba en un proceso de liberación, quiénes son los que nos han reemplazado, verificamos con asombro que son los científicos y tecnólogos. Estos que somos hoy, acaso los últimos, estamos hechos de pasiones prohibidas o desafortunadas y también de utopías que llevan por nombre el amor y la justicia, el respeto por el Otro y la inclusión. Y sin embargo nuestros comportamientos presuponen las guerras, los saqueos, la violencia sexual, el hambre de los pueblos y la exclusión y represión de los que son diferentes a nuestros modelos. Houllebeck imagina que en el futuro nada de esto existirá porque del amasijo de nuestras contradicciones y la intensidad de nuestros sufrimientos nacerá gracias al ADN que supimos conseguir una criatura sana, eso sí, ni filosofía, ni psicoanálisis ni alguna hondura de esa naturaleza la habitará. Criaturas felices dispuestas a la sonrisa, al amor y a la paz. Tranquilas, sin desgarramientos. Y por supuesto el arte habrá muerto.  

 

Pero Oscar Wilde y Constance Lloyd al igual que nosotros todavía, forman parte de la humanidad de nuestras contradicciones, y por ende, atestiguan y sazonan el dolor de nuestros razonamientos y conductas.  

 

Contrajeron matrimonio el 29 de mayo de 1884. De familia acaudalada y de la élite ella, aunque Oscar no contara con títulos nobiliarios y fuera de origen irlandés, si no aportaba el refinamiento de una clase social privilegiada como Constance, traía en sus alforjas fama y reconocimiento a causa de su obra literaria. Bellos, inteligentes y sensibles, tanto uno como otro provocaron a la sociedad victoriana de finales del siglo XIX, revelando con sus ropas y costumbres una actitud política y una decisión estética. Es harto conocido el escándalo que prefiguraba a menudo la elección de Wilde en este sentido; lo que se desconoce es que también Constance buscaba para sí un perfil propio adhiriendo apasionadamente al abandono del corset y llevando prendas holgadas que manifestaban su simpatía por los movimientos de reformas feministas. De modo que uno y otro con su alianza matrimonial y su vida social, reunían a través de una estética de los colores, las texturas y los volúmenes, en su casa y en su figura, una manera singular de procurarse la belleza y el placer. La sociedad cuya sofisticación era una excusa para copiar modelos y novedades, los seguía, embobada. Sus recepciones eran famosas, impulsadas y promovidas bajo la visión desafiante de Constance para dar más brillo a Oscar. Y teniendo en cuenta el prestigio de sus invitados, el desfile de atuendos y extravagancias, la erudita conversación de sus participantes, todo el mundo quería estar presente.  

 

Vale decir que la vida social de ambos corría pareja y la mujer no era un apéndice del éxito de su marido sino que cosechaba ella misma gratificaciones jaqueando así desde su índole  femenina a la sociedad de su tiempo. Lo cual era una manifestación de la relación crítica que comenzó a darse entre una población que advertía a diario que no era ser lo mismo hombre que mujer y que además probaba acciones contra la doble moral y sobre todo en contra de las diferencias aplicadas a ambos. La lucha por el sufragio universal fue obra de estas mujeres surgidas de la burguesía. Constance era protagonista tanto como  Wilde. Nunca hubieran imaginado que del espacio privilegiado que ocupaban pasarían al extremo opuesto. Pero la esfera pública cuando opina es ciega. Su carácter en apariencia político se trastoca en vituperio y chismorreo al instante porque sus límites no son límites, no hay frontera, detrás de ellos no hay nada. Lo que la esfera pública promete es no permitir bajo ninguna circunstancia la irrupción de cualquier cosa que atente contra sus propias reglas. Aunque en las sombras, sin palabras que las nombren, esas reglas sean rotas una y otra vez en la esfera privada.  

 

En cuanto a Constance, también escribía cuentos infantiles y se ha llegado a suponer por los rastros de su escritura en los papeles del escritor que algunos posiblemente fueron  corregidos o concluidos por ella. Su vida como la de su marido discurría entre las letras y el periodismo, y militaba en varios frentes políticos de vanguardia. Respecto de su relación con Wilde,  hubo de reconocer siempre la sociedad masculina y joven que lo rodeaba y la aprobó sin cuestionamientos. También aceptó que él prefiriera el club o el hotel para dormir fuera de su casa y ambos eran proclives a los viajes, cada uno por sus razones y por su cuenta.  

 

En 1885 había nacido su primer hijo y pronto lo seguiría el segundo. Constance comenzó a sufrir de dolores de espalda cada día un poco más y Oscar se tardaba también cada vez más en regresar a la casa luego de sus andanzas con sus jóvenes amigos. Seguramente tienen que haber llegado a sus oídos chismes referentes a los amantes de Oscar o al menos sus escarceos con figuras del ámbito teatral, dando lugar a ciertas sospechas. O quizás no, y todo fue del mismo modo que sucede en Monterrey, donde hombres de nivel social y prestigio profesional abundan en relaciones homoeróticas jamás conocidas o reconocidas por sus propias esposas, a pesar que estamos a más de ciento veinte años de aquella época. 

 

Hasta aquí los aspectos principales de su vida en común. Lo que me interesa tratar es el escándalo conocido por todos y el papel que cada uno de ellos jugó en relación con sus vínculos y su hogar.  

 

Wilde y su mujer conocieron a Bosie (Alfred Douglas) el mismo día y en su domicilio particular. Había sido conducido allí por un amigo común. El muchacho, gran poeta en ciernes, admirador exuberante de El retrato de Dorian Grey de aquel, de frágil belleza y homosexual sin tapujos, sedujo desde el primer instante al gran escritor. Enamorado, lo que sigue pone en cuestión, a causa de su adhesión a Bosie, su propio hogar, su mujer, su reputación que ya era mala pero tolerable por sus ocurrencias y su talento, su propia autoestima y la de sus amigos más cercanos. Pero así es la pasión amorosa y el que esté libre de culpa que arroje la primera piedra.  

 

Constance, increíblemente, seguirá actuando con un candor que raya en la necedad. No sólo se siente feliz de compartir las vacaciones familiares con el amigo de su marido sino que además cuando la familia parte y Oscar se queda a cuidarlo por una súbita enfermedad, le pregunta a su esposo  por carta si no sería mejor regresar y cuidarlo ella misma. A lo cual, por supuesto, Oscar no responde. Y en el estreno de La importancia de llamarse Ernesto donde llega al teatro flanqueada por ambos amantes muy cerca ya de los últimos días antes del escándalo, subraya la inocencia del trío. 

 

Por fin es Wilde quien demanda al padre de su amado por calumnias a su propio hijo y a su amistad. Sin embargo el acto se vuelve búmeran y de acusador deviene en acusado en el juicio que lo lleva a la derrota total: dos años de trabajos forzados por aprovecharse de un jovencito. Por supuesto nadie verá en el muchacho un cómplice sino una víctima.  

 

Ante la estupefacción que le produce el hecho, Constance pasará de esposa cariñosa y comprensiva a trastocarse en la que niega el derecho paterno  a Wilde sobre Cyril y Vyvyan, sus dos hijos. El desgarramiento de una situación que la sobrepasa se traduce en  actitudes tan contradictorias como visitarlo en la cárcel y luego abandonarlo a su suerte,  darle dinero y luego quitárselo, hacerle jurar que para ver a sus hijos tendrá que negarse a recibir definitivamente a Bosie. Y finalmente, oh ironía, del mismo modo en que los hijos de los esposos Rosenberg por razones políticas se vieron obligados a cambiarse el apellido de su padre, así tal cual, pero por razones morales, los dos chiquillos tan amados por Oscar, cambiarán su apellido. 

 

Las cosas del alma que se ocultan aparecen en el cuerpo. A partir de la década de los ’90 los fuertes dolores de espalda de Constance desembocaron en el anquilosamiento de brazos, y columna. La consternación por los sucesos y el odio posterior que se suscitó  alrededor de una figura tan admirada como Oscar Wilde la dejaron inmóvil, y con la conmiseración generalizada de una sociedad que antes la envidiaba, y ahora la compadece al tiempo que se ensaña con su cónyuge. Tal vez nunca terminó de entender que el hombre de letras admirado hasta el endiosamiento hubiera caído tan estrepitosamente por un vulgar asunto sexual y que la solidaridad para con ella no era más que la otra cara de tanta hipocresía.  

 

”Gente como esta debe estar muerta a todo sentimiento de vergüenza…es el peor caso de todos cuantos he juzgado en mi vida” concluyó el juez. Así de pesados son los juicios cuando se trata de la moral. Si Wilde hubiera saqueado bancos o estafado comunidades  como sucede en todo tiempo y lugar, la sociedad no se hubiera escandalizado tanto. Pero era homosexual, hacía el amor según se dijo reiteradamente, con muchachitos que no iban a defenestrar al Maestro, al Escritor, al hombre que los engañaba con artimañas, por miedo a exponerse y no ser creídos sino vituperados. No obstante, Bosie y muchos más renegaron en el momento de su caída pública, delante de sus mayores, reclamando para ellos un desconocimiento o un acoso que contradecían sus vínculos con él.  

 

Con el juicio los Wilde perdieron casa y fortuna. Constance deambulaba con sus hijos en hogares amigos con la consigna de divorciarse para salvar del oprobio a ella y a sus hijos pero nunca dejó de amar a Oscar. Él tampoco dejó de amarla a ella y a sus hijos pero también a Bosie. Desde la cárcel escribió De profundis para su amado. 

 

 Enero-marzo de 1897 

 

Querido Bosie: Después de larga e infructuosa espera, he decidido escribirte yo, tanto por ti como por mí, pues no me gustaría pensar que he pasado dos largos años de prisión sin recibir de ti ni una sola línea, ni aun noticia ni mensaje que no me dieran dolor. 

Nuestra infausta y lamentabilísima amistad ha acabado en ruina e infamia pública para mí, pero el recuerdo de nuestro antiguo afecto me acompaña a menudo, y la idea de que el aborrecimiento, la amargura y el desprecio ocupen para siempre ese lugar de mi corazón que en otro tiempo ocupó el amor me resulta muy triste; y tú mismo sentirás, creo,en tu corazón que escribirme cuando me consumo en la soledad de la vida de presidio es mejor que publicar mis cartas sin mi permiso o dedicarme poemas sin consultar, aunque el mundo no haya de saber nada de las palabras de dolor o de pasión, de remordimiento o indiferencia, que quieras enviarme en respuesta o apelación. 

 

A Constance se le detiene el corazón en 1898 tras el calvario de varias operaciones que nada pudieron hacer por ella. Oscar por su parte, luego de los dos años de cárcel, se refugia en Francia de donde nunca regresó. Su muerte sobreviene el 30 de noviembre de 1900.  Vivió bajo el nombre de Sebastián Melmoth solo y sin recursos.  

 

En estos tiempos de posverdades, en estos tiempos en que la calumnia se mezcla con lo cierto y lo público con lo privado, en estos tiempos iracundos de mujeres y hombres iracundos, sin templanza, tan victorianos (decir y hacer lo políticamente correcto) como los de Oscar y Constance, reflexionar sobre el juicio legal que se le hizo a Wilde, para disfrute de una sociedad burguesa de valores morales harto conocidos, donde lo más escandaloso y reparador fue ponerle el cascabel a una sola persona para que el sistema íntegro se salvara en salud, y Dios Patria y Hogar pudieran salir ilesos, no nos viene  nada mal.  

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Sobre el autor

Coral Aguirre

Nacida de madre violinista, danzarina, teatrera y lectora. Mi medio natural es esa cuna de notas, primeras posiciones de la danza, las lecturas de Álvaro Yunque y otros autores argentinos y clásicos. Por ella conocí a Shakespeare y Lenin antes de llegar a la primaria, de fuerte extracción socialista y de ascendencia guaraní grabó en mí a los despojados de la tierra. Lo demás viene de suyo.

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