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Un sinnúmero de autores ha hablado acerca de la creación de enemigos para la existencia y perpetuación de los imperios, estas dinámicas se han visto a través de la historia teniendo claros ejemplos de la genialidad y eficacia de estas formas de actuar; la creación del enemigo por parte del imperio no se hace gratuitamente, detrás de ello existe toda una razón de actuar enfocada a la perpetuación no solo del Estado, sino del imperio mismo. Hablando en términos más contemporáneos, durante la Guerra Fría el enemigo para los Estados Unidos, que para ese momento se había erigido como imperio de la mitad del mundo, fue el socialismo, mientras que para la Unión Soviética lo fue el capitalismo, un enemigo exterior que en ambos casos creó un sentido de unidad social e identidad nacional que alentó su desarrollo interno. Tras la caída de la Unión Soviética y el ascenso de Estados Unidos como hegemonía mundial, EUA se vio en la necesidad de crear un nuevo enemigo exterior para de esta forma continuar justificando su presencia militar internacional, pero más aún, para mantener sujetada a su sociedad nacional, fue así como el terrorismo, el narcotráfico y la migración toman un papel importante en los asuntos exteriores de este país.
Al hablar de creación de enemigos no nos referimos a que estos son inexistentes hasta que un imperio lo decide, sencillamente significa que la atención mediática de los imperios se vuelca sobre esas problemáticas y las instaura por medio del discurso como el enemigo y riesgo principal que pone en peligro la integridad de una nación. En la actualidad ha quedado demostrado que el enemigo principal de Estados Unidos es el terrorismo, sin embargo, no debemos olvidar el tema migratorio y de narcotráfico. George Orwell en su libro 1984 expone de manera grandiosa estas dinámicas de creación de un enemigo para la perpetuación del imperio.
La creación de un enemigo no es cualquier cosa, es literalmente la razón de ser de un Estado independientemente de su tamaño; el Estado, tal como lo conocemos, no surge hasta después de la revolución francesa y este ve su nacimiento teniendo como referencia a filósofos contractualistas como Rousseau, John Locke o Thomas Hobbes, los tres convencidos a su manera de que debido a la naturaleza del hombre es imposible que este se pueda autorregular y que por lo tanto es necesaria la intervención de un ente superior que lo regule y proteja, este es el Estado, el cual pide a cambio de su existencia que se ceda parte de la libertad de los sujetos. Por supuesto que esta no es la única concepción de naturaleza humana que existe; otros filósofos, tal es el caso de Bakunin, están convencidos de que el ser humano es suficiente para sí mismo, o, en otras palabras, que el ser humano es capaz de autorregularse sin necesidad de un Estado.
El Estado, sea este dominador o dominado, tiene como razón de existir al enemigo, pues es a partir de esta constante amenaza que se constituye y sobrevive como tal, el enemigo tiene un efecto generador de miedo en la sociedad y el miedo obliga a los integrantes de la misma a mirar hacía un líder capaz de protegerlos, un líder que proclama la unidad nacional y, en ocasiones, el nacionalismo exacerbado y es aquí donde se genera una ruptura entre la genialidad imperial y la maldición de la periferia.
Mientras que los países desarrollados convencen a su población de que existe una amenaza constante afuera de su frontera y que la única forma de erradicarla es por medio de la identidad y unidad interior, por un lado, y con su presencia en el exterior, por otro, los países que se encuentran fuera del imperio y que es de donde dicen los medios de comunicación que se generan en masa los enemigos, se asumen como el enemigo de una forma u otra. Mediante diversas dinámicas y procesos los imperios se posicionan como el libertador, al mismo tiempo que, paradójicamente, apoyan a sus propios enemigos para que estos continúen existiendo, esto con el propósito de que el enemigo se perpetúe y por consiguiente su unidad nacional perdure. Esta es la genialidad de los imperios, no solo crean al enemigo, sino que este mismo es una constante amenaza del exterior, nunca del interior, pues en el momento en que esta amenaza se hace interior se genera una inestabilidad generalizada que pone en riesgo las estructuras que conforman al Estado. Un ejemplo fugaz pero poderoso de esto se puede apreciar en el movimiento hippie que puso en jaque durante un tiempo la propia existencia y justificación de Estados Unidos, al enemigo lo tenían en casa.
Esto nos lleva a la segunda parte de esto: sí la razón de ser de un Estado es preservar la paz, dar seguridad a sus ciudadanos y protegerlos de un “enemigo”, ¿qué pasa con los Estados dominados? Es evidente que estos no tienen un enemigo externo, más si estos Estados no se encuentran en guerra con otros y esta relativa paz no justificaría ciertas medidas de represión y violencia ya fueran de jure o de facto. Pues bien, en el caso de los Estados que son periferia, a su enemigo lo tienen en casa, generalmente apoyado por los imperios y facilitado por el propio Estado en cuestión, pues los dominados también son conscientes de la necesidad de un enemigo para garantizar la supervivencia y razón de ser del Estado; sin embargo, este Estado dominado no es lo suficientemente poderoso como para crear un enemigo externo y debe recurrir a sí mismo para justificarse. Este proceso genera una fragmentación nacional visible, pero insuficientemente profunda como para que la sociedad de este mismo decida prescindir del Estado, a pesar del poco bienestar que les es brindado por parte del gobierno, están convencidos de que se encuentran mejor dentro que fuera de él, haciendo que estos pasen a ser Estados supervivientes tan solo, en diferentes grados de incapacidad por supuesto, pero imposibilitados para salir de ese bucle. Ahí radica la maldición de los Estados periferia, su propio enemigo es él mismo.
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