La Cineteca Nacional todavía no es la Cineteca Nacional
Nicolás Pereda[i]
En una mesa de discusión organizada por el Museo Marco de Monterrey hace algunos años, el cineasta Carlos Cuarón indicaba con cierta decepción que en esta ciudad era donde el cine mexicano tenía uno de sus más bajos números de asistencia. Entre varios de los asistentes surgió el comentario: ¿Cine mexicano o cine de la Ciudad de México?
Hoy, que ante la llegada del próximo presidente de México el tema de la descentralización vuelve como una de las discusiones primordiales, debido principalmente al proyecto de descentralización de las dependencias del gobierno federal, hablar de federalismo debe ocupar un espacio especial en todos los temas de nuestro país. Incluida, claro, la inversión en cultura, artes y cine.
México tradicionalmente ha sido un país centralista, lo que ha ocasionado una disparidad de desarrollo y oportunidades entre la población mexicana. La concentración de poder político se ha visto reflejada en una concentración cultural, económica y social, como era de esperarse. Tema que se agrava con la constante confusión de lo local, es decir, de la CDMX, con lo nacional. Problema que viene desde haber llamado a todo un país con el nombre de una ciudad, pero eso merece un análisis aparte.
Así resulta que la mayoría de la inversión federal en instituciones educativas y culturales que lleven la palabra “Nacional” son de facto, por ubicación, de la CDMX: UNAM, IPN, MUNAL, CENART, Cineteca Nacional, Colegio de México, Colegio Nacional y un amplio listado más. Esa concentración se ve reflejada en los productos que surgen de estas instituciones en cuanto a obras artísticas, documentales, investigaciones y trabajo académico, en su mayoría referente a temas relacionados con aquella ciudad, hoy una entidad federativa del país.
Este ímpetu descentralizador que ahora se discute viene, paradójicamente, de una estructura centralizada, es decir, del partido triunfador de la pasada elección, Morena, y de su figura predominante, el presidente electo Andrés Manuel López Obrador. No estamos hablando de una descentralización surgida de un esquema federalista, como en teoría debería ser.
Uno de los modelos de federalismo más claros son los Estados Unidos de América, donde cada entidad tiene un poder de decisión propio que genera un mayor equilibrio con el poder federal, lo que resulta en un país con mayores polos de desarrollo en todos los órdenes. pero no solo eso, la mayor independencia de las regiones de aquel país ha permitido políticas como la despenalización de la marihuana o la creación de ciudades santuario para migrantes en oposición a las posturas del gobierno federal, provocando cambios positivos en esos estados.
Eso sería impensable en México, no tanto porque la ley no contemple atribuciones soberanas a cada entidad del país, sino principalmente por falta de voluntad política. Primero por una larga cultura de sumisión a la figura del gobernante central, pero también porque los gobiernos estatales, por intereses de grupo, han seguido las posturas sus partidos, que son estructuras centralizadas también.
Descentralizar no significa únicamente cambiar dependencias del gobierno federal a otras latitudes geográficas; descentralizar es principalmente aumentar las atribuciones y obligaciones de los gobiernos regionales, su poder de generar políticas públicas propias y materializarlas sin depender de la decisión central. Para ello tenemos que remitirnos al aspecto fiscal y hacendario, la forma en la que funciona ahora, que le da al gobierno federal un gran poder en cuanto al reparto de recursos y su uso político.
Esta breve y muy insuficiente reflexión sobre el tema nos sirve para entender la situación del cine y por qué sigue siendo una actividad centralizada. Como cualquier otra actividad de este país es el resultado de una historia particular.
Los gobiernos surgidos de la Revolución Mexicana, que cabe decir del ala conservadora triunfante de aquel movimiento (Carranza, Obregón, Calles y el embrionario PNR que devendría en el PRI) le apostaron nuevamente al poder concentrado en oposición a las ideas regionalistas propias de un país con la diversidad de México, que pudieran exigir mayores negociaciones políticas. Para ello echaron mano de todos los recursos, entre ellos el ideológico a través de la educación y las artes.
El objetivo era construir una identidad, una nacionalidad que uniera (o uniformara) a todo el país. El centralismo desde la consciencia.
Surgen los grandes movimientos nacionalistas en las artes, promovidos desde la estructura estatal. Entre ellos el cine que generó obras de altísimo valor artístico, indudablemente. Con ellas se cristalizó una industria creativa e ideológica que promovía un ideario de valores, modos, identidad y patriotismo. Desde el centro se proyectaron una serie de estampas de la mexicanidad, con sus variantes que eran más bien anecdóticas, nada que pudiera cuestionar el monolito nacional. Desde allá nos dijeron cómo éramos los norteños, los jaliscienses, los oaxaqueños, los yucatecos, etcétera.
Pero con el cine de tema urbano la cosa fue más unificadora aún: solo existía una urbe, la CDMX, y ocasionalmente alguna escena en otra ciudad con algún ciclorama de fondo.
Eso funcionó por varias décadas, pero la fuerza de la diversidad latente de este país tendría que surgir como un cuestionante inevitable. Hoy tenemos un panorama menos rígido, más diverso y plural, pero sigue habiendo una desproporcionada actividad de temáticas, producción, distribución y exhibición en la CDMX, hablando de la inversión federal.
Las instituciones federales en materia de cultura y cine han ido adoptando entre sus objetivos el rubro de descentralización. Tarea nada desdeñable pero insuficiente. El principal problema de ello es lo que mencioné anteriormente, parte de una estructura centralizada que decide descentralizar, valga la expresión. No se propone una verdadera federalización de la actividad donde las regiones del país tengan mayores atribuciones y recursos para ejercer.
Sería absurdo pensar que cada estado del país se convirtiera en un polo productor de cine, pero sí al menos un esquema que platee un par de regiones más aparte de la CDMX.
Pero también habría que reflexionar en cuanto a la idea con la que el estado está produciendo cine. Si pesa más estar presentes en connotados festivales, alfombras rojas y notas de prensa o convertir al cine en una auténtica expresión de la diversidad, de los pueblos, los actores sociales, los creadores de base. Pareciera que importan más las producciones pulcras, que tengan los estándares definidos del mercado del festival que manifestaciones posiblemente más crudas, más ásperas, pero que respiran desde el suelo.
A esa descentralización me refiero también. Como dice el cineasta mexicano, Nicolás Pereda, pensar en películas pequeñas, menos películas con costos grandes y más expresiones diversas, producciones desde las ciudades, desde las comunidades, desde las sierras. Evidentemente se cometerán errores, habría una curva de aprendizaje como la tuvo en sus inicios la producción en la CDMX, pero es función del Estado, primordialmente, construir la estructura cultural del país, la industria y el mercado que corra por cuenta de los productores privados.
Nos estamos perdiendo de muchas cosas, de este impresionante cúmulo de culturas, formas de pensar y de sentir que conviven en este país fuera de las estructuras oficiales, es necesario que las instituciones sean el vehículo de la expresión cultural, no el rígido filtro de ella.
Descentralizar, pluralizar, diversificar no se hace por decreto. Hay que hacer un replanteamiento de cómo están funcionando ahora los esquemas de financiamiento, producción y promoción del cine, junto con todo lo que involucra, incluida la estructura fiscal. Eso corre principalmente por los interesados de cada región del país, que presenten propuestas y exijan a sus representantes políticos las acciones pertinentes para incidir en otro tipo de dinámica federal.
No necesitamos cine mexicano; necesitamos cines mexicanos.
*Imagen de portada: pixabay.com.
[i] En entrevista realizada por José María Espinoza de La Jornada Baja California. 31/jul/2018.
*Imagen de portada: pixabay.com.