
Foto: imdb.
Nuestro hermoso deber es imaginar
que hay un laberinto y un hilo
Cnossos, 1984
El hilo que Ariadne le dio a Teseo se ha perdido. El laberinto del tiempo avanza por demasiadas vueltas y tiene tantos recovecos que el hilo de la fábula se fue adelgazando hasta quedar olvidado en alguna fisura. Ha sido muy complejo para nuestros cineastas volver a encontrar ese hilo que los conduzca a la fábula concreta, a la parábola exacta. Perdidos en el realismo hemos dejado de lado la riqueza de colores e imaginativa de nuestras tradiciones más antiguas.
Pero los tiempos van y vienen, dan vuelta y giran sobre su propio eje. Tanto, que parece que ha vuelto el tiempo de las fábulas y de lo fantástico. A raíz de la popularización de la película La forma del agua (2018) y del tipo de cine que desarrolla su director, Guillermo del Toro, el apogeo de las historias fantásticas en la cinematografía parece acercarse.
La forma del agua está lejos de merecer tantos premios, pero también está lejos de ser una mala película. En estructura y en personajes está bien definida, pero pierde potencia, supongo, por la necesidad de ser políticamente correcta, y no logra la fuerza de El laberinto del fauno (2006), ejemplo de concreción y ritmo; es la obra cumbre de su cinematografía y su forma de usar lo fantástico nos acerca a universos tocados en la literatura por Borges y Cortázar.
Precisamente Borges hace una acotación sobre la fábula, para él lo que sin duda “encantó a Esopo o a los fabulistas hindúes fue la idea de imaginar animales que fueran como hombrecitos y referirnos a sus comedias y tragedias”, el objetivo moralizador vino mucho después y no corresponde a la naturaleza del origen de la fábula. A la forma narrativa donde pueden intervenir personas, animales y otros seres animados o inanimados es a la que nos referiremos cuando hablemos de fábula. Al contrario de lo que se piensa, la función de la fábula no es un escape de la realidad, sino al revés, nos permite digerirla y estar aún más en contacto con ésta. En la ficción, la fábula es un elemento articulador y por lo tanto lubrica los pensamientos que configuran una reflexión.
En términos cinematográficos el uso de los elementos ya mencionados en la fábula es parte del género fantástico. Y para ser más claros, el realismo consiste en creer que todas las cosas pueden describirse y explicarse como lo daba por sentado el optimismo filosófico y científico del siglo XVIII, es decir, dentro de un mundo regido más o menos armoniosamente por un sistema de leyes, de principios, de relaciones de causa y efecto, de psicologías definidas, de geografía perfectamente mapeadas. Como contraposición lo fantástico sería, como decía Cortázar, la sospecha de otro orden más secreto y menos comunicable, y las afirmaciones de Alfred Jarry, para quien la realidad no residía en las leyes sino en las excepciones a esas leyes.
El peligro yace en caer en lo artificioso, en lo no natural y poner todo el enfoque en los mecanismos de mundos que no existen en lugar de traspasar la realidad con otras realidades y dejar que la imaginación se ponga a trabajar. Lo fantástico latinoamericano como contraposición de lo fantasioso gringo. El primero trabajo con elementos vivos, moldeables y flexibles. Lo segundo sólo trabaja con materiales duros, sin vida y estáticos. Ante todo, lo que entendemos por lo fantástico latinoamericano no tiene nada que ver con la literatura de larga tradición de hadas, dragones o princesas. Lo fantástico en Latinoamérica tiene que ver con dotar a la realidad de su otra cara, ver otra perspectiva en la cual la vida nos presenta otras formas, no siempre visibles, pero que siempre están ahí rondándonos.
Siguiendo con el ejemplo de lo literario, Cortázar hace real lo fantástico, es decir, coloca lo irreal en lo cotidiano. Lo consigue adoptando una posición parecida a la de García Márquez: la de tratar con absoluta normalidad los hechos extraordinarios. Finalmente podríamos definirlo como una manera de completar el realismo, sin negarlo, añadiendo una dimensión mágica o misteriosa que lo cruza. Es decir, el escritor tiene interés en mostrar que lo extraño, lo misterioso es algo común, cotidiano, inserto en la realidad y no otra cosa lejana.
En Latinoamérica, lo maravilloso aparece sin necesidad de ninguna parafernalia, pues es algo que nace de la realidad: en la geografía, en la historia, en la idiosincrasia Latinoamericana. Miguel Ángel Asturias decía que “los textos indígenas retratan la realidad cotidiana de los sentidos, pero al mismo tiempo comunican una realidad onírica, fabulosa o imaginaria que es vista con tanto detalle como la otra. Ambas realidades son complementarias y forman la auténtica y verdadera realidad de la vida”. No se trata de ubicarnos en el indigenismo, sino de buscar nuestras propias formas de trabajar lo fantástico desde nuestras raíces.
Tampoco se trata de que todos los cineastas se dediquen a filmar fantasía, ni que todos emulemos a Del Toro, más bien se trata de buscar nuevas formas de expresión que puedan mostrar las posibilidades de otros universos que pueden cruzar la realidad. Y es que en las convenciones causales, en los aparentes hechos de la realidad vibran de posibilidades alternativas, con la extrañeza y la sustancia espectral de los sueños y de las conjeturas metafísicas.
No hay ninguna pieza literaria, musical o cinematográfica que no contenga, implícita o explícitamente, unas coordenadas metafísicas. El hombre narra mundos posiblemente alternativos, a modo de contrapunto a esta realidad a la que nos ha limitado el pensamiento positivista. Concretar desde estas bases el trabajo cinematográfico en lo fantástico será la tarea fina de quienes se aventuren por estos caminos. Hay que buscar esas coordenadas que van más allá del realismo para poder encontrar lo que podría recuperar de nuevo el hilo de la fábula, el cual nos puede llevar a través del gran laberinto del tiempo. Y de paso, ¿por qué no?, influir lo suficiente en el imaginario colectivo para que el público mexicano pueda reconocerse.
*Imagen de portada: imdb.