El concepto de ‘creación’ es muy amplio,
ya que ciertamente todo lo que es causa de que algo,
sea lo que sea, pase del no ser al ser es ‘creación’,
de suerte que todas las actividades
que entran en la esfera de todas las artes son creaciones
y los artesanos de éstas, creadores o poetas (…)
del concepto total de creación se ha separado una parte,
la relativa a la música y al arte métrica (…)
‘Poesía’, en efecto, se llama tan sólo a esta,
y a los que poseen esa porción de ‘creación’, ‘poetas’.
Platón, El banquete, o del amor, Platón, El banquete o del amor.
I.
El epígrafe con el que abro, a propósito de un tema que presenté en el Simposio Nacional “La vida”, en El Colegio Nacional, en noviembre de 2003, gracias a la gentil invitación del organizador, el doctor Guillermo Soberón, espera ser el eje conductor de este texto, pues permite pensar en la dimensión temporal de la poética como instante que ilumina lo que siempre está sucediendo en la vida humana. Sus palabras evocan lo que no termina de decirse y por ello insiste. Son las palabras, según Sócrates, de una mujer, su maestra Diótima de Mantinea, con las que le hace saber lo que es la poíesis: creación, producción e invención. Poco importa constatar la existencia histórica de Diótima, puesto que son las palabras de una voz femenina susurradas en medio de un banquete nocturno, sin las que Sócrates no se atreve a disertar sobre la creación. Lo que me parece de más talla atender es el gesto de Sócrates: recurrir a una mujer o a una voz femenina para poder hablar de la creación, en un tiempo en que las mujeres son consideradas inferiores a un asno.
Poíesis es y sigue siendo el concepto griego que mejor expresa la dimensión más vasta de la creación, la producción y la invención humanas. “Poíesis es la causa que hace, que lo que no es, sea” (Platón, “El banquete, o del amor”, Obras Completas, Madrid, Aguilar, 1974:585-586). También se preserva, gracias a Martin Heidegger, el sentido originario de la poíesis griega (que no nace como una dicotomía entre poíesis y tekne), la técnica como olvido del ser, la poética en tanto que esencia de toda creación y producción, creación y auto-creación del hombre y el retorno al ser (Heidegger, “La pregunta por la técnica”, Conferencias y artículos, Barcelona, Odós, 1994:9-37). Una concepción que también late en las reflexiones sobre lo poético de Octavio Paz, para quien lo poético resuelve la oposición entre naturaleza y cultura, pues la poética crea un puente entre lo interior y lo exterior tendiendo a formar un todo. Aunque lo poético, en tanto que creación humana, precisa Paz, no es algo que está fuera o dentro de nosotros, sino algo que hacemos y que nos hace (Paz, El arco y la lira, México, F. C. E., 1979:168).
Muy cerca de Eugenio Trías, considero que como hemos sido arrojados a la vida sin poder determinar el fundamento del hecho mismo de existir, para mitigar el vértigo ante este agujero ontológico los seres humanos buscamos la causa de existir, y de múltiples y sofisticadas maneras (re)signamos la ausencia de fundamento de nuestra existencia. Como advierte Fernando Savater, el animal busca el alimento, la pareja y la guarida, y tras que los encuentra descansa o duerme; el hombre en cambio es rebuscado, pues cada vez que encuentra un objeto apetecido se relanza hacia otro (Savater, Política para Amador, Barcelona, Ariel, 1992:26-27). Dado que no hay modo de encontrar esta causa última de nuestra existencia, tratamos de responder a ese silencio ensordecedor con un imperioso y creativo deseo de sentido, el sentido de nuestra vida y de la vida humana (Trías, El árbol de la vida, Barcelona, Destino, 2003:73).
A este deseo de sentido responde el lenguaje, más ampliamente, el orden simbólico, que no sólo es una potencia de la creación humana sino que tiene el poder de crearnos y recrearnos, y que abarca desde la huella, el rasgo, el monumento, el jeroglífico, el símbolo, el signo, el mito, los símbolos artísticos y religiosos, la lengua materna, el lenguaje científico, el matemático y ahora el digital de los ordenadores. Expresiones del orden simbólico por las que se han interesado filósofos y pensadores como Georges Bataille, Claude Lévi-Strauss, Roland Barthes, Michel Foucault, Jacques Derrida, Eugenio Trías, Sigmund Freud, Jacques Lacan, Bertrand Russell, Luwig Wittgenstein y Willard Quine, entre otros.
Es pues esta falta de fundamento de nuestra existencia la que incita a la creación, la invención, la hipótesis, la interpretación, la creación de nuevas realidades, conocimientos, melodías, sabores, imágenes, ritmos y metáforas. La creación, ante el poder del vacío de sentido deviene expresión. Porque los hombres y las mujeres dibujan el vacío que les habita, crean un objeto que ponen a consideración de los demás y la cultura, tanto de la tradición, el presente y el porvenir.
Una creación que no se reduce a la dimensión artística sino que abarca gran parte del quehacer humano: delimitar el vacío ontológico, creando formas, vasijas que rodean ese hueco, sonidos, colores, textos, fórmulas. Sobre el silencio de la página en blanco de la existencia, el claro en el bosque, la pared solitaria, la árida planicie, nacen nuevas palabras y conceptos, pinturas, templos, jardines de las delicias. La vida creativa de los hombres y las mujeres se esfuerza en llenar ese vacío ontológico que abre la causa ignota de la existencia de su ser.
Pero gracias a que no se colma, la vida creativa sigue su curso, contra viento y marea, se lanza a crear nuevas leyes que sean más justas, proponer nuevas formas artísticas, incursionar en otras interpretaciones, perfeccionar el conocimiento, hasta topar incluso con lo inexpresable, a pesar de que la vida destructiva se opone a la creatividad con toda la fuerza de la monstruosidad: los campos de concentración, la guerra, las masacres, la crueldad, la discriminación de los diferentes, la explotación de los humildes y el rechazo de las culturas indígenas.
Recordemos que Sigmund Freud en El malestar en la cultura, a pesar de que tenía muy presente que las pulsiones de vida y de muerte no eran fuerzas proclives a la armonía, advierte que si la cultura no quiere sucumbir, es necesario que las pulsiones de muerte se pongan al servicio de las pulsiones de vida; y también alerta en el mismo texto contra una cultura que no merece sobrevivir si no le da acceso a las mayorías a la sublimación, es decir, a la creación y disfrute de sus creaciones (Freud, “El malestar en la cultura”, Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1979, t. XXI).
El arte —como se colige de las reflexiones de Octavio Paz—, ante este vacío de fundamento de la existencia, crea un nuevo tiempo en el tiempo, un diferente espacio en el espacio. El tiempo de la música, la danza, la poesía y la literatura, es la negación de diversos tiempos: el cronométrico, la temporalidad y la duración. Al lado de otros pensadores, considero que el tiempo de la creación es el instante que, —como sostiene Sören Kierkegaard al oponerse a la duración de Henri Bergson— es el único que puede devenir un átomo de eternidad (Kierkegaard, L’existence (Textes Choisis), París, PUF, 1972:152). En palabras de Paz, el instante de la creación es la experiencia y la expresión de lo que siempre está sucediendo, incluso de lo que pasó y encarna de nuevo, porque es un tiempo mítico, circular, que introduce —como para Gilles Deleuze— la repetición y la diferencia. Asimismo, las artes del espacio crean un nuevo espacio en el espacio. Un cuadro siempre remite a otro espacio; la obra arquitectónica llega a alterar verdaderamente el espacio, tal vez más que la escultura, pues crea un segundo espacio donde vivimos y morimos (Paz, Claude Lévi-Srauss o el nuevo festín de Esopo, México, Joaquín Mortiz, 1987:56-58).
II.
He tratado de pensar la vida creativa a partir de la poíesis, la causa de la creación, en el lugar mismo de la falta de fundamento de la existencia, los diversos objetos y obras de la cultura. En consecuencia, como la vida humana es impensable fuera del lenguaje y la cultura, es preciso proponer la continuidad entre la poética y la cultura. Un puente que han pensado Paz, Zambrano, Trías y Heidegger, entre otros.
La relación entre la poética y la cultura —dice Paz— es un tema moderno, pues en la antigüedad la poética era el fundamento de la cultura como mito, tragedia y épica. Es la modernidad la que exilia a la poética, por inútil, irracional, improductiva y (mal)dita, es decir, (mal)dicta, (mal)dicha, enemiga de una sociedad que sustituye el plan de la salvación divina por la fe en el progreso y en la gloria de un futuro promisorio a través del Estado, el derecho, la ciencia y la técnica. Un Paraíso en la Tierra que se perdió entre el humo de dos siniestros hongos de muerte. Por ello, la preocupación de rescatar la continuidad entre la poética y la cultura abre la posibilidad de comprender la vida creativa humana como una poíesis-tekne que debe prevalecer por sobre el extermino y la destrucción.
Es la esencia poética del lenguaje, en tanto que metafórica y polisémica, la que reclama pensar también en el lenguaje poético como acto inaugural de la cultura, en tanto que creación y recreación, como un saber hacer que nos hace. No en el sentido técnico, que no sabiendo cómo hacer se hace como, se repite el modelo de la reproducción técnica, que es el abandono del ser, su sustracción radical, ya que no se trata de una acción sobre algo sino que se sufre —como afirma Heidegger— un destino (Ge-shick), que escapará al propio control, a todo fin ético. Parafraseando El Hombre unidimensional de Herbert Marcuse: tecnocracia y burocracia, ingeniería social y pedagogía, ortopedia del yo, reforzamiento de la conducta, son unas de tantas formas del destino de los sujetos cosificados (Marcuse, El hombre unidimensional, Barcelona, Seix-Barral, 1969:171-196).
En cambio, la poética, la creación, que es producción e invención, permite descubrir lo original, auténtico y diferente de las culturas. La poética, en tanto que vida creativa, posibilita el conocimiento de sí, los demás y el mundo, a través de la experiencia interior y colectiva, ética y política, mítica e histórica, cósmica y cultural.
Sólo podemos afirmar la vida creativa a partir de una poética que se expresa como creación y recreación del lenguaje, que lo reinaugura, construye y destruye, ensancha el universo simbólico a la vez que encuentra su límite: lo indecible, incognoscible, del que sólo podemos hablar poética y trágicamente a través del arte, como advierte Kant en su Crítica del juicio. Porque la creación poética del sentido de la existencia abre por sí misma su correlato: el (sin)sentido; un real imposible de decirse, no porque se haya ido sino por el efecto mismo de la simbolización, que al metaforizar lo real con el símbolo, lo ausenta (Vannier, Lacan, Madrid, Alianza, 1999:50).
Hoy más que nunca requerimos resolver, diluir y rechazar las dicotomías metafísicas que tanto han mermado la vida creativa. Es preciso oponernos a la ilustración moderna que opuso radicalmente la razón a la fantasía, la inteligencia a la sensibilidad, la sensatez a la locura, la vigilia al sueño. Tal vez habría que responder hoy a Descartes, tras el descubrimiento de la dimensión inconsciente de la subjetividad, que no estamos dormidos ni despiertos, sino que estamos despiertos y seguimos soñando, pues la vida creativa, que requiere de la imaginación y la invención, es ese punto de contacto, aparentemente tangencial y frágil, en el que la ciencia y el arte se tocan, la inteligencia y la vida se continúan. Como postula Paul Ricoeur, existe una dialéctica entre lo metafórico y el pensamiento, la poética y lo especulativo, lo metafórico y lo científico, asegurando que no puede existir uno sin lo otro, y que lo poético se nutre de las grietas que existen entre los distintos modos especulativos y científicos. Es imposible pensar en la creación de una hipótesis, modelo científico o una invención sin la experiencia poética que nos atraviesa a través de la dimensión inconsciente, ese discurso que emerge cuando el lenguaje se adelanta al pensamiento, como si fuera un mítico don de los dioses, al que el pensamiento debe pulir con el cuidado con el que se pule un diamante. Y es que Ricoeur advierte que la instauración de un sistema científico universal presupone la muerte de la poética, del mismo modo que una poética universal es la muerte de la racionalidad de cualquier sistema científico. Pero como esto no es posible, Ricoeur nos invita a celebrar el poder de la vida del ser y del no ser (Paul Ricoeur, “Metáfora y discurso filosófico”, Metáfora viva, Madrid, Europa, 1980, cap. VIII).
El recorrido mismo de la poíesis de la existencia, como vida creativa cultural, reclama albergar la esperanza de que la poética, a pesar de que la modernidad heredara la excomunión platónica de la poesía y los poetas, logre transgredir el interdicto de la banalidad global. Justo en medio de la desesperanza debemos esperar incluso lo inesperado, pues como enseñaba Walter Benjamin: “la esperanza sólo es para los desesperanzados”. Con esta perseverancia tal vez logremos pugnar por un diálogo creativo entre creaciones, producciones e invenciones, a fin de pugnar por la permanencia de la vida creativa y de la creatividad de la vida. No podemos ni debemos renunciar a la vida creativa, no sólo para unos cuantos, sino para la humanidad.
III.
Como decíamos desde el principio, poíesis es causa de la creación de la cultura y la auto-creación humana, que hace historia y nos historiza. El poema, de cuya forma es causa la poética, es un ser de palabras del que emana una sustancia que se resiste a devenir concepto, y que los griegos llamaron poesía. En palabras de Ramón Xirau: “El poema es cuestión de vida y es cuestión de muerte porque el ritmo es el hombre mismo manándose” (Ramón Xirau, Poesía y conocimiento, México, Joaquín Mortiz, 1978:196-197). El poema —dice Paz— es para una inmensa minoría que deviene multitud, comunidad, cultura. Y es que los lectores de poemas elevan su lectura solitaria al plano de la universalidad de la cultura. Algo análogo afirma Marguerite Duras de la escritura: “con el escritor todo mundo escribe”. El lector de poemas abre una dimensión poética trans-personal a través de la otra voz, que en Los hijos del limo, trata de definir Octavio Paz: “Para los románticos, la voz del poeta es la voz de todos; para nosotros es rigurosamente la voz de nadie. Todos y nadie son equivalentes y están a igual distancia del autor y de su yo. El poeta no es ‘un pequeño dios’, como pensaba Huidobro. El poeta se desvanece detrás de su voz, una voz que es suya porque es la voz del lenguaje, la voz de nadie y la de todos. Cualquiera que sea el nombre que demos a esa voz —inspiración, inconsciente, azar, accidente, revelación—, es siempre la voz de la otredad” (Octavio Paz, Los hijos del limo, Barcelona, Seix Barral, 1987:224).
A diferencia de Octavio Paz, considero que la lectura de poemas por toda la sociedad no es una experiencia que haya muerto por completo en el pasado mítico. Las familias de las comunidades indígenas, rurales y a veces urbanas, todavía re-escriben con la tinta de la noche las hazañas de “los dioses primeros”, el origen de la tribu y las gestas de sus ancestros. Gracias a esta poética del mito, la vida creativa recrea la cultura; por los antepasados la creatividad poética de la comunidad habita el presente y se proyecta hacia el futuro. Contar es cantar el origen del mundo de cada cual y de la comunidad, que alimenta el fuego de las palabras que nos congregan en torno a la cultura. Se trata de una creatividad poética que convoca no sólo a vivos y muertos, sino a los que están por venir.
No importa si la poesía es leída por minorías: la creatividad poética de la memoria colectiva salva y preserva a toda comunidad y su cultura. La creatividad poética cruza el océano del tiempo para apoderarse de la creatividad colectiva, de los símbolos que vinculan a los pueblos, justo por inagotables y enigmáticos, de los que Gilbert Durand en La imaginación simbólica afirma: “El símbolo pertenece al universo de la parábola, en el sentido griego: para = ‘que no alcanza’. Es esta experiencia la que esboza la frágil condición del vínculo simbólico, pues pretende decir lo real en su vehemencia significativa, excedido por esa inefabilidad que no alcanza a suturar la herida originaria, el sentido secreto, la epifanía del misterio” (Durand, La imaginación simbólica, Madrid, Taurus, 1968:14-15).
Mientras la disipación produce el olvido, contar, escribir y leer poemas nos permiten entrar en mundos desconocidos que revelan por un instante la tierra que nos vio nacer, la poética del lenguaje y su correlato: la poética de la cultura, que hace historia e historiza. Y es que el cuento y el canto iluminan el sendero hacia nosotros mismos, lo íntimo y lo común que devienen una creatividad poética, que no sólo se despliega en la poesía o la literatura, sino también en la música, el cine y la pintura, como mostró Octavio Paz al escribir sobre los poetas Luis Buñuel, Silvestre Revueltas y Rufino Tamayo (Paz, Las peras del olmo, Barcelona, Seix-Barral, 1987:183-207). Como indica Heidegger en Hölderlin y la esencia de la poesía, la poesía es la única epistemología que es capaz de aproximarse a la esencia del ser, a la realidad poética del hombre, como un “morar poéticamente”, en el que la metáfora supera al concepto como instrumento de comprensión de la condición humana (Heidegger, “Hölderlin y la esencia de la poesía”, en Arte y poesía, México, F.C.E., 1978: 125-148).
Parece que hablo de una creatividad poética ilusa, sobre todo ante el espectáculo del “Casino Global” (Eugenio Trías), el terrorismo planetario y la existencia apantallada, pero no imposible, en la medida en que la creatividad poética es y sigue siendo revelación y oráculo no sólo de nuestro pasado sino de nuestro destino. Lo evoca Octavio Paz al advertir que la poesía lleva a cabo los mismos ideales terapéuticos de la religión, pero sin prometer la inmortalidad ni condenar la vida.
El fundamento de la creatividad poética de nuestra cultura es una Piedra de sol, una rueda del tiempo mítico mexica, que narra el viaje circular de Quetzalcóatl desde su nacimiento, pasando por su derrota, hasta su trágico y oceánico retorno. Se trata de una creatividad poética instantánea que gira en torno al deseo de regresar al instante germinal de la creación, en un intento irrenunciable por acceder al fundamento inexpresable de nuestra existencia. La creatividad poética es la Piedra de sol que alude, en palabras de David Huerta: “…a las realidades simbólicas, astronómicas y vitales de los ciclos que constituyen la existencia cósmica y la individual” (David Huerta, “El laberinto de las once sílabas”, Durán e Hiriam (Com.), Homenaje a Octavio Paz, México, Fundación Octavio Paz, 2001:11). Por ello, esta poética de la creación instantánea se opone al tiempo lineal que introduce el cristianismo, y que recoge como evangélica herencia la modernidad, en forma de historia y progreso, así como de esperanza mesiánica en el futuro.
Sin la creatividad poética es imposible comprender las culturas, ya que ella influye en la filosofía, la ética, la política, la historia, la estética, la ciencia y la técnica, así como en la amistad, el placer, el erotismo, el amor a los dioses y al prójimo. Unas palabras de Percy Shelley en Defensa de la poesía alumbran este sendero: “La Poesía es el más infalible heraldo, compañero y seguidor del despertar de un gran pueblo que se dispone a realizar un cambio en la opinión o en las instituciones. En tales períodos hay una acumulación del poder de comunicar y recibir intensas y desapasionadas concepciones respecto del hombre y de la naturaleza” (Shelley, Defensa de la poesía, Barcelona, Península, 1986:65).
La vitalidad de la creatividad poética se constata en todos los quehaceres, producciones y creaciones humanas, que satisfacen deseos íntimos y colectivos. La creatividad poética se despliega tanto en pensamientos como en actos, a través de una praxis que se expresa en formas y ritmos, ecos de la lengua de la ciudad y el campo, para abismarse en los enigmas del alma. Porque la poética —como sugiere Roger Caillois— es el conjunto de signos, que más allá de las palabras, pero incluyéndolas a título de intercesoras privilegiadas, por un instante permiten la percepción de un enigma (Caillois, Approches de la poésie, París, Gallimard, 1978:254).
Desde el principio de los tiempos los hombres y las mujeres han sido impulsados por una poética de la vida creativa y una creatividad vital. La creatividad poética satisface la contemplación y el diálogo íntimo (diánoia), así como la fiesta y el duelo son artes de la comunión. Es a partir de la prolongación entre lo íntimo y lo público, la mística y la comunión, la poíesis y la cultura, la creatividad y la invención, la producción y el descubrimiento, que se justifica pugnar por una continuidad entre la poíesis de la existencia y la cultura, como condición de posibilidad de la vida creativa.
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