
Imagen: imdb.com.
Debemos permitir que las imágenes atroces nos persigan.
Susan Sontag.
Quiero escribir una crítica de cine, pero me sale dolor de los dedos. Quiero escribir sobre las particularidades estéticas de una película, pero me sale la realidad por los poros. El cine hoy más que nunca tiene que ser una contestación directa de la realidad que vivimos. No puede hacerse de la vista gorda del gran hoyo de realidad en que estamos metidos.
Leo sobre los tres estudiantes de cine, y me pregunto hasta cuando le daremos libertad al Diablo de actuar en nuestra realidad, en nuestro entorno. Hoy más que nunca necesitamos hacer un cine que sea un arma, un golpe de realidad a los ojos y a los sentidos. No podemos estar indiferentes en la butaca mientras el país se cae a pedazos. Los cineastas y críticos debemos proponer en nuestras lecturas del mundo una visión de lo que pasa, del dolor que inunda nuestras vidas.
No podemos seguir haciendo un cine inocente, un cine que no refleje el dolor de los demás. Y eso es lo que La libertad del Diablo, de Everardo González, es: Un reflejo de las víctimas que somos todos. Víctimas y victimarios son lo mismo ante los ojos de Everardo, la máscara para cubrir la identidad se transforma en metáfora de los que quedamos.
Cada escena, cada imagen, cada fotograma nos transmite dolor, miedo, impotencia ante una realidad que se nos presenta sin tapujos, sin medias tintas. Entrevistas a víctimas y victimarios que nos hablan de su sufrimiento, de su dolor.
Decía anteriormente que la máscara en La libertad del Diablo es la despersonalización de los que quedamos; sus ojos solamente reflejan dolor, miedo ante una realidad que cada día se destruye por la violencia. La máscara se convierte en nuestro rostro. Everardo nos impone con su documental un espejo de vacío que hace que nosotros espectadores nos veamos detrás de la máscara.
El relato polifónico del director de Cuates de Australia hace énfasis en la violencia como un estado natural, como un ambiente que corroe la psique mexicana, llevándola a una mayor violencia; pareciera decirnos que cada desaparición, cada violación crea un ambiente del cual ya no saldremos. Sin embargo, su visión no es pesimista. Su película es una crítica de la violencia como síntoma; cuando una de las víctimas se quita la máscara para dar la cara, el espejo complementa todo: podemos ser víctimas, pero también todos podemos dar la cara.
Nos dice Susan Sontag en Ante el dolor de los demás que las imágenes dolorosas tienen que acompañarnos, tienen que ser nuestras; lo que vemos en la pantalla no es una historia sin referente, no es una ficción más, sino que esa realidad responde a una realidad irreductible, a un dolor real, sentido por personas reales, ya sea el dolor de tener un familiar desaparecido, o el dolor de matar.
La libertad del Diablo nos enfrenta, nos echa en cara la realidad y sus verdaderas consecuencias, no busca razones socioculturales sobre la violencia. Busca, a manera de retablo cristiano, hacer que el espectador se sienta tocado por el dolor de sus historias, busca que una vez que uno salga de la sala siga con la incertidumbre de pensar que estamos en el lugar equivocado y en la hora equivocada y que, quizá somos como Salomón, Daniel o Marco, y estamos en ese punto en que en cualquier momento podamos desaparecer. Everardo González hace que sus imágenes nos persigan: quizá así en la pesadilla lúcida que es México, podamos despertar y hacer algo, aunque sea no ser indiferentes al dolor, a los rostros del dolor, a los nombres del dolor.
*Imagen de portada: imdb.com.