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En nombre de ninguna, de Rosabetty Muñoz

junio 20, 2018Deja un comentarioPoesíaBy Yenny Ariz Castillo

Imagen: fundacionlafuente.cl.

En nombre de ninguna (Valdivia, Ediciones el Kultrún, 2008) es un poemario de la poeta chilena Rosabetty Muñoz (1960), nacida en la ciudad de Ancud, ubicada en la isla de Chiloé, en el sur austral de Chile. La poeta recibió el Premio Altazor[1] en el año 2013 por su antología Polvo de huesos (2012); los dos textos mencionados son precedidos de una nutrida trayectoria en la que destacan sus libros: Canto de una oveja del rebaño (1981), En lugar de morir (1987), Hijos (1991), Baile de señoritas (1994), La santa, historia de su elevación (1998), Sombras en El Rosselot (2002) y Ratada (2005). En mayo de 2018 recibió el premio de la Fundación Pablo Neruda a la trayectoria poética; y ya se encuentra ad portas de presentar su libro Técnicas para cegar a los peces en septiembre del año en curso.

 

En sus poemarios, Muñoz ha explorado distintas temáticas, en especial, se percibe una indagación profunda en la identidad de la mujer y en el cuestionamiento de los roles establecidos: a modo de ejemplo, en Canto de una oveja del rebaño la voz poética se plantea en busca de su lugar, seguir o rebelarse ante el “rebaño” o lo socialmente establecido; en Hijos una pareja está aprendiendo a ser padres; Baile de señoritas y La santa abordan la sexualidad femenina, y en Sombras en El Rosselot se poetiza la historia de un antiguo prostíbulo del sur de Chile y de las mujeres que trabajaban en ese lugar.

 

En su libro En nombre de ninguna la poeta se adentra, sin eufemismos, en una realidad que nadie quiere confrontar: los embarazos de niñas y adolescentes producto de violaciones al interior de sus propias familias, la tragedia secreta de estos embarazos y la interrupción de ellos, de manera clandestina y solitaria. El incesto, el aborto, los entierros secretos de bebés asesinados al nacer, la sexualidad culposa y la asociación del sexo con lo oculto y lo sucio son recurrentes en el texto.

 

Aunque no es propiamente un libro-objeto, ciertos elementos de la edición de En nombre de ninguna conllevan significados poderosos: la portada del libro es blanca, y se destaca en ella la imagen de una bolsa negra de basura anudada; obviamente su contenido no es visible, pero al leer los versos del poemario, este bulto sugerido adquiere formas: son quizás los restos de un aborto o de un recién nacido estrangulado o asfixiado. Asimismo, las hojas impresas con los poemas están intercaladas con un delgado papel, a la manera de los álbumes fotográficos antiguos, lo que se confirma en el nombre de la primera sección “Álbum familiar”. Los álbumes son objetos casi olvidados dada la sobreexposición actual de imágenes en plataformas como Instagram y Facebook; antiguamente el álbum familiar contenía la historia de la misma: matrimonio de los padres, crecimiento de los hijos e hijas, ceremonias como bautizos y compromisos. La memoria del clan se mantenía en el álbum, cuyo volumen crecía con los años. Como patrimonio de la familia, el conjunto de fotografías se guardaba en el hogar, por lo que su información era de carácter privado, compartido solo con los cercanos, a diferencia de la dinámica a la que hoy se acostumbra en las redes sociales.

 

Esta asimilación del poemario al álbum nos conduce a pensar esta obra de Muñoz como una típica historia familiar; podría ser cualquiera, porque si bien el álbum es privado, cada familia tiene su álbum en el que inmortaliza su pasado. De forma irónica, un álbum familiar busca preservar los instantes felices o motivos de orgullo para los padres; en el libro de Muñoz, en cambio, asistimos al revés del álbum o quizás a las fotografías “mal captadas”: lo que se intenta ocultar u olvidar, lo secreto.

 

La condición universal del álbum se corresponde con la indeterminación y la contradicción que sugiere el título En nombre de ninguna, en tanto “en nombre” constituye una clara introducción de un sustantivo preciso —“en nombre de Dios” por ejemplo— o de un sustantivo que entregue alguna pista certera —recuerdo ahora la película En el nombre del padre (1993)—; en las palabras del inicio se percibe la voluntad de declarar por alguien, de asumirse como portavoz de un ser definido y nominado. En este caso, sin embargo, la voz poética habla en nombre de “ninguna”, término que en sí mismo consiste en la negación de la identidad; del latín nec unus “ni una”, este pronombre indefinido, nos dicta la RAE, “denota la inexistencia de una entidad”: la negación de que exista una mujer, o aquella mujer; ninguna es todas y cualquiera, singular y plural, la que parió en secreto y volvió a ser una niña común; una “no madre”, una anónima, sin voz ni corporalidad tangible, una invisible escondida en el blanco de la portada. No existe, o como sociedad, no la queremos ver.

 

De este modo, en el texto la voz poética actúa como “el emisario de las noticias aciagas”, la portavoz de anónimas mujeres de distintos rangos etarios y por tanto con roles diferentes en la familia: abuelas, madres e hijas adolescentes y niñas; se configura un universo femenino en el que se proyectan múltiples voces: testigos de secretos familiares, una niña amante de las muñecas, un bebé muerto, una adolescente embarazada y dispuesta a parir en secreto para luego deshacerse del infante, madres y abuelas dispuestas a callar, a no ver, o a rezar por los bebés difuntos.

 

La página con el título de la primera sección, “Álbum familiar”, posee un subtítulo en su reverso “[Muñecas]”; el apartado agrupa nueve textos escritos en prosa poética que asemejan instantáneas fotográficas; son fragmentos de historias de una/s niña/s obsesionada/s por sus muñecas. La sección se abre con un poema en el que se reúnen dos instantáneas, el pasado y el presente de la niña:

 

Esta, la de la foto, es la misma que juga-

ba con su muñeca todo el día y en la noche

la arropaba para que no sienta frío ni miedo. Se

resistió a tirarla cuando perdió un ojo. Siguió

negándose cundo cayó sobre la estufa y se que-

mó el brazo de goma. Y cuando se le apelmazó el

pelo. Y cuando quedó con una sola pierna.

Es la misma. Sin señales de pena, posa con los

restos del recién nacido sobre los trapos con los

que limpió el piso.

 

El grotesco contraste entre el cuidado obsesivo con el juguete y la indiferencia ante el escenario del parto y el cadáver del recién nacido presenta un doblez del imaginario popular patriarcal según el cual las niñas juegan con muñecas preparándose para una futura maternidad, y, por cierto, en el que muchas mujeres “juegan con muñecas” cuando tienen hijos/as. En el poema se observa una ruptura de esta línea de continuidad patriarcal: jugar a las muñecas-ser madre. La niña del poema, “la misma” de los cariñosos cuidados con su juguete, mira con indolencia hacia “la cámara”, luego de trapear la sangre esparcida; los afectos por la muñeca no se replican en el bebé.

 

Los siguientes poemas dan cuenta de lo que pasó entre ambos momentos; si bien, la relación afectiva con un juguete es muy común en la infancia, esta relación con la muñeca da cuenta de un mundo infantil degradado y triste. El juguete es un fetiche, aunque no el único, de la infante —o de las múltiples infantes de la sección—, niñas que son testigo/s y a la vez víctima/s de cómo sus tesoros absorben la fetidez del ambiente: la muñeca cae a un pozo séptico; el vestido de la primera comunión se presta a otra familia para vestir a un niño difunto para el ritual del angelito y la tela del vestido se impregna del “olor a entierro”; una flor que surge en el espacio en el que se sentaba una niña encerrada posteriormente en un gallinero “Tenía aspecto pa-/voroso y un olor nauseabundo, por eso su madre / le regó agua hirviente”.

 

El afecto por los objetos es desarrollado por la niña en tanto el fetiche le pertenece sólo a ella, y mientras el sentimiento de “propiedad” va aparejado con la idea de lo secreto. Los objetos constituyen su mundo personal y oculto. Así, ante la pérdida de la muñeca y su repentina aparición, la voz poética que en este texto corresponde a la niña, enuncia, como un comentario al margen:

 

“(Ya había experimentado con dejar objetos ocul-

tos. Objetos que me causan placer. Hacía un es-

fuerzo por olvidarlos, para hallarlos de pronto,

inesperadamente. Ejercitaba el perder y recupe-

rar pero trampeaba con los tiempos, escamotea-

ba la posibilidad de la pérdida total, definitiva)”

 

Experiencias de la búsqueda del placer en la infancia se intercalan en la sección con escenas de suciedad y degradación: la acumulación de polvo sobre un estante de relucientes muñecas y el descenso de la niña por el pozo séptico para rescatar a su juguete, en la que se ofrece una reescritura del descenso de los héroes clásicos al infierno a fin de salvar a su bien preciado; estas imágenes redundan en la poetización de un mundo infantil trastocado por el tiempo y el ambiente, que no solo afectan a la muñeca sino que se proyectan en la niña, debido a que más tarde será ella quien se convierte en objeto de deseo o fetiche de alguien más.

 

La sección “Álbum familiar” finaliza con un poema en el que Muñoz alude a un hecho ocurrido en Chile:

 

Y esta es la Bernarda. Ella leyó en el

diario una noticia sobre el asunto de las

guaguas botadas en basureros públicos y se le

contrajo de golpe el vientre vacío. Reclamó en el

juzgado al Primer Niño para acunarlo muerto, le

puso de nombre Aurora y lo enterró en un lugar

sagrado para tener donde ir a dejarle flores. La

tumba que compró es amplia para que vayan lle-

gando sus hermanitos.

 

La historia de Bernarda Gallardo, mujer de Puerto Montt que adoptó a una bebé muerta encontrada en un basurero fue recreada en la película Aurora (2015), la que profundiza en los infanticidios y en la absurda burocracia del sistema chileno de adopciones. Como ha declarado en entrevistas, Gallardo buscó devolver la condición de ser humano a un cadáver convertido en desecho, dándole nombre y un espacio en el cementerio; violentada sexualmente a los 16 años, Bernarda se embarazó, y, producto de este parto, no pudo concebir más, pero adoptó a otros dos hijos.[2] A diferencia de la Bernarda biográfica, la Bernarda del poema se duele ante los bebés fallecidos debido a su falta de maternidad o “vientre vacío” y compra una tumba de grandes dimensiones debido a la certeza de que los infanticidios no se terminarán jamás. Esta cruda realidad abordada por Muñoz nos muestra toda la complejidad de la violencia sexual, embarazos prematuros, infanticidios, hipocresía social: madres-niñas y recién nacidos en una espiral interminable de violencia y de muerte.  La imagen de la fallecida Aurora adoptada por Bernarda aparece en la segunda sección del libro, en el poema llamado como la flor, “Siempreviva”: “Aurora, graciosa niña / despojada de todo —salvo tu nombre— / goza de la vida eterna / en esta imagen que hubieras sido”.

 

La segunda sección del poemario, “La sombra de la hija” —nombre que nos lleva a otro doblez, la persona y su sombra o imagen— desarrolla el gran tema del poemario a mi juicio, el secreto familiar, alrededor del cual se tejen imágenes de embarazos, abortos, bebés arrojados en bolsas de basura, cementerios ocultos de infantes nacidos en la clandestinidad, la ceremonia del angelito (propia de la religiosidad popular y destinada a infantes), el discurso religioso oficial, en específico, las plegarias a la Virgen, todos ellos atravesados por el motivo del agua, ya sea como sangre, líquido amniótico o leche, en forma de ríos, caudales, canales, afluentes y otros.

 

Al reverso del título de la sección, se encuentra una estrofa del canto por angelito, propio de los velorios de niños en la religiosidad popular chilena: “No llores, ay madre / no llores por mí; / yo estoy en el cielo / rogando por ti.” (cursivas del original). Tradicionalmente, las muertes que conmemoran los velorios de angelito no son intencionales: enfermedades o accidentes han provocado el fallecimiento, que los padres lamentan. En el poemario no son los padres quienes lloran a su bebé muerto, sino la voz poética quien eleva plegarias por ellos.

 

Las muertes de bebés que se poetizan son intencionadas y constituyen un tabú, como se aprecia en el poema que abre la sección:

 

Aguas

 

No se habla de los ríos ocultos.

No se nombran sus aguas

ni se intenta oír el curso de cristal.

Permanece ahí

reserva y fondo de otro paisaje.

La palabra y el agua tienen ese pacto secreto

celo de decir

que cubre la desnuda transparencia.

celo de borboteo imposible.

 

Lo privado es el vientre materno, cerrado mundo alternativo con sus propios códigos; lo oculto es también el sexo, la concepción y sus fluidos. Esta línea de significación de la oscuridad y la vida secreta en el mundo uterino adquiere un tinte oscuro cuando la embarazada oculta su condición ante los imperativos sociales; así, en el poema “Misterios dolorosos” —plegaria como se sabe dedicada a los martirios de Jesucristo— una adolescente nerviosa por los imperativos sociales —“que no se sepa”, “que no se note”— discurre sobre su inminente parto, con lo que se subvierte el significado religioso del título del poema:

 

Si escondo las frazadas debajo de la cama

Si tapo el colchón con el cubrecamas

Si envuelvo a la guagua con una toalla

Si la meto en la mochila

Si me pongo el uniforme

Si parto a clases, como siempre

Si camino despacio

Si nadie me mira

Si

 

Discurso tremendo en su pragmatismo y en lo que tiene de común a todas las épocas, sociedades y clases sociales, siendo el temor inconcluso del ultimo verso citado, el verso del solo “Si”, el más terrorífico para mí como lectora y tal vez para la madre-niña (¿si la descubren sus padres? ¿si el bebé sobrevive? O lo que quizás ni la propia joven se atreve a confesar, ¿su propia muerte?); por ello, la voz poética se lamenta por las madres-niñas empujadas al aborto en condiciones insalubres y manifiesta la urgencia de la denuncia; por ejemplo, el poema “Boca de río” dice:

 

Ay del cuerpo abierto en canal

despojado de su niño

en operación de urgencia

(sobre la mesa de la cocina).

 

(….)

Aquel cuyo espanto le obliga a volver la vista

habrá de inclinarse y anegar sus ojos

ante la niña de vientre hinchado.

Habrá de dolerse.

 

Ahora no es tiempo de amarrar la lengua.

 

 

El imperativo no es callar, ver hacia otro lado o escandalizarse; lo que corresponde es alzar la voz, nos dice la poeta. Es enfrentar esta realidad sin suavizarla. Las duras imágenes del infanticidio —“Cuello que debo quebrar / cuerpo escondido tras las matas / perros que festejan el hallazgo” (poema “Angelito volador”)—; o del incesto —“Ese destierro de ciego / internándose en la oscuridad de la sangre. / Se tantea el origen / entre figuras descabezadas / y restos de géneros empapados” (poema “Apartar los zumbidos”)—, no nos permiten apartar la mirada.

 

 

*

[1] Galardón chileno cuyo nombre completo es Premio Altazor de las Artes Nacionales. Son los propios creadores,  es decir, los pares de los artistas nominados, quienes dictaminan los distintos premios. Rosabetty Muñoz estuvo nominada el año 2009 por En nombre de ninguna.

[2] Una de las entrevistas: http://www.eldefinido.cl/actualidad/lideres/4592/El-testimonio-de-la-chilena-que-adopta-guaguas-muertas/

 

*Imagen de portada: Ilustración de Marcelo Parra / fundacionlafuente.cl.

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ChilepoesíaRosabetty MuñozYenny Ariz Castillo
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Sobre el autor

Yenny Ariz Castillo

Profesora de Español, Magíster en Artes con mención en Literaturas Hispánicas y Doctora en Literatura Latinoamericana. Es académica de la Universidad Católica de la Santísima Concepción, Chile.

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