
Imagen: imdb.com.
En lo particular, en lo más personal, en lo más íntimo
están los residuos de lo social, de lo histórico.
La grandeza de entender los procesos sociales en el momento preciso que están sucediendo y saber captar con la cámara lo que en el futuro será la historia misma es una de las virtudes de Patricio Guzmán (Santiago de Chile, 1941). Durante años el gran documentalista, considerado uno de los máximos exponentes de este género, nos ha regalado piezas sociales, pero también potentes textos poéticos que conectan nuestra historia con las profundidades del ser humano. La batalla de Chile (1975-1979) marca su carrera. El proceso social que llevó a Chile asumirse en una dictadura fue capturado por Patricio Guzmán de manera magistral. La claridad para esbozar las particularidades de la sociedad e hilarlas de manera exacta, pero sobre todo tan sensible, le dan la posibilidad de tejer en fino materiales altamente complejos; esto hizo que Guzmán en los años setenta obtuviera el reconocimiento del mundo cinematográfico. Durante su ya larga carrera Patricio Guzmán ha filmado más de veinte largometrajes y mediatrajes. De la grandeza de las constelaciones en Nostalgia de la luz (2010) donde poéticamente nos dicen que nuestros huesos están hechos de la misma materia de las estrellas, esos huesos que buscan las madres de los desaparecidos en el desierto de Atacama (qué parecido con nuestras madres mexicanas que sin ayuda de las autoridades buscan de la misma forma los huesos de sus hijos desaparecidos), hasta las profundidades de los océanos en El botón de nácar (2015), en donde nos muestra que en el agua están las voces de los indígenas patagones, los primeros marineros ingleses y también los prisioneros políticos, pues para Patricio Guzmán el agua tiene memoria y así, con ella construye los flujos del documental y toca lo más hondo de la vida política, histórica y emotiva de Chile.
La cinematografía de Guzmán nos lleva de lo general a lo particular, de lo inmenso del universo a lo puntual y más profundo del ser humano. La elocuencia del hilo conductor en sus trabajos se ha convertido en el modelo de muchas generaciones. Pero últimamente ha surgido una nueva generación de documentalistas, una que sigue un proceso completamente diferente al de Patricio Guzmán y que representa las nuevas construcciones postmodernas de este siglo. Me referiré a dos en específico por ser también chilenas y por abordar el tema de la dictadura en aquel país.
La primera es Marcia Tambutti Allende, sí, la mismísima nieta de Salvador Allende. Esta directora nacida en 1971, treinta años más tarde que Patricio Guzmán, decide explorar el silencio familiar desde el cine con Allende, mi abuelo Allende (2015). Con este documental de noventa minutos, Marcia Tambutti no se propone entender el proceso social, ni las condiciones que hicieron posible el golpe de estado y la posterior dictadura, más bien se enfoca en lo íntimo, en desenmarañar quién era Chicho, como llamaban a Salvador Allende sus parientes más cercanos.
La narrativa del documental inicia estableciendo el silencio que existe entre las hijas, nietos y esposa de Salvador Allende sobre el golpe de estado cometido el 11 de septiembre de 1973 y sus posteriores meses. Desde su punto de vista de nieta, Marcia nos dice que nunca se habla del tema y ella inicia un camino para romper el silencio. Es un camino sinuoso y árido, pero poco a poco lo va logrando. En pantalla podemos ver a una familia que se abre y sufre, una familia como cualquier otra que resiente los acontecimientos históricos a flor de piel; en lo particular, en lo más personal, en lo más íntimo están los residuos de lo social, de lo histórico.

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Marcia se acoge a la cámara como quien se aferra a una tabla de salvación y con ella cura heridas tan íntimas como la pérdida de un esposo, de un padre, de un abuelo. La directora usa su lente como forma de exorcizar los demonios más oscuros de lo familiar y marca un camino diferente a la muerte, al suicidio (después de la muerte de Salvador Allende, su hija Beatriz se suicida y luego uno de sus nietos también). Pero si bien Tambutti se enfoca a lo familiar, nunca renuncia a construir un texto cinematográfico que aporte nuevas aristas a lo histórico y social, sólo que usa lo más personal para conectar con la gente, especialmente con las nuevas generaciones.
Con una mirada que combina calidez y rigurosidad, Marcia hace un retrato familiar enmarcado en las dificultades de las pérdidas irreparables y el papel de la memoria en varias generaciones. Esa mirada tan clarificante llega a la propia intimidad del espectador, dándole un papel activo ante la historia y acercándolo a las fibras más sensibles de lo que representa ser humano.
La otra directora es Lissette Orozco, nacida en 1987, cuarenta y seis años después que Patricio Guzmán. Su documental El pacto de Adriana (2017) es un tour de force de noventa y seis minutos por un conflicto familiar tan fuerte que al terminar no sabemos si algo se logró o simplemente la familia queda devastada. Lissette, además de directora es también la protagonista, pues empieza a documentar e investigar las acusaciones que tiene su tía Adriana por haber pertenecido a la policía política de Augusto Pinochet, la cual secuestró, torturó y asesinó a miles de chilenos durante la dictadura. El documental empieza por mostrarnos a esta tía fuerte y orgullo de toda la familia. Una tía muy querida que vive fuera de Chile y que cada vez que visita a los suyos en Santiago la van a recibir todos juntos al aeropuerto. La tía Adriana le pide a Lissette que documente el caso para contar su verdad, pero durante el proceso Lissette se va dando cuenta que “la verdad” de la tía tiene contradicciones. El pacto de Adriana nos muestra cómo esta cineasta confronta a la generación anterior y en este documental podemos ver lo fuerte que es tener esa confrontación; la familia de Lissette y Adriana queda por completo dividida y ella misma con una carga emocional muy fuerte en su espalda. El desentrañar los más profundos recuerdos infantiles y de consanguinidad para confrontarlos con las atrocidades cometidas en el país y entender los procesos históricos frente a las emociones familiares más íntimas lleva a este documental a reflejar el momento social que está pasando Chile. El proceso de entender lo ocurrido es tan potente que destruye relaciones tan sólidas como las familiares. En lo más íntimo, la directora da cuenta de lo difícil que es afrontar la memoria y registra el momento que atraviesa la sociedad de su país. La dictadura, las atrocidades, los secuestros, los asesinatos, las desapariciones, no fueron hechos por un ente etéreo o por un enemigo extranjero; tienen nombre y apellido y son los nombres y apellidos de los que están a un lado, tal vez de un vecino, tal vez de un familiar, tal vez de gente cercana, y los pasos para saldar esas cuentas con el pasado es reconociendo dolorosamente la cara de los culpables, esos culpables que puedan ser tan próximos como una tía muy querida.
Marcia Tambutti Allende y Lissette Orozco han producido sus óperas primas reflejando sus necesidades más personales, sumergiéndose en lo más íntimo de sus familias y con esto han llegado al otro lado de la historia, a lo social, a lo político. Ambas crean retratos tan exactos de la complejidad humana que representa atravesar estos procesos sociales que contribuyen a refrescar el género y situarlo desde otra perspectiva.
*Imagen de portada: imdb.com.