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Cartas al chino: 5. Postales de la borda

septiembre 20, 2018Deja un comentarioEl quinto maloBy Roberto Kaput

Ahí viven los atravesados: los bizcos, los perversos, los queer, los problemáticos, los cuchos callejeros, los mulatos, los de raza mestiza, los medio muertos… Prohibida la entrada, los trespassers serán violados, mutilados, estrangulados, atacados con gas, shot.
Gloria Anzaldúa

 

Dicen que en el interior del antiguo monumento de Los Fundadores, ubicado en Reforma y César López de Lara, el presidente municipal de Nuevo Laredo, allá en el 58, mandó colocar una cápsula del tiempo con información de las 118 familias que se trasladaron a territorio mexicano tras la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo. 56 años después de inaugurado, cuando una cuadrilla de trabajadores lo desmontó por órdenes del cabildo, la botella no apareció en tres largos meses. Lo que sí apareció fue un envase de Coca Cola con los mensajes que los trabajadores del 58 lanzaron al futuro. La patria es así, imagino, al menos en sus orillas. Total, la segunda mañana del cuarto mes apareció la botella del presidente, las preguntas de la prensa comenzaban a calar en la opinión pública y a incomodar a las autoridades. El monumento finalmente fue reubicado en otra zona de la ciudad, apartado del tráfico comercial con Estados Unidos. Bajo la placa conmemorativa, me informó un soldado meses después, colocaron una nueva cápsula del tiempo con fotografías de los pergaminos de 1848, los papeles del 2014 y puede que hasta el informe de actividades de 3016. Esa gente se cree eterna, la patria también es así. Eso no importa, lo que importa son los mensajes que encontraremos en el interior de una botella de Fiesta Cola en otros 50 años.

 

En 10 minutos cruzaremos a Estados Unidos por el Puente Internacional de las Américas. Decidimos manejar de lado a lado la frontera con los gabachos. Al reverso de estas líneas encontrarás la fotografía del cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos de América, la misma imagen que aparece en las oficinas de inmigración: un hombre entrado en carnes, saco azul, corbata roja, melena neja, malhumorado, sumido en la rabia. El deseo vehemente de lo remoto, como dijo Ismael, nos conduce a navegar por mares prohibidos y desembarcar en costas bravas. Si desconfías de mi memoria, consulta la traducción de Moby Dick de Malverde, la encuentras en el librero.

 

«El mal y la aventura no son condiciones nuevas, ni en el mar ni en la tierra», me dijo tu abuelo hace muchos años, antes de correrme de Tampico.

 

***

 

Entre Eagle Pass y San Antonio, está enterrado el abuelo de los Enderle. Como tanto alemán, llegó a Texas por Galveston. La historia que le interesa a Alberto, el historiador de esta expedición, es la del contrabando: «¿Contrabando según quién? ¿Según el centro del país? Eso de allá abajo es el norte de México, territorio de aduanales, mitad agentes de la Federación, mitad comerciantes locales». Observo a Alberto por el retrovisor —polo guinda, anteojos de pasta negra, frente amplia, pelo ensortijado—, con una mano se atusa la barba, con la otra ordena los datos. «Hace unos meses decidí cruzar la información del archivo judicial con las actas del archivo municipal. Los resultados no tardaron en llegar: en la década de 1920, durante la Revolución, agentes del gobierno participaron en la importación ilegal de cientos de carros procedentes de McAllen. Unos Rolls Royce Silver Ghost pendejos que entraban con compradores asegurados, esa gente no se andaba con especulaciones de más. Si un enemigo político daba el pitazo, un contrabandista menor iba a dar a la cárcel. Cuando las aguas de la prensa se calman, esto se puede cotejar en la hemeroteca, el contrabandista menor se fuga y en las actas reaparece el agente de gobierno mandando sacar los autos del corralón. No falla, puedes establecer el mismo patrón en diferentes documentos».

 

Dicen que en el norte de México y el sur de Texas todo se negocia, hasta la obediencia, Alberto decidió documentarlo.

 

En Lobo, Texas, a un lado de la autopista interestatal 10, hay un bosque de sauces negros partidos por la mitad. La cajera de la gasolinera dice que fue la sequía.

 

***

 

Según los registros, Billy the Kid murió en Fort Somner, condado de De Baca, en 1881. Antes de hacerlo, mató a veintiún personas sin contar mexicanos, como escribió Borges. Hablaba perfecto español, o eso dice Víctor, que además de la literatura le gustan los datos capaces de echar a andar su imaginación de ensayista. «Los mexicanos lo cuidaban. Mató algunos, es verdad, pero no por ser mexicanos. Estos caminos no fueron incorporados a la Unión sino hasta 1912, 31 años después de que Pat Garret lo matara por órdenes del Ring de Santa Fe. Esto era territorio de ganaderos, especuladores, abogados, pistoleros, políticos corruptos, reporteros amarillistas». Víctor se ajusta la gorra de beisbol, contempla el paisaje, asiente. Fue él quien propuso recrear parte de la “jornada ascendente” del libro Berkeleyana de Alfonso Reyes. No obstante, la historia que más lo emociona es la de William H. Bonney, alias Bill Harrigan, alias Brushy Bill Roberts, alias Bill el Niño. En cualquier otro lado la historia sería el germen de un dramón impresionante: un hombre de 42 años, herido en su amor propio, atormentado por los crímenes del pasado, entrenado en la cacería de bisontes, embosca y mata al antiguo compañero de juerga, joven gatillero a quien envidia y dobla en edad. En Nuevo México es materia de westerns y de leyenda. Porque tarde o temprano todo relato popular decanta en mito: Billy muere por segunda vez a los 90 años en un rancho que adquirió con la recompensa que Garret le entregó, exigiéndole que desapareciera y guardara silencio hasta el final de sus días. A Víctor le gusta creer que fue así, Pat no sólo fue amigo de Bill, jamás simpatizó con Brady, el comisario que el Niño mató. No sé, todo lo que puedo decir es que la alberca del Hotel 6 donde paramos, a las afueras de Deming, estaba vacía, como si los dueños se hubieran marchado tras la sequía.

 

 

***

 

En el desierto de Arizona, los cactus son altos, hinchados, como en la versión hollywoodense del México porfirista.

 

Paramos.

 

El brillo de los lugares sin dirección seguro que nace de la sombra de aquel árbol torcido agarrado de mala manera a las faldas de una loma pelona.

 

Hace unas horas Trump anunció que mandará tropas de la Guardia Nacional a sellar la frontera con México. Quisiera llamarte, pero la última caseta de teléfono de los libros de Sam Shepard, la que aparece antes de que el protagonista se interne en el desierto, desapareció hace muchos años. Sólo quedamos nosotros: tres mexicanos sin cobertura internacional en un área de descanso a las afueras de Maricopa, ¡putísima madre!

 

***

 

Vine a California porque me dijeron que acá vivían los atravesados, los bizcos, los pachucotes, los tírili, los vatos locos, los búfalos americanos. Pero lo que encontré fue esta estatua de Confucio en una de las explanadas de Cal State University. La mayoría de los estudiantes son chinos, ¿dónde quedó la raza cósmica? ¡Ese, vengo a la celebración de los 50 años del departamento de los Chicano Studies!

 

Nada.

 

Tu abuelo anduvo por acá en el 85, durante el segundo mandato de Reagan. Me mandó una postal de Hollywood. Todas las postales dicen lo mismo: esta ciudad es así, mi situación es asá, de momento no cuento con dirección fija, allá donde esté te echaré de menos, destinatario, datos postales, fecha en el matasellos, dramatismo. Tu abuelo iba a escribir la gran novela americana, lo deportaron.

 

«La migra es cabrona», repetía de cuando en cuando, rodeado de libros, al lado del ventanal del departamento de los multifamiliares. «¡La migra es cabrona!», gritaba a la noche mientras se servía otro trago de ron. Otras veces decía por lo bajo: «Hollywood, vamos a Hollywood», separando cada una de las sílabas.

 

Al fondo del corredor se ve una lona del ampliado Chicana-Chicano, Latina-Latino Studies. ¿Entramos? El programa de mano anuncia la conferencia de David Montejano.

 

***

 

Cuenta David que hace 50 años, allá, en Texas, descubrió que la historia oficial del Álamo justifica el maltrato hacia los mexicanos: «Iba de noche, caminando con un amigo por la orilla del freeway, cuando escuché los bocinazos. ¿Qué pasa? Un anglo baja del auto, golpea el cofre. Parece borracho, insulta al dependiente de la gasolinera, un compa bajito, sereno, que sale todavía contando billetes, ocupado. De las sombras emergen tres vatos locos echando madres. El anglo sube al auto, los vatos locos le echan bola, lo interrogan, lo amedrentan, le patean el auto. El anglo arranca, cuando pasa al lado de nosotros, grita: “Remember the Alamo!”. Tenemos que recuperar nuestra historia, es urgente. Tenemos que enseñárselas, tenemos que incorporar otras experiencias. Ese es el reto».

 

Años después de aquella epifanía, David comprobó que no era sencillo, los registros de su gente habían sido destruidos sistemáticamente por el gobierno americano. Entonces decidió trabajar con los contratos laborales de los texanos. Anglos and Mexicans in the Making of Texas, 1836-1986 fue el resultado. Esa denuncia ha dado la vuelta al mundo, yo he tenido la oportunidad de consultarlo en tres países diferentes. Es una joya, deberías leerlo.

 

«Resistiremos», se despide el Dr. Montejano, «como los vatos locos».

 

¡Pachuco!

 

***

Estamos en San Gabriel, haciendo las maletas. Trump no es el primer presidente en enviar soldados de la Guardia Nacional a la frontera. La diferencia, afirma la prensa liberal, es el discurso de odio. Los noticieros norteamericanos no dan para más, ese es su límite, una burbuja dentro de otra burbuja. Tomamos carretera, es hora de regresar. La frontera, según las investigaciones de Alberto, no se ha cerrado nunca, siempre habrá agentes dobles, intereses particulares, ideas atravesadas. Esos 2 mil 464 kilómetros frente a nosotros, superpuestos a lo largo del tiempo, han tenido, del lado de acá, al menos tres nombres: la frontera de indios y colonizadores (frontier), la frontera política con México (border), el espacio social que trasciende las dos naciones (borderlands). «Friedrich Katz», dice Alberto, «lo explica bastante bien en de Díaz a Madero».

 

En Marfa, Texas, hay una tienda de Prada en medio de la nada. La placa afirma que se trata de una instalación de arte. La noche después de la inauguración, unos compas la robaron. Antes de irse firmaron su obra con aerosol: «Dum Dum».

 

¡Rifados!

 

 

 

*Fotografías de Roberto Kaput.

 

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ArizonaborderCal State UniversityCaliforniaChicana/o & Latina/o StudiesDavid MontejanoEstados UnidosfronteraMéxicoNuevo LaredoNuevo MéxicoRoberto KaputTexas
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Sobre el autor

Roberto Kaput

Investigador, ensayista y crítico literario. Doctor en Estudios Humanísticos por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey. Docente en la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL. Sus áreas de investigación son la historia del periodismo en el norte de México y suroeste de Estados Unidos, la narrativa mexicana del siglo XX y los estudios culturales en Latinoamérica. Ha publicado "El México de Afuera. Polemistas de la Revolución Mexicana" (UANL 2020) y "Somos lo que nos trae el tiempo" (Tilde 2020), biografía musical del grupo de Hip-Hop regiomontano THR. En 2019 entró al Sistema Nacional de Investigadores. En la calle aprendió a silbar.

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