1 de Julio de 1964. Mary y Jim West llegan a New York para visitar a Hannah y Heinrich Blücher. Nos encontramos en el apartamento de Hannah y Heinrich. Mary entra como un trombo en la habitación donde se encuentra Hannah, que se ha levantado al oír la puerta de entrada.
HANNAH:
—¡Querida Mary! ¡Cuánto tiempo! (Se besan y luego se cogen las manos).
MARY:
—¡Hannah! Deja que te mire ¡Estás como siempre! ¡Guapísima! Desde que Jim me lo comentó siempre miro tus ojos. ¡Tiene razón! Son como dos ventanas.
HANNAH:
—¡Siempre tan literaria, Mary! ¿Y Jim?, ¿qué has hecho con él?
MARY:
—Le he mandado con Heinrich a recorrer librerías (se ríe). ¡Quería estar a solas contigo (la vuelve a mirar con detenimiento). ¡Y qué bien te has recuperado del accidente! ¡Ya tienes tu pelo de siempre!
HANNAH:
—¡Mi querida Mary! ¿Qué creías? ¿Que me iba a quedar calva? Ven, vamos a sentarnos. Ya han pasado dos años desde el accidente y sólo me raparon parte de la cabeza para hacerme unas pruebas. El accidente parecía aparatoso, pero aparte de cinco costillas rotas y magulladuras en la cabeza y la cara, sólo me ha quedado la secuela de esta pequeña cicatriz encima del ojo. (Le enseña la cicatriz y luego se separa y mira a su amiga). ¡Tú sí que estás guapa! Y si yo también lo estoy es porque llevo el pañuelo que me regalaste, ¡Es maravilloso! ¿No lo recuerdas? Fue en la Navidad de 1960 y siempre que quiero causar sensación, me lo pongo.
MARY:
—Y te sienta estupendamente.
HANNAH (Cogiendo las manos de Mary):
—¡Me haces tantos regalos, Mary! Tus deliciosos libros y sobre todo, tus cartas. No sé cómo hubiera podido vivir sin ellas. Aún me río al recordar tu relato del Congreso para la Libertad de la Cultura, sí, aquel que se celebró en Berlín unos meses antes de la Navidad de 1960, en mayo creo. Tu descripción de Shils, ese sociólogo de Chicago, como la reencarnación del doctor Pangloss, el tutor de Cándido… y la frase que dijiste y que reprodujeron todos los periódicos… ¿Cómo era?
MARY (Riéndose):
—Creo que dije algo así como… (duda) ya me acuerdo, que la literatura occidental era el espejo en el cielo raso del lupanar.
HANNAH:
—Sí, exacto. Yo estaba maldiciendo a Dios, al mundo y al destino mientras intentaba acabar la traducción de La condición humana al alemán y sólo tú podías hacer que me relajase y me riese.
MARY:
—¡No digas más tonterías! Tú sí que eres un regalo. Y tampoco te quedas corta con tus expresiones. Recuerdo que por aquellas fechas llamaste a la Cumbre de 1960 en que se reunían Eisenhower, Kruschev, Macmillan y De Gaulle, enorme Payasada del Siglo del Hombre Común, así, escrito con mayúsculas (ríen las dos). Qué bien que los chicos hayan accedido a dejarnos solas. ¡Tenía tantas ganas de hablar contigo! (pausa).
—¿Y Heinrich? ¿Qué tal se encuentra? Lo vi con buen aspecto. ¿Y tú, qué tal estás con todo ese asunto de Eichmann?
HANNAH:
—Heinrich está ahora mejor, pero no hay que confiarse, un aneurisma es algo muy grave (coge las manos de Mary). Mary, sigo muy preocupada, después de veintiocho años juntos, no podría soportar la vida sin él (se recupera). Procuro que no se entere demasiado de la polvareda que ha levantado la turba con lo de Eichmann, pero claro, no puedo conseguirlo del todo. Pero no hablemos sólo de mí, ¿qué tal os encontráis vosotros? ¿Estás ya recuperada de la hepatitis?
MARY:
—Todavía algo cansada, pero estoy bien.
HANNAH:
—¡Cómo me alegro! Por cierto, ya te he dicho lo que me ha gustado tu última novela, Mary, pero tengo que repetírtelo. Aparte de que está soberbiamente escrita, realizas una radiografía insuperable de la época, desde la distancia y con perspectiva. Me parece incluso mejor que Memorias de una joven católica.
MARY:
—Pero las críticas… Hannah.
HANNAH:
—No debes hacer caso de las críticas de esos “muchachos” que se llaman intelectuales neoyorkinos. Creo que se meten contigo porque El grupo está siendo un bestseller, más que por motivos políticos. La crítica de Mailer era realmente malvada y estúpida (pausa). Lo que todavía me sorprende es la cantidad de odio y agresividad latente en el mundo intelectual, a la espera del momento oportuno para asestar el golpe.
MARY:
—Sí, a mí también me sorprendió que personas que se dicen amigas mías le encargasen la reseña a un declarado enemigo mío. A pequeña escala existe un paralelo entre esto (pausa), y el furor que desencadenó tu Eichmann desde la primera crítica feroz de Lionel Abel, aunque en mi caso falta el elemento de la piedad judía. Me temo que en Nueva York el hecho de causar escándalo predomine sobre todo lo demás.
HANNAH:
—Sí, me temo que estás en lo cierto.
MARY (Enfadada):
—El mundo literario e intelectual se está convirtiendo en una sucesión de happenings. Los directores de revistas son ahora profesionales del espectáculo y el lector es un espectador en la arena del circo (pausa y se calma) pero Hannah, lo mío no es nada, al lado del asunto Eichmann. Creo sinceramente que aún estás a tiempo de salirles al paso y defender tus ideas.
HANNAH:
—Reconozco que a veces he estado a punto de estallar. Por ejemplo cuando me enteré de que la Liga Contra las Difamaciones había enviado una circular a todos los rabinos para que predicasen en mi contra el día de Año Nuevo, pero he logrado contenerme.
MARY:
—Vuelvo a insistir, Hannah, ¿es que acaso no tienes derecho a defender tus ideas?
HANNAH:
—Mary, el caso es que, tal como yo lo veo, no hay ideas en el Informe Eichmann, sólo hechos. La actitud hostil hacia mí es un acto de hostilidad contra alguien que dice la verdad en el terreno de los hechos. ¡Es tan irritante! No contesto a las críticas porque no tienen nada que ver con el libro, son pura política. Van dirigidas contra un libro que jamás fue escrito, contra una imagen que ellos han creado y que se superpone al verdadero libro (se queda pensando). No soy optimista al respecto. Pienso que un individuo no tiene poder frente al de los creadores de imágenes que cuentan con Instituciones, dinero y medios de propaganda. Y aún no te lo he dicho, pero no sabes cómo valoro tu apoyo incondicional.
MARY:
—¡Tonterías! Dime si puedo hacer algo más aparte de contestar al artículo de Lionel, Pero perdona que insista. Te conozco y sé que escondes un as en la manga.
HANNAH:
—Bueno, a ti no puedo engañarte. Voy a confesarte algo. Ha habido un descubrimiento en todo este asunto que me ha encantado. Me he dado cuenta de lo difícil que es decir la verdad de los hechos, sin recurrir a subterfugios. Me ha abierto los ojos sobre algunos aspectos del libro que estoy escribiendo ahora, Verdad y Política. Creo que será mi verdadera respuesta a la campaña del asunto Eichmann.
MARY:
—¡Hannah! Eres única. Ya veo brillar de nuevo tus ojos. Bueno, el caso es que cercadas como estamos por la turba de nuestros queridos “intelectuales”, aquí seguimos, pensando y creando.
HANNAH:
—Sí, querida y espero que lo sigamos haciendo.
MARY:
—¡Los intelectuales del siglo XX! ¿Te acuerdas cuando estaba escribiendo Una vida encantada? Debe de hacer más o menos siete u ocho años.
HANNAH:
—Diez exactamente, Mary, el tiempo pasa…
MARY (Algo irritada):
—Pues diez. El caso es que ya estábamos muy preocupadas por el declive de los intelectuales. Recuerdo que te asaeteaba a preguntas. Eras entonces para mí, y lo sigues siendo, un oráculo. Había leído ya Los orígenes del totalitarismo y estaba fascinada: lo leía en el baño, en el coche, en la cola del autobús… Aún tengo en la cabeza tu descripción del nihilismo moderno, de la estructura de los movimientos totalitarios…
HANNAH:
—Sí, lo recuerdo muy bien.
MARY:
—Andaba yo por aquel entonces enredada con un personaje, un representante del hombre medio desconfiado e ingenioso, que me parecía, de alguna manera, un intelectual bufo aposentado en un relativismo que le permitía dudar de todo. Creía que podía cuestionar a los expertos. Y tú, ¿cómo lo sabes?, decía sin parar. Era una forma de relativismo que alcanzaba la moral, ¿y por qué no puedo matar a mi abuela? Me parecía un filósofo de comedia burlesca. Tuviste mucha paciencia conmigo porque puedo llegar a ser algo impertinente ¿me puedes recomendar algún libro para saber cuándo empezó todo? ¡Qué desfachatez! Creo que te escribí algo así, ¡como si fuese tan fácil!
HANNAH:
—JA, JA, sí, Mary, lo hiciste. Y recuerdo que te contesté con gusto. A mí también me parecía todo un fenómeno este del atontamiento de los intelectuales. Nunca he podido dejar de pensar en ello. Me preguntaste entonces cuándo se originó todo, cuando comenzó el fenómeno y la verdad, en ese momento me pillaste de sorpresa y te contesté con varias generalidades, que si el decaimiento de la religión, que era la que impartía la moral, que si el relajamiento de las leyes; y también el hecho de que hoy en día casi nadie viviese consigo mismo, que no es lo mismo que estar solo. Con uno mismo sólo vive el que se dedica a pensar y hoy eso no abunda mucho.
MARY:
—Pero tú habías escarbado un poco más en el asunto.
HANNAH:
—Bueno, sí, ya te he dicho que es un fenómeno sobre el que no dejo de pensar. Creía y creo ahora quizá más que entonces que también influye mucho la pérdida del sentido común. Ya hemos hablado de ello en algunas ocasiones. Como sabes, el sentido común es el compendio de todos los datos sensitivos en un mundo común, que podemos compartir con los demás. En la raíz de la modernidad se encuentra la desconfianza en los sentidos, fruto de los avances científicos. El sentido común ha olvidado los datos sensitivos, lo que se llama experiencia y ha convertido el sentido común en una facultad, la lógica. De lo que no puede dudar nadie es de que dos y dos son cuatro, ésa es la única certeza hoy en día.
MARY:
—Hannah, ¡me deslumbran siempre tus razonamientos! Verte pensar es una auténtica fiesta. Recuerdo que entonces fui a la librería y vine cargada de libros de Kant, Kierkegaard, Nietzsche… Era como un perrito faldero que seguía las indicaciones de su amo.
HANNAH (Ensimismada sin escuchar ya a Mary):
—Hablando de pensamiento. Otra cosa buena ha salido también del Informe Eichmann. Me he visto obligada a revisar algunas afirmaciones de Los orígenes del totalitarismo.
MARY:
—Veo otra vez puntitos brillantes en tus ojos ¡Es un gozo contemplar cómo disfrutas pensando! ¿Qué has descubierto?
HANNAH:
—¿No te lo imaginas? En los Orígenes del totalitarismo yo hablaba del mal radical.
MARY (Llevándose las manos a la cabeza):
—¡Ya! ¡La banalidad del mal! ¡Cómo no lo había pensado!
HANNAH:
—Sí, me veo obligada a revisar mi antigua concepción del mal. Yo creo que el error fue de perspectiva y está relacionado con la excesiva importancia que le concedía a las ideologías. El procedimiento que se pone en marcha a raíz de una ideología acaba siendo más importante que la ideología misma (ensimismada). Tampoco creo ya en “los pozos del olvido”. Siempre habrá un hombre dispuesto a contar la historia.
MARY:
—Ya sabes que siempre he diferido algo contigo respecto a los actos malvados. Tú siempre has defendido que la causa es la ausencia de pensamiento, yo creo más bien que es cosa del corazón, de que hay corazones malvados.
HANNAH:
—Por cierto, querida, hablando del corazón, me alegra muchísimo de que te vaya tan bien con Jim y que tu corazón no se haya vuelto a equivocar, pero (con sorna) te veo igual que siempre, aguda, ingeniosa y combativa. El amor no te ha cambiado. No os ha cambiado a ninguno de los dos.
MARY:
—¡Eras mala, Hannah! ¿Qué quieres que diga alguien cuando se enamora? Se ve el mundo de manera distinta y piensas que todo, incluida tú misma, y por supuesto el otro, van a cambiar a mejor.
HANNAH:
—Era muy bello eso que dijiste de que cuando quieres a alguien, lo quieres también con sus esperanzas y desde luego la esperanza siempre desea un cambio a mejor; pero no es así realmente, ¿verdad? Uno debe realizar su propio camino y aceptar que el otro haga lo mismo, respetándolo tal cual es. Ninguna mujer ha conseguido cambiar a un hombre. Bueno, dejemos ese asunto ¿En qué estás metida ahora?
MARY:
—Precisamente, querida, estaba deseosa de hablar contigo de ello. Ahora estoy con un nuevo libro. El tema seguro que te interesa. Es sobre la igualdad, ese espectro que se le viene apareciendo al mundo desde el siglo XVIII. Creo que la igualdad ha hecho la existencia intolerable.
HANNAH:
—Tienes mucha razón, Mary.
MARY:
—Te pongo un ejemplo, a mí me mortifica hablar con una persona estúpida porque tengo miedo a sacar a relucir su estupidez. Sólo estoy bien con mis iguales o con alguien superior, pero claro, ese alguien superior se encontrará incómodo conmigo. ¡Es un círculo vicioso! Estoy segura que ya has pensado algo sobre el asunto ese de la igualdad.
HANNAH:
—¡Claro que lo he pensado, Mary! Creo que el vicio de toda sociedad igualitaria es la envidia, y que ya lo era también de la griega. Ese compararse constantemente es la quintaesencia de la vulgaridad. Si no incurres en ese hábito horroroso enseguida te tachan de arrogante, de querer estar por encima de los demás. Y tienes razón en que es un fenómeno que se extiende como una mancha de aceite.
MARY:
—¡Sí! Está en todas partes, es como una plaga.
HANNAH:
—Lo malo es que se confunde lo público y lo privado, lo que tiene consecuencias muy penosas, por ejemplo en el terreno de la educación. Ahí la igualdad sólo puede lograrse a costa de los individuos más dotados y de la autoridad del profesor, algo que atenta contra el sentido común.
MARY:
—Sí me gustó mucho tu artículo sobre educación. Me fascinan todas las derivaciones que extraes de tu concepto de natalidad. Si lo propio de la condición humana es que cada generación nazca en un mundo viejo, la vieja generación no debe imponer ni su idea de progreso ni de lo nuevo a la siguiente, porque eso es quitar de las manos de los recién llegados su propia oportunidad de lo nuevo y revolucionario, cerrando así el horizonte del mundo.
HANNAH:
—Veo que me lees muy bien, Mary. Lo más grave es que todos los políticos hablan de reformar la educación; pero no deberían entrar en ese terreno. La educación no debe tener un papel en la política que es cosa de adultos. Deberíamos más bien pensar qué aspectos del mundo moderno se reflejan en la educación y cuál es su esencia, si queremos mejorarla y no utilizarla como una forma de coacción sin uso de la fuerza, algo muy próximo a la propaganda.
MARY:
—También he vuelto a leer tu artículo sobre la cultura de masas y creo que ya he entendido el porqué de tu rechazo del arte como diversión.
HANNAH:
—Sí, ya sé que me escribiste que no estabas de acuerdo conmigo en ese punto. Quizá sea un asunto complicado. ¿Por qué rechazar la diversión? Pero esa opción se encuentra en la esencia de la sociedad de masas, que consume los objetos artísticos como consume cualquier otro objeto y esto pervierte la naturaleza íntima de la obra de arte.
MARY:
—Y dime, ¿Cuál es para ti esa naturaleza?
HANNAH:
—Creo que el arte debe ser la cosa más duradera y más mundana a la vez porque no está orientada a la utilidad sino al mundo mismo, a enriquecerlo, enriqueciendo nuestro gusto y nuestro juicio estético, a hacernos mejores, lo que no necesariamente es diversión.
MARY:
—¿No has oído la puerta? Ya deben de estar de vuelta Jim y Heinrich, ¡Cómo se nos ha pasado el tiempo, querida! ¿No tienes hambre?
HANNAH:
—Sí y ellos seguro que también la tendrán. ¿Qué te parece si encargo comida china? Hay un establecimiento aquí cerca al que a veces recurrimos. ¿Sabes ya comer con palillos?
*Imagen: www.brainpickings.org.