
Guillermo Ramos Flamerich, en https://es.wikipedia.org.
Tal vez tenga que partir diciendo que hacer una selección de poemas de Rafael Cadenas (Cumaná, 1930) es un acto de injusticia. Injusticia, porque su obra es prolífera y con pocos vacíos, relacionada entre sí, donde el tema del exilio, la soledad, la crítica política y social, así como el lenguaje, forman una hidra poética capaz de devorar hasta al lector más asiduo.
Sí, es cierto que recientemente ―para ser preciso, el 23 de octubre de este año― fue galardonado con el “Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana”. Pero antes, mucho antes, en realidad, Fondo de Cultura Económica, en México, publicó Obra entera ―y otra vez volvamos a las precisiones: salió de imprenta en el 2000, y según el libro que tengo, 2009, dice segunda edición. No nos extrañemos que vayan ya por la novena o décima―. El libro aglutina desde su primer poemario hasta trabajos más recientes donde cuesta entender dónde termina la poesía y dónde comienza el ensayo. Es decir, Cadenas ya tenía un rato dando vueltas con sus palabras por varias regiones del planeta. Y curiosidad, fue un lector de León Felipe, otro poeta exiliado (que a veces se nos olvida). También lo fue de muchos franceses y de otro venezolano que le impregnó esa desobediencia a las formas rígidas del verso. Me refiero a José Antonio Ramos Sucre. Entonces, ¿por qué tan poca gente lo ha leído en el norte? Quién sabe, el acto sibilino nunca ha sido mi fuerte. Tampoco el de él, que se ha mantenido alejado de los favores literarios, del amiguismo para obtener ventajas y se ha concentrado en una obra sólida. Es decir, le ha tocado estar perseguido, exiliado, vigilado e injustamente ignorado por el sistema actual en Venezuela y por las mafias literarias, a pesar de que sus versos y su mirada lúcida lo han llevado a obtener más de un reconocimiento de importancia. Pero eso no es raro en las condiciones actuales. Otro de los grandes poetas venezolanos, Eugenio Montejo, murió acompañado del silencio del Estado.
Cadenas nunca, que yo sepa, ha sido un hombre dado a prestarse a maniobras gubernamentales, a lavarle la cara a ningún gobierno o a dedicar poemas para ganar favores. Su trabajo ha sido siempre comprometido consigo mismo, desde un yo que no intenta ser el centro del universo, sino uno que se disgrega en millones de yo para cargar el peso de la soledad y personalizarla en cada lector y así quien lo lea sienta esa voz como propia. Su intención, si se le lee con detenimiento, es llenar la poesía de carne y alejarla del sentimentalismo banal. ¿Pero qué se podía esperar de un poeta que ―como cualquier venezolano rebelde de su tiempo― le tocó vivir la amarga dictadura de Marcos Pérez Jiménez, luego la convulsión de los movimientos que instauraron una democracia que coqueteó con Estados Unidos (y entendamos sus consecuencias obvias) y, por supuesto, la falsedad de un populismo que robó el discurso de izquierda a un pueblo y que no dejó nada que envidiarles a los procesos anteriores? Es decir, a pesar de lo que lean en este momento y que espero dé para profundizar con mayor soltura, me arriesgaré también a cometer la injusticia de una selección de pocos poemas. Que me perdone Cadenas, por favor, pero, sobre todo, que me perdonen los lectores que tendrán que conformarse en este espacio de tan pocas palabras en un hombre que aún no ha escrito mucho pero que nos puede dejar atónitos con sus más de 700 páginas de poesía. Si lo ven, díganle que siga, por favor, aún podemos aprender mucho de sus palabras.
*
Del libro De una Isla
Vengo de un reino extraño,
vengo de una isla iluminada,
vengo de los ojos de una mujer.
Desciendo por el día pesadamente.
Música perdida me acompaña.
Una pupila cargada de frutas
se adentra en lo que ve.
Mi fortaleza,
mi última línea,
mi frontera con el vacío
ha caído hoy.
Del libro Los cuadernos del destierro
Una manzana de luz se reparte en heridas de cristal.
Los días lucen desterrados.
Todo aquí es génesis.
Azogada pradera, si no sombra de diluvio, ¿qué eras cuando los días no se marchaban?
En estos espacios la claridad me lleva de la mano como aves ligeras.
Éste es el sitio que la arena sepultó en la siesta del tiempo.
Aquí el verdor conquista el reino de los encantadores de neblina.
Por las vértebras de sal de la noche bogan los mendigos.
Los transeúntes buscan sus almas solos.
Por entre árboles morados ángeles negros tocan la noche de cuero de cocodrilo. El cielo se pega a las costras de los vegetales. Un pueblo aplastado por las pezuñas de la luna desentierra voces sepultadas por marejadas de exilio. Un adolescente oscuro mira desde un trono de luciérnagas el paso de las cebras como cordón de brasas. Pasa un elefante herido.
Bajo este cielo de cerámica, ritual, sólo un espejo de arena donde se miran ojos cenicientos de víctimas inútiles.
***
Pero el tiempo me había empobrecido.
Mi único caudal eran los botines arrancados al miedo.
De tanto dormir con la muerte sentía mi eternidad. De noche deliraba en las rodillas de la belleza. Presa de tenaces anillos, a pesar de mi parsimonioso continente de animal invicto me guardaba de la transitoriedad ínsita a mis actos.
Magnificencia de la ignorancia. Brujos solemnes habían auscultado mi cuerpo sin poder arribar a un dictamen. Sólo yo conocía mi mal. Era ―caso no infrecuente en los anales de los falsos desarrollos― la duda.
Yo nunca supe si fui escogido para trasladar revelaciones.
Nunca estuve seguro de mi cuerpo.
Nunca pude precisar si tenía una historia.
Yo ignoraba todo lo concerniente a mí y a mis ancestros.
Nunca creí que mis ojos, orejas, boca, nariz, piel, movimientos, gustos, dilecciones, aversiones me pertenecían enteramente.
Yo apenas sospechaba que había tierra, luz, agua, aire, que vivía y que estaba obligado a llevar mi cuerpo de un lado a otro, alimentándolo, limpiándolo, cuidándolo para que luciera presentable en el animado concierto de la honorabilidad ciudadana.
Mi mal era irrescatable.
Me sentía solo. Necesitaba a mi lado una mujer silenciosa, paciente y dúctil que me rodease con una voz.
Yo era un rey de infranqueable designio, de voluntad educada para la recepción del acatamiento, de pretensiones que hacían sonreír a los duendes.
Un rey niño.
Cuando advino, inopinadamente, una era de pobreza, perdí mi serenidad.
Mis pasiones absolutas ―entre ellas el amor, que para mí era totalidad― fueron barridas.
En suma, yo era una pregunta condenada a no calzar el signo de interrogación. O un navío que se transformaba en fosforescente penacho de dragón. O una nube que se demudaba conforme al movimiento.
Habitaba un lugar indeciso.
Mi historia era un largo recuento de inauditas torpezas, de infértiles averiguaciones, de fabulosas fábricas.
Un dios cobarde usurpaba mis aras.
Él había degollado el amor frente a una reluciente laguna, en un bosque de caobos. Huía mugiendo sábanas ensangrentadas. Escapaba del recinto feliz. Las nubes eran símbolos zoológicos de mi destierro.
El amor me conducía con inocencia hacia la destrucción.
El odio, como a mis mayores, me fortalecía.
Pero yo era generoso y sabía reír.
Como no soportaba la claridad, dispuse entre anaranjados estertores de sol mi regreso hacia el final. Las aguas me condujeron como el sensitivo lleva la pesadilla. Volví insomne al lugar de la ficción.
Del libro Falsas Maniobras
Los dos inútiles
El que he sido gesticula para que lo reciba en este instante.
Abandonado, casi irreconocible, cedido a una voracidad, lucha por reconquistar el terreno perdido.
He decidido dejarlo fuera con una palabra tajante.
Me limito a esperar en silencio al que vendrá.
Al que he buscado con un hachón en la casa sin construir.
Al que apenas oí cuchichear una mañana en el dormitorio.
Al que más se alimenta con la sangre del momento.
Colmo oscuro, extremo de monólogo, mórbido visitante.
Mi perturbador puntual, siempre frente a mí con su enjambre de reticencias, huyéndome en susurros.
Mi magna pérdida.
Del libro Intemperie
8
Me sostiene
este vivir en vilo
sin ninguna señal
ni mapa
ni promesa,
en una antesala donde todos trajinan
como empleados
para olvidar.
32
Ars poética
Que cada palabra lleve lo que dice.
Que sea como el temblor que la sostiene.
Que se mantenga como un latido.
No he de proferir adornada falsedad ni poner tinta dudosa ni
añadir brillos a lo que es.
Esto me obliga a oírme. Pero estamos aquí para decir verdad.
Seamos reales.
Quiero exactitudes aterradoras.
Tiemblo cuando creo que me falsifico. Debo llevar en peso mis
palabras. Me poseen tanto como yo a ellas.
Si no veo bien, dime tú, tú que me conoces, mi mentira, señálame
la impostura, restriégame la estafa. Te lo agradeceré, en serio.
Enloquezco por corresponderme.
Sé mi ojo, espérame en la noche y divísame, escrútame, sacúdeme.
Del libro Memorial
Inmediaciones
El sueño ha sucumbido. En este instante no hay más que esos techos dormidos y la hebra tenue que los trae. Sólo eso, lo que miro, la otra vida.
*
Tierra, tan dejada. Me nutría el calor de incansables espectros.
Pero lo que me rodeaba, lo ilegible, yo lo habría apartado.
*
Realidad, una migaja de tu mesa es suficiente.
*
Sin eso no hay llama. Sin eso cada uno de mis pasos me devuelve.
Sin esos los nombres se apoderan del mundo.
*
Soy lo que extraño, soy mi propio vivero, soy el revés de mí mismo.
No quiero ser repetición sino novedad. La novedad de lo que me falta.
*
Nada pides. Sabes que estás completo. Lo sabe tu piel.
Ni de ti eres dueño.
*
El gesto suave con que vives no traiciona como tú el tenor de la naturaleza.
Quietud, regalo para ese desconocido que se asoma en mangas de camisa al balcón a ver la noche sobre los techos sin resolver nada.
*
He querido derribarme; ser omisión para renacer.
*
Ya no me erijo desde lo que fui. Me aparto, pero no dejo de llevarme.
Nada puedo hacer.
*
Soy memoria, memoria que se reconoce. ¿Qué más? Nada, sólo eso.
*
A flote de las aguas inmóviles. De los roces hirientes, de las sorderas amadas. Solo, dudando de mi cordura, ser eso que despunta apenas.
Eso tan insensato.
Temor
Alguien cierra una puerta a un hombre que enmudece, se mira en su celda de un solo respiradero y duda de que él mismo exista.
Algunas veces, por instantes, es sacado a ver el sol, pero vuelve por sus propios pasos a su sitio.
Allí al menos sabe que sufre.
Del libro Amante
Se creyó dueño
y ella lo obligó a la más honda encuesta,
a preguntarse qué era en realidad suyo.
Después lo tomó en sus manos
y fue formando su rostro
con el mismo material del extravío, sin desechar nada,
y lo devolvió a los brazos del origen
como a quien se amó sin decirlo.
Él abre los ojos,
siente,
se abandona.
Sabe ya que nada, nada
le pertenece,
salvo su dependencia,
y acata
el extraño señorío.
Del libro Anotaciones
El poeta moderno habla desde la inseguridad.
No tiene más asidero que la vida. Seguramente una voz queda le dice en los adentros: La época de las causas terminó. Ya no puedes aferrarte a religiones, ideologías, movimientos, ni siquiera literarios. Se acabaron las banderas. Pero este desengaño lo libera para luchar en otra clave por lo que religiones, ideologías, movimientos dicen defender: lo religioso, lo humano, lo verdadero.
Esa voz, que parece la del nihilismo, podría ser más bien la voz de la vida que desea recuperarnos.
***
¿Qué se espera de la poesía sino que haga más vivo el vivir?
***
Me siento lejos de todo esteticismo. Hace tiempo dejé de darle primacía al arte sobre la vida. Una flor es para mí más misteriosa que “la ausencia de todos los ramos”.
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“Un libro tiene que ser el hacha para el mar helado que hay en nosotros” (Kafka)
Exigentísima piedra de toque. No sé cuántos libros podrían ceñirse a ella cumplidamente y salir ilesos.
***
¡Cómo no va a estar en baja la poesía si la lengua se encuentra en la mayor penuria de su historia!
Ya la distancia entre lenguaje escrito y el habla ha sufrido tal ensanche que puede llevar a una escisión, a la existencia de dos lenguas, como ha ocurrido en ciertas culturas.
Éste es otro síntoma de nuestra barbarie; pero no se menciona.
***
Lo poetas no convencen.
Tampoco vencen.
Su papel es otro, ajeno al poder: ser contraste.
***
El poeta vive lejos del mundo donde señorea la ideocracia.
*Imagen de portada: pixabay.com.