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Donde nos disparen, floreceremos.
Yo quería lo que traían los niños. El pantalón, la camisa, incluso la corbata. Es un día entre semana. El sol está en su pleno apogeo y pega justo en mi cara. Delante de mí hay una larga fila de niñas; al lado, una larga fila de niños. Estamos formados para entrar al salón. De lo poco que recuerdo es no sentirme a gusto. Esa falda, esos zapatos, ese moño rojo en la blusa blanca, esas calcetas hasta la rodilla, ese peinado que lastimaba mi cuero cabelludo. Volteaba. Yo quería lo que traían los niños.
La ropa femenina me molesta. ¡Tan ceñida e incómoda! No hay libertad para moverse, para correr, para nada. […] Si yo camino lentamente, mirando las esculturas de las viejas cosas […] siento que atento contra algo. Me siguen, me hablan o me miran con asombro o reproche. Sí. La mujer tiene que caminar apurada indicando que su caminar tiene un fin. De lo contrario es una prostituta […] o una loca o una extravagante.
Diarios, Alejandra Pizarnik.
Costumbre, tal vez, pero yo no me oponía, no discutía ni cuestionaba nada. Lunes y viernes con uniforme de gala, falda azul, blusa de botones blanca; el resto de los días falda roja y playera deportiva. Es lo normal, ¿no? Las niñas usan falda y los niños pantalón, las niñas juegan al té y los niños juegan futbol. Las niñas tienen vulva y los niños tienen pene. ¿Cierto?
Tal vez esté loca, tal vez hay algo mal conmigo, tal vez tengo problemas de personalidad. Aunque todo lo que siento se siente auténtico, real.
Según datos del Congreso para Prevenir y Eliminar la Discriminación de la Ciudad de México, 71% de las personas transexuales y 74% de las personas transgénero han sido discriminadas en CDMX.
Ahora soy mayor, consciente de lo que soy, de cómo me quiero ver. Pero eso no significa nada; no para los demás, no para un mundo donde tienes que justificarte constantemente. Sé cómo me ven los demás: ¿es hombre o mujer?
Fue ese ir y venir de mi propio descubrimiento, de haber tenido al menos en la indumentaria, coronada de una mujer, un lugar “femenino”. Haber entendido cómo moverme, sin dejar rasgos demasiado evidentes. Me mantuve en el limbo, en la mitad. Vivía en el ecuador, al borde de ambos sentidos, con ese vértigo que distingo ahora más grande, justamente de crecer y desenredar la madeja. Con el tiempo fui agregando parte de esas fantasías de niño, que mastiqué sin cesar, como Penélope a su tejido, incansablemente, inagotablemente, armé y desarmé en mi cabeza estrategias de acción, sin entender qué era una estrategia, sin saber nada. Hoy me miro hacia atrás y digo, hice lo que pude para sobrevivir a los demás y a mí mismo. Me miro hoy en el espejo. Sin ropa, y sin piel.
Daniela Vega.
Todos los días espero el camión, y todos los días sé que pasará lo mismo: llegará el autobús, me dejarán atrás para dejar pasar primero a las mujeres, y si entro con su grupo comenzarán a decir “primero las mujeres, caballerosidad, primero las mujeres”; me refugiaré en la música que sale de los audífonos, y al bajar, ya de noche, moriré de miedo. No quiero que noten mis senos, me van a matar, me van a violar para que me deje de tonterías, para hacerme una mujer; me van a golpear, no soportan mi presencia, todo es blanco o negro para ellos.
De acuerdo con el Observatorio de Personas Trans Asesinadas, cada 3 días un trans es asesinado en el mundo.
Ahora todo me asusta. Camino con cuidado, respiro con cuidado, porque no quiero ofender a nadie, y esto me provoca enojo. Ellos no harán lo mismo por mí ni por nadie igual a mí. Ellos me tragarán viva si se los permito. Me arrancarán las ropas y destrozarán mi cabello, romperán mis lentes de un pisotón y gritarán cosas inconcebibles para mí, para lo que soy. Y viviré así, con ellos sobre mi espalda, aferrados a mis piernas, a mis brazos; morderán cada pedazo de mi piel, no me dejarán dormir ni vivir. Me matarán, pero me dejarán con vida.
México ocupa el segundo lugar a nivel mundial en estadísticas de crímenes de odio por trans y homofobia.
Entré al baño de mujeres, apenas pasé de la puerta cuando una señora del staff del evento me grita desde atrás: “¡Joven!”. Sí, sonreí. Tantas veces ha pasado y tantas veces han sido amables conmigo; volteo y ella abre los ojos, enormes ojos, sorprendida y confundida, como si esa cosa que está frente a ella fuera algo anormal, como si esa cosa no fuera una persona, como si viera a un monstruo, a un ser inexistente, inconcebible. Frunce el ceño, sabe lo que soy pero no le gusta: “Ah… Eres señorita” dice con desdén mientras me mira de arriba hacia abajo, da la vuelta y sale, su presencia en ese acto había acabado pero el mío no. Yo quedé ahí, con vergüenza, tratando de evitar las miradas inquisitivas de las otras mujeres.
Vivir aquí donde nací, es vivir entre una población de jueces y verdugos, un lugar donde tengo que buscar la aprobación, y sólo recibo rechazo. Donde los machos deben ser muy machos y las señoritas todas unas damas.
Cuando te veo, no sé lo que veo. Una quimera.
Una mujer fantástica.
Soy un “eso”. No saben cómo nombrarme, no saben cómo pronunciarlo: no pueden ni quieren. Creen que si lo hacen se les pudrirán los dientes, la boca, la lengua, el paladar, porque si no me nombran yo no existo, soy un “eso”.
Me he visto como ellos me ven, estoy en el espejo a cuerpo desnudo, me quedo horas contemplando “eso” que soy yo, y me desconozco. Todo se distorsiona y mi cuerpo se vuelve amorfo; no tengo boca y mis ojos son blancos, ojos ciegos, y aparecen otras pequeñas criaturas, vuelan y me arrancan los pocos cabellos que me quedan, gritan cosas, cosas que no entiendo pero que siento: su odio, su rechazo, su burla. Yo no soy un chiste.
Ser trans va más allá del pelo, va más allá del vestido, va más allá de la ropa, va más allá del maquillaje, ser trans es una cosa que tiene que ver con cómo uno enfrenta la vida y como uno enfrenta la dignidad, y de alguna manera hay un grado de rebeldía. Ser trans no es un problema para mí, es un problema para las demás personas.
Daniela Vega.
A veces dudo de mí, a lo mejor sí son puras ocurrencias mías y tengo que pedir disculpas, perdón por tener cabello corto, perdón por usar camisas de hombres, perdón por no maquillarme, perdón por incomodarte, perdón por hacer que te equivoques, perdón por confundirlos.
El cuerpo trans en un país como México, es ilegal.
Sé que mi estado permanente no será el de la felicidad: tuvo que desplazarse para dar paso al temor, al enojo, a la ira, a la rabia, a la rebeldía, al descontento y a la precaución. Dicen que entendamos, que este mundo no está preparado para nosotros, que no impongamos nuestras ideas; pero el tiempo pasa, y el reloj corre, y la gente se va, esperando, así como yo, así como nosotros, vivir en libertad.
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