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Artista en resistencia

abril 20, 20182 ComentariosTeatro y Artes VivasBy Vidal Medina

Foto: Internet Archive Book Images.

He decidido poner este título a este texto por dos motivos. El primero es una declaración de principios y el segundo la manifestación de una certeza. Desde hace meses me acompañan unas notas en unas hojas sueltas que hacen referencia al teatro como un territorio de resistencia. Siempre veía esas notas y pensaba que era un buen título, pero le faltaba el contenido: ¿qué quiere decir? La respuesta me vino esta mañana mientras calentaba café para sentarme frente a mi computadora a trabajar.

 

Mientras preparaba el café pensaba en el trabajo que se hace por amor y en el trabajo que se hace en resistencia. Las dos palabras me parece que tienen que ir unidas. Porque uno puede resistir en algo y ser perseverante a través del tiempo únicamente por amor. Resistir no sólo los fracasos, que debe haberlos para forjar el temple, sino las inclemencias del entorno y a veces la apatía: la propia y la ajena, la de los compañeros de trabajo (a veces) o el oportunismo.

 

He visto a muchos sucumbir, actores brillantes que se dejaron arrastrar por la cotidianidad. Alumnos que dejaron de asistir a clases, o recién graduados que no encuentran trabajo en su campo de estudio. ¿Cómo llamarle a quienes no tuvieron la suficiente tenacidad para resistir un poco más y seguir haciendo lo que hacen?

 

Pensaba en eso y en que ya me deben tres meses de sueldo en uno de mis trabajos como maestro, todo se debe, como ya se han de imaginar, a procesos burocráticos con los que no tenemos oportunidad de competir, y menos de dialogar. No son personas, son procesos, papeleos, misterios que no se resuelven. Uno siente que no puede quejarse con nadie, porque la verdad es que nadie tiene la culpa. Uno siente la angustia de un personaje de Kafka.

 

Hace unos días renuncié a otro trabajo, también como maestro, en el que sistemáticamente me retrasaban el pago de sueldo. Cuando hablé con la directora para presentarle mi renuncia por las pésimas condiciones de trabajo, me ofreció pagarme a tiempo de ahora en adelante (como si sólo al quejoso le fueran respetados sus derechos y se le diera un trato privilegiado), y además me confesó que había maestros que todavía no recibían su sueldo (los que no se habían quejado, seguramente). Esta escuela es privada, y sé que cobra muy altas cuotas a sus alumnos y que invierte ese dinero en infraestructura, pero me llama la atención que su directora no haya reparado en que la inversión más importante que debería hacer es en su cuerpo académico, porque se está quedando sin maestros, y ¿de qué le va a servir la infraestructura si no tiene gente capacitada para impartir clases? Independientemente de que la escuela esté funcionando en evidentes números rojos, lo más preocupante es que opera bajo una ideología capitalista en la que el maestro puede ser fácilmente sustituido, lo cual es un error de apreciación evidente ya que la carencia de maestros capacitados mermará significativamente la calidad de la educación que imparte.

 

Mi conclusión es que el sistema no tiene ojos, sólo es un brazo ejecutor, y la sociedad, las personas que formamos esta sociedad, nos hemos vuelto autoinmunes, no podemos ver el monstruo porque estamos dentro de él; ya no nos da miedo, aunque nos esté devorando.

 

Pero vuelvo al tema de este artículo: un artista en resistencia, que define mejor mi situación actual en la que no he dejado de escribir o de dar clases a pesar de que no he recibido pago en los últimos meses. También he pensado en abandonarlo todo. Sucumbir ante la realidad y buscarme un trabajo de los llamados reales, esos donde pagan a tiempo y uno se busca una vida estable y mayormente aburrida, tediosa y conformista.

 

El viernes pasado se venció mi internet y ayer me cortaron el teléfono. Puedo escribir porque tengo luz y aún no agoto mis reservas de comida. En casos de crisis como este, el valor del dinero se vuelve algo muy volátil y otras cosas que antes no veías, por estar en una zona de confort se revelan. Una cosa que aprendí esta mañana, en el desayuno, es que el valor del dinero es poco en comparación con:

 

  1. El valor de la solidaridad, que está casi siempre fincada en la amistad, la vecindad y las relaciones afectivas. En momentos de crisis quienes nos dan la mano, sin pedirnos nada a cambio, son los amigos, los vecinos, las parejas sentimentales o la familia. La solidaridad tiene más valor que el dinero porque excede su valor de cambio, lo echa por tierra al dar de manera desinteresada al que necesita.
  2. El valor del tiempo. Mi tiempo es más importante que mi dinero. Aprovechar el tiempo no quiere decir ganar más dinero, sino incrementar mi productividad, es decir, hacer las cosas que me gustan y hacerlas de mejor manera. Tener tiempo de calidad y tiempo de ocio.
  3. El valor del trabajo. El trabajo vale más que el dinero. Estoy en mi derecho de dejar de ir a trabajar si no estoy percibiendo mi sueldo. En cualquier lugar del mundo cuando no hay condiciones de trabajo los trabajadores se levantan en huelga. Pero en Monterrey no hemos construido las posibilidades de una revuelta. Y tampoco estoy llamando a la revuelta, sino a un acto de conciencia y de derechos.
  4. Volver la cultura del regalo, sobre todo en el arte, donde el pensamiento mercantilista se ha colado. “Una obra de arte se debe vivir dentro de una experiencia en la que recibamos algo como un regalo, de tal manera que no podemos convertir en una mercancía una obra de arte, aunque hayamos pagado un boleto para entrar al teatro”.

 

Otra cosa que comprendí esta mañana es que la decisión que tomé hace casi veinte años de dedicarme al teatro, no es una decisión absoluta que no pueda volver a plantearme. Es quizá necesariamente una pregunta cíclica: ¿Vale la pena seguir escribiendo en condiciones tan precarias? ¿Vale la pena dar clases? ¿Para quién escribo?

 

En estas preguntas muy parecidas a las que me hice cuando empecé a hacer teatro es donde cobra sentido el título de este artículo: Sí, soy un artista en resistencia, lo he sido durante veinte años, en varios momentos de mi vida que considero cruciales siempre me he decantado por el teatro, es decir, por el camino sinuoso y también gratuito del teatro. Y reafirmo: Si uno puede volverse a enamorar de su trabajo entonces vale la pena seguir haciéndolo.

 

Debe haber muchas personas esperando un pago retrasado que a su vez no pueden cumplir con sus obligaciones, pero es un problema coyuntural. Una respuesta simple a este problema podría ser: busca otro trabajo. Suena bien y es pragmático.

 

Pero a mí me gusta mi trabajo, y no estoy llamando a una huelga general. Me gusta lo que hago y quiero seguir haciéndolo, pero es necesario reconocer que estamos inmersos en una crisis que no es individual, sino una crisis colectiva.

 

Mientras se me termina la comida, me cortan los servicios y se me acaba el efectivo para trasladarme en la ciudad, no puedo evitar imaginarme que estamos viviendo muy cerca de un estado de guerra, que este estado crítico también es la oportunidad para darle la vuelta a la realidad.

 

Si la precariedad es un signo de este tiempo, la resistencia es la característica humana necesaria para no dejar de hacer las cosas importantes. Si la crisis es una oportunidad para cambiar las cosas que no nos gustan, esta es nuestra crisis, es decir, nuestra única oportunidad para salir de ella.

 

Desde mi trinchera pienso que en un entorno así es preciso hacer un teatro popular. No sé si es urgente, pero sí creo que es necesario. Si la precariedad es el signo de estos tiempos, un teatro precario, rapsódico, para la calle, un teatro de gente y no de actores en el sentido tradicional, brechtiano en el sentido de teatro de podio para la plaza pública, es el que imagino necesario; despojado de la inverosímil construcción escenográfica, un teatro que se apropie del espacio real, y convierta cada lugar en la que se represente en un “lugar para observar”. Ese es el teatro que me parece necesario, aunque sea gratuito, el que me parece de mayor valor y mejor preparado para resistir las inclemencias de los tiempos que vivimos y que no parecen mejorar en el horizonte próximo.

 

*Imagen de portada: Nationaal Archief.

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crisisteatroVidal Medina
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Sobre el autor

Vidal Medina

Dramaturgo y director. Actualmente forma parte del Consejo Editorial de la página web Dramaturgia Mexicana.com. Ha sido premiado en dos ocasiones con el Premio Nacional de Dramaturgia Emilio Carballido 2013 y el Premio Nuevo León de Literatura en el Género de Dramaturgia 2001.

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2 Comentarios
  1. Responder
    mayo 5, 2018 at 1:15 am
    Un poco de realidad

    Ese aire de heroísmo por “resistir un poco más” que otros, es ridículo. No hay heroísmo en lo que haces, es patético. Y el análisis que haces de la solidaridad y el regalo está equivocado, si tú no cargas con los costos que genera el persistir en tu posición, alguien más lo está haciendo, ese costo no se diluye mágicamente.
    La superioridad moral con la que pretendes bañarte por continuar en un camino perdido es de hueva.

  2. Responder
    abril 26, 2018 at 5:32 pm
    Ireri Palacios

    Vientos… Vidal, hacer teatro para estos tiempos, para el presente, llenar la ciudad, llenar los espacios, Sí.. muy de acuerdo, resistir a los sistemas, siendo parte de ellos, manteniendo una voz, una identidad. Gracias por compartir , por animar a trabajar por Amor . A veces me imagino disfrazada de algún personaje , colocada en los más inesperados lugares, para que las miradas de las personas, aunque sea por un instante, recobren la sorpresa. Saludos desde cualquier ventana de la ciudad en esta tarde.
    P.D Ojalá te paguen pronto los hijos de su pinky mother.

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