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Milagro en Galeana
Introducción de Coral Aguirre.
Tarde siesta, plaza de Galeana, los escritores que hemos venido a festejar la Primera Feria del Libro en este municipio hemos terminado la tarea y la promotora Azahar, de Conarte, tiene preparado el trueque. Así decimos los promotores cuando, después de ofrecer nuestros talentos, lo hacen asimismo los habitantes de la comunidad agasajada. Hemos llegado Genaro Saúl Reyes y Guillermo Meléndez, originarios de esta tierra, Joaquín Hurtado y yo a causa de mi antigua relación con los chicaleros de los cuales Miguel, ya abuelo, ha sugerido mi presencia en el festejo. Joaquín y yo nos hemos conocido en el pasado en ese mismo lugar, acaso 20 años atrás. Estamos de fiesta grande. El don o devolución nos será entregado por una piba que avanza con desparpajo y con unas hojas en mano anuncia que nos va a leer un cuento de su autoría. Todos sonreímos con benevolencia. Con esa benevolencia del citadino que no entiende ni jota lo que es vivir en una comunidad pequeña y apartada del “mundo real”.
La lectura enseguida me interesa, luego me asombra, finalmente me admira y no puedo creerlo. Ni bien concluye me acerco a la muchacha y le pregunto su edad. Quince años, me dice, y se llama Rocío Paola Estrada Sánchez. Dónde estudias, continúo mi interrogatorio. “Actualmente soy estudiante de la UANL, en la Preparatoria 4 Unidad Galeana. Allí estoy cursando una carrera técnica en administración contable, y me faltan dos años para terminarla”.
Unos segundos apenas para resolver. “Me mandas tu cuento y tu semblanza a este correo”, y le escribo la dirección. “Quiero que tu cuento se publique en Levadura. Checa la revista, es difícil para ti pero tendrás que comenzar a leer más”, le digo.
Es bella, bella por atrevida, por gozosa, porque no tiene vueltas ni remilgos, ni pena, ni retaceos. Es una perfecta enfant terrible, por eso la fuerza de su verbo, por eso la intensidad de su comunicación. Esta criatura un día ha de lastimar al mundo, pienso.
Le pido pues que me envíe a la brevedad sus datos, los cuales recibo de inmediato en cuanto llego a Monterrey, teniendo en cuenta su ímpetu y su carácter. Le respondo que ha de tener templanza, que no se publica así como así, que tendrá que pasar por un dictamen, que se aguante un poco…
Y por el otro lado, heme aquí emocionada hasta los huesos porque entre los pliegues de la Sierra Madre Oriental crece la vida, crece la inteligencia, sonora y sensible inteligencia, en los ojos nuevos de Rocío: nombre que anuncia la mañana, la luz, la esperanza de una jornada plena. Ojalá así sea su vida.
Presento sin cortes, con su ortografía, su puntuación y su textualidad, a Rocío Sofía Estrada para que el lector pueda conocerla a plenitud no sólo a través de una semblanza, y se sorprenda como yo misma fui sorprendida.
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Hola, buenas tardes, Sra. Coral Aguirre!
¿Qué tal va su día? El mío excelente. ¡Muchas gracias por su oferta, me encantó la idea!
De verdad no me imaginé que ésta, mi pequeña historia, me abriera las puertas de su revista. Será para mí, un placer, que mi historia sea publicada por usted. De verdad, ¡muchas gracias!
Pues le platico…
Yo soy Rocío Paola Estrada Sánchez, me gusta hacer muchas cosas, entre ellas y la que más me apasiona es escribir, aunque sólo lo hago con mis contactos de Messenger, en las redes. A ellos les cuento una que otra historia. Dos de ellos, me habían dicho ya, que soy buena con las historias que les contaba, aunque, no pensé que fuera para tanto y que la oportunidad de publicar alguno de mis escritos, llegaría tan pronto, pero pues, ¡qué emoción!
Bueno y, continuando, tengo 15 años, como le mencioné cuando hablamos, y éste año, cumpliré 16.
Me considero una persona responsable y no acostumbro quedarle mal a nadie, es por eso que allí estaba un lunes, a las 3 de la mañana, sin poder dormir, porque me preocupaba el hecho de que ya había quedado con mi maestra de teatro, la Lic. Azalea Casas, en que presentaría, aunque sea una de mis historias, pero cual fue mi sorpresa, cuando cheque mi celular y descubrí que mis historias, ya no estaban allí. Todas, las había escrito en la sección de mensajes, dirigidas a mi mismo número, pero un día, mientras navegaba en las redes, mi sistema descubrió un virus muy dañino en mi celular, que destruiría mi número telefónico, así que me vi obligada, a actuar rápido. Lo primero que se me ocurrió fue: Restablecer mi celular a valores de fábrica, lo que significaba eliminar todo dato en él y todas las aplicaciones descargadas hasta ése momento. Así fue. Tenía exactamente 10 minutos para actuar, así que sólo respaldé las imágenes de mi galería y nunca puse cuidado en que, en la sección de mensajes, tenía todas mis historias. Las escribía allí, porque, normalmente cuando me da por escribir, me acomodo mejor así, ya que en mi teléfono, no cuento con una aplicación apta para esto, y como, a diario escribo mensajes a mis contactos, pensé que sería buena idea, escribir allí mis historias, además de que, no siempre cuento con saldo para chatear en línea y usted sabrá que las redes sociales son adictivas. Si una persona que a diario escribe mensajes y un día no tiene a quién escribirle, se siente desesperada por hacerlo, no creo que mi caso sea para tanto, pero sí, en mis tiempos libres, cuando estoy aburrida y no tengo un lápiz y papel, una computadora o algo donde escribir, siento la necesidad de hacerlo y por suerte para mí, cuento con un celular que me ayuda a “desahogarme” por así decirlo, o, corrección, escribirlo.
Pienso que es más flexible ésta manera, porque no siempre que escribo es durante el día. Normalmente, cuando mi cerebro está más inquieto y mi imaginación entra en acción, es durante las noches de insomnio…
Ya que es cuando tengo más tiempo y tengo la ventaja de que nadie me interrumpirá a las altas horas de la madrugada, salvo por mis amigos en Messenger, que a veces están despiertos y me hacen plática, pero pronto se duermen y como ya me espantaron el sueño, para mi es difícil recuperar-lo, así que doy alas a mi imaginación y doy lugar a historias como la que presenté hoy.
Notará que escribo mucho, ó, quizá más de lo que hablo, bueno, a veces también hablo mucho, pero eso pasa cuando agarro confianza y hoy me encontraba un poco nerviosa, no me suele suceder, pero hoy ocurrió.
Y, ya sin tantos rodeos, me imagino que la redacción que me pidió acerca de mí, era para publicarla junto con la historia. Si así es, le hablaré un poco más de mí y ya usted decidirá qué toma de esto.
Como ya mencioné, soy estudiante de preparatoria, curso una carrera técnica en administración contable y me gustan las conversaciones en línea, pero, cuando no hay manera de que éstas se den o cuando no me parecen muy entretenidas, opto por redactar historias, el fin es mantenerme escribiendo, ya que amo hacerlo.
Me gusta la oratoria, los paseos en bicicleta, tomar fotografías, jugar con niños, platicar, salir con amigos… aunque eso de salir, no pasa seguido, pero cuando sucede, lo disfruto de verdad. Hay ocasiones en las que sirvo de mesera en un restaurante del cual, se hace cargo mi mamá y cuando me pide que la ayude lo hago.
Cuando estoy triste, enojada o, simplemente, nostálgica y no tengo con quién hablar, me ayuda cantar, eso es lo que acostumbro hacer cuando estoy sola en mi casa y no tengo ganas de escribir. En ocasiones también veo telenovelas, estas han estado presentes en importantes momentos de mi vida, me gusta lo romántico principalmente, pero las películas de comedia no me caen mal, también las disfruto. Veo telenovelas desde los 12 años y siempre he querido escribir una, pero resulta que, hacer lo mismo por mucho tiempo, no es lo que más me apasiona. Sí, a veces escribo, pero, pronto me aburro de lo mismo y empiezo algo más, me parece que soy algo versátil y cuando tengo que hacer algo que implica dedicarle varios días o semanas, termino desesperada, pero, claro, si esto que hago me gusta, lo sigo haciendo.
Por varios meses, he estado pensando en una trama para mi primera novela, porque tengo la certeza de que si voy por lo que quiero, lo conseguiré, es sólo que a veces ando muy distraída y no me concentro en algo objetivo para escribir.
Gracias a que me gusta el teatro, cuando escuché hablar de las clases en las que estoy, de inmediato, pedí información y decidí tomarlas fue así, como llegué a donde estoy ahora, gracias a mi maestra de teatro, ya que fue ella, quien me invitó a participar y me empujó a leer mi historia y presentarla como mía, ya que tenía pensado mostrarla como anónima, pero ahora sé que fue mejor darle mi nombre.
¿Qué debo hacer? ¿Envío mi historia?
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La asistente
Todos entraron a clase, incluso Matilde, quien odiaba las aulas, las clases, la escuela… Sin embargo, al entrar en esa, su nueva escuela, uno de sus profesores la recibió con una amabilidad que ella adoró.
La clase a la que entró Matilde, era impartida por su profesor de matemáticas, el ingeniero Gilberto. Ese hombre le transmitía a Matilde una especie de seguridad, tranquilidad y bienestar que jamás había sentido. Desde la muerte de sus padres, ella anhelaba sentirse bien, sentirse querida, segura, quería esa tranquilidad que solo Gilberto había logrado transmitirle.
Cuando el profesor entró, de inmediato notó la gran sonrisa de oreja a oreja que iluminaba el rostro de Matilde, su nueva alumna, y por cierto, se había quedado demasiado tiempo mirándola, tanto que ignoró el hecho de que debía presentarla ante el grupo. Sin embargo, ella procedió a hacer eso por su cuenta, así que se levantó de su pupitre y habló ante el alumnado.
―¡Hola, buen día a todos! Yo soy Matilde Harrison y soy nueva. Procedo de la secundaria 96 y ahora estudiaré aquí.
―Espero que le siente muy bien el cambio, señorita Harrison― interrumpió el profesor Gilberto. ―Mucho gusto y sea bienvenida. Yo soy el ingeniero Gilberto Maderos. Todos aquí me llaman ingeniero Maderos, usted no tiene que ser la excepción, pero no tengo problema si se acomoda de otra forma, me basta con que me hable con respeto…
Sin algún otro comentario, ni siquiera uno por parte de Matilde, el ingeniero Maderos comenzó la clase.
Durante el transcurso de la misma, Matilde no mostró ningún problema para incorporarse al grupo, ni a la materia, pero, cuando se escuchó el timbre y el maestro se preparaba para cambiar de aula, notó que Matilde también guardaba sus cosas.
―El timbre es sólo para indicar que se terminó mi clase, usted permanece aquí, el que se va soy yo.
―Ah, descuide, yo iré con usted, ingeniero Gilberto Maderos.
―Mmm, no lo creo. Los estudiantes deben permanecer en el aula a la que fueron asignados. Solo si alguna materia exige que sean ustedes los estudiantes los que salgan de su aula, entonces lo harán, menos, no.
―Mmm, sí, sobre eso… No me gusta estar sentada y silenciosa en las aulas, yo prefiero salir a respirar el aire, pero, gracias por su comentario, ingeniero Gilberto Maderos.
―Para nada era un comentario, de hecho es una regla que le estoy proporcionando, señorita Matilde.
―Ah, pues no se hubiera molestado en decirla, de todas formas, yo no obedezco los reglamentos, ingeniero Gilberto Maderos. Además, me parece que mis compañeros no deberían estar perdiendo minutos de su valiosa clase, deberíamos ir a enseñarles cosas importantes. Vayamos.
Matilde caminó hacia una de las aulas, para sorpresa del ingeniero Maderos, era exactamente el aula a la que debió haber entrado hace 5 minutos. Matilde no le dejó de otra más que recibirla nuevamente en su clase y presentarla ante el otro grupo.
La clase comenzó y luego de unos minutos, el timbre volvió a sonar. La clase había terminado y el ingeniero Maderos, tenía libre la próxima hora. Matilde volvió a guardar sus cosas y salió antes que el ingeniero. Por lo visto, la joven se había aprendido muy bien el horario del hombre, y conocía muy bien los lugares a dónde él debía estar a cada hora.
El ingeniero la miraba incrédulo. Ni siquiera él sabía su horario, lo que lo avergonzaba enormemente, pero a pesar de ello, agradeció a la joven por haberlo acompañado a sus clases y a la sala de maestros, y cuando entraron, él le ordenó volver a clase.
La joven, con todo el respeto que pudo darle, le agradeció sus “recomendaciones”, que fue así como tomó su orden y lo invitó a sentarse en su escritorio. Ella tomó una silla y se sentó frente a él. Entonces, sin que él se lo pidiera, le dijo las razones por las cuales, ella había tenido que cambiar de escuela.
Le contó que hace algunos años, sus padres habían muerto y que ella había quedado a cargo de la única hermana de su padre. Era la única familia que conocía y su tía era soltera. Ella estudiaba una maestría en esa ciudad y por eso Matilde, había ingresado a esa escuela.
Cuando terminó de contarle aquello, entonces dijo:
―Yo nunca me he quedado con ganas de decir o hacer algo, así que sin importar lo que usted pueda decir o hacer, yo haré mi voluntad.
―Admiro su postura, creí que era yo el profesor más temido aquí en esta escuela, pero me está usted haciendo dudar.
―Sí, me lo han dicho antes, así que no trate de explicarlo, lo entiendo perfectamente.
―Pero aún no termino de hablar. Quizá usted quiera hacer su voluntad, y nunca se quede con las ganas de hacerla, pero yo no acostumbro que mis alumnos me desobedezcan, así que, jovencita: ¡vuelva a su aula!―, le ordenó con autoridad el ingeniero Maderos a Matilde.
―Pues hoy corremos con suerte, profesor, puesto que yo soy una alumna, no un alumno y quiero estar aquí, con usted, ingeniero Gilberto Maderos―, respondió Matilde sin el más mínimo gesto de obediencia.
―No tolero a quien corrompe mi autoridad, jovencita―, repeló el hombre hablando entre dientes y tratando de controlarse.
―Pierda cuidado, conmigo aquí, usted aprenderá muy rápido. ¡Todos lo hacen!―, le respondió Matilde desafiante.
Mientras caminaba hacia el despacho del director, el maestro observaba a Matilde con cara de aceptar su desafío. Al entrar en el despacho, el director Rivera se encontraba, incrédulo ante la presencia de la jovencita y el maestro.
―¡Pero si no me estaba usted pillando, señorita! Trajo al ingeniero justo a tiempo para nuestra charla, justo a las 9:30 como me lo prometió―, dijo sorprendido y mirando su reloj esperando despertar de un sueño o algo parecido, pero como no pasó nada en los segundos que él permaneció apreciando la hora, volteó a mirar a Matilde, quien mostró una sonrisa aprobatoria, que hizo que el ingeniero Maderos luciera confundido.
―¿Así que me mandó llamar, director?
―Así es, ingeniero Maderos. Hay una increíble señorita frente a usted que ha pedido ser su asistente y no su alumna por un semestre. Aún no sé por qué por un semestre, pero acaba de ganarse mi aprobación. ¡Me dijo lo que pasaría antes de que usted entrara por esa puerta! Mencionó que usted estaría molesto al entrar y confundido cuando estuviera ya, adentro―, dijo el director así, sin más, y al terminar se volvió hacia Matilde y la miró con asombro.
―Yo le prometí acceder sí eso sucedía, pero no tenía idea de que estuviera ella, hablando en serio. Creo que ella debe obtener el mérito que merece y usted ahora cuenta con una asistente, todos ganamos…
Maestro y alumna…―corrección―, asistente, salieron con rumbo a la sala de maestros y al entrar, tomaron asiento en el lugar donde estaban, allí de donde se levantaron tan “molestos”, en apariencia…
Con el paso del tiempo, el ingeniero Maderos, le fue tomando un especial cariño a aquella jovencita de apenas 17 años. En cinco meses, ella cumpliría 18 años y sería mayor de edad.
Y aunque su tía Rebeca, no estaba de acuerdo, ella se iría a vivir sola a un departamento que, según Matilde, compraría pronto, antes de cumplir años, pues se daría como regalo un lindo departamento.
La tía Rebeca, había aprendido a no dudar de ella, jamás, pero, se preguntaba cómo conseguiría el dinero necesario para comprar algo así y además, decorarlo como ya bien, había podido apreciar en la imagen que creó Matilde.
A diario, la tía Rebeca, desfrutaba de largas conversaciones con su pequeña sobrina, quien le recordaba horrores a su querido hermano difunto.
Ella se parecía en todo a él. Los temas de conversación, los ademanes, el físico, la voz, incluso las predicaciones que ella hacía, las había heredado de su padre. Jamás entendió cómo, pero, ellos dos, siempre lograban lo que querían…
Cuando Enrique, el hermano de la tía Rebeca, se casó, antes de ir al altar, él le dijo a ella, que tendría una hermosa niña y que se parecería en todo a él, y no mentía. Rebeca no entendía cómo, pero todo lo que Enrique decía, extrañamente, resultaba hacerse realidad.
―No es magia, es fuerza de voluntad: Sí quieres algo, tienes que ir por él.
Fue lo que Enrique le dijo a Rebeca la última vez que hablaron…
*Imagen de portada: pixabay.com.