Foto: imdb.com.
Parecería un tema agotado, incluso manoseado insoportablemente no sólo por la cámara sino en la literatura, la historia, el discurso político o la conversación. ¿Cómo retomar el hecho histórico sin caer en la repetición, la vacuidad o el panfleto? Ferenc Torok lo deja claro: la respuesta está en el estilo más que en el argumento.¿Qué sabemos de los personajes que llegan a ese pueblo polvoso, abandonado como tantos pueblos en los que la autoridad actúa como si fuese un feudo? Sólo trazos, tanto de ellos como del pueblo y sus habitantes, trazos, líneas que bosquejan retratos, y no por eso menos humanos que las tradicionales cintas truculentas de Hollywood.
A diferencia de la industria mentada, los cineastas del Este europeo las más de las veces cuentan con el don de la contención, un tono frugal y preciso que confecciona obras de arte. Es el caso de 1945 (Hungría, 2017), la cinta del húngaro Torok (quien ya antes había rondado el argumento histórico, pero ahora lo hace con una finura madurada por los años, sin duda). Desde la elección del blanco y negro, uno entiende que Torok ha elegido con maestría tanto su tono como el ritmo. La cinta es en gran medida un desfile de estampas que bien recuerdan a Robert Capa o a Walker Evans por la belleza sobria con que captura escenas de una comunidad que fue derruida.
El trabajo del director y su guionista (Gábor T. Szántó) es admirable en el grado más alto: no sólo la capacidad de resumir —que sería lo de menos— sino la capacidad de síntesis para contar una historia en trazos y retazos de una historia anterior, sin perder ritmo, sin perder unidad, logrando además que ese argumento bien delimitado se traduzca en la intensidad silenciosa de las imágenes, que vistas en su totalidad, forman un flujo perfecto de sonidos y silencios.
En esta historia de dos judíos, uno de edad avanzada y el otro un adulto joven que llegan a un pueblo de Hungría después de la Segunda Guerra Mundial, siempre está presente el enigma. De dónde vienen, qué los mueve, cuál es su pasado (si es que es un pasado común). La alarma de la población viene a desenmascarar toda esa confianza que se puede tener en la bondad inherente al ser humano. Esa es la otra historia de la Segunda Guerra Mundial y un rasgo distintivo de toda población acrítica y despolitizada: la indiferencia, una indiferencia que puede incluso alcanzar la crueldad, con la más horrorosa naturalidad. Así pues, el desarrollo de ese resquemor, lleno de gestos más que de hechos concretos, es un alegato contra esa indiferencia. No me parece que la intención del director sea una vez más el recuerdo judío de aquella catástrofe que ocurrió ante los ojos de muchos, que prefirieron hacer como Poncio Pilatos; es sí, un alegato contra esa indiferencia culpable, pero que cubre no sólo el Holocausto judío, sino todo holocausto o hecho bestial que ha ocurrido, y sigue ocurriendo a la vista —¿impotente?— de todos, con la certeza de lo inevitable de la injusticia.
El texto de Torok multiplica y profundiza lecturas: tanto la indiferencia mencionada líneas arriba como ese recelo provinciano que no desaparece con las civilizaciones industriales, y menos con las supuestamente de primer mundo, espectáculo siniestro del que nos informan los medios de comunicación en el día a día. Este texto-alegato de Torok es una hermosa composición en imágenes que, en el contexto actual, viene a ser una fresca sacudida a la modorra política de nuestros días.
*Imagen de portada: imdb.com.