
Imagen: Florian Stangl©, en www.musikexpress.de.
Sin duda una de las cosas más deseables y felices que ocurren en nuestra ciudad es la Semana de Cine Alemán, que cada año trae una selección de cintas. Si damos por hecho que los 18 filmes que llegan son de calidad, más estimulante es que estas películas vienen después de haber triunfado en festivales; agréguese a todo esto que mucho de ese repertorio no lo veremos ni en cartelera ni en las conocidas plataformas.
Así pues, estas películas son un balance de lo que está pasando, de lo que se está discutiendo y está en el imaginario del ciudadano alemán de estos tiempos. En ese mismo camino, el espectador de estas tierras mexicas (y transgrediré la geografía histórica para abarcar toda la nación actual), puede encontrar o sentir ciertos vasos comunicantes con tan lejano país (geográfica, histórica, social, culturalmente lejano). Pero al ver una cinta como Corazón Salvaje no se puede dejar de identificar con la causa expuesta y perseguida; más aún: sentir cierto encono o satisfacción perdida en los adentros y que ha dejado una experiencia reciente en la vida de nuestra nación.
Expresión tan internacional como cooptada, no deja de ser el punk una inquietud siempre predispuesta a vitalizarse, a desamodorrar a las —en su momento presentes— tranquilas buenas conciencias. Expresión tan popular como digna de análisis sesudo; tan particular como histórica en sus narrativas, el punk siempre será la posibilidad del puño que se levanta con toda la inocencia, violencia y frescura arbitraria contra el imperio de una bota sobre el cuello del individuo, los pueblos.
Es el caso de Feine Sahne Fischfilet (Filete de pescado fino a la crema), “uno de los más exitosos grupos de música punk de Alemania” y en palabras de la policía alemana, “la banda más peligrosa de Antepomerania (región del noreste alemán, aproximadamente, colindante con Polonia)”. El documental lleva tal nombre porque no sólo se cuenta la historia de la banda, sino que se exhibe y examina, a través de varias voces y puntos de vista, el fenómeno de simpatía nazi en dicha región. Por fortuna, está la figura del terrible Monchi, vocalista de la banda, a quien se presenta desde niño a través de varias imágenes; así, el documental tiene varias líneas argumentales que corren paralelas, se tocan, contraponen y separan según lo requiere el objetivo principal: describir un momento, un lugar, y realizar su crítica sin panfletos.
La vida de Monchi es ese corazón salvaje que lidia consigo mismo, y con el que los integrantes de la banda y sus seres queridos tienen que lidiar. Pero también él, su banda y quienes están por una sociedad más plural y sensata luchan contra la intolerancia, la virulencia racista y la idealización del ideario nazi. El salvaje Monchi entiende que esto no es contra el ser humano, sino contra la destrucción del mismo, así que, organizando conciertos llena de musicales peroratas muchos espacios combativos para intentar mover conciencias; conmover corazones.
Hay un momento crucial en la cinta, cuando se tienen elecciones en la región. Monchi y los suyos, y muchos que se suman, hacen un gran esfuerzo por luchar contra las mentiras del partido conservador (el espectador de nuestro país podrá verse en los rostros atentos, intrigados o desolados que contemplan los televisores, los noticieros y las estadísticas que ofrecen y cambian a cada momento). No importa el resultado, el combate se dio. Monchi va a bañarse a las aguas bálticas que llegan hasta las playas pomeranias, “no sé qué haría en Berlín, dice, ¿cómo se baña la gente allá…”? Monchi vuelve al pueblo, empapado en la esperanza, que seguirá esgrimiendo a través del micrófono con rabia y solidaridad.
*Imagen de portada: Bernd Wüstneck©, en www.nordkurier.de.