
Foto: findagrave.com.
I don´t blame you much for wanting to be free
Tenía 15 años cuando conoció al hombre de China del Norte que se convertiría en su primer amante.
Una niña. Un chino.
Lo siguió como borrego hipnotizado por un dragón.
La siguió como estopa a fuego.
Más que romance, aquello fue combustión. De las eternas. De las milagrosas. Zarza de Moisés ardiendo sin llegar a consumirse jamás. De esos milagros que sólo pueden suceder en el desierto de las niñas solas.
Marguerite Duras escribió esta historia, su historia, por primera vez, a los 70 años (El amante, 1984). Volvió a escribirla a los 77 (El amante de la China del Norte, 1991). Para amar no se necesita nada, ni siquiera inocencia. Para escribir se carece de todo. Nunca se tiene suficiente malicia. Y es esa la palabra más importante a la hora de escribir una novela: malicia.
(Por novela, en este texto, siempre me estaré refiriendo a la novela literaria, o con pretensión de serlo, no a sagas ni productos de marketing porque, por Dios, estamos hablando de Marguerite Duras.)
Repito. Escribir una novela alrededor de los 70 años. Tener los cojones de volver a escribir esa novela, siete años después, con la honestidad y el valor que sólo puede dar la madurez. El valor necesario para contar la historia de amor, la verdadera. Para escribir acerca incluso del secreto de su vida, ese hermano pequeño, “diferente”, a quien la niña, Marguerite, amó de todas formas posibles. Ya no existe el pudor, y puede narrar los besos entre ella y Hélène Lagonelle, las dos chiquillas blancas y segregadas de la pensión Lyautey que compartían la misma cama. No hay necesidad ya de justificar el amor hacia su madre impresentable, que era capaz de venderla a cualquiera que pudiera dar por ella algunas monedas. No hace falta tampoco omitir detalles de lo sucedido entre ella y el primer amante, el amante de la China del Norte.
Es el amante el primero de muchos, desde que él la miró la primera vez, supo que ella se iría con todos los hombres y no se quedaría con ninguno. Es El amante de la China del Norte una novela autobiográfica que no admite juicios. Es como si dijera Duras: “Esta es mi vida, no estoy interesada en lo que pudieras opinar al respecto”.
Man i can understand how ir might be kind a hard to love a girl like me
Una muchachita que quiere ser escritora se lía con su maestro de literatura. No hay historia más ordinaria, por lo común del asunto.
Alguna vez esa muchachita me preguntó qué debía hacer con su carrera literaria. Detesto que me pidan consejos porque son algo que no quiero recibir, pero entendí que no lo hacía con afán de molestar, sólo le dije que no hay fórmula, no hay nadie que diga qué es lo que se puede o debe hacer.
Poco después sucedió que la muchachita dio a conocer su historia con el escritor, en medios nacionales e internacionales.
Quiere ser escritora. Hay una cosa que se llama elegancia, viene muy de la mano con la discreción; y otra muy importante, astucia, ésta sirve para revelar las cosas sólo cuando la jugada está a favor propio.
Un consejo sí sería muy útil para las muchachitas que quieren usar la bandera del sufrimiento y la victimización para promover su obra: si tanto necesitan exponer su vida, resultaría más efectivo hacer un reality (luego esas chicas se hacen multimillonarias, se casan con Kanye West, tienen hijos que son inversiones de millones de dólares, etc.). El dolor público puede servir para la telenovela, pero para la novela es quemar los cartuchos a lo estúpido y antes de tiempo.
I love you better than your own kin did
¿Qué es lo que forma a una escritora? No es la queja barata (“no me publican porque soy mujer”, por ejemplo). No es pedirle al noviecito que se meta al chismerío (“M abusó de mi ex-novia… No tenía ni 17 años cuando empezaron a salir…”). No es sufrir por las cosas que se deciden vivir (a veces, ni siquiera por las que no se deciden). Es el cinismo que resulta del valor para asumir lo vivido. Es la sabiduría para ejercer el silencio durante el tiempo que sea necesario. La malicia para hacer de cada novela un libro de secretos en el cual, ni el ser más cercano, podría determinar ahí qué es lo verídico y qué es memoria inventada. Porque quien escribe crea recuerdos de aquello que cuenta y jamás ha sucedido. La novela se hace mudándose a un tiempo y un ambiente totalmente distintos.
La novela, creo yo, ha de ser resultado de sagacidad para comunicar una historia si y sólo si esta es trascendente y si y sólo si es el momento adecuado para hacerlo.
Escribir novela, creo yo, ha de ser como tener un amante: se sonríe por la calle sin que la gente sepa por qué.
Dice Duras en la presentación de El amante de la China del Norte:
Escribí este libro en la enloquecida felicidad de escribirlo. Permanecí un año en esta novela, encerrada en todo aquel año del amor entre el chino y la niña.
Para escribir novela hace falta la decisión de asumir la vida. El valor de empuñarse a sí misma contra la vida. La dignidad de decir “estos son mis actos, míos, no me hace falta tu comprensión hacia ellos”. La abundancia de tristeza pero la negación al drama. No es cerrar los ojos a la realidad de un mundo jodido y culero, es aceptar el hecho y, a pesar de eso, atreverse a entrar en un año de amor. Una vida de amor. Un universo de amor. No el cursi, no el Disney, no el bello. Sólo el amor.
Mi sobrina tiene 15 años. Es un capullito de tulipán. Una belleza. La misma inocencia estúpida y sin sentido que tuve a su edad. Me confesó que quiere ser escritora y me rompió el alma. ¿Qué podía contestarle?, ¿la verdad? Sólo le revelé la parte ñoña de la fórmula: que tenía que leer mucho.
Si sigue con la idea de querer ser escritora, este tipo de escritora que amerita ser leída, que crea arte, que merece ser respetada en su área, ella sola caerá en la cuenta de la necesidad de largarse, envilecerse, renegarse, embrutecerse, regalarse, relegarse y no temer entrar en un mundo de amor. Puro, llano, múltiple, precioso y luminoso amor, como la piel dorada de aquel chino.
Él la acaricia una vez más. Ella vuelve a dormirse. Él la mira. Él mira a esa que llegó a su casa, a esa visita caída de las manos de Dios, a esa niña blanca de Asia. Su hermana de sangre. Su niña. Su amor. Ya, él lo sabe.
*Imagen de portada: pixabay.com.