
Foto: Bahía Águila, 1906. Archivo fotográfico del Instituto de la Patagonia.
Al profesor y pionero en el estudio de cetáceos y mamíferos marinos en Chile, el incansable Anelio Aguayo Lobo, por sus conocimientos, consejos y amistad.
No basta con hacer, es necesario salvar lo que se hace. Porque hemos hecho demasiado. Ahora, quizás, ya no es momento de construir. Sino de hurgar y remover.
Giorgio Agamben
El presente texto, una especie de ensayo bibliográfico sobre restos de ballenas en la cultura, y un intento de documentación territorial de la ballenería en mares australes, es un fragmento seminal del proyecto “Levantamiento arqueológico, análisis y montaje de los restos de la ballenera Bahía Águila para la puesta en valor del Museo Faro San Isidro”, trabajo que realizaremos como organización (Asociación de Investigadores del Museo de Historia Natural Río Seco) durante los siguientes 2018 – 2019. Este proyecto se ejecutará en colaboración con el Centro Regional Fundación CEQUA y contará con el financiamiento otorgado por el Gobierno Regional de Magallanes y la Antártica Chilena, gracias al llamado a concurso del Fondo de Innovación para la Competitividad 2017.
Cada hombre llevaba una pieza cuadrada de ballena pútrida, con un orificio en el medio a través del que sacaban sus cabezas, como los gauchos lo hacen con sus ponchos o mantas. Tan pronto la grasa era llevada a una choza, un anciano la cortaba en delgadas rebanadas y murmurando sobre ellas, las freía por un minuto y las distribuía entre el hambriento grupo, que mantenía un profundo silencio (…) cada vez que una ballena era arrojada a la playa, los nativos enterraban grandes trozos de ella en la arena, como un recurso en tiempos de hambruna.
Charles Darwin,
Diario del viaje de un naturalista alrededor del Mundo en el navío de S.M. Beagle
En “El procesamiento de ballenas varadas en las costas de la Patagonia occidental (a propósito de un grabado de mediados del siglo XIX)”, de Daniel Quiroz, Gastón Carreño y Paula de la Fuente, publicado en Magallania en el 2016, leemos el siguiente comienzo en alusión a las referencias de la imagen reproducida que motiva dicha publicación:
El encuentro con una ballena varada pudo ocurrir desde que los grupos humanos comenzaron, hace varias decenas de miles de años, a vivir cerca de las costas: “una ballena muerta era un golpe de suerte; proporcionaba generosas reservas de comida y grasa; tendones para coser la ropa y elaborar líneas de pesca; y huesos para hacer casas, muebles, herramientas, armas y botes” (Lazarus, 2006). Para los canoeros del extremo sur americano, la varazón de una ballena era “un gran regalo de la naturaleza” (Chapman, 2012). Las ballenas “son repetidamente mencionadas en la literatura temprana como un suministro de grandes cantidades de comida y grasa y como fuente importante de materias primas” para las poblaciones fuego-patagónicas (Piana, 2005). La noticia de la presencia de una ballena en algún punto de la costa, hacía que se viajara desde lugares muy lejanos para compartir todos sus productos (Furlong, 1917; Lothrop, 1924). Con un solo ejemplar “se abastece a muchas familias durante varias semanas; su carne y aceite, huesos y tendones, barbas y dientes tienen un útil y variado aprovechamiento” (Gusinde, 1951). Para los diferentes grupos que habitaban los archipiélagos australes, “la varadura de una ballena era pretexto de fiestas y danzas” (Emperaire, 1963). Las familias “acampaban preferentemente en las cercanías y se entregaban a una desenfrenada comilona” (Gusinde, 1951). Una ballena varada o muerta “era tomada con entusiasmo tanto por los fueguinos como por los chonos” (Cooper, 1917).
Es de esta forma, aprovechando la costumbre atávica en el beneficio de ballenas varadas, como el capataz de José Menéndez, el escocés Alexander McLennan, también apodado “Chancho Colorado”, aprovecha el cuerpo de un cetáceo en la playa de Springhill para organizar una acción de exterminio en contra del pueblo selk’nam. Aunque existen pocos datos confiables del hecho, a propósito del envenenamiento de Springhill se encuentra una serie de referencias que señalan lo ocurrido en diciembre de 1903 en el sector norte de la isla de Tierra del Fuego, donde habrían muerto 500 onas tras haber ingerido carne de ballena previamente envenenada con estricnina. Por su parte, Lucas Bridges menciona la presencia de unos 150 selk’nam, cerca del cabo San Pablo, instalados en dos campamentos vecinos con ocasión de varar una enorme ballena. Destaca además, que el acontecimiento era muy reconfortante para los selk’nam en época de primavera cuando la carne de guanaco era magra y escasa. Permitía recibir una gran provisión de grasa y aceite. Lamentablemente dicha oportunidad fue utilizada por un grupo para tomar venganza del otro, ocasionando una gran matanza, dice Bridges (Prieto, A. y Massone, M. 2005).
Al norte del mundo, pueblos que no conocieron tal enfrentamiento directo con la circulación del capital como extinción de sus formas de vida, aún incorporan a la ballena o los cetáceos dentro de sus economías y cosmovisiones. Los balleneros inuit tikigaq describieron el alma de la mujer y la ballena primigenias como si fueran una sola; el iglú de la primera era una ballena, el pasillo de huesos de ballena montados de nuevo constituía una zona de nacimiento, muerte, peligro e iniciación; en algunos relatos, mujer y ballena son la misma víctima (Lowenstein, 39).
Uno de los más reproducidos relatos bíblicos transmitidos por la escritura judeocristiana es el de Jonás, quinto de los profetas menores, que luego de desobedecer su misión como profeta y predicador de Yahvé ante los ninivitas, decide escapar en una embarcación junto a un grupo de marineros. Después de enrolarse en un viaje determinado por el padecimiento de su traición y de autocondenarse a saltar del barco para evitar que la furia de Dios lo hundiera con una tormenta, al tercer día una ballena vomitó al profeta en tierra seca.
Así como la diosa Afrodita, que nació de las olas y se la representa montada a lomos de delfín, las aerodinámicas criaturas son emisarias del útero del océano, de donde surgió toda la vida y al que las ballenas, cosa excepcional entre los mamíferos, regresaron después de haber pasado tiempo como habitantes en tierra firme, ganándose la clasificación de aberraciones.
A partir de la década de 1990, análisis moleculares sobre una gran cantidad de proteínas y secuenciaciones de ADN, indicaron que los cetáceos debían ser incluidos dentro del orden de los artiodáctilos, ya que durante bastante tiempo se pensó que descendían de los mesoníquidos, antiguos mamíferos carnívoros y ungulados. Según estos recientes estudios moleculares, todo el orden cetácea comparte un ancestro común del grupo de los artiodáctilos, el pakicetus (que también es antepasado directo de los hipopótamos), un animal que recorría las playas durante el Eoceno en busca de peces muertos y otros restos que pudiera encontrar cerca de la costa; del tamaño de un perro mediano, emparentado con los ungulados de hoy en día, cuadrúpedos con pezuñas bífidas, como lo son varios animales de ganadería.
Pero lo que ha venido a confirmar la genética, es lo que E. J. Slijper, zoólogo holandés, ha descrito de acuerdo con estudios comparativos entre la morfología de riñones y órganos sexuales de cetáceos y vacunos en los años 60. Las comparaciones de Slijper, muestran parecidos notables en estos órganos, y en particular en los órganos sexuales entre cetáceos y bovinos, lo que genera una cópula muy similar, rápida pero llevada a cabo muchas veces para asegurar la fecundación. A su vez, los riñones en ambos son de morfología lobulada, encontrándose adosados a la musculatura dorsal que forma el techo de la cavidad abdominal, independientes del resto de los órganos abdominales por medio de una cápsula de naturaleza serosa.
Actualmente, la taxonomía de los cetáceos está a su vez subdividida en dos subórdenes, los misticetos, dotados de barbas o estructuras de queratina presentes en el maxilar superior que sirven de filtro o sedaso, y que lo integran las familias Balaenidae, Neobalaenidae, Balaenopteridae y Eschrichidae. A este grupo se le conoce popularmente como ballenas, o todas las que tienen barbas. Sin embargo, la confusión se da en el inglés, ya que whale, ballena en castellano, es el común para denominar a los cetáceos que se cazan o aquellos que se les da un uso comercial. De ahí que pilot whale, killer whale, sperm whale, sean traducidas al español como ballena piloto, ballena asesina o simplemente ballena para el caso de Moby Dick (el cachalote blanco). Pese a este enredo, el otro grupo del orden cetácea es más numeroso y está integrado por los odontocetos, dotados de dientes que pueden ir de entre 1 en el caso del narval hasta 40 o 60 en el caso de los delfines, que es la familia más numerosa en todos los cetáceos. Este suborden –el odontoceto– se compone de las familias Physteridae, Kogiidae, Ziphiidae, Delphinidae, Monodontidae (sólo en el ártico), Phocoenidae, Platanistidae (sólo en los grandes ríos del mundo).
La veneración, la sacralización, los estudios científicos, el beneficio y la mercantilización en torno a las cualidades de estos seres vivos, se ha vinculado estrechamente al desarrollo de las sociedades en todo el mundo. Desde los inicios de la revolución industrial hasta la implementación de los combustibles fósiles y el queroseno, el principal motor para los impulsos hacia la modernidad, sobre todo para el primer mundo (Inglaterra, E.E.U.U., Suecia, Francia, Alemania, Rusia, Austria), se constituyó principalmente de la caza de la ballena para la extracción de grasa y aceite, utilizados desde combustible para lámparas y cera de vela domiciliaria, hasta un insumo principal para la fabricación de margarinas, ceras, cremas, lubricantes y bases de pintura antioxidante. Otros insumos igual de valiosos para el desarrollo de mercancías y tecnologías fueron las barbas, usadas para confeccionar corsés, o el ámbar gris, una sustancia que segregan los cachalotes en su aparato digestivo para ayudar al tránsito intestinal de los picos de calamares gigantes, utilizada como estabilizador en la industria de la perfumería. Un kilogramo de ámbar gris, actualmente puede llegar a costar 20.000 dólares en el mercado francés.
Una vez diezmadas las poblaciones de ballenas francas y cachalotes del norte (los cetáceos con mayor cantidad de aceite), las que sustentaron empresas, ciudades y polos de desarrollo capitalista como la famosa Nuntucket en E.E.U.U., empiezan las exploraciones hacia el hemisferio sur, lo que provoca como consecuencia directa de la caza de lobos y ballenas en mares australes una nueva etapa para las expediciones y expansiones territoriales guiadas por los recursos naturales hacia el territorio austral. En la segunda mitad del siglo XIX, una vez que se determina que la línea del ecuador pareciera ser un límite natural entre las poblaciones del norte y las del sur, se busca resucitar la industria con una mejor tecnología, en la que se incluyen el arpón mecánico dotado de carga explosiva, invento del capitán noruego Svend Foyn en 1864, lo que permite dar caza a las ballenas más rápidas o los rorcuales (de la familia balaenoptera), sumados los buques a vapor y las plantas de faenamiento terrestre equipadas con tecnología y maquinaria industrial, ya sea a vapor o carbón. De esta nueva etapa en la ballenería, se obtendrán de la cabeza del cachalote y la franca austral el combustible y los lubricantes para la cohetería espacial y el aceite del cuerpo para jabón, perfumería e industria cosmética. Por otro lado, los aceites de balaenoptera (ballena azul, fin, sei, de Bryde y minke) se ocuparán para fabricar margarinas y bases para pintura, mientras que la carne de ballena se usaría a partir de las grandes guerras para alimentar a la población, en tanto que la carne descompuesta serviría en la fabricación de harinas para aves de corral y ganado.
Chile, dadas sus características geográficas esencialmente costeras, de cara al océano Pacífico, de conexión atlántica por el estrecho de Magallanes y próximo al continente antártico por el sur, fue durante el siglo XX un foco importante para la caza y comercialización de productos balleneros. Ya la novela de Melville, en el encuentro entre el enorme cachalote blanco que obsesionaba al capitán Ahab, quien deposita en el monstruo todo el odio por sus semejantes, anunciaba desde la isla Mocha al sur de la octava región lo que sería una empresa para la exploración de capitales esencialmente noruegos e ingleses en torno a esos recursos naturales. La INDUS, La Sociedad Ballenera de Magallanes, La Sociedad Ballenera Corral, La Empresa Ballenera Macaya, esta última pionera en la caza de ballenas utilizando el método antiguo de cacería en chalupa y remolque hasta la década del 30 y la última en operar dentro de los mares chilenos hasta principios de los ochenta de forma casi clandestina, son parte importante de la historia económica, la memoria y la identidad cultural chilena, hoy, prácticamente desaparecida de los circuitos que otorgan valor a través del patrimonio, es decir, la investigación, salvaguardia y puesta en valor de la memoria material e inmaterial de ciertos lugares de interés cultural. Pareciera que el pasado ballenero chileno se borró de un plumazo y nadie tuvo interés político alguno por conservarlo.
Sin embargo, las aspiraciones territoriales chilenas hacia el territorio Antártico, por ejemplo, son causa directa (o más bien indirecta) de la explotación ballenera. Así grafica el oficial en retiro de la marina chilena Enrique Cordovez Madariaga en la década del 40, el derecho soberano del territorio antártico nacional que emanara de la gesta ballenera: “… por el cual Chile ha pagado tributo con la sangre de muchos de sus hombres de mar; esos diestros cazadores de focas, ballenas y otras especies marinas, que han aventurado sus frágiles embarcaciones hacia las costas antárticas sin que jamás les arredrara el cruce del Mar de Drake, ni los desorientaran los cegadores blizzards que soplan a veces, incesantes durante quince y más días […] Son legendarios actos de heroísmo y sacrificios de tantos y tantos hombres de mar de nuestras aguas australes que han buscado aventuras, nombre y riqueza, adentrándose en el propio Continente Antártico, sin más instrumental que su propio empuje, jugándose la vida a cada instante, sin que lograra detenerlos el hielo sobre el mar que a veces hace inaccesibles las costas por espacio de ochenta y más kilómetros, ni los témpanos que se deslizan silenciosos, fantasmales, en las sombras”.
De esta manera, la Sociedad Ballenera de Magallanes había contribuido, sin proponérselo, y con tripulaciones no precisamente integradas por chilenos sino por noruegos, suecos, ingleses y norteamericanos, a marcar soberanía en tierras antárticas en nombre de Chile. Quizás sea el epígrafe en el monolito al capitán Andresen, quien muriera alcoholizado y en la más absoluta pobreza en Punta Arenas en 1940 luego de perderlo todo por su obstinación a lanzarse una vez más tras las ballenas de los mares australes en la década del 30, lo que mejor sintetice la visión heroica que ha quedado en el imaginario sobre los hombres de la Sociedad Ballenera de Magallanes:
“Al Capitán Adolfo Andresen, 1863-1940, que hizo flamear en la isla Decepción la bandera chilena en señal de soberanía afianzando los derechos de Chile a la Antártica, prolongación histórica y geográfica de la República. ¡Honor a su memoria! Punta Arenas, 1 de noviembre, 1949”.
Localizada a unos pocos kilómetros del Cabo San Isidro, a treinta millas al sur de Punta Arenas, se sitúa Bahía Águila, lugar que sirvió de planta terrestre, en la cual se irguieron importantes instalaciones destinadas al faenamiento y extracción industrial de grasa, aceite, barbas y huesos de ballenas. Las actividades de Bahía Águila como planta ballenera para el procesamiento de animales cazados en los canales patagónicos fueron iniciadas por la Compañía Ballenera de Magallanes en comandía de la Sociedad Ballenera de Bruyne, Andresen y Cía., funcionando ininterrumpidamente entre los años 1905 hasta 1916, año en que son liquidados y rematados todos sus bienes debido a la crisis de la explotación ballenera, consecuencia directa de la Primera Guerra Mundial. Durante este tiempo, la empresa utilizará además de su planta terrestre, nueve buques-cazadores a vapor, dos buques factoría, también a vapor, y dos buques utilizados como pontones, es decir, como depósitos de carbón y aceite (Nichols, N. 2010). Bahía Águila fue condicionada con caldera, herrería, tonelería, cocina, varios edificios para fábrica y alojamiento de trabajadores. Completaba el paisaje un varadero destinado a que los barcos pudieran, mediante cabrestantes, bajar las ballenas cazadas a tierra. Cabe mencionar, que en este primer intento por desarrollar seriamente la cacería de la ballena, el capitán noruego nacionalizado chileno, “Adolfus” A. Andresen exploró el estrecho de Magallanes, así como mares cercanos a su desembocadura, tanto del Pacífico como del Atlántico. La iniciativa de Andresen y sus socios fue del todo exitosa, de tal modo que decidieron disolver la recién iniciada sociedad y buscar nuevos capitales que pudieran apoyar un proyecto que a todas luces se veía muy rentable, y maneras de emprender la actividad ballenera desde una base mucho más sólida.
De este modo fue como surgió la Sociedad Ballenera de Magallanes, autorizada por decreto supremo del 07 de julio de 1906. Fue el mismo Andresen quien tuvo la visión económica para advertir el gran porvenir de la sociedad. Mauricio Braun, presidente y accionista, narró en sus memorias que si bien las ballenas estaban presentes en su imaginario a través de Moby Dick y los relatos que escuchaba en su calidad de cónsul provenientes de los balleneros norteamericanos que de cuando en cuando recalaban en Punta Arenas, fue Andresen quien logró interesarlo en la empresa de cacería que hasta ese momento no le había parecido digna de explorar. Finalmente, la lista de accionistas contemplaba nombres como el de José Menéndez Behety, hijo de José Menéndez, e instituciones como el Banco Anglo Sud Americano. Fueron Mauricio Braun y José Menéndez quienes aportaron el grueso del capital inicial de la sociedad, que consistió en cien mil pesos. En suma, los dos grandes grupos económicos que conformaron lo que Mateo Martinic llama el oligopolio económico magallánico de la época, esto es los Braun Hamburger y los Menéndez Behety, participaban decididamente de la Sociedad Ballenera de Magallanes (Nichols, N. 2010).
La prensa regional registra el 26 de octubre de 1905 como la fecha de la primera captura realizada en los canales magallánicos: “De San Isidro se comunicó ayer que el Almirante Montt efectuó la pesca de dos ballenas en los canales, las que han sido varadas en un lugar conveniente, próximo al establecimiento construido para su beneficio”. El 16 de noviembre de 1905, el buque completa su primera docena de ballenas cazadas en los canales magallánicos y durante la primera quincena de diciembre se envían en el vapor Victoria a una casa comercial en Valparaíso, los primeros 60 barriles de aceite de ballena elaborados en la planta terrestre de Bahía Águila. En marzo del año 1906 el reportero inglés H.A. Broome visita la planta de Bahía Águila y entrega a la prensa local un breve relato sobre el mundo de la cacería de ballenas en los canales Patagónicos:
Cuarenta millas al oeste de Punta Arenas, bajo el cabo Froward y cerca del faro San Isidro, se encuentra una pequeña bahía sin litoral, encerrada, excepto hacia el mar, por cerros cubiertos de nieve e impenetrables bosques sumergidos en las orillas del mar. Es conocida como Bahía Águila. Aquí, la Sociedad Ballenera de Magallanes ha retirado los árboles podridos cubiertos de musgos y la húmeda maleza para construir una planta terrestre para procesar el aceite de ballena. Un varadero equipado con winches a vapor y cables de cadenas, se inclina en una suave pendiente hacia arriba desde el agua y en él las ballenas muertas son arrastradas hasta las paredes de la fábrica. Los hombres cortan con afilados instrumentos la carne de los animales en piezas de diez pies de largo y un pie de grosor, que son levantados por un gancho y soltados en la parte superior de la fábrica, donde se deslizan por un enorme canal de madera en cuya base cuchillos rotatorios cortan cada trozo en pequeños pedazos que luego caen en grandes digestores de vapor en cuyo fondo hay una abertura donde el aceite es envasado en barriles para su envío. Uno se acostumbra a la carnicería diaria, pero nunca al enfermante olor que emana de la misma bahía, donde toda la basura se tira y las carcasas desnudas de años anteriores flotan y se niegan a hundirse (Quiroz, D. 2011).
Hoy en día, los huesos de esas carcasas están hundidos en la bahía mientras algunos de ellos sueltan fragmentos que se van fundiendo con la arena, las piedras, palos y fierros, los pocos restos de la planta ballenera, la que casi sin rastro exhibe entre la vegetación una de sus inmensas calderas oxidadas.
En 1970, E.E.U.U. y Suecia llaman a la década del estudio de los cetáceos, concluyendo que no sabemos nada o muy poco de ellos y que las principales poblaciones de grandes cetáceos han sido sobreexplotadas (cachalotes y ballenas). En 1983, con antecedentes en 1980 y el cese chileno en 1982, la Comisión Ballenera Internacional declara una moratoria sobre la caza comercial de ballenas, dando así un paso definitivo hacia la inauguración de una nueva etapa entre hombres y cetáceos, en el que el rol del turismo de intereses especiales, la industria cinematográfica y de recreación (acuarios y parques acuáticos), juegan un nuevo papel tanto en la conservación de estas especies y el desarrollo de nuevas industrias, economías y componentes ideológicos ligados en parte a la conservación y también a la fetichización de estos animales, sustituyendo y agregando capas de significación a la intrincada convivencia que hemos desarrollado con ellos. Una mención especial merecen aquellas culturas y Estados que resistieron la moratoria alegando fines culturales, dentro de los cuales se cuentan las costumbres ancestrales de ciertas comunidades que practican la caza de subsistencia y lo estipulado en el artículo VIII de la convención que reglamenta la caza de la ballena, permitiendo la cacería con fines científicos.
En Canadá y Groenlandia, pequeñas poblaciones inuit, si bien tienen asegurada una cuota anual de 30 ballenas, sólo se caza una debido a la dificultad de su traslado y procesamiento. E.E.U.U. asigna una cuota menor a distintas poblaciones indígenas de Alaska. Islandia retomó la caza comercial desde el 2008, con una cuota anual de 100 rorcuales aliblancos o ballenas minke y 150 de rorcual común o ballena fin. En las islas Faroe alrededor de 950 calderones de aleta larga son cazados cada año en una actividad regulada por las autoridades locales y no por la CBI. Japón ha desarrollado la llamada cacería científica, catalogada por varios países como una cacería comercial encubierta.
También existe la caza anual de delfines en Taiji, en la que cientos son capturados para la industria del entretenimiento y otros son destinados al consumo humano. En el 2014 la Corte Internacional de Justicia vetó la caza de ballenas por parte de ese país. Noruega realiza cacería comercial de ballena minke, con cuotas anuales en torno a las 999 capturas, de las que un 90% son hembras preñadas. Rusia, actualmente en la región de Chukotka da caza a la ballena gris, con permiso vigente de 3 a 5 individuos anuales. San Vicente y las Granadinas en la isla de Bequia, cuenta con un permiso de la CBI que autoriza una cuota anual de 4 yubartas o ballenas jorobadas.
Los productos obtenidos de la industria ballenera actualmente son el aceite para iluminación y alimentación, el espermaceti para cosméticos, lápices labiales y lápices grasos, el ámbar gris como fijador de perfumes, las glándulas endocrinas y el hígado para productos farmacéuticos, hormonas y vitamina A, y la carne, que representa el 1,7% de la carne consumida en Japón.
Hemos empezado a dibujar una era en que entendemos la naturaleza como parte del gran basural que es la acumulación histórica, aunque la naturalia vista como recurso ya es cuento muy antiguo. El desastre socioecológico experimentado hace sólo dos años en la décima región, en el archipiélago de Chiloé, tuvo alcances que aún no han sido cuantificados, repercusiones de las que quizás jamás tendremos respuestas concretas que puedan incidir en algún tipo de política. Lo que está claro es que los animales, como los otros reinos, son indicadores del avance cultural sobre la tierra, de los excesos de la explotación y de lo irracional del control tecnológico sobre los factores y componentes bióticos.
Países enteros hoy son declarados como áreas de sacrificio. En el 2015, en el Golfo de Penas, más de trescientas ballenas sei (Balaenoptera borealis) muertas y en avanzada descomposición fueron registradas desde un sobrevuelo pagado por National Geographic, el varamiento más grande de ballenas que conoce la humanidad. Y lo conoce a medias, ya que la burocracia chilena, con protocolos inexistentes, instituciones ineptas y peleas gremiales y personales entre los expertos, hizo que se perdiera el tiempo dejando muchas hipótesis y un trabajo científico publicado pero bastante precario, ya que los datos ahí expuestos son a todas luces insuficientes para establecer las causas del masivo varamiento.
Dos integrantes de nuestro equipo de trabajo, los biólogos marinos Gabriela Garrido y Benjamín Cáceres, fueron los encargados de realizar necropsias en el lugar, contando con muy poco tiempo en una expedición dirigida por la PDI y la Armada de Chile, pudieron colectar muestras de 4 animales, sobre un total de 337. Así detalla el investigador del Centro Regional Fundación CEQUA, Jorge Acevedo, las conclusiones sobre lo ocurrido en junio del 2015:
Aunque las causas de esas ballenas aún siguen siendo poco claras, se constató que en el varamiento informado en mayo no hubo intervenciones de terceros (es decir, humanas) y así la causa derivó a efectos letales de la marea roja. Pero, ¿podría la marea roja haber afectado solamente a las ballenas y a ninguna otra especie como aves, otros mamíferos o incluso peces que se alimentan en esa misma zona? Esta pregunta sigue abierta y las autoridades con competencia en la materia muy poco han hecho para investigar cual sería la real causa de muerte. Tampoco conocemos cuales serían las implicaciones de esta mortalidad a la población de ballenas sei, ya que nuevamente el Estado de Chile no financia estudios para conocer y conservar a estos grandes mamíferos, a pesar de que el país ha ratificado acuerdos internacionales sobre la materia.
El 27 de julio de 1972, concluye una extensa entrevista a Claude Levi-Strauss bajo la pregunta sobre el porvenir, aquí, el siguiente extracto: “…no puedo decir que me siento particularmente a gusto en el siglo en el que el azar me trajo al mundo y que la forma en la que está evolucionando no me hace pensar que, si no yo mismo, por lo menos mis descendientes se sentirán más a gusto en él que yo… Me parece que un mundo que tiende a ser superpoblado en lugares, porque la densidad misma de la población se ve incrementada por la aceleración de los medios físicos de comunicación, de los medios intelectuales de comunicación. Eso hace que tendamos a convertirnos cada vez más en consumidores bulímicos de las riquezas que nos rodean, sean riquezas concretas del universo que destruimos al consumirlas, sean riquezas intelectuales, que absorbemos con una intensidad, una rapidez, muchísimo más grande de lo que conseguimos renovarlas. Seguimos necesitando un museo imaginario. Y el hecho de que esta expresión surgiera en nuestro tiempo es significativa…”
* Texto leído en el seminario Teatros de batalla Río Seco, Punta Arenas. Octubre, 2017.
Fuentes
“El libro de los símbolos”, Archive of Research in Archetypal Symbolism ARAS, Taschen, 2014.
Massone, Mauricio; Prieto, Alfredo, “Ballenas y delfines en el mundo selk’nam, una aproximación etnográfica”, MAGALLANIA, (Chile), 2005. Vol.33(1) : 25 – 35
Quiroz, Daniel, “La flota de la Sociedad Ballenera de Magallanes: Historias y Operaciones en los Mares Australes (1905 – 1916)”, MAGALLANIA, (Chile), 2011. Vol. 39(1): 33-58
Nichols, Nancy, “La sociedad ballenera de Magallanes: de cazadores de ballenas a héroes que marcaron la soberanía nacional, 1906 – 1916”, Historia 43:1, enero-junio 2010, 41-78 (http://revistahistoria.uc.cl/estudios/282/)
Jara, Mauricio, “Enrique Cordovez Madariaga y su visión de la Antártica Sudamericana a mediados de la década de 1940”, Revista de Historia, años 11-12, vols. 11-12, 2001 – 2002, pp. 23-26
La Prensa Austral, “Regresan viejos visitantes marinos al estrecho de Magallanes”, Jorge Acevedo, 27 de diciembre, 2015.
Arte France, l´Institute national de l´audiovisuel, Claude LÉVI-STRAUSS, un film de Pierre BEUCHOT, 1972.
*Imagen de portada: pinterest.es