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Feminismos (I)

octubre 20, 2018Deja un comentarioFeminismosBy Coral Aguirre

Imagen: http://www.katherinemansfieldsociety.org.

A la luz de las catástrofes que han ensombrecido los últimos años, las dimensiones de nuestra conciencia se han achicado notablemente. El mundo observa con verdadero estupor el número de víctimas y su diversidad en la nueva era de la globalización y ve con espanto que todos hemos sido dañados. No obstante, un intersticio curioso se ofrece a nuestra mirada: las novedades aportadas por los antropólogos que ven con estupefacción ciertas etnias, las más primitivas y quizás antiguas del mundo, especialmente en África, ajenas a la vasta devastación, y en ciertos sectores la ausencia de cadáveres de animales que pareciera que en esa parte del planeta se borraron como por arte de magia para subir los cerros y los montes no sin antes denunciar con gorjeos, murmullos, barritares y otros códigos lo que iba a suceder a quienes podían y querían escucharlos, en oposición a los turistas quienes antes del famoso tsunami corrían hacia sus cámaras, videos y equipos de grabación mientras el mar se alejaba de las costas. Quizás la arrogancia cultural de Occidente quiso ver en la conciencia humana, lo cual significa la conciencia blanca, europea y racional, la conciencia del mundo. Quizás despojamos de toda otra conciencia a quienes no son como nosotros. Quizás esta sea la mayor responsabilidad que hoy pesa sobre la cultura occidental y su Orden, Leyes, Normas. Y quizás el orden patriarcal instituido como conciencia del mundo esté en plena agonía.

 

La plenitud de ser es un estado difícil de sostener cuando se está encerrado. Esta enunciación de Coetzee cabe tanto para los campos de concentración, las cárceles, las jaulas, los manicomios, los zoológicos, las reservaciones, los internados, como para los continentes donde se subsume la humanidad, las regiones asoladas por la codicia de los poderosos, los conventos, los gineceos, las casas patriarcales, los espacios circunscriptos a la libertad bajo palabra. La plenitud de ser es un estado difícil de sostener cuando se está encerrado. Es cierto. En este mundo donde el poder político, el poder religioso y el poder militar se ejerce por hombres, aún en nuestros días, no cabe duda que lo femenino nunca acaba de integrarse a la polis, a la ciudad, al Estado, entonces ¿cómo puede crear, cómo pudo ser que tengamos escritoras? Por prepotencia de trabajo, por tozudez de vida, como Jane Austen sin un cuarto propio, como Emily, Ane y Charlotte Brontë muriéndose de hambre literalmente, como Virginia Wolf conjurando la locura a cada instante. Y como las siete cabritas según las definiera Elena Poniatowska: Frida Kahlo, Pita Amor, Nahui Olin, María Izquierdo, Elena Garro, Rosario Castellanos y Nellie Campobello. De las siete, cinco escribían. Pita Amor termina loca paseándose por la Colonia Condesa y la Zona Rosa del DF. Nahui Olin, del mismo modo que Pita Amor y al igual que la Garro rodeada de gatos que considera más queribles que los humanos, Rosario Castellanos con una muerte dudosa que se supone suicidio, Nellie Campobello desaparecida, Elena Garro, quizás la más grande escritora latinoamericana, en pleno olvido, sólo los estadounidenses se ocupan de ella. La marca de la otredad es muy fuerte: pertenecemos al lado oscuro, a la zona lunar, al mythos, esa palabra que en griego significa no la palabra efectiva como es la del logos, sino la palabra afectiva.…

 

Katherine Mansfield relata los avatares de su educación alrededor de la segunda década del siglo pasado y señala que sus padres, de buena posición claro está, de otro modo no hubieran podido hacerlo, la llevan de Nueva Zelanda a Inglaterra y teniendo en cuenta las dificultades para hallar un colegio femenino, la inscriben en una escuela regenteada por varias mujeres mayores, viudas o solteras, que no encontrando otra fuente de ingresos para subvenir a sus necesidades burguesas, no encontraron mejor forma que crear un colegio para señoritas. Fenómeno que se dio en toda Inglaterra. Allí pasa Katherine varias temporadas hasta que se escapa, no por desinteresada, sino porque las pobres mujeres amén de los consabidos trabajos de punto y costura, algunas nociones mínimas sobre matemáticas y una visión superficial de la gramática y la redacción, nada más podían hacer por ella. Esa fue toda la educación que la gran escritora inglesa recibió. El resto tuvo que hacerlo como autodidacta. Estaba encerrada en el orden que había legitimado la educación masculina en universidades y academias de lujo y renegado de las virtudes de la formación para la otra mitad del mundo, es decir las mujeres. Claro, eso ya lo sabemos, pudieran replicar ustedes. Sí, lo sabemos ¿pero lo sabemos vivencialmente? ¿Nos damos cuenta que hasta 1920 y más, las mujeres carecían de toda formación académica? ¿De verdad comprendemos que nuestros juicios, valores, saberes, estaban sujetos a la decisión del orden patriarcal? ¿Entendemos bien que cuando las escandinavas y las norteamericanas y también las inglesas clamaban por el derecho al voto al mismo tiempo y desde antes trabajaban tozudamente en la cuestión de la educación? ¿Somos conscientes de hasta qué punto en las cámaras del poder legislativo, en las asambleas de los sindicatos, en los foros académicos, en los salones de la élite intelectual se proclamaba una y otra vez que dar este tipo de derechos a la mujer era menoscabar su tarea sublime y prioritaria, los hijos y el hogar? ¿Advertimos que la mujer para todas estas gentes en las diversas épocas, sea en la del amor cortés de la Edad Media o la del surrealismo, el movimiento que nunca reparó en lo femenino, cuando se la quería enaltecer se lo hacía en estos términos y por no existir nada más que “en rosa”, como una musa, como fuente de inspiración y como guardiana del hogar, le era negada una y otra vez la educación que hubiera hecho de ella un sujeto pleno? La plenitud de ser es un estado difícil de sostener cuando se está encerrado. Permitáseme insistir con esta proposición.

 

En su célebre conferencia de 1926, “Un cuarto propio”, Virginia Woolf señala la ausencia de la hermana de Shakespeare en la literatura, naturalmente una metáfora, a causa de la falta de un cuarto propio, vale decir, de una economía propia. Esta conferencia que luego se publicó en forma de ensayo, está dedicada a las mujeres que no habrían podido asistir a la misma por tener que ocuparse de sus niños, la casa, la comida, la tarea doméstica. En mis clases sobre este mismo tema en la universidad, he trabajado este material de Virginia una y otra vez. Quiero hacerlos partícipes de un trabajo de una de mis alumnas, por cierto una mujer ya mayor que me sorprendía por su obstinación en el estudio. Ella elige como tema final de la materia precisamente Un cuarto propio y concluye así (cito textual): “Ella tiene ese cuarto propio pero NO LO HA HABITADO NUNCA, tiene casi 62 años, tiene inmensos deseos de habitarlo pero no tiene puertas ni ventanas, NO TIENE POR DÓNDE ENTRAR; ella está terriblemente consciente de ello, pero tiene la esperanza de Virginia Woolf de poder hacerlo a través del conocimiento, poder tener su cuarto propio en su mente, el que no se construye con ladrillos y cemento”.

 

Su lectura me sobrecogió. Había vislumbrado con palabras ciertas una instancia que la propia Virginia Wolf quizás no reconoce del todo. Aún ahora siento el desgarramiento de no poder hacer nada por ella. De no poder hacer nada por quienes siguen encerradas sin la posibilidad de ser plenas.

 

Si el pensamiento es lenguaje y el lenguaje condición para ser humanos con todo lo que ello significa: libertad, creación, imaginación, ciencia, lucidez, ironía, ¿cómo no van a balbucear mis alumnas de Letras en su tercer o cuarto semestre de la universidad, si es que hablan, y cómo no voy una y otra vez invitarlas a hacerlo aun cuando balbuceen las primeras veces?

 

“Pensar, analizar, inventar no son actos anómalos, son la normal respiración de la inteligencia” dice en Pierre Menard Jorge Luis Borges. (Repito) ¿Cómo puedo hacerlo cuando se me ha destinado a la repetición? ¿Cómo puedo acceder a  mi normal respiración si han decidido por mí que pensar, analizar e inventar no es mi ejercicio? ¿Que lo mío es repetir los actos de engendrar y ser magnánima; es decir, pensar en los otros y en sus necesidades, deseos, esperanzas, objetivos etc., etc., etc.? Y cómo puedo ser magnánima si tengo tan poquito para dar, dar qué, no mi sabiduría ni mis conocimientos, ni los bienes espirituales adquiridos en el estudio, el análisis, la exploración, el rigor científico o estético o filosófico.  Dar qué, ¿mi incondicionalidad? ¿Y qué es eso? El orden patriarcal reduce a la edad primaria, a la edad adolescente, a la edad que no ha devenido adulta, a la mitad del mundo. El proceso civilizatorio opera sobre un solo sexo. Y este sexo es La ley, es la autoridad del Padre fundada sobre la propiedad y la herencia. Por eso no se nace mujer, se llega a serlo, por eso devenimos en una suerte de rara avis que no tiene lugar, por eso revelar la arbitrariedad con que se nos ha querido definir y construir resulta una operación mayor. Claro, cuando Simone dice: “No se nace mujer”, pone toda la cultura en cuestión, a partir de allí, ser algo será sospechoso, porque no se es, se llega a ser. Lo mismo hombre que mujer, lo mismo bárbaro que civilizado, lo mismo católico que mahometano. Quiero decir, que hemos convenido en una manera de ser esto o aquello, que lo hemos construido y queda legitimado, se sanciona y punto. Es así. Un mahometano es fanático, claro que no; un católico que es caritativo, o un bárbaro será bruto y un civilizado inteligente (los chichimecas). Por fin, una mujer debe callar, cerrar las piernas cuando se sienta, pegar grititos de alegría cuando algo la emociona, decir “no te creas”, para renegar de su propia conciencia y así hasta el infinito.

 

Semicómplices y semivíctimas, es cierto, un poco como todo el mundo; pero es muy difícil ponerse a tener pensamiento propio, salir de la prisión cuando se es Otro, cuando ya se está juzgado y es inapelable. Cuando una se ha ejercitado en el repetir, en la paciencia, en el espacio oscuro, de puertas para adentro, cuando se ha cancelado el juicio y se responde a la imitación del mundo masculino. ¿Lo han advertido en las calles, en los autobuses, en los jardines? Por ser teatrista me he visto impelida a observar el comportamiento humano permanentemente. Es curioso cómo cuando oigo una conversación se caracteriza por el género al que se pertenece. Las mujeres, si las oímos bien, observarán que siempre están diciendo y entonces él dijo o mamá dijo y yo le contesté….oigo las conversaciones masculinas por más ramplonas que sean y pocas veces están relatando lo que dice uno u otro sin ejercer la propia opinión.

 

Y hemos comenzado a circular por el siglo XXI. Cuántos ejercicios de hablar opinando nos faltan. Porque no se pueden saltar etapas y por eso mismo estoy hablando de hablar: Primero hablar, luego leer, finalmente escribir. (Continuará…)

 

 

*Imagen de portada: pixabay.com.

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Sobre el autor

Coral Aguirre

Nacida de madre violinista, danzarina, teatrera y lectora. Mi medio natural es esa cuna de notas, primeras posiciones de la danza, las lecturas de Álvaro Yunque y otros autores argentinos y clásicos. Por ella conocí a Shakespeare y Lenin antes de llegar a la primaria, de fuerte extracción socialista y de ascendencia guaraní grabó en mí a los despojados de la tierra. Lo demás viene de suyo.

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