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Hace unos días soñé que tenía el pecho plano. Sentí que finalmente era libre. Recuerdo que estaba sonriendo todo el tiempo; pasaba mis manos una y otra vez por mi pecho, para confirmar que era cierto. No tenía miedo de mirar hacia abajo y ver una parte de mi cuerpo con la cual no me identificaba. Finalmente, me sentía completo.No había necesidad de disociarme: no tenía razones para fragmentarme y tener que ser dos personas a la vez. Porque una es la persona que siento y sé que soy, un hombre. La otra es la que me han enseñado que tengo que ser y reconocer sentirme, una mujer.
Habrá personas que no estén de acuerdo con mi sentir y se negarán a aceptarme como hombre. Estas personas deben saber que, aunque ustedes no lo sepan, he hecho las paces con sus ideas. Cuando era chico, mi mamá solía repetirme una y otra vez un dicho popular: “no eres monedita de oro para caerle bien a todos”. Tal vez, por su intuición de madre, sabía que más adelante sufriría mucho por las opiniones de los demás. Aun así,creo que ni ella ni yo llegamos a imaginar que en el futuro tendría que enfrentarme con personas que se niegan a reconocer que existo. A esas personas quiero darles las gracias. ¿Por qué le voy a dar las gracias a aquellos que me marginaron, me hirieron y me invalidaron? Porque, paradójicamente, fueron ustedes los que me obligaron a conocerme más a fondo, a cuestionarme. Su constante negación fue lo que me exigió explorarme. Ahora,no se confundan: no estoy de acuerdo con ustedes ni con sus métodos. Yo me puedo dar el lujo de darles las gracias porque sigo aquí. Hay muchas y muchos que ya no están entre nosotres. Y esto también es gracias a ustedes.
Seamos sinceros, la transfobia siempre ha existido en nuestra sociedad. Estamos lejos de erradicarla, pero necesitamos seguir tomando los pasos para deshacernos de ella. Sin embargo, mientras nosotres marchamos por las muertes trans y abrazábamos la inclusión, un grupo no representativo de lesbianas hizo todo lo contrario. Con el incidente en el pride parade de Londres, una ola creciente de transfobia se ha hecho presente en el mundo virtual y físico. Lo que sucedió en el festival fue lo siguiente: un pequeño grupo de lesbianas se apoderó de la marcha y comenzaron a repartir propaganda anti-trans, mientras sostenían pancartas en las que se leían mensajes como “Lesbian = female homosexual” (Lesbiana = mujer homosexual), “Transactivism erases” (el activismo trans nos borra), entre otros. Hay un acrónimo que se utiliza para identificar la ideología que sigue este tipo de grupos. TERF (Trans Exclusionary Radical Feminist o Feminista Radical Trans Excluyente), es como suelen llamarlas. Es una palabra que ha causado rechazo, porque las seguidoras de esta ideología la consideran un insulto. Pero, ¿lo es, o simplemente se están nombrando las cosas como son?
Este término nació en el 2008 en un sitio de internet de feminismo radical, con la intención de distinguir entre aquellas feministas que abogaban por la inclusión de las mujeres trans y las que no. VivSmythe, quien acuñó el término, ha aclarado que la intención del concepto es ser neutral en cuanto a la identificación de distintos tipos de feminismo radical.
Para entender la necesidad de este término, hay que tener contexto. Es necesario saber que el feminismo radical ha tenido un problema con las personas trans a partir de la segunda ola del feminismo, que empieza desde los sesenta y se extiende hasta la década de los ochenta. Paralelo, supuestamente, a un alza en la búsqueda de tratamientos hormonales y cirugías para transicionar. Lo que sucedió en realidad fue que en la década de los cincuenta el caso de una mujer transexual que se llamaba Christine Jorgensen había sacudido a Estados Unidos. La aparición de Christine puso un reflector en la comunidad trans y fue allí cuando comenzó el debate para definir el sexo y el género. El rechazo de las feministas de la segunda ola no fue casualidad. Si bien Christine brindó visibilidad a la comunidad trans, es necesario aclarar que no nos “inventaron” en los sesentas. Siempre hemos existido, pero en la oscuridad.
El problema con la historia trans es que ha saltado de término en término: primero era cross-dressing, después travesti, luego transexual y finalmente transgénero o trans. También me es necesario señalar que es una tremenda falacia decir que las personas trans no tenían la posibilidad de hacer una transición médica hasta la segunda ola del feminismo pues Jorgensen no fue la primera mujer en transicionar en 1952 (aunque EEUU insista en que la historia comienza con su país). ¿Les suena el nombre de Lili Elbe? Es la chica trans sobre la cual basaron la película de La chica danesa (2015, Tom Hooper). Elbe realizó su transición médica en 1930 bajo la supervisión del médico Magnus Hirschfeld. Para la llegada de Elbe, el Instituto para la investigación de la sexualidad, fundado por Magnus, estaba cumpliendo once años. El instituto albergaba una gran cantidad de estudios con respecto a la homosexualidad y la transexualidad que fueron quemados por el partido político nazi en 1933. Aproximadamente veinte mil documentos (entre ellos revistas, ensayos y entrevistas) y cinco mil imágenes fueron destruidos mientras Hirschfeld, el fundador, se encontraba dando conferencias en Estados Unidos.
Históricamente, las trans y las feministas han tenido más similitudes que diferencias: el cross-dressing fue legalizado en el siglo XIX en Estados Unidos gracias a la primera ola del feminismo. El logro de las feministas por ponerse pantalones hizo temblar a quienes consideraban peligroso al feminismo, pues señalaban que la distinción entre ambos géneros se complicaría. Y tuvieron razón: la falta de regulación de vestimenta permitió a las mujeres trans explorar sus identidades y presentarse al mundo como realmente se sentían.
Otro hito histórico que lo demuestra, son los tan conocidos disturbios de Stonewall en 1969, dentro de los cuales se puede identificar a la activista Marsha P. Johnson, una mujer trans, bisexual y negra que exigió derechos para la comunidad LGBT+. Este último evento resulta importante para el feminismo porque contribuye a la emancipación sexual de la mujer: no nada más a las que conformaban el modelo tradicional heterocéntrico, sino a aquellas que se identificaban como lesbianas, bisexuales y trans. Los logros de las mujeres cisgénero feministas permitían el avance y la visibilidad de las mujeres trans, así como los logros de las últimas garantizaban mayor libertad sexual y de expresión para las primeras.
Es por esto último que insisto en la necesidad de un término como TERF. Porque hay una interdependencia entre los logros de los grupos minoritarios que nos ha permitido ser libres de expresarnos; mientras las TERF, aparentemente carentes de consciencia histórica, pretenden fraccionar un movimiento social y político dependiente de la unidad y la inclusión. Deshumanizan e incitan a excluir a quienes deberían de considerar sus hermanas, para después quejarse de que son ellas quienes padecen la marginalización. Bien podríamos entender que el rechazo que han enfrentado las TERF tiene qué ver con el mismo rechazo que promueven; karma, dirían algunos.
Poniendo de lado lo teórico para retomar lo práctico, es necesario que entiendan los efectos y el poder de sus palabras en el día a día de una persona trans. No utilizamos o le decimos TERF a cualquiera simplemente para insultarle: es también una cuestión de supervivencia y seguridad. Por experiencia personal, puedo afirmar que identificarme como hombre trans me ha brindado mayor seguridad en un plano personal, pero la confianza que tengo en mi entorno ha ido disminuyendo. Soy más cuidadoso en los espacios públicos, ya no salgo tanto y procuro juntarme sólo con personas que ya saben de mi identidad.
Hace unas semanas, mi novia me pidió que la acompañara a una concentración feminista. Tengo claro que como hombre no hay lugar para mí en espacios feministas (y no planeo debatir o reclamar que me incluyan en dichos espacios), pero mi asistencia era una garantía de seguridad para alguien que quiero y protejo. Acepté ir, aunque me invadían los nervios. Temía que alguien revelara mi identidad ante las demás personas y se quejara de mi presencia. O peor aún, que comenzaran a sermonearme con respecto a cómo no es que quiero ser un hombre, sino que me cansé de lidiar con la opresión de ser mujer. Todo el rato estuve esperando a que pasara lo peor. El poco tiempo que estuvimos allí, sentí como si le tuviera que pedir perdón a alguien por existir. No porque me sintiera como un hombre oprimido, sino porque no sentía que estaba en un espacio donde se pudiera validar mi identidad.
¿Comprenden el cansancio y el miedo que ocasiona lidiar con gente que quiere definirte para su conveniencia?
A pesar de saber que este grupo de personas no valida mi identidad de género, emprendí una búsqueda para encontrar los matices de sus ideas, y quizás un poco de sentido. ¿Sobre qué se basaban? ¿Qué las impulsaba? ¿Por qué se negaban a reconocer a las mujeres trans como mujeres y a los hombres trans como hombres?
Para esto, leí una parte del ensayo La mujer completa (2000), de Germaine Greer. Se trata de un apartado titulado “El cuerpo”, el cual dedica casi exclusivamente a hablar de las mujeres trans y un poco de los hombres trans. Conocí el significado de la decepción al leer esta muestra del trabajo teórico que ha realizado Greer, pues declara que: las mujeres son vistas por la sociedad como “hombres fallidos” e insiste en que ellas deben rechazar esa noción, pero el problema empieza cuando etiqueta a las mujeres trans como, precisamente, hombres fallidos. Greer cae en el pecado del reduccionismo al establecer que la esencia de la mujer yace en sus genitales; la autora se esfuerza todo el tiempo por usar los pronombres equivocados con las mujeres trans y es renuente a aceptar que son mujeres, pero no brinda un porqué sostenible ni compatible con el feminismo, pues considera únicamente al hombre cis como el modelo de lo que no es fallido (porque el hombre trans es fallido y aparte masoquista). Ella insiste en que las mujeres trans únicamente refuerzan los roles de género que tanto ha querido romper el feminismo. Si bien estoy de acuerdo con que muchas veces nuestras identidades están fundadas en roles de género tradicionales, no creo que eso necesariamente signifique replicar y reforzar los modelos de opresión, porque el verdadero objetivo es expresarnos, no oprimir.
Puedo tolerar la falta de tacto en el trabajo de Greer cuando, por ejemplo, tacha de “eunucos” a las mujeres trans y “masoquistas” a los hombres trans por someterse a “mutilaciones”. Lo que no puedo pasar por alto es la ignorancia con la que escribe al declarar que: si el trasplante de útero fuera obligatorio para las mujeres trans, entonces disminuiría el número de personas que conforman este grupo. ¿Acaso Greer no estaba consciente de las muertes de mujeres trans, contemporáneas a ella, precisamente por trasplantes de útero? ¿Tan desconectada estaba de la realidad que intentaba definir y explicar? La experiencia de leer este pedazo del libro de Greer fue como leer un blog de teorías de conspiración del 9/11. Su discurso es liderado por la paranoia de que los hombres están inventando maneras de infiltrar los espacios de las mujeres para violentarlas, y que por ello se están “disfrazando” de mujeres. Incluso, al final de este apartado, compara a las mujeres trans con Norman Bates y declara que en realidad el hombre busca “convertirse” en mujer para obtener el control total sobre ella.Creo que no tengo que explicar por qué esta creencia es absurda.
Otro libro que consulté fue uno de Janice G. Raymond, titulado The Transexual Empire: the making of the She-Male(1994).Raymond alardea en el prólogo de la segunda edición que muchos de sus colegas la felicitaron porque le adjudicaron el cierre del Comité de Identidad de Género del hospital Johns Hopkins. Es notable que Raymond, a diferencia de Greer, ha tenido contacto con mujeres trans para realizarles entrevistas, pero es necesario señalar el enorme sesgo cognitivo que termina afectando su investigación. El motor de la investigación fue demostrar que las mujeres trans no son mujeres. Las únicas evidencias de su investigación que incluye en este libro son casos de mujeres que se arrepienten de su transición hormonal. Esta autora va un poco más allá que Greer y declara que la mujer trans es el intento fallido del hombre por comprender a la mujer. Sostiene que el hombre, en su desesperación por controlar a la mujer, decide crear su propio modelo ideal de mujer para su conveniencia y su beneficio. Yo pregunto lo siguiente: ¿cómo, exactamente, es que el hombre se beneficia de una mujer trans? ¿se benefician porque tienen a alguien más a quien violentar? Otro elemento que destaca es, irónicamente, el falocentrismo de esta creencia. Raymond plantea la “condición” trans desde el hombre, sin ser consciente de que en su mayoría son los hombres cis quienes protagonizan la discriminación y perpetúan la violencia hacia las mujeres trans. Raymond incluso llega a hacer mención de la filosofía que se tiene con respecto al Otro y es así como justifica la existencia de la mujer trans. Quizás la autora, al escribir su libro, no se dio cuenta de que su razonamiento entero está basado en lo que señala inadmisible: la incomprensión del Otro.
No niego que tanto Germaine Greer como Janice G. Raymond sean relevantes en la teorización del feminismo. Tal vez tengan trabajos muy trascendentes y sean excelentes dando cátedra sobre asuntos que verdaderamente conocen porque los han vivido en carne propia. Tampoco tengo la intención de humillarlas y caer en un mansplaining acerca del feminismo. Únicamente incursiono y me permito escribir sobre esta rama del feminismo porque hay quienes buscan invalidar mi identidad. Ese es un asunto que sí me concierne. Estoy seguro de que hay cosas que conocen mejor que yo, y temas de los cuales saben más.
El propósito del análisis de sus obras fue encontrar lógica dentro de la transfobia. ¿Por qué no la encontré? Porque hay una tremenda falta de empatía. Desde el primer contacto con estas lecturas, resalta el intento por deshumanizar al Otro. Quizás puedan ampararse en que esto hace su estudio más objetivo, pero no es así: sencillamente las deja muy mal paradas en cuanto a su entendimiento del mundo trans porque no nos consideran humanes. ¿Intentos fallidos de personas? ¿Masoquistas que se someten a mutilaciones sinsentido? ¿Inventos de la empresa médica para ganar más dinero? Sí, según las autoras, somos todo esto.
Si tuviera que dirigirme al grupo TERF, únicamente les diría una cosa: nunca van a comprender el fenómeno del género desde la perspectiva trans. No porque no tengan la capacidad de hacerlo, sino porque están negadas a escucharnos. Y aún cuando nos leen o nos escuchan, no lo hacen con la intención de comprendernos. Lo hacen porque quieren encontrar nuevas maneras de convencernos de que estamos mal. Y créanme: si nuestras madres con la bendición del Papa en mano no pudieron convertirnos, menos ustedes.
No nos “disfrazamos” de Caperucita. No somos el lobo que pretende ser la abuela. No somos les males del cuento que buscan destruirlas. Tampoco necesitamos ser salvades. Lo que sí necesitamos es amor y comprensión, aunque yo no estoy dispuesto a sacrificar mi bienestar personal para ganar su aceptación social. Francamente, estoy harto de satisfacer a otras personas. Siento hastío cada vez que revelo mi identidad de género y le pregunto a la persona si está bien con ello. Yo no debería de pedir perdón por ser quien soy.
Sueño con una sociedad en la cual no sienta la necesidad de justificar mi existencia. Un mundo que, quizás en el futuro, aceptará las cicatrices en mi pecho y no susurrará a mis espaldas. Añoro que llegue el día en el que les demás nos consideren personas. Sí, personas. Porque hoy en día, abundan quienes nos ven, dudan de nuestra humanidad y se valen de ello para intentar quitarnos la dignidad, o a veces, la vida. Su miedo y repulsión se construye desde el odio; odio que les trans conocemos desde siempre. Este odio nos ha llevado a politizar nuestras consignas de autoaceptación y amor propio. Si cada persona es un mundo, entonces cada uno de nosotres es una revolución.
Léanme detenidamente: soy un hombre que está cansado de pretender que es mujer. Soy tan hombre como un hombre cis. Y ustedes, por más que lo intenten, no van a convencerme de lo contrario.
Referencias:
Greer, Germaine. La mujer completa. Barcelona: Kairós, 2001. Impreso.
Raymond, Janice G. The Transsexual Empire: the making of the She-Male. Nueva York: Teacher’s College Press, 1994. Web.
Stryker, Susan. Historia de lo trans.Madrid: Continta me tienes, 2017. Impreso.
*Imagen de portada: @miaburt vía Twitter.